12.6.06



Nº 53 - Junio de 2006

Alvaro Yunque por Castagnino

EN ESTE NUMERO

Yunque (Alvaro Yunque) Recuerdos, fragmentos de vida en el relato de su hija Alba Gandolfi.

Callejeando historia: Pedro Ferré, el Calafate, por Diego Ruiz.

El Nosferatu porteño; lo describe Ignacio Merel.

“Desde las periferias” señala Puntos cardinales María Neder.

Vivir en un Ascensor: Calixto Ribas.

Cuesta abajo. Lo que ya no es; Cati Cobas.

Elogio del cielo raso, rescatado del escalafón celestial por Mónica López Ocón.

Alejandra Boero: una extensa vida dedicada apasionadamente al arte teatral. La recuerda Carlos Penelas.

Eolo Pons, pincel, palabra, memoria. Reportaje de Edgardo Lois al artista plástico que a los 92 años sigue
entregando arte.

Esquina de tango (poema) Roberto Díaz

Vecinos en su día (Editorial) - Homenaje a los vecinos desaparecidos de Boedo - Mario Bellocchio

YUNQUE

El 20 de este mes se cumple un nuevo aniversario del natalicio de Arístides Gandolfi Herrero, Alvaro Yunque para las letras y el pueblo. Su hija Alba recuerda, en emotivas pinceladas, algunas de las vivencias que compartió con su padre, donde las penurias de la censura y el exilio se atemperan con el amor filial y los tiempos de resonante difusión de su obra.

Intento separar la imagen de Yunque-padre de la de Yunque-escritor: pero en mi memoria aparece el padre-escritor, sentado frente a su mesa, leyendo o escribiendo, desde la mañana hasta la noche.

Lo visitaban escritores jóvenes: Alfredo Varela y Raúl Larra, entre otros, con quienes mantenía sustanciosas charlas literarias y políticas. En verano muchas veces dejaba su escritorio para llevarnos a mi hermano y a mí al río, montados los tres en su bicicleta, “su pingo del asfalto”, como él la llamaba. Eso ocurría allá por los años 40. Vivíamos en Vicente López, 25 de Mayo 626, y nos llevaba a sus playas hoy desaparecidas donde nos enseñó a nadar, ya que fue un excelente nadador que además salvó varias vidas. De esos “salvatajes” le quedaron dos grandes amigos con cuyos hijos hoy me sigo tratando.

Después de unos años nos mudamos al barrio de Colegiales Conesa 600 de la ciudad de Buenos Aires. Era una antigua casa “chorizo” que fue demolida hace muchos años, en cuanto nos mudamos.

Mi hermano Adalbo y yo, ya adolescentes, lo seguíamos acompañando en algunos de sus paseos en bicicleta, cada uno con su propio “pingo”. Visitábamos a sus amigos con afinidades intelectuales y/o ideológicas: a Córdova Iturburu en Belgrano; a Roberto Giusti en Olivos, a Emilio Biagosch, abogado, quien había sido activo participante de la Reforma Universitaria de Córdoba en 1918; al escultor Agustín Riganelli en la calle Bulnes; al pintor Carlos Giambiaggi en la calle Zapiola de nuestro barrio; a Miguel Sintes Amaya y a Juan Marengo; dos amigos muy queridos cuyas muertes tempranas lo llenaron de tristeza. En estas andanzas, mi padre cargaba una bolsa con sus libros recientemente editados para dedicárselos y regalarlos a los amigos.

Siendo muy chicos, a veces resultaba difícil tener un padre que no respondía a los cánones de aquella época (1940/50), ya que muchas de sus respuestas no eran bien recibidas por los maestros de entonces. Durante el primer gobierno de Perón, por ejemplo, en la escuela nos
exigieron abrir una libreta de ahorro. Esa libreta se abría con un peso que no era aportado por el escolar, sino por el Estado.
Mi padre no estaba de acuerdo con esa enseñanza; por el contrario, nos decía siempre: por ahora gasten, no ahorren; nunca tuvimos una alcancía. En esa oportunidad, a continuación de la nota de la maestra, escribió en el cuaderno: El ahorro es la avaricia en pañales, mis hijos no ahorran. Las libretas de ahorro se iniciaron porque eran obligatorias, pero nunca depositamos nada.

Cuando se implantó la enseñanza religiosa en las escuelas, escribió en mi cuaderno: La religión es el opio de los pueblos, no quiero que mis hijos aprendan religión en la escuela
pública.
Era nuestra madre quien intercedía siempre entre ese padre diferente y los sorprendidos maestros. Ella, su gran admiradora y compañera, era quién explicaba que éramos agnósticos, no forzosamente judíos o católicos, como pretendían que nos definiéramos.

Yunque nos educó supongo como todo anarquista hubiera educado a sus hijos: apostó a la libertad individual como objetivo último del hombre y siempre nos demostró coherencia entre su pensamiento y su acción. Pero el aprendizaje que brinda la experiencia de la vida y su necesidad de sentirse al lado de los desposeídos, de los que sufren, lo condujeron definitivamente al marxismo.

Sufrió censura durante los distintos gobiernos militares que padecimos: en 1944 publicó dos libros con el nombre de Enrique Herrero, seudónimo que respondía a su segundo nombre y a su apellido materno. Preso en Villa Devoto durante la dictadura de Edelmiro J. Farrell (1945) y luego exiliado en Montevideo durante varios meses. Al asumir Perón otorgó una amnistía general para los exiliados y presos políticos, lo que le permitió a Yunque volver a su querida Buenos Aires. Igualmente siguió censurado y una vez más utilizó su segundo seudónimo para poder publicar, en 1944, el Diario de Jules Renard y el prólogo a Echeverría por Ernesto Morales. En 1950 publicó Prosas del autor de Martín Fierro. Selección, prólogo y notas de Enrique Herrero.

Pasaron los años, recuerdo el 11 de setiembre de 1973, cuando mataron a Salvador Allende. La tristeza lo hundió en una profunda depresión de la que le costó mucho salir. Con Salvador
Allende mataron también sus ilusiones y la esperanza de ver una América Latina libre de opresores. Nos dijo entonces: “Cuando se gana en experiencia, se pierde en ilusiones”.

La peor censura la sufrió durante la última dictadura: Tenía 87 años muy lúcidos cuando prohibieron su participación en la Feria del Libro de 1977 y en todas las subsiguientes. Decretos firmados por Videla y Harguindeguy ordenaron la quema y destrucción de sus libros, que fueron retirados de escuelas, editoriales y librerías.

En 1977 se fracturó la cadera. Tenía 88 años. En la ambulancia, para aliviar mi mal disimulada angustia, me dijo: “No te pongas triste, la muerte es sólo una transmigración”. Surgían en ese momento sus lecturas defilosofía yoga, que desde la juventud lo acompañaron a lo largo de su vida.

Son varios los escritores que confesaron haber descubierto su vocación literaria y su sensibilidad social al leer a Álvaro Yunque, entre ellos Pedro Orgambide y Humberto Costantini. También es posible que hoy, después de medio siglo, haya otros chicos que, como ellos, repitan esa historia y vivan la misma emoción de aquellos, que lo leían habitualmente.

Han cambiado algunos escenarios, pero lo que permanece más allá del discurso globalizado de la aldea total son las injusticias que sufren miles de chicos como los que pintó Yunque en sus cuentos, durante su larga vida de escritor prolífico y sensible.

Alba Gandolfi


DATOS BIOGRAFICOS DE ALVARO YUNQUE:

1889. Nace el 20 de junio en La Plata Arístides Enrique Gandolfi Herrero (Alvaro Yunque)

1896. Sus padres se trasladan a Buenos Aires.

1901. Ingresa al Colegio Nacional Central (ex Colegio San Carlos fundado por el virrey Vértiz).

1908. Ingresa a la UBA donde cursa Arquitectura.

1913. Poco antes de graduarse abandona los estudios y define su vocación literaria volcándose a las letras y al periodismo.

1922. Define en esta década el verdadero sentido popular de su literatura. Colabora en el diario anarquista La Protesta y dirige el suplemento literario del periódico socialista La
Vanguardia
. Dirige las revistas Rumbo y Campana de Palo. Es asiduo colaborador de las revistas Claridad y Los Pensadores, donde publicaban los escritores del denominado Grupo de Boedo.

1924. Publica su primer libro de poesía Versos de la calle. Comienza a colaborar en diarios de la época: Crítica, La Nación, La Prensa y en algunos de Montevideo (Uruguay), Rosario y La Plata. Se vincula con Roberto Payró y se consolida una estrecha amistad hasta la muerte de Payró en 1928.

1925. Aparecen sus primeros libros de cuentos: Zancadillas y Barcos de Papel (Premio
municipal).

1929. Contrae matrimonio con Albina Gandolfi. Tienen dos hijos: Adalbo y Alba.

1930. Acentúa su intención crítica durante la denominada “década infame”. Publica Nudo Corredizo, La O es Redonda y Poemas Gringos.

1935. Colabora en la revista Caras y Caretas y por su intermedio se vincula con Horacio Quiroga, José Ingenieros, Ricardo Rojas, Florencio Sánchez, Evaristo Carriego, entre otros.

1940. Durante la Segunda Guerra Mundial se define como antifascista militante. Comienza su investigación histórica sobre el pasado argentino.

1945. Dirige el semanario antifascista El Patriota, actividad que lo lleva a la cárcel y posterior destierro en Montevideo (dictadura de Farrel).

1946 a 1960. Se concentra en la investigación histórica. Publica Alem, el hombre de la
multitud
; Breve historia de los argentinos, Calfucurá. El cacique de las pampas y otros ensayos históricos.

1960. La Academia Nacional del Lunfardo lo designa Académico de Número por sus estudios e
investigaciones. Publica La Poesía Dialectal Porteña.

1961 a 1975. Se publican y reeditan muchos de sus libros de poesía, cuentos y estudios
históricos.

1975. La Sociedad Argentina de Escritores le otorga el premio Aníbal Ponce por su ensayo crítico Aníbal Ponce o los Deberes de la Inteligencia.

1977. Es censurado por la dictadura militar (1976/1983). Se prohíben y queman sus libros.

1979. Se le otorga el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores.

1982. Muere el 8 de enero, a los 92 años, en la ciudad de Tandil.

(De la página Web oficial : www.alvaroyunque.com.ar)



PEDRO FERRE, EL CALAFATE

Entre otras cosas yo era carpintero, y esto han referido otros tales después, creyendo que me hacen un gran agravio, sin advertir que antes que ellos lo dije yo por la imprenta en mis renuncias del gobierno, y que desde que aprendí el oficio hasta ahora no he dejado de trabajar en él, porque he tenido este arbitrio para sostenerme con decencia junto con mi familia, no he ansiado por empleos, ni he sacrificado a la patria para hacer mi fortuna. Esto decía Pedro Ferré en la Memoria que escribió en 1845, en el exilio brasileño, sobre su actuación pública.
Carpintero, le decían, porque el oficio al que se refiere es en realidad la construcción naval, a la que se dedicaban los llamados “carpinteros de ribera” de larga tradición en nuestras tierras: ya en la expedición de Pedro de Mendoza venían no menos de cuatro “maeses” del oficio y tanto Asunción del Paraguay como Corrientes fueron desde muy temprano renombradas por sus astilleros. Y también lo llamaban “Calafate”, como se les decía a los que calafateaban los barcos, esto es reparaban grietas, uniones y rajaduras y pintaban el casco
con brea.

Lo cierto es que Pedro Ferré había “aprendido el oficio” –como dice– con su padre Juan, un catalán afincado en Corrientes donde el joven Pedro nació en 1788, hizo sus estudios y, en 1810, ingresó como cadete en el Cuerpo Cívico, hasta llegar en 1820 a comandante general de Marina, cargo en el que al conocerse la muerte de Francisco Ramírez encabezó la revolución autonomista que separó a Corrientes de la “República Entrerriana”. Aunque Ferré, por el
prestigio que ya tenía ganado, podía haberse postulado a gobernador prefirió desempeñarse como miembro del Cabildo, siendo designado en 1822 para delinear el pueblo de Caá-Catí, y si bien no fue diputado constituyente tuvo importante participación en el dictado de las dos primeras constituciones provinciales (primeras también en el orden nacional). En 1824, ahora sí, es elegido diputado al Congreso General Constituyente llamado por el gobernador bonaerense Martín Rodríguez y, el mismo año, resulta electo por primera vez como gobernador y capitán general de la provincia, lo que repetirá otras cinco veces, en 1827,
1830 y 1839 como titular y en 1828 y 1839 como provisorio. Sus administraciones se destacaron por su progresismo, fundando pueblos como Bella Vista y Empedrado, creando escuelas con el sistema lancasteriano para ambos sexos, un Consejo de Educación provincial y la Universidad de San Juan Bautista; fomentó también la agricultura, la ganadería y la industria; introdujo la imprenta en 1826 –permitiendo la aparición del primer periódico correntino, La verdad sin vueltas, y la emisión de papel moneda–; reglamentó el ejercicio de la medicina e implantó la vacunación obligatoria, etc. Como decíamos, en 1824 fue enviado al Congreso llamado en Buenos Aires donde los diputados correntinos establecieron una clara posición federalista, pero la mayoría unitaria votó una Constitución casi calcada de la de 1819, que provocara el alzamiento de las provincias y la “anarquía” de 1820, y designó a Rivadavia como Presidente. Ante esto, por ley provincial de noviembre de 1826, Ferré llamó a consulta popular a todos los ciudadanos que ocuparan cargos civiles y militares o que los hubiesen ocupado, que se pronunciaron casi por unanimidad por la Federación, y se dictó una ley por la cual se establecía que Corrientes no aceptaba otra forma de gobierno que la Republicana Federal y, en caso contrario, retiraría los diputados, lo cual, en la práctica, significaba proclamar la autonomía.

Acá empezaron los problemas con Buenos Aires. Años después, en la citada Memoria¸ diría Ferré refiriéndose a unitarios y federales porteños: “Ambos partidos en Buenos Aires se dirigen a un solo objeto, aunque por distintos caminos, este es el de dominar a las provincias, procurar la ruina de estas, y el engrandecimiento de Buenos Aires, para que como a único
rico, las demás le sirvan de peones; y esto ha sido y es el sentimiento uniforme de todos los porteños, manifestado hasta la evidencia desde la Revolución de Mayo, hasta el día de hoy, y juzgo lo será siempre...” En 1829 Ferré inicia las negociaciones con Estanislao López y Rosas que llevarán a la firma del Pacto Federal de 1831 –uno de los pactos preexistentes que cita el preámbulo de la Constitución– no sin antes causarle problemas con Buenos Aires, que se opuso firmemente a varias pretensiones de Corrientes: medidas proteccionistas del comercio y la industria, habilitación de puertos en los ríos Paraná y Uruguay y reglamentación de su navegación, necesidad de una Constitución y –lo peor de todo– la nacionalización de las rentas de la Aduana de Buenos Aires. Esto último no se lo iban a perdonar; Buenos Aires –tal como
en el virreinato– seguía poseyendo el puerto único, principal fuente de su riqueza y, en cuanto a proteccionismo, los ganaderos bonaerenses no estaban interesados en crear un mercado interno pues les bastaba con las enormes ganancias producidas por la exportación de las carnes saladas que enviaba a Estados Unidos, Cuba, Brasil, etc., porque, no nos engañemos, era comida para esclavos. La cuestión es que Ferré y Corrientes terminaron chocando con Rosas al cuestionar la delegación de las Relaciones Exteriores en éste y la provincia iniciará una serie de levantamientos contra el centralismo porteño. Genaro Berón de Astrada, gobernador en 1838, fue derrotado y muerto en Pago Largo, apropiándose el entrerriano Pascual Echagüe de Corrientes hasta que el propio Ferré lo desplazó en 1839; la provincia levantó entonces dos ejércitos que puso a las órdenes de Lavalle y Paz, defeccionando el primero –al iniciar la campaña contra Buenos Aires y la serie de desastres que terminarán con su muerte en Jujuy– y ganando el segundo la batalla de Caaguazú sobre Echagüe y, finalmente, perdiendo todo el esfuerzo realizado en Arroyo Grande, donde
Fructuoso Rivera fue batido por Oribe y sus lugartenientes Urquiza, Pacheco y Flores.

A Ferré no le quedó otro camino que el exilio en Brasil, en San Francisco de Borja, donde instaló un astillero, hasta 1848 cuando se radicó en Entre Ríos, encargándole Urquiza la construcción de edificios públicos y, en 1851, de las balsas que transportaron a través del Paraná al Ejército Grande que derrocaría a Rosas. Aún fue miembro de la Comisión Redactora de la Constitución de 1853, senador en los Congresos de Paraná y Nacional, inspector de Aduanas Fluviales, presidente de la Cámara de Justicia de Santa Fe y, como si fuera poco, levantó una carta geográfica del Río de la Plata y el Litoral hasta Río Grande do Sul. Ya en la ancianidad sufrió el dolor de perder a su hijo José en la guerra del Paraguay y falleció en la mayor pobreza, en Buenos Aires, en 1867.

Ferré fue un federal doctrinario, defensor de las autonomías provinciales y, por ende, enemigo de la hegemonía de Buenos Aires, razón por la cual –seguramente– no pertenece al Olimpo liberal y, en consecuencia, no ha merecido una calle más céntrica que la que transcurre desde Centenera hasta San Pedrito y, tras una interrupción, desde Lisandro de la Torre hasta la General Paz, cruzando los barrios de Nueva Pompeya, Villa Soldati y Mataderos.

Diego Ruiz



EL NOSFERATU PORTEÑO

Si existió una ciudad en Latinoamérica capaz de guardar secretos y rarezas a comienzos del siglo XX, esa fue Buenos Aires. La inmigración, la expansión urbana y la realidad política hicieron de la Buenos Aires cercana al Centenario una ciudad que ante los ojos de los extranjeros carecía de lo exótico. Cuando los europeos salían a caminar por la avenida Corrientes o por las calles vecinas a los conventillos, se encontraban con “europeos” y no con habitantes de los pueblos originarios. Este hecho puso de manifiesto por qué los inmigrantes preferían Buenos Aires y no otra ciudad de Sudamérica. Sin embargo, la urbe estaba en condiciones de ofrecer al visitante nocturno rarezas que podían seducir, divertir y producir
alguna reflexión sobre la vida de la alta sociedad.

Cierto día de la década de 1910, un envío de Buenos Aires con destino a Mar del Plata, que tenía como fin asustar a sus receptores, terminó causándoles risa. ¿Qué escondía ese envío realizado por un grupo de “chicos de buena vida”? ¿Qué rareza ocultaba? Dentro de un ataúd que recorrió poco más de 400km se encontraba un cuerpo..., con vida. Se trataba de un Nosferatu Porteño o de recreación de la picaresca porteña, ya que era un hombre negro con rasgos africanos, por lo que distaba mucho de ser como el de la tradición rumana. Por esa circunstancia, el presunto sobresalto que tendrían que haberse llevado los destinatarios de la broma terminó a las carcajadas.

La persona utilizada para realizar esa tarea fue Raúl Grigeras, conocido como el Negro Raúl. Su presencia en la vida nocturna de Buenos Aires tenía su origen en la eterna búsqueda de diversión de los bacanes porteños que encontraron en él al candidato que necesitaban. Aunque conoció París, cuna de la Belle Epoque y la buena vida, vivía en Corrientes y
Esmeralda y había sido apadrinado por esos jóvenes que hicieron de él un espejo extravagante de la elite porteña, a punto tal que muchas de las vestimentas que utilizó fueron donadas por estos mecenas del grotesco.

Pero el costo que tuvo que pagar fue muy alto. La burla de aquellos que lo utilizaban como bufón, y que incluso lo transformaron en el Nosferatu Porteño, puso en peligro su vida. En las tabernas, por una copa, contaba sus historias y desgracias llegando hasta la humillación pública, siendo más de una vez cascoteado por las patotas juveniles de aquel Buenos Aires.

No sólo dejó como recuerdo sus relatos, también sirvió como modelo a creaciones artísticas que relataban sus andanzas. En el año 1916 Arturo Lanteri publicó Las aventuras del Negro Raúl en la Revista “El Hogar”. Y un tango que lleva el nombre con el que la sociedad porteña lo conoció –El Negro Raúl– fue escrito por Angel Bassi.

El final de Raúl Grigeras no fue nada alentador; los excesos en las noches de alcohol y cierta incapacidad mental congénita hicieron que en sus últimos años estuviera internado en la Colonia Psiquiátrica “Dr. Domingo Cabred”. El Negro Raúl se fue un 9 de agosto de 1955 dejando detrás anécdotas, historias que rozaban la leyenda, algunas creaciones musicales que
perduran en partituras y aquellas recordadas páginas de la Revista “El Hogar”.

Ignacio Merel



PUNTOS CARDINALES

María Neder al rescate de un escritor –Daniel Moyano– desde las periferias, fuera del canon, en la Villa de Merlo, San Luis.

En México la región mixteca es “el país de las nubes”, tal la traducción de la lengua aborigen. Por estos aires del sur hay un país de las nubes que no tiene nada que ver con aquella mixteca mexicana. Un país menos geográfico se extiende hacia regiones del pensamiento desde las pantallas comerciales (no sólo las de televisión). En esta zona de borrascas más o menos
oscuras, se inauguró hace años el gran encuentro con el libro, sí, La Feria. Es otro país que muchos escritores no quieren pisar y otros visitan sonrientes. Estoy metida en camisa de once varas ya que comencé por un mapa inabarcable, tanto geográfica como culturalmente, a no ser que elija una parodia llamada realidad.

Siempre tuve una atracción hacia lo no masivo, lo que está fuera de los circuitos habituales, aún recorriéndolos. Quiero decir que me encanta mirar “debajo de”. Y a la hora de elegir autores para leer en mi programa de radio “El viaje” (desde estos aires buenos no se puede escuchar, porque se emite en el interior: Villa de Merlo, San Luis), a la hora de la siesta –que de verdad existe–, cuando elijo, decía, busco aquellos libros desconocidos, autoras y autores poco visibles en el país de estas nubes. Me fascina que esto me suceda en “el interior”, me siento más periférica, no quiero decir border –ojo.

Así es como mis oyentes conocen a Silvina Ocampo, Reina Roffé, Sara Gallardo, Juan José Manauta, Daniel Moyano, Enrique Wernicke, Gabriel Montergous, Edgardo Lois, Marcos Silber, Pepe Bianco, Néstor Sánchez…, perdón, no puedo con una pretendida lista, los naufragios no caben en este perímetro del papel. Prefiero intentar el acceso, como lo hice este año en la Feria del Libro.

La mesa se llamaba “El canon literario, ley y naufragios”. Encajaba exacto con un trabajo que comencé hace años sobre la obra de Daniel Moyano. Para quienes confunden este nombre con otro más conocido relacionado con la CGT, aclaro que no son parientes. Daniel Moyano (tan músico, tan narrador) nació en 1930 en Buenos Aires, pasó su infancia en Córdoba y luego se
radicó en La Rioja hasta que logró exiliarse en España luego de vivir dos simulacros de fusilamiento. Los datos sirven si el naufragio es intento de rescate. Valga para ver bajo las nubes una obra necesaria.

Sábado soleado, fiesta de libros, Sala Alfonsina Storni. Y a hablar sobre un autor, sobre la valoración artística –en este caso literaria–, acerca del asunto de los circuitos impuestos, al que suelen referirse a menudo los músicos argentinos. Una región que se funda sobre una especie de “función social” ¿imagen social?, algo como resignificación que a priori ubica
autores/nombres antes que obras.

Vuelvo a admirarme ante la coexistencia de rutas de estudios y lecturas tan sorprendentes que dan como resultado el desconocimiento absoluto de autoras y autores fundamentales por parte de egresados de Letras y –paralelamente– foros virtuales dedicados a esos escritores ausentes en el ámbito universitario, la lista es apabullante.

Hablé sobre Daniel Moyano. En este momento quiero remarcar que él se consideraba riojano, así también “entra” en la zona ignorada por la literatura canónica. Este “ser riojano” se liga con la elección de una identidad, la del hombre del interior, a su vez ligada con la identidad de “sudaca” en España, donde murió en 1991. Identidad que opera como núcleo de su obra y,
probablemente, una de las causas de la exclusión del canon académico. Hasta hace muy poco ocurría lo mismo con Héctor Tizón. Se trata de dos autores honestísimos, con una escritura desligada intencionalmente de la vida urbana. Se los denominó periféricos por esta razón. Moyano extiende sobre la mesa la realidad de la exclusión del hombre del interior, con El oscuro (1968); luego con la obra maravillosa El trino del diablo (1974), El vuelo del tigre (1981). La gran producción de un centenar de cuentos, publicados en libros como La lombriz (1964), El fuego interrumpido (1967), El estuche de cocodrilo (1974).

Lo más importante hoy es que la obra del sobresaliente escritor comienza a “moverse” en el escenario literario. La aparición el año pasado de su novela póstuma Donde estás con tus ojos celestes (inédita durante 13 años) se suma a la publicación de otros libros suyos. Además de traducciones a varias lenguas y reediciones locales como la novela Libro de navíos y
borrascas
y el libro de cuentos editado en Asturias Silencio de corchea, desconocido hasta ahora en nuestro país.

Estas publicaciones recientes obviamente son la necesaria difusión editorial que vuelve a colocar a este narrador argentino en el lugar de los grandes contadores de historias. No hay duda de que comienzan a moverse los libros de Moyano a partir de diciembre del 2004, cuando el sello editorial Interzona publicó la compilación de cuentos titulada El rescate y la
editorial cordobesa Rubén Libros reeditó la imperdible: El trino del diablo.

Volvamos a aquella tarde. La cola para ingresar a la Feria por avenida Sarmiento llegaba hasta avenida Santa Fe ¿dos cuadras? Los que participábamos en la mesa debíamos pagar la entrada (país de las nubes) y parecía ser difícil comenzar en horario, pues no llegaban ni las/los conferencistas. A casi media hora de lo anunciado una concurrencia importante estaba dispuesta a enterarse de qué es el canon, qué diríamos, de quiénes.

Cuando me tocó el turno, en un instante se produjo algo como una luz, cuando me oí decir “el realismo es lo testimonial” y, en ese momento, levanté la vista para observar a los oyentes. Así reafirmé que es la manera válida de narrar, ficcionar las locuras histórico-políticas hasta el punto de hacer música con palabras –la más potente característica de Moyano–. Narrar con los
sonidos exactos y lograr los acordes de exilios, silencios y desapariciones. Ser escritor provocador de buceos, desacomodarnos y lograr que nos honremos en bucear en las periferias.

Ahora, potenciados los sonidos internos, aparecen, por ejemplo, el guitarrista italiano, Carlo Domeniconi fascinado con la novela El trino del diablo, que traslada palabras a instrumentos hasta los conciertos en Berlín en 1997 y 1998, antes de editar el compacto del mismo nombre. Oír entonces la circularidad argentina, pues aunque la historia comience en La Rioja y su
personaje, como todos los del interior, llega a la city porteña, en el final es la postal desgarradora, por tanto silenciada. Una conducta dominada por el sino.

Testimoniar, desde las periferias. Testimoniar un territorio incomprensible, como también expresó Mario Paoletti en un reciente viaje a su provincia natal, rehacer un recorrido olvidado, que es nuestra historia y nuestra cultura.

Desde las periferias, fuera del canon, también me había encontrado días antes con un foro virtual, en donde un tal Gustavo –evidente caminador por zonas ocultas– recomienda al grupo: A todos los lectores actuales o potenciales de Daniel Moyano les comento que en la Web se consiguen bastantes libros, tanto en Argentina como en España, además de los tres últimos publicados. También les cuento a los porteños y “payucas” que visiten los Buenos Aires (¿qué tienen de buenos?) que en las Ferias de Libros como Parque Rivadavia, Parque Centenario y otras, con un poco de paciencia pueden encontrar buen material. Otro lugar está en calle Florida, pasando Paraguay: subiendo a la mano derecha, hay una galería con una docena de librerías de usados que también tienen libros de Moyano y que lo conocen.
Espero que esta información les sea de utilidad. Lean todo lo que encuentren de Daniel Moyano, que no tiene desperdicio.

¡Ay! Gustavo desconocido, ¿qué tendrá que ver esto con la Feria del Libro de la que participé para despejar algunas nubes de mi país sureño? ¿Estamos parados en algún lugar? Ahora lo dudo, más ahora que escribo esta nota y recuerdo que no hubo tiempo para concluir la ponencia, en la soleada tarde de sábado y tanta gente. Pero todo esto no debe preocuparnos mucho, porque en este país de las nubes damos la vuelta al perro mientras allá lejos el tiempo es otro. En España se realizaron las Jornadas de Estudio en Honor de Daniel Moyano “Escritores sin Patria”.

María Neder



ASCENSOR

Vivo en un ascensor. Hace un año y medio que no sube ni baja; yo tampoco.

Vivo en la línea, sobre la línea de esta tierra.El terreno es de la provincia, de ella la tierra donde se enraizó mi ascensor; desde el día aquel en que me crucé entre el edificio y el basural. Edificio grande, con sus años, sobre Avenida de Mayo, y entonces ascensor cómodo para alguien como yo que viaja solo en su no subir ni bajar.

Sólo algunos reparan en el hecho, en la imagen, en medio del terreno, como caído del cielo, mi ascensor.

Al edificio de Avenida de Mayo había ido a pintar, una changuita de brocha gorda; flor de ironía cuando mi mano sabe de papel, tinta y poesía. Pero hay que comer, y mi poesía nutre, pero por otros circuitos, metafísicos unos, jodidamente urbanos otros.

El ascensor pudo haber caído del cielo, uno de los viejos ascensores de dios, otro que no pagó el mantenimiento para tantos izados a su mástil; flamea porque tuyo será el aire de los cielos, así se dice, se repite.

En mi inmovilidad llevo anotado techo de chapa, llevo música de lluvia cuando la chapa y las gotas; llevo salpicaduras de barro en el plástico que cubre mi puerta de reja y pliegue, así también mi respiración, como de puerta de ascensor que ni sube ni baja, que nada más está en este terreno de provincia.

La tierra es prestada, al ascensor me lo dieron, la poesía es mía, la vida, consideraciones al margen, creo que me pertenece. A veces me doy cuenta, ocurre en los momentos sumados entre tanta maraña quieta; ocurre cuando escribo mi poesía, porque sí, porque es el impulso, que a veces sube o baja, que está y no está.

Ocurre en medio del terreno, con la escritura aparece, perpetua, la sospecha o la sensación efímera; así dentro de este ascensor, que no va hacia ningún lado, ni siquiera arriba, ni por equivocación abajo.

Ricardo Vázquez, argentino, hace cinco años que vive en España, fue amigo del poeta David Alvarez Morgade, fallecido en 2002. David le contó que vivía en un ascensor que le habían regalado en un edificio de Avenida de Mayo, lugar al que fue a trabajar de pintor. Ricardo me comentó la anécdota, el dato, y la imagen quedó en mi memoria, después escribí.

Calixto Ribas



ELOGIO DEL CIELO RASO

Afortunadamente, los académicos se han puesto de acuerdo en que lo que el común de los mortales denominamos “techo” debe escribirse “cielo raso” y no “cielorraso”. De lo contrario, para referirnos a él deberíamos haber utilizado el recurso de cierta corriente de psiconálisis que haciendo un uso particular del silabeo cree descubrir significados poco evidentes en la mayor parte de las palabras. Así, deberíamos haber escrito “cielo-raso” –con un elegante guión en el medio– para que tuviera la posibilidad de ser equiparado con la expresión “soldado raso”. Porque así como el soldado raso indica la categoría más baja de la jerarquía militar, el cielo raso designa la categoría más baja –pero la más importante– del escalafón celestial. ¿Acaso en el cielo raso no moran los degradados dioses de la rutina, los ángeles de lo cotidiano, los arcángeles que sólo hacen anuncios insignificantes que, sin embargo, significan tanto?

Cielo de segundo orden, el cielo raso es el ámbito celeste al que diariamente elevamos nuestros ojos aburridos, suplicantes o desesperados de insomnio, las volutas de humo que nos divertimos en dibujar mientras esperamos ansiosos en la mesa de un bar y las maldiciones y peticiones varias que, a causa de la burocracia celestial, vagan indefinidamente sobre nuestras cabezas a la espera de que algún día, la justicia divina las despegue de las molduras
de yeso y las remita a la oficina celeste que les corresponda. Tampoco en este cielo bíblico de utilería nuestras plegarias son escuchadas, pero al menos nos queda el consuelo de que tienen que hacer un trayecto tan corto, que quizás algún día lleguen siquiera a rozar el oído de algún dios-raso.

Clasificación provisional

Los cielos rasos pueden ser clasificados, grosso modo, de la siguiente forma:

Con manchas de humedad: son cielos rasos con planetas escenográficos, sutiles pájaros inexistentes, dragones dibujados cuyo fuego ha sido extinguido por el yeso húmedo, monstruos de pintura desteñida, paraísos desleídos…Toda una fauna y una flora fantásticas que necesitan de nuestra imaginación para existir.

Con molduras de yeso: ideales para pasear por ellos nuestra mirada cuando tenemos penas viejas que vuelven a aparecer como reaparecen las manchas de humedad sobre las paredes
recién pintadas. Es bueno perderse en sus volutas, reconocer en los caprichos de su diseño los ires y venires de nuestra propia historia, darles a nuestras angustias sus diseños de arabesco,
dejar que el cansancio de ser nosotros mismos se distraiga por un rato enredándose en sus formas voluptuosas.

Con telas de araña: una muestra doméstica y soportable de la forma en que el Destino teje los hilos para atraparnos como a insectos indefensos. Un destino bonsai, un destino de juguete que para satisfacer nuestra omnipotencia infantil aparenta ser inofensivo y nos permite destruirlo con sólo empuñar el plumero.

Con zonas descascaradas: verdaderos compañeros de infortunios en los días en que creemos descubrir en los objetos que nos rodean el mismo deterioro, el mismo cansancio existencial que en nosotros mismos.

De líneas modernas y asépticas: cielos rasos que provocan el mismo terror que la página en blanco y que, igual que la página, exigen ser cubiertos de signos de los que aflore una historia.

A los que no les iría nada mal una mano de pintura: constituyen, según Joan Manuel Serrat, un recurso estéril para buscar inspiración cuando las musas están de vacaciones.

De esta clasificación provisional es fácil deducir que el cielo raso, edición abreviada y modesta del cielo inalcanzable, constituye siempre una posibilidad de fuga. Mirando el cielo raso, es posible distraer al dolor, entretener al insomnio, olvidarnos de nosotros mismos, volar con un vuelo corto de pájaros de yeso, sobrellevar la rutina, en fin, escapar, al menos por un momento, del infierno raso de nuestras vidas.

Mónica López Ocón



ALEJANDRA BOERO

La prolífica trayectoria de Alejandra Boero cerró su telón el pasado 4 de mayo, a los 88 años. La actriz inicial de “La Máscara” creció y se diversificó hasta culminar en dos míticas creaciones: “Nuevo Teatro” y “Andamio 90”, que se constituyeron en hitos de una extensa vida dedicada apasionadamente al arte teatral.

“Hay una cosa en el mundo que es la mirada”

Federico García Lorca

Los griegos consideraban que lo cierto en una palabra es su origen. La voz “teatro” viene del griego, significa mirar. También se suele decir con frecuencia el teatro del mundo. Andar viene del latín ambitàre, ambire, pasear. Ir de un lugar a otro dando pasos. “Andamio” tiene sus raíces en la palabra andar. Significa un tablado que se pone en plazas o sitios públicos
para ver desde él alguna fiesta. Holgar hoy, mañana fiesta, buena vida es ésta, nos recuerda un refrán popular español. La mirada es testigo de una relación apasionada. La palabra querer es de la misma familia que inquirir. Etimológicamente significa buscar o preguntar acerca de algo o de alguien. En castellano buscamos, deseamos. La poesía conlleva la capacidad de subversión. El teatro también. Por eso Platón expulsa a los poetas de las ciudades.

El lenguaje congrega, comunica. La palabra poética es violenta contra el Poder, contra la palabra establecida por el Poder. La rigidez y la burocracia asfixia a la palabra. La cultura masificante desconfía, la conciencia del teatro es la conciencia de la crítica. El sistema empobrece la sensibilidad, la mirada. Olvida el origen. La cultura del Poder destruye el
afecto, la risa, el silencio. La palabra crece desde el silencio, de lo íntimo. Emana del corazón, del júbilo, de la resistencia. El teatro nos pone en contacto con los otros y con nosotros mismos. Es un embate contra lo fósil, contra la estrechez de nuestra época que desciende cada día un poco más a la monotonía y la estupidez. Es la degradación, un consumismo que tiraniza, un aplastamiento colectivo. No exige libertad, aventura, originalidad. El sistema no desea el desasimiento anárquico de pautas exteriores.

Alejandra Boero dijo: “Hay muchos que aman al Teatro. La cuestión es si el Teatro los ama a ellos”. Claro, para siempre. La civilización mercantilista lo entiende. Ella no es invisible o inaudible. Es una fuente inconsciente y solidaria que brilla en la creación auténtica. Dijo: “Demos batalla por la cultura nacional frente a la anticultura de los medios audiovisuales, que son de una perversidad increíble. Esta es una lucha larga y el enemigo vela sus sables”. Sin clichés reduccionistas, con la mayor coherencia posible. Sin falsas urnas, sin mirada unilateral, lejos del nirvana de los zombies. Contra la rutina, que desfigura y sofoca. Frontalmente, desde lo emocional. Pensando, con lucidez.

Recordar, que también significa despertar, tiene relación con cordis, cordial, corazón. Hablamos de lo sensible, de la sangre, de lo vital. Mirarse a uno como en un espejo. Mirar por una persona, ampararla. “Alejandra”, femenino de Alejandro. Alejandro (del griego), el que ampara a los hombres.

El olvido es un agravio. Por eso viven León Felipe, Federico, Pablo, Quevedo. Por eso el poema, el conjuro, el elogio de la rebeldía. No nos interesan las apologías, el bronce, las banderas. Ni enunciados enfáticos ni epitafios con párpados celestiales. Sin dioses, sin amos, sin patrias. La palabra como exorcismo, como arma de futuro. Sin cortesías ni elegidos ni
lutos. La rosa roja, entonces. La rosa roja. Sin duelo, desde el teatro, desde la vida, desde el escenario. En el amparo de la mirada.

Carecía de virtudes oficiales, de obscenidades oficiales. No se rodeó de impostores. Estaba entre sus contemporáneos, sus amigos de toda la vida, entre los jóvenes. Todos actores, una fauna mágica, irresponsable, bella. No miró nunca desde los transitados discursos, monótonos, ultrajantes. Sin figurones impávidos, sin codazos. Jubilosa, rebelde, apasionada. Elemental,
como el fuego y el agua. Una ráfaga, una inscripción, un mojón más para seguir luchando. Inteligente, sin mansedumbre, sin oportunismo. Fervorosa, arrebatada. Bien. Obstinada, entonces, sin dobleces. Una rosa roja. Desde el origen, de la nada hacia la nada. Desde la ética y el combate. Desde la creación, entonces. “Alejandra”, la que nos ampara.

Carlos Penelas



EOLO PONS, PINCEL, PALABRA, MEMORIA

Eolo Pons, artista plástico, nació en Capital Federal en 1914. Discípulo de Spilimbergo, ejerció en la Cátedra de Grabado y Decoración de la Academia de Bellas Artes de Resistencia, Chaco, y como profesor de dibujo y pintura en la Escuela Provincial de Artes Plásticas de Jujuy. Expuso en salones nacionales y
provinciales de 1939 a 1964. En 1992 realizó una muestra retrospectiva en el
Palais de Glace. Su obra ha sido comentada por González Carbalho, Vicente Caride, Néstor Groppa, Salvador Linares y el Visconde de Lascano Tegui, entre otros.



¿Por qué el dibujo, la pintura?, ¿cómo se abrió la puerta?

Desde chico ya dibujaba, porque mi padre y mi abuelo también lo hacían, incluso frecuentaron la escuela de bellas artes de Barcelona; yo guardo dos pergaminos de mi abuelo paterno, de sus estudios en la Asociación Obrera y Jornalera de Barcelona, era un muchacho de doce años; a mi padre le gustaba dibujar, de afición; él me traía acuarelas, lápices de colores, y yo dibujaba o ilustraba algún cuento, esto ocurría cuando vivíamos en La Plata, ahí estuvimos del 24 al 29; mi padre era sombrerero, también carpintero. Cuando ya estábamos ubicados en esta casa (Caseros al 4000) empecé a trabajar en un taller de grabados comerciales, y como había que dibujar, fui a aprender ciertas nociones en la escuela nocturna número 23 de la calle Boedo, cerca de Rondeau. Ahí daba clases un maestro italiano, Rodolfo Perona, fui aprendiendo y haciendo algunos trabajitos en el barrio. En el taller también se
hacían esmaltados, y el que esmaltaba, Ricardo, era hermano de Onofrio Pacenza. Me dijo: tengo un hermano pintor, ¿lo querés conocer?, y dije que sí. Le llevé algunos dibujitos y pinturas que hacía los días domingo en el Patronato de la Infancia, ahí daban colores Lucrecia y Lía Moyano, yo tendría dieciséis años. Onofrio, cuando vio mis trabajos, me dijo que por qué no ingresaba en la Escuela de Bellas Artes, yo ni sabía que existía, pregunté: ¿y cómo se hace?; hay que estudiar, dar un examen y si tenés suerte, ingresás. Me fui a preparar a la
mutualidad de estudiantes de Bellas Artes que en el año 29 funcionaba en Bernardo de Irigoyen, casi esquina Venezuela; en unos meses me dieron nociones de dibujo a la carbonilla, y en marzo, di examen en la Escuela Manuel Belgrano. Ingresé con mi amigo Manuel Moraña, ahí estuve tres años, luego vinieron grandes huelgas dentro de la academia y perdí un año.

Dejé en el 34, principios del 35, y pasé al Instituto Argentino de Artes Gráficas, donde empezaba a dar clases Lino Enea Spilimbergo, estudié desde el año 35 hasta el 38; yo lo conocía a Spilimbergo desde el año 32, porque la peña Pacha Camac le había hecho un homenaje cuando él ganó el primer premio nacional. Hicieron una cena en un restaurante, yo tenía dieciocho años. Con él fue mi gran comienzo, era un maestro extraordinario, enseñaba y además con un respeto notable hacia el alumno, lo trataba como a un igual, no era un
maestro tirano, severo, orgulloso, era un hombre simple, llano.

Después seguí por mi cuenta, fui al taller de Planas Casas, de Pompeyo Audivert, de Batlle Planas, eso más o menos son mis comienzos. En el año 50 hice una gira de varios meses por el
norte, junto con mis amigos Bartolomé Mirabelli y Carlos Giambiagi...

A propósito del norte, la enseñanza, la docencia, cómo fue enseñar plástica, en Chaco y Jujuy, allá a finales de los 50 y hasta mitad de los 60.

Me contrataron como profesor en Jujuy, el gobierno, por intermedio del Ministerio de Educación, para dar clases y para la creación de la Escuela Provincial de Bellas Artes de Jujuy, porque no existía. La iniciativa fue de Medardo Pantoja, que había sido alumno de Spilimbergo, y de Luis Pellegrini. El proyecto se aceptó y se contrataron profesores, y me contrataron a mí, aunque no tenía título; Jorge Gneco y Pellegrini tampoco, pero bastaron los antecedentes artísticos y algunos premios; fuimos aceptados, y Nicasio Fernández Mar, que
era profesor egresado de la Escuela Superior de Bellas Artes como escultor, éramos cinco y se creó la Escuela Provincial de Bellas Artes de Jujuy. Yo estuve contratado del 58 al 64; después, con Gneco, nos volvimos a Buenos Aires.
La experiencia con los alumnos fue muy buena, eran muchachos talentosos y con muchos deseos de aprender; aparte de la escuela, los sábados los llevaba al paisaje y los hacía pintar, vivían la experiencia directa; en la escuela teníamos desde naturaleza muerta hasta modelo vivo, había clases de dibujo, pintura y cerámica, además de historia del arte y las demás materias adyacentes. Antes de esa escuela había un taller libre en el que daban clases otros pintores como Balois Leaño, Jesús Alderete, Fernández Otero, otro porteño que había estado en el instituto donde Spilimbergo daba clases; Pantoja también estuvo en ese instituto, él venía de Rosario, de un grupo donde estaban Juan Grela, Leónidas Gambartes, Anselmo Piccoli, Andrés Calabrese, llevado por
Castagnino, eran de la misma edad, muy jóvenes; Castagnino tenía un taller por la calle Independencia y ahí trabajaba junto a Pantoja.

Paisajes y personas del norte, Tilcara, Coranzuli, Abra Pampa; paisajes y personas de Villa Soldati, el basural, los techos de Nueva Pompeya, suburbios, ¿podría decirse que es ésta la esencia de la mirada de Pons, de su mirada social?

La inquietud social la tengo de pibe, porque mi viejo cuando era joven era afiliado al partido socialista, y cuando en la Unión Soviética triunfó la revolución se pasó al comunismo. Yo los 1º de mayo lo veía desfilar, sentado en el cordón de la vereda, por la calle Balbastro, con la bandera roja; tenía seis, siete años.

Y además al barrio lo tengo metido adentro desde pibe, vivo acá desde 1917. Yo tenía tres años cuando vine de Villa Diamante, que está pegada a Alsina, allá era todo campo, todo potrero, donde ahora está el puente de la Noria. Toda esta zona era de bañados, Senillosa era de tierra, las calles tenían zanjas y yo, de pibe, iba a cazar ranas.

Después, cuando volví del norte, estuve tres meses recorriendo todo el barrio, la zona, me metía entre pajonales, todavía había liebres, y sacaba apuntes, dibujaba, y volví a penetrar en el barrio, y siempre la misma necesidad que en el norte, que me gusta mucho, pero el barrio lo tengo metido en el corazón, eso no se olvida nunca ni se puede dejar de pintar. No sé si mi pintura en el futuro tendrá alguna resonancia, pero de tenerla no sé qué es lo que podría permanecer mejor, si el norte o el barrio.

Yo caminaba por acá, por Soldati, en medio de los rancheríos, andaba con cuidado, porque el lugar era bravo, lo veían a uno dibujando y se pensaban que se estaba burlando. En el norte pasaba lo mismo, uno dibujaba y la gente se iba, decía cosas, no le gustaba, pero allá la gente es muy cordial, es difícil entrar con ellos, pero una vez que ven que uno va con respeto, se acaba el recelo. Es que antes no llegaba tanta gente; incluso en el año 80, con dos
amigos, Reinaldo Gómez y Rodrigo Rivero, fuimos caminando hasta Coctaca, y la gente cuando nos vio pintar empezó a cerrar las ventanas. Yo tengo un gran cariño por la gente de Jujuy, es buena, sensible, honesta, y supongo que ahora eso habrá cambiado. Acá, sólo años después pude pintar directamente, ya en los años en que San Lorenzo empezó a hacer su cancha, antes no.

Cuál es su mirada sobre estos tiempos, cómo ve al artista, al que se está haciendo y al que ya tiene sustancia, habitando un mundo cultural complejo.

El mundo del arte es difícil porque se ha mercantilizado mucho, es decir, hay un mercado que perjudica sobre todo a la gente que se está formando, porque da la impresión de que conquistar un premio o conquistar un dinero con la venta de un cuadro da la calidad del arte y eso no es así, generalmente no es así.

El pintor o el artista que se dedica a comerciar, a obtener dinero, a la larga resiente su arte, su música, su escritura, o su pintura, lo que sea, porque se pierde la esencia, no se mete en la esencia de las cosas, que para mí es lo importante. Yo he tenido alumnos, les decía mirá ese árbol, y me respondían, sí, pero ya lo pinté. Yo les decía que ese árbol no es el mismo que
el de ayer, él es distinto, vos también sos distinto, las cosas son cambiantes. Penetrar el sentido de esas cosas es lo que da un carácter de permanencia a la obra; cuando no se penetra eso, se llega a la superficie, se hace un arte banal. Hoy se hace un arte de consumo; se salvarán los que tienen talento, sí, alguno se salva, como ocurre siempre, algunos son los que llegan hasta la esencia de la vida, otros sólo llegan a la cosa bonita, pero no logran un
sentido de permanencia.

Quizás hoy no son los pintores los que deciden, sino los interesados en el mercado, ellos orientan y el pintor no tiene libertad de acción, y sin libertad de acción, el arte se resiente.

¿Qué recuerdos guarda de la peña Pacha Camac?

Tengo recuerdos muy lindos; conocí la peña por intermedio de un escultor, yo vivía en Senillosa 1933 y en Senillosa 1921 vivía Pedro Biscardi, que era asiduo concurrente a la peña, allá en los años de González Castillo. Y a la vuelta, por Zañartú, entre Senillosa y avenida La Plata, vivía Stephan Erzia. Ocupaba un local grande que había sido una antigua licorería; la entrada era un portón de chapa, por ahí entraban los troncos que se hacía traer de Chaco. Y
todos los sábados a la noche nos íbamos los tres caminando hasta la peña.

Me decía Biscardi, Tito, así me llamaban, vos tenés que exponer, y yo le decía que recién estaba empezando, y eligió un paisaje, era un árbol grande en el campo; y qué título le ponés; no sé; y ponele Tramonto, y yo tuve la alegría inmensa de que mi cuadro terminara al lado de dos cuadros de Stephan Erzia, que también pintaba; dos cuadros del río Don, él era de Kiev. Era alto, caminaba dando trancos, yo era un pibe y me costaba seguirlo; era un hombre de pocas palabras. Uno entraba en su taller, y qué sé yo, era un bosque lleno de
figuras, desnudos, boyeros. Y era además un gran criador de gatos, tenía veintisiete, le daba de comer tallarines que compraba en el almacén de don José Canosa, en Senillosa y Zañartú; yo a veces iba a comprar diez centavos de aceite y lo veía a Stephan Erzia comprando los tallarines.

El ambiente de la peña era muy bueno, había buenos plásticos como José Arato, que era grabador. En esos años conocí a Agustín Riganelli, Facio Hebecquer, fui muy amigo de Vigo, pero no recuerdo si ellos tuvieron actividad en la peña, y conocí también a Leónidas Barletta, era un personaje, en el Teatro del Pueblo, era capaz de dar una obra para un solo espectador. En la peña se hacían buenas exposiciones y los artistas mayores ayudaban mucho a los
muchachos. Estaba Sepuccio Tidone, yo era muy amigo, que era un escultor de primera, estaba Francisco Reyes también, pero a mí parece que Tidone tiene más hondura, y ahí está, olvidado.

Acá se muere un artista y se lo olvida; por ahí, si tiene suerte, dentro de treinta, cuarenta años, resurge, y si no, el olvido. Si a alguien como Spilimbergo lo tuvieron treinta años oculto...

Entrevista de Edgardo Lois realizada en el taller del artista en mayo de 2006.



ESQUINA DE TANGO

Una pareja de bailarines abre la puerta de una casita

en la ochava de una calle cualquiera.

Justamente cuando paso silbando a Filiberto.

Hacen una finta, y se largan con una corrida, con un ocho

y una sentada. Todo el repertorio para mí sólo.



¿Qué más puedo pedir? A mí me gusta ver bailar

en una esquina cualquiera

mientras el tiempo pasa y no repara en que estoy solo,

silbando, solo, solo, con un tango que lagrimea sin rímel,

y los bailarines, distraídos, me pisan

y no se disculpan.

Roberto Díaz



Queremos decirles que... (Editorial)

VECINOS EN SU DIA

El 11 de junio de 1968 se confirió a Boedo el título de barrio. En coincidencia con esa fecha
–originaria del santoral, San Martín de Tours, patrono de la ciudad– se celebra el “Día del Vecino”. Hay, por lo menos, 23 habitantes de aquel Boedo con título reciente –hoy serían hombres y mujeres de unos 50 a 70 años– que no tuvieron la igualdad de justicia reclamada por los trogloditas que reivindican el terrorismo de Estado: fueron desaparecidos sin acusación específica, sin oportunidad de juicio.

Juan José Marinaro Oiene (2856) fue secuestrado el 31 de enero de 1975 en 33 Orientales y EE.UU.; tenía 45 años. Carlos Enrique Fidale Morales (2766), de 18 años, el 3 de junio de 1976 en Loria entre Pavón y Garay, inaugura la lista de desaparecidos durante el Proceso. El
13 de julio lo sigue Pedro Hugo Labbate Rotola (2873) secuestrado en Virrey Liniers 844, a sus 36 años. Y el 15 del mismo mes Jorge Luis Gurrea Pagella de 33 años (980) a quien se lo llevan frente al Viejo Gasómetro. A la “Negra” María Elena Miretti Visconti (4378) y a Aldo Anselmo Eier Burgi (4379) los apresan en Colombres y San Juan el 14 de octubre siguiente. Tenían: ella 23 y él 30 años. Se los vio por última vez con vida en la ESMA. Al “Hippie” José Luis Aguirre Céspedes (267), de 24 años, lo “chuparon” el 17 de agosto del 2º piso de Boedo 846.

El año ’77 tiene su primera víctima el 26 de enero cuando desaparece Alicia Graciana Eguren Viva (6995). Y ya el 27 de marzo, de Quintino Bocayuva 1691, se llevan a un joven de
28 años: Daniel Enrique Vázquez Magarik (SDH 729). Unos días después, el 31, Daniel Antonio Mella Soleil (3923) corre igual suerte en Mármol 808; tenía 22 años. Entre el 9 y el 10 de abril
el “Tano” Daniel Marcelo Schapira Doskal (5274), de 26 años, hizo su última pasada por San Juan y Boedo. Hay testimonios de su presencia en la ESMA. María Verónica Basco, desaparece el 20 de abril en Castro y Constitución; tenía 25 años y fue vista por última vez en el Club Atlético. A Roberto Lértora Rojas (5731), de 25 años, y Adriana Mosso Pedroza (457), de
26, los secuestran el 27 de abril en Maza 914. Ambos fueron arrojados a la ESMA. De Castro al 1100, el 7 de mayo, se llevan a Oscar Barros Cetrangolo. Tenía 40 años. Cinco días después en una redada llevada a cabo en Independencia y Maza cae Elena Caracassis (REDEFA 1097) de 28 años. El 26 del mismo mes, una joven de 24 años es secuestrada en Maza 1248; su nombre: Cristina Elena Vallejo Recchia (1372). El 3 de junio engrosa la lista Alberto
Jorge Gorrini Lugano
(3356), quien a los 28 años es arrebatado de Salcedo 3564. Cinco días después, en Castro 1408, Aníbal Gadea Marrapodi (1409, 25 años). A los hermanos Diego
Lito
(1058) –apodado Julio– y Luis –al que le decían Alonso– Guagnini, les cupo la misma suerte con diferencia de meses. Al primero y menor, 25 años, se lo llevaron el 30 de mayo de 1977; al mayor, de 33, el 27 de diciembre. Ambos padecieron en el Club Atlético. Cierran la lista de los que tenemos información Ricardo González Pannunzio (8242), de 36 años, secuestrado el 29 de agosto de 1978 en Maza 1531, e Ignacio Samaniego Villamayor (1865), de 35 años, el 18 de septiembre de ese año, presumiblemente en Carlos Calvo y Colombres.

¿De qué se los acusó?¿Ante qué tribunal?¿Quién los condenó? Sentenciados a la tortura y desaparición por el Estado terrorista, sin sepultura, sin evidencia de su muerte, estos son los vecinos ausentes del Día del Vecino.

Mario Bellocchio

El listado con que se redactó esta nota fue producto de una recopilación del anexo de “Nunca más” realizada por Osvaldo Barros, ex detenido desaparecido, actual integrante de la Asamblea de Boedo. Los nombres llevan, en segundo término, el apellido materno y entre paréntesis el número de legajo con que se hallan registrados en la CONADEP.