17.10.07

Homero, casi un jovencito, en el patio de la calle Garay. Una vista de los años 40 del casco de la estancia “La 13”, en Añatuya. Y una foto con la clásica ropa de marinerito, a sus dos años de edad.

Nº 68

Octubre de 2007




SUMARIO

Homero Manzi
A cien años del comienzo
(aquellos duros primeros tiempos)

por Mario Bellocchio

Callejeando historia
Pio Collivadino y el Grupo Nexus
por
Diego Ruiz

La heladera Siam.
por Mónica López Ocón

El Cervantes: donde anidan los duendes del oficio teatral.
por Leonardo Busquet

Bachilleres 1957.
por Mario Bellocchio

Braian Medrano.
por Rubén Derlis

La plaza
por Patricia Roselló

La escalera mecánica
las últimas sobre el controvertido tema

Constitución.
por Edgardo Lois

POEMA
Jardín botánico
Juan García Gayo

EDITORIAL
Estamos del tomate
por Mario Bellocchio

Programación de la semana Manzi
y Guía de Cultura Gratuita





Homero Manzi
A cien años del comienzo (aquellos duros primeros tiempos)
Es Día de todos los Santos. Sin embargo, las celebraciones de este año 1907 para los Manzione-Prestera pasarán por la bienvenida al sexto hijo que se anotará en la lista después de tres varones y dos chancletas. Papá Luis regresará pronto a los cultivos luego de escuchar los primeros berridos de Homero Nicolás. Y mamá Angela comenzará el primer intento de dar la teta al gritón ante la mirada, entre crítica y amorosa, de los cinco hermanitos. Añatuya es un mísero villorio, a la entrada del Chaco santiagueño, carente de todo, nacido de un descarrilamiento en 1890. Los vagones del accidente, usados como estación, pasaron a llamarse Nueva Añatuya, en recuerdo del cercano fortín homónimo. Pero en aquel 1º de noviembre aún sus críos carecían de anotación oficial. Casualmente —recuerda Homero—, el Registro Civil se instaló en Añatuya cuando nací yo. Soy pues el primer añatuense inscripto en sus actas. Mi tío, don Domingo Prestera, luchador de la primera hora, fue designado juez de paz, e hizo la inscripción.
Los primeros años vividos en el casco de la estancia “La 13” marcarían de forma indeleble la sensibilidad del poeta. Siempre aparecieron circunstancias propicias en su corta y prolífica vida de cuarenta y cuatro años, para justificar los recuerdos del pago natal: Añatuya es un lugar / que jamás podré olvidar / porque al fin es ¡Aña... mía...! dice apoderándose del nombre rebautizado amorosamente. Y en el óleo puntilloso de su descripción se derrama la nostalgia de la primera infancia por su tierra de origen:
Lo cierto es que ningún paisaje, ningún rincón de la Tierra, ha podido oscurecerme su color, su perfume, su horizonte, su sol, sus vientos, sus lluvias, sus animales [...] Me despertaban poco a poco los primeros ruidos del rancho. El vuelo pesado de las gallinas que se largaban desde la copa del algarrobo. Los golpes del hacha astillando trozos de vinal para reavivar el fuego escondido durante la noche en un tronco de quebracho, detrás de su ceniza blanca y transparente. Las pisadas y los balidos de las ovejas que ganaban el campo por el portillo abierto en el corral. Los gritos del ternero achiquerado y las contestaciones desgarradas de su madre, la overa macha. El ruido del azúcar dentro de un tarro que abría mi madre, para llenar la azucarera chica. El repiquetear del palo del mortero. Y más tarde, los sorbos que daba mi padre en la bombilla del mate.
Allí, con el mate, me levantaba. Las primeras puntas del sol, filtrándose en la hojarasca limpia del algarrobo, hacían más dulce la tarea de levantarme. Me calzaba las ushutas de cuero, me ponía el pantalón que colgaba del hombro por un tirador de una sola cinta cruzado sobre el pecho y me lavaba en el agua de la batea que había llenado mi madre, después de espantar a las gallinas, a los pavos y a los cuchis que bebían. ¡Qué gusto tan suave tenía el agua que se me colaba en los labios! Olor a pozo, a noche, a tierra. Ese gusto de la madrugada me duraba en la boca hasta que aquí mismo, bajo este mismo algarrobo grande partido ahora por un rayo, me sentaba en cuclillas, como los hombres, para tomar mates de leche y masticar tortilla hecha en el rescoldo. Yo era un chico de cinco años y el árbol era fuerte y verde. Tenía un tronco derecho y rugoso. Arriba, como a los tres metros, se abría en cuatro ramas gordas, una para cada rumbo. Sus hojas permanecían verdes durante todo el año.
Apenas si cambiaba el tono con cada estación. En el verano verde amarillo; en la primavera verde puro; en el otoño verde negro y en el invierno verde marrón. El algarrobo estaba siempre lleno de músicas. Nunca le faltaban chicharras o pájaros. Las chicharras comenzaban a cantar cuando las vainas de algarrobo estaban doradas, maduras.

A Homero la mansedumbre de esos años de campo le duró poco. Antes de su quinto cumpleaños un largo viaje en tren lo depositó, junto a su padres y hermanos, en la estación Retiro, y de ahí a la casa de Garay 3251, cerca del pasaje Dane. Una casa que albergó el resto de su infancia y los comienzos juveniles aunque retornaba, en los veranos, a sus pagos de origen, ya que el padre había conservado, a falta de mejor oferta, su trabajo de campo. Y allá iban a compartir los tórridos calores santiagueños todos los Manzione.
Con la llegada del otoño, el comienzo de las clases en la escuelita de la calle Humberto I imponía el retorno a una ciudad que no terminaba de mirar con carita de payuca deslumbrado por sus adoquines, sus carros, sus automóviles y, especialmente, por los ruidosos tranvías. En uno de esos inviernos infantiles debió afrontar el primer drama serio de su vida: su hermanito Roberto falleció víctima de las complicaciones de un sarampión que, para colmo, él mismo le había contagiado.
Las penurias y privaciones de la Primera Guerra, la ausencia del padre por sus tareas agrícolas y la desazón por la irreparable pérdida del hermano formaron una mezcla derramada sobre el comportamiento de Homero que papá y mamá Manzi decidieron corregir con el pupilaje en el Colegio Luppi de Pompeya: Los varones menores buscábamos la calle / y de ella traíamos malas inclinaciones./ Por eso nos hicieron vivir en pupilaje / bajo la recta mano de Colombo Leoni —escribirá tiempo después recordando a su maestro tutelar de aquellos años, un tano emigrado de su patria que recaló en la curtiembre de Luppi, por entonces el centro laboral de Pompeya. Leoni, reconocible padre sustituto de Homero, dejó profunda huella afectiva en su camino —festoneado de sapos redoblando en la laguna— en aquel pupilaje obligado por las circunstancias en el colegio que, según lo relata el mismo Homero, se alzaba, materialmente, entre pantanos, baldíos bajos, terraplenes y montañas de basura o desperdicio industrial. Ese paisaje de montones de hojalata, cercos de cina-cina, casuchas de madera, lagunas oscuras, veredones desparejos, terraplenes cercanos, trenes cruzando las tardes, faroles rojos y señales verdes, tenía su poesía. Y de ella dan testimonio Barrio de tango, Manoblanca y Sur, por nombrar las más difundidas.
De los trece a los dieciséis años los bancos del colegio fueron el seguro apoyo para garabatear los primeros poemas que sólo trascendieron en la voz de Los Presidiarios, una murga en la que saltimbanqueó las glosas de su autoría vestido con el traje a rayas confeccionado por sus hermanas: Con el cuento de la guerra / se nos llevan todo el grano / y nosotros, los criollos, / con la paja se contentamo. Eran los primeros bocetos que permitían atisbar al rebelde en ciernes.
Allí fuimos felices, entre juego y estudio. / Entre buenos amigos y humildes profesores. / Las pocas complacencias nos hicieron más duros. / Y los muchos deberes nos hicieron más hombres —diría recordando esos momentos cuando, en su celebridad, la ternura se permitía ganarle a la nostalgia. Algunos de aquellos buenos amigos del poema serían compañeros de ruta política cuando el bardo encaminara su trascendencia encolumnándose con Yrigoyen. Francisco Rabanal, aún ignora —aunque lo sospeche— que va a ser un notorio dirigente radical, cuando con su amigo Homero organiza escapadas desde el internado para devorar sándwiches de mortadela en el almacén de su padre. Y el santiagueño Raúl Gómez Alcorta, que sería más tarde un destacado periodista y correligionario de Manzi, todavía no supera la categoría de afable compinche del glosador de “Los Presidiarios”.
En la Luppi brota el retoño rebelde, los comienzos de la militancia sobrevienen al egreso, un tiempo difícil de renuncios alvearistas. De retorno de El Peludo abortado en su continuidad por la hora de la espada (1).
Irrumpe el tropel de Manziones desbocados. El que se juega a favor de Yrigoyen contra la usurpación de Uriburu, el fabricante de bombas caseras, el conspirador de la década infame, el que manda a la puta que los parió a los accionistas extranjeros abogando por la mentalidad nacional, el del sótano de la calle Lavalle en FORJA, el exonerado de su profesorado de Literatura. Un rebelde acorralado que inventa a Homero Manzi poeta y le hace un corte de manga al sistema.
Y no proclama con letra de denuncia —aunque no la esquiva—, le basta la celebridad que logra con la altísima calidad de su poesía costumbrista y evocativa para ponerle volumen al parlante de su activismo ejercido a ultranza hasta sus últimos días.
A los boedenses ni siquiera nos arredra en la devoción su profunda adhesión quemera (2). Nos basta su tránsito asiduo por nuestras veredas, la frecuentación de los cafés y lugares de cultura en sus épocas más creativas y combativas.
Y, casi como el acorde final, antes del Parnaso, su mirada nostálgica se dirige a un lugar del barrio que, mágicamente, pasa a ser el cruce donde gira el viento Sur: San Juan y Boedo, la esquina del mundo.
Mario Bellocchio

(1) Peludo: mote con que se conocía a Hipólito Yrigoyen. Y La hora de la espada, célebre proclama de Leopoldo Lugones pronosticando tiempos por venir.
(2) Siempre manifestó su abierta simpatía por Huracán.


FUENTES CONSULTADAS:
* Homero Manzi; “Sur, barrio de tango”; Corregidor; Bs. As., 2000.
* Horacio Salas; “Homero Manzi y su tiempo”; Vergara; Bs. As., 2001.



Callejeando historia
Pío Collivadino y el Grupo Nexus
A lo largo del presente año Callejeando ha venido intentando, en la medida en que la arbitraria nomenclatura porteña lo permite, seguir el hilo cronológico y conceptual de la plástica argentina, pero a medida que se acerca a nuestros días va quedándose sin materia. Y lo peor es que ese “nuestros días” en realidad remite a mucho más de medio siglo. Es inútil buscar y rebuscar en las guías comerciales o en los nunca bien ponderados diccionarios de Cutolo; los artistas más modernos que han merecido nombrar calles son Fernando Fader, Miguel Carlos Victorica y Benito Quinquela Martín. Se dirá que mucho óleo ha corrido por las paletas desde entonces, pero parecería que los ediles de turno, o aquellos que sin pausa proponen homenajes de toda laya, no se han dado por enterados y siguen bautizando tramos de calles (porque calles enteras no les quedan y, al menos, no siguen cometiendo la barbaridad de borrar con el codo vieja y noble nomenclatura) de acuerdo a los vientos de moda cultural o conveniencia política que soplen.
Sin embargo, a pesar de las quejas, al cronista le han dejado una figura clave en la transición del arte academicista de fines del siglo XIX a las nuevas corrientes que, como es regla en un país periférico como el nuestro, llegaban con retraso... pero llegaban. Pío Alberto Francisco Collivadino, de quien se trata, había nacido en Buenos Aires en 1869 e iniciado sus estudios en la vieja sociedad Nazionale Italiana —que aún existe— con Luis Luzzi, para pasar luego a nuestra ya conocida Estímulo de Bellas Artes con el maestro Francesco Romero. A los veinte años, como tantos, viajó a Italia e ingresó en la Real Academia de Bellas Artes romana donde cursó durante seis años para dedicarse, los siguientes cuatro, al estudio del fresco con César Mariani, colaborando con Maccari en la ejecución de los frescos del Palacio de Justicia de Roma. En 1907 fue llamado a Buenos Aires para ocupar la dirección de la Academia Nacional de Bellas Artes, cuya nacionalización —o mejor dicho, los efectos de la misma— había provocado las renuncias de Ernesto de la Cárcova, su primer director, y de Eduardo Schiaffino, director del Museo Nacional de Bellas Artes. En la Academia, donde creó los talleres de Escenografía, Fresco y Aguafuerte de los cuales fue profesor titular, permaneció hasta su jubilación en 1935. Collivadino realizó entonces un viaje a Europa, lo que fue aprovechado para encomendarle el estudio de las escuelas de Bellas Artes y de las salas líricas por parte de la Dirección de Artes Plásticas del Ministerio de Educación y del directorio del Teatro Colón, respectivamente. A su regreso, fue nombrado inspector general de Enseñanza Artística y, en 1939, organizador de la Escuela Superior de Bellas Artes de la Nación Ernesto de la Cárcova, cargo que desempeñó hasta la designación en 1944 de Raúl Mazza como director titular. A lo largo de su vida, entre otros numerosos cargos, fue presidente de la Comisión Nacional de Bellas Artes, director de la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano, Miembro de la Academia Nacional de Bellas Artes y de la Real Academia de Brera, Milán, escenógrafo y presidente del Directorio del Teatro Colón y hasta su muerte, en 1945, siguió desempeñando sus cátedras en “la Pueyrredón”.
Pero podría decirse que el año 1907 es clave en su biografía artística. No sólo por su designación, como se ha dicho, al frente de la Academia, sino porque es el año en que participa en la creación del Grupo Nexus junto a Fernando Fader, Cesáreo Bernaldo de Quirós, Carlos Ripamonte, Justo Lynch, Alberto Rossi y los escultores Arturo Dresco y Rogelio Yrurtia. Este movimiento, gestado en vísperas del Centenario, surgió como una reacción contra el academicismo en boga que traían de Europa los becarios, un academicismo en los que se entrecruzaban realismo, romanticismo, y en algunos casos naturalismo. Los mejores exponentes heredaron mucho del gran Gustave Courbet y realizaron crítica social como Sívori (de quien ya hablamos) o Ernesto de la Cárcova (de quien no podremos hacerlo; increíblemente no tiene ni una miserable cortadita), pero el modelo ya no satisfacía, por lo que algunos artistas se volcaron, bajo diferentes conceptos, al estudio de la luz como el propio Sívori o Martín Malharro. El Grupo Nexus también se caracterizó por su tratamiento de la luz, ya fuese por la pincelada o la división del tono, pero se planteó otros problemas —acordes con la época— en torno a la identidad nacional, volcándose al registro del paisaje, las costumbres locales, el pasado nacional. Carlos Ripamonti y especialmente Bernaldo de Quirós reintrodujeron la temática gauchesca; Fader los paisajes regionales, Alberto Rossi —italiano naturalizado— los motivos urbanos y circenses y Collivadino se dedicó a Buenos Aires, a una ciudad que vivía los contrastes entre lo tradicional y la modernidad.
Entre los alumnos que Collivadino tuvo en su larga carrera docente se contaron Miguel Carlos Victorica, Lino Enea Spilimbergo, Raquel Forner, Héctor Basaldúa e, indirectamente, Quinquela Martín. Es conocida la anécdota que éste refiere en sus memorias: en una de sus jornadas pictóricas en el Riachuelo en compañía de Guillermo Facio Hebecquer, allá por 1916, se encontraron con Collivadino —¡director de la Academia!— que hacía lo propio y, a instancias de Facio, lo llevó a la carbonería paterna para exhibirle sus trabajos. Dice Quinquela: “(...) en la carbonería, saqué mis cuadros del cuarto de baño y los fui poniendo ante don Pío, que los fue mirando, detenidamente uno a uno sin hacer comentarios. Yo lo miraba a él, con el alma en un hilo (...), me dijo unas cuantas frases que cambiaron mi vida (...), me dijo que tenía una manera nueva de ver y pintar (...), que en mis obras había personalidad y vigor (...), que yo podía ser el pintor de La Boca (...)”. El maestro no sólo lo alentó, sino que merced a su influencia realizó Quinquela su primera exposición individual en Witcomb en 1918, oportunidad en que el mismo Collivadino adquiere el óleo Impresión del astillero, y se le abrieron las puertas en su primer viaje a Europa. Profundo conocimiento del arte, pero también una gran generosidad con el artista joven, la misma que seguramente lleva a Collivadino cuando es nombrado, como hemos dicho, director organizador de “la Pueyrredón” en 1939, a canjear su jefatura de Taller en “la Cárcova” por horas cátedra en la primera “con el objeto de atender mejor su misión”.
Pese a todo lo dicho al principio de esta nota, alguna justicia hay. Justicia porque una calle del barrio de Parque Avellaneda lleva el nombre de nuestro pintor. “Alguna” porque, como en otros casos, su largo es de sólo una cuadra que corre desde Juan Bautista Alberdi hasta José Bonifacio, entre Lacarra y Fernández.
Diego Ruiz



La heladera Siam
Desde hace medio siglo, tenemos un paisaje helado de Jack London guardado en la heladera Siam. Ella preside la cocina con calidez de matrona, aunque en su interior oculte un corazón de escarcha, ese viejo corazón obcecado que se oye latir más fuerte en el silencio de la noche.
Enorme, desmesurada, excesiva para los espacios egoístas de las cocinas de hoy, ya se ha marchado de casi todas los hogares. Quizás se ha ido, como dicen que hacen los elefantes, a morir sola en un cementerio alejado, donde las máquinas elefantiásicas se ocultan pudorosamente de las miradas para partir de este mundo. En nuestra casa, sin embargo, sigue ocultando en su interior un invierno secreto, como un extravagante armario literario que guardara no sólo los paisajes helados de London, sino también las nieves eternas del Kilimanjaro, la nevisca de las novelas rusas que cae perpetuamente sobre estepas con lobos mientras en el interior hombres y mujeres preparan té en el samovar.
Nada me ha quedado de esa navidad blanca encerrada en una esfera de vidrio que estallaba en una fiesta de copos cada vez que la agitaba, excepto este artificioso invierno europeo que exhala bocanadas heladas aun en medio de los veranos ardientes de Buenos Aires. La maciza bolita blanca en que remata la manija de la Siam quizás aluda a aquellas tormentas de nieve que teníamos cautivas y que podíamos desatar a nuestro antojo sobre esos pinos también prisioneros de la infancia.
Mis padres se han marchado. Los padres de él también se han ido. Ninguno de ellos llegó a ver la cara adolescente de nuestra hija. Sin embargo la Siam, con su nombre de reino lejano, la refleja cada día en el hielo y le hace sentir un frío escenográfico en las mejillas. Cuando la industria nacional se lanzó a fabricar inviernos mecánicos ocultos dentro de enormes cajas blancas, el tiempo era muy lento y la muerte quedaba lejos. No se trataba sólo de una fantasía infantil: el propio corazón de la Siam estaba pensado para durar una eternidad pequeña a la medida del tiempo lentísimo de la niñez. Su solidez de madre blindada estimulaba nuestra fantasía de que existían cosas indestructibles, inmunes al paso del tiempo, motores que nos acompañarían toda la vida y que nos consolarían de la orfandad de la vejez confundiendo sus latidos con los nuestros en un piadoso remedo de útero para niños vencidos y nuevamente desdentados. Tan perfectamente ha sido concebida su eternidad a medida, que su porfiado invierno mecánico ha resultado más consecuente y regular que los propios inviernos naturales. Ni el calentamiento del planeta, ni los desmontes, ni los deshielos prematuros han logrado desvirtuar ese frío logrado con engranajes de tramoya teatral.
Su invierno de utilería me ha demostrado que nada es más real que aquello que no existe. ¿Dónde están los inviernos de la infancia sino prolijamente doblados en ese armario blanco? ¿Dónde ocurren los milagros navideños de Charles Dickens sino en el interior de la caja del congelador que alberga un invierno de juguete hecho a la medida de una casa de muñecas?
Como todas las personas distraídas que padecen de ese sonambulismo diurno que las hace arrastrarse por la casa como almas en pena olvidando el propósito con que abren los cajones, cruzan una puerta o se dirigen al dormitorio, yo también suelo guardar por equivocación en la heladera aquello que está destinado a otro sitio. Más de una vez he encontrado el estuche azul de los anteojos entre el verde de la lechuga o las llaves plateadas de las puertas de mi casa en el cajón de los limones dorados. ¿Pero me equivoco realmente o sólo obedezco al deseo no reconocido de congelar el tiempo como tienen posibilidad de hacerlo las fugaces imágenes de la televisión y del cine? Es que quizá no quiero dejar de ver la luz del día y que alguien le entregue las llaves de mi casa a un extraño que desaloje lo último que quede de mí en las habitaciones arrojándolo al tacho de basura. Atea practicante, no creo en la eternidad de ningún paraíso; sólo en la eternidad provisional de la Siam y su frío perpetuo que les confiere a las manzanas un tiempo de vida extra y que todavía fabrica para mí el mismo inviernito de mi infancia.
Mónica López Ocón



El Cervantes: donde anidan los duendes del oficio teatral
El semáforo nos detuvo con su rojo prepotente justo en la esquina de Córdoba y Libertad. El taxista escudriñó hacia su derecha, clavó la mirada y me dijo: “Vio, jefe, qué monumento. Si la gente se detuviera a ver esta joyita...”. Amurallado por una estructura tubular que anuncia su pronta restauración, el Teatro Nacional Cervantes se levanta, imponente, frente a la indiferencia de muchos. Suelen ser los turistas quienes agotan los destellos de sus cámaras para registrarlo.

María Guerrero y su esposo, Fernando Díaz de Mendoza, ya eran intérpretes consagrados en España cuando llegaron por primera vez a Buenos Aires en 1897. Se instalaron con un repertorio clásico en el ya desaparecido teatro Odeón e inmediatamente el público y la crítica laudaron a su favor. El reconocimiento hablaba de “admirable temperamento, vasta cultura artística, dicción impecable, gracia castellana y porte distinguido”.
Los Guerrero-Díaz de Mendoza recibieron un enorme cariño y algunos años después decidieron devolverlo de la mejor manera. Propiciaron la construcción de un teatro.
En 1918, la prensa dio cuenta de la novedad. Una sala de gran porte será levantada en la esquina de la avenida Córdoba y Libertad. La empresa no fue fácil pero el entusiasta matrimonio cautivó hasta el mismísimo rey de España, Alfonso XIII. Del Viejo Continente llegaron en barco muchos materiales para la construcción del nuevo coliseo. De Valencia, se transportaron azulejos y damascos; de Tarragona, las losetas rojas para el piso; de Ronda, las puertas de los palcos copiadas de una vieja sacristía; de Sevilla, las butacas, bargueños, espejos, bancos, rejas, herrajes y otros azulejos. De Lucena, vinieron candiles, lámparas y faroles. De Barcelona, fue enviada la pintura al fresco para el techo del teatro y de Madrid, los cortinados, tapices y el telón de boca, una verdadera obra de tapicería que tenía bordado en seda y oro el escudo de armas de la ciudad de Buenos Aires.
Por indicación de la Guerrero a los arquitectos Aranda y Repetto, a cargo del diseño y la ejecución de las obras, la fachada del edificio, de estilo renacentista, reprodujo el frente de la Universidad de Alcalá de Henares. Más de setecientos obreros y artistas intervinieron en la construcción del teatro, todos bajo la atenta mirada de la gran actriz.
Finalmente, el 5 de septiembre de 1921 se inauguró la sala en medio de una verdadera conmoción cultural y social. La primera obra, La dama boba de Lope de Vega, fue representada por María Guerrero, no podía ser de otra manera. Su sueño cobró forma y no fue una utopía inalcanzable. Ahí estaba el gran teatro que fue bautizado Cervantes. La propia Guerrero descartó la idea de algunos amigos y funcionarios para que la sala llevara su nombre.
Pero la alegría duró poco. Cinco años más tarde, en 1926, la sala soportaba un fuerte endeudamiento, agravado por el mal manejo administrativo de Fernando Díaz de Mendoza. El agobio económico marcó el camino hacia el remate del edificio en subasta pública. Fue un gran amigo del matrimonio, el dramaturgo Enrique García Velloso, quien intervino para evitar el final.
El presidente de la Nación, Marcelo Torcuato de Alvear, estaba vinculado afectivamente a la escena nacional, en especial a la lírica, a través de su esposa, Regina Pacini. El primer mandatario no dudó en dar forma al rescate del Cervantes. En 1924, un decreto presidencial dio vida al Conservatorio Nacional de Música y Declamación.
Un año después, la Comisión Nacional de Bellas Artes evaluó la posibilidad de que el Conservatorio cuente con una sala. El subdirector del Instituto era García Velloso y la necesidad de que esa sala fuera el Cervantes la fundamentó con una contundencia que evitó el menor de los debates. “Todos ustedes conocen esta soberbia casa de arte y todos están al tanto de las desventuras financieras que, desde antes de su terminación, pesaron sobre sus ilustres iniciadores y propietarios... El teatro Cervantes está perdido para ellos. De un momento a otro se producirá el crack definitivo, y pensando dolorosamente que el magnífico teatro pase a manos mercenarias, aconsejo al gobierno nacional su rápida adquisición y su entrega a la Comisión de Bellas Artes.”
Alvear obró en consecuencia y ordenó al Banco Nación la compra del teatro a María Guerrero. Así nació el Teatro Nacional Cervantes.
En 1933 se dispuso la creación de una nueva institución, la Comisión Nacional de Cultura que —a su vez— puso en marcha al Teatro Nacional de la Comedia, que pasó a funcionar en el Cervantes. Dos años más tarde, el director catalán, Antonio Cunill Cabanellas se hizo cargo de un ámbito que, bajo su conducción, dejó una marca imborrable en la historia del teatro argentino: La Comedia Nacional. Entre los primeros colaboradores de Cunill, se destacaron: José González Castillo, Enrique García Velloso y Leopoldo Marechal.
El debut de la Comedia se produjo el 24 de abril de 1936 con Locos de verano de Gregorio de Laferrere, con Luisa Vehil y Guillermo Battaglia, entre muchas otras figuras.
Paralelamente, Cunill fundó el Instituto Nacional de Estudios de Teatro, el museo, archivo y biblioteca que se instalaron en el teatro Cervantes y, además, dirigió los destinos del Conservatorio de Arte Dramático. La Comedia Nacional fue un ámbito propicio para nuevos autores e intérpretes, todos con el elevado nivel artístico reclamado por el gran director catalán.
En 1941, la Comisión Nacional de Cultura, estuvo a cargo del escritor Gustavo Martínez Zubiría, (cuyo seudónimo era Hugo Wast), un nacionalista ultramontano de ideas filo nazis. Se adujo cansancio y hasta se inventó el rumor de una enfermedad. Lo cierto es que, Antonio Cunill Cabanellas, renunció a la Comedia Nacional en el cenit de su prestigio, agobiado por las presiones y los controles autoritarios de Martínez Zubiría. Se sucedieron entonces varios directores que marcaron una etapa de altibajos producto de las presiones oficiales: Armando Discépolo, Elias Alippi y Enrique de Rosas. También, Claudio Martínez Paiva, Alberto Vacarezza y Pedro Aleandro, entre otros.
En 1954 la Comisión Nacional de Cultura, a cuyo frente estaba el poeta Cátulo Castillo, fue eliminada por decreto. En 1955, año de la caída del general Perón, no hubo temporada oficial. Un año más tarde, en la llamada Revolución Libertadora, se crea una nueva institución, la Comedia Argentina, que también se instaló en el teatro Cervantes. Fue su director Orestes Caviglia, quien retomó la senda fundacional de Cunill y estableció el dictado de diferentes cursos y creó un laboratorio-taller. El nuevo ámbito sirvió para que los elencos tuvieran un lugar de entrenamiento y actualización artística. El propio Caviglia definía los objetivos: “La Comedia Nacional Argentina será cauce de vocaciones, pero no instrumento de vanidades; por ello, se ha prescindido de las estrellas y se busca que el actor esté al servicio del teatro”.
Fue una década intensa donde desfilaron autores de la talla de Eichelbaum, Moliere —cuya obra Don Juan estuvo bajo la dirección de Jean Vilar con la Compañía de Teatro Popular de Francia—, Shakespeare, García Lorca y el joven Carlos Gorostiza, que estrenó El pan de la locura. En 1960, Armando Discépolo dirigió Locos de verano de Gregorio de Laferrere y Ernesto Bianco estrenó Hombre y superhombre de George Bernard Shaw. Fue el año en que renuncia Orestes Caviglia por una controversia con las autoridades nacionales de Cultura, que censuraron la presencia de la actriz Inda Ledesma a quien se acusó de ser “agente del comunismo”. La actitud maccartista del gobierno fue suficiente para Caviglia, quien se fue sin más vueltas. El nuevo director fue Narciso Ibáñez Menta, a quien se le encomendó una reestructuración del Teatro Nacional Cervantes. Ibáñez Menta creó un segundo elenco estable para realizar giras al interior del país.

El temido fuego
El 9 de junio de 1961, el teatro recibió a la compañía Theatre Française, encabezada por Jean Louis Barrault. A la mañana del día siguiente, un incendio terminó con el Cervantes. Los daños fueron enormes y las pérdidas se estimaron en más de cincuenta millones de pesos. La reconstrucción y remodelación tardó siete años. Paralelamente se construyó un edificio anexo de 17 pisos levantado sobre la avenida Córdoba. El Teatro Nacional Cervantes reabrió sus puertas en 1968 con un nuevo escenario de mayores dimensiones que el anterior. En 1997, el gran escenario logró su autarquía bajo la dirección de Osvaldo Dragún. Fue una reivindicación por la cual lucharon, durante años, los trabajadores de la cultura que bregaron por una Ley Nacional de Teatro, sancionada ese mismo año.
Hoy, en octubre de 2007, tras un año y medio de conflictos gremiales internos, un acuerdo sellado con la Secretaría de Cultura de la Nación permite avizorar la esperanza de su reapertura. En su momento, el maestro Juan Carlos Gené denunció que la sala y los elencos que aguardaban estrenar eran rehenes de un conflicto político. Ahora los elencos retomaron los ensayos y algunas actividades culturales hicieron sacudir la modorra al viejo complejo teatral. Como dijo el propio Gené, “el teatro va siendo cada vez más el único ámbito de reflexión sobre el hecho vivo... El teatro es aquí y en cualquier parte del mundo una celebración de la vida”. La vieja sala que impulsó María Guerrero ha vuelto a vivir.
Leonardo Busquet

Datos históricos extractados de la página web oficial del Teatro Nacional Cervantes.



Bachilleres 57
En octubre del 57 un pomelo con antenas llamado Sputnik comenzaba a girar alrededor de la tierra conmoviéndonos con sus bips e inaugurando la era espacial. Corbata, Maschio, Angelillo y Sívori daban cátedra en Lima y se adjudicaban el Campeonato Sudamericano de Fútbol. Un viejo café de la avenida Santa Fe —casi Callao—, bautizado Petit, vivía su auge de concurrencia elegante —Horacio Thedy, Landrú— y cobijaba a la moda joven: los petiteros. Nacía Tía Vicenta. Veníamos de dos horrores: la masacre de Plaza de Mayo el 16 de junio del 55 y la epidemia de poliomielitis al año siguiente.
En el año 57 del siglo pasado sucedían, como siempre, infinidad de hechos cotidianos que no tenían título de tapa en ningún periódico. Sólo aportaban a la vivencia personal.
En el Nacional de Flores, como apodábamos al Colegio Nacional Nº 9 Justo José de Urquiza, cuarenta y ocho muchachitos de 17 y 18 años nos recibíamos de bachilleres.
No teníamos idea, en esos morosos almanaques juveniles, de que la verdadera lucha por la vida no se producía después del fatídico saquen una hoja. La gran mayoría de nosotros no sobrellevaba otra responsabilidad que la buena contabilidad en el boletín de calificaciones. Sólo unos pocos sabían de obligaciones laborales.
Eran tiempos de saco y corbata —obligatorios—, donde los desbordes se pagaban con amonestaciones, y su exceso o el abuso de ausencias, con reincorporaciones de ardua gestión.
De autoridades que sabían manejar los límites. Y de limitados que tenían que entrar en caja so pena de quedar afuera.
De los nenes con los nenes y las nenas con las nenas, todavía faltaba mucho para colegios públicos mixtos.
En aquel noviembre de hace medio siglo salimos con el rollito del diploma a festejar por Flores. El bullicioso tumulto tuvo como extremo de conducta desbordada quitarle el trolley a un tranvía 5 ante la resignada protesta del guarda. O la búsqueda en tropel de las chicas del Fader en el pasaje La Porteña. Y los cantos y saltos en Plaza Flores.
Atrás había quedado la sacrificada vida de estudiantes atesorada, tanto más atesorada cuanto más obstáculos fue necesario sortear después.

El viernes 5, en Condarco y Bacacay, treinta y cinco de esos egresados, hoy nonos, volvimos a trasponer las puertas del colegio. Fuimos llegando cargados de expectativas. Ya no importaba el timbre que marcara la media falta. Algunos llevábamos cincuenta años de ausencia de complicidades. Cincuenta años de no pisar esas baldosas. Cincuenta años de frustraciones y logros no compartidos empujados a la separación por el impulso vital del crecimiento.
Fueron asomándose, más que llegando. A pesar de que recibieron una credencial con su nombre y su foto de aquel entonces, hubo que aportar imaginación, pelo a las calvas y color a las canas para el reconocimiento.
Reinó el ¿te acordás cuando..?. El ¿qué fue de..? respondido a veces con: es aquel que está allá. Y otras con un quedo falleció. El enterarse de que el gordito que era el bicho animador se suicidó a los veintitrés años. Las insaciables ganas de decir y de escuchar luego de una pausa demasiado larga.
Un severo jefe de celadores —hoy afable setentón— pasando lista y levantando tiernamente la mirada para descubrir nuevamente al nombrado sentado en un aula más chica: los años agrandan vientres y encogen los amplios patios de la memoria.
El orgullo de llevar la bandera de ceremonias cincuenta y dos años después de que la revolución del 55 diera eximición con cuatro postergando mi alto promedio como abanderado.
Las voces quebradas pero vibrantes entonando... los que lo son, / los que lo fueron antes, / los que por siempre llevan de estudiantes / para toda la vida el corazón.
Mario Bellocchio



Braian Medrano
Por olvido del libro indispensable no queda otra alternativa que mirar desde la ventanilla del 151 “los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa”, como dijera Juan de Mairena en su clase de retórica y poética, según inventiva de Machado en obra ídem; pero a poco de ver siempre a los mismos congéneres apresurados haciendo verónicas y otros pases taurinos a los no menos apurados miura-conductores detrás de un volante, uno se aburre de una igual lidia repetida hasta el cansancio y trata de descubrir algo más novedoso. Fue así como mi curiosidad me llevó a los nomencladores de las calles —una vez más y van...— ¿buscando qué? no sé, pero siempre algo aparece. No me equivoqué. Muchas cosas fueron ganando la luz, haciéndose visibles a mis ojos, en tan corto trayecto (desde Crámer y Crisólogo Larralde —nostalgiada Republiquetas guardada en el recuerdo—, hasta Bartolomé Mitre y Jerónimo Salguero, donde descendí). Y noté que había nuevas chapas azules: no siempre remplazando a las anteriores, como tendría que ser por una mínima cuestión de prolijidad, sino también adjuntadas, en no pocos casos, a las antiguas, enlozadas. Entonces, como si me pusiera el pie para hacer trastabillar mi lógica, irrumpe desde un costado Juan Antonio Cabrera. Abajo: altura del comienzo y fin de la numeración. Un poco más adelante el señor Cabrera pierde su segundo nombre: ahora sólo es Juan A. Cabrera; otro tramo más en el ómnibus de piso bajo y ahora el personaje homenajeado recupera el segundo nombre. (Despropósito parecido ocurre con Humberto I, en cuyas nuevas chapas se lee Humberto 1° o Humberto I°, aquí con cerito volado, ignorando que los nombres escritos con números “romanos” no lo llevan; y en el primer caso, es un dislate total, porque si Humberto va Primero, ¿quién es el segundo, y el tercero, y así sucesivamente?)
Pero volvamos al jurisconsulto cordobés que adhirió a la Revolución de Mayo, pues en su homenaje está dedicada esta calle. Que los vecinos la llamen Cabrera, a secas, está bien por una razón de cotidianidad, pues la calle es para ellos familiar, uno más de la casa, y que además del nombre anotado en el registro civil en su momento, posea otro, abreviado, para facilitar las cosas, pues nadie dice, tomemos por caso: “vivo en Capitán General Ramón Freyre”, “vivo en Doctor Enrique Del Valle Iberlucea”, “vivo en Saúl Aarón Salmún Feijóo”, simplemente se vive en Freire, en Iberlucea o en Feijóo. Y es así, pues para el habitante del barrio es como si se tratara de un vecino más. Pero lo que está mal es que los nomencladores no mantengan un criterio de uniformidad, como correspondería. Juan Antonio Cabrera, Juan A. Cabrera o un simple Cabrera sin nombre, despojado de dignidad, cargo o título como la de tantos otros que, al parecer y desde antiguo, para los munícipes nunca tuvieron más que un apellido: Daguerre, Osorio, Zelaya, Bulnes, Volta, Castro, Delgado, Lavalleja, Pringles, Lucero, Ramsay, Maure y así de corrido sobrepasando en mucho el número de cien. Ciertamente no sé a qué atribuir este criterio anárquico —tal vez sólo sea desidia, lo cual sería peor—, pero se repite en otras muchas calles del tejido urbano, sobre todo a partir de las ya no tan nuevas chapas, pues comenzaron a cambiarse hace más de un quindenio. Un amigo me relató en una especie de teatro leído, con mucho humor y no exento de lógica, una escena en el taller donde se imprimen las chapas:
“—Jefe —dice el obrero—, estas chapas son más cortas, son. No va a entrar el Antonio ese.... Y su superior, apenas un capataz, acaso un encargado, con las manos ocupadas en cosa más importante (como si ésta no lo fuera), contesta, sin mirar: —No te calentés. Ponele A, que igual se entiende”. Y el otro obedece, sólo atento a la hora en que debe dejar sus herramientas. Entonces me imagino la misma escena pero con la chapa azul de General Juan Gregorio de Las Heras, donde “no entra” Gregorio, y al sabelotodo de la solución rápida, quitando un apellido al que, en su empinada ignorancia, supone un nombre. Desde ya que del Gualberto —segundo nombre del general— no tiene ni la menor idea.
Cuando el ómnibus dobla por Medrano, hacia el sur, vuelvo a reparar en las calles a las que únicamente se la conocen por un apellido, como ésta por la cual me lleva el 151, y que por ignorancia de su nombre (seguramente también por su ningún interés en buscarlo en los libros —¿para qué, man?—), escuché que un adolescente posmo, movedizo, dicharachero —cédula de identidad de los 90—, gorrita con visera, zapatilla de primera marca e infaltable celular para teclear mensajitos de texto, la llamaba Braian Medrano (nada de Bryan), nombre en joda de un apelativo verdadero con el cual mencionan a esta avenida —tal vez por él rebautizada— entre los integrantes de su tribu urbana, y acaso alguno de sus aláteres hasta lo dé por legítimo, por simple e indubitable burrosidad enquistada. ¿Por qué no?
Sin embargo cierta vez algo se hizo con intenciones de corregir esta falta de los nombres de pila en algunas arterias de la ciudad. No sé bajo qué intendente —cargo de entonces— se procedió a devolverles el nombre que todos portamos desde el día de nuestro nacimiento; tal el caso, entre otros, de Tomás de Anchorena, precedido del título de doctor, y antes llamada Anchorena, a secas. A veces también se "recuperó" el apellido olvidado, ya que Loria pasó a llamarse Sánchez de Loria, si bien nunca le “devolvieron” el nombre: Mariano, y hubo quienes volvieron a lucir su investidura, aunque siguieron sin nombres: Virrey Liniers (antes Liniers), por ejemplo, pero sin el Santiago de. Como hemos podido ver en estos escasos ejemplos —escasos, para no abundar, pues hay cientos— siempre se procedió, como ya es tradición entre nosotros, faltando cinco para el peso.
A la altura de Medrano al 900 asoma Rauch, pero con el aditamento de “Pasaje” en su chapa (en su forma abreviada: Pje.), lo que resulta totalmente fuera de lugar, ya que en ninguna se pone el nombre calle, aunque bien es cierto también que hay muchas que anteponen al nombre, el de avenida, pero sólo en estos casos. Por otra parte, y en éste en particular, pues se lo ha puesto en la chapa, reiteramos que no corresponde, primero por lo que acabamos de anotar más arriba, y segundo porque si bien la palabra pasaje es para la RAE: “paso público entre dos calles, a veces cubierto”, Rauch, aunque apenas tenga cien metros en toda su extensión, no por eso deja de ser una calle. Si se prefiere, y me parece que es más correcto, podríamos llamarla cortada, en porteña lingua, ya que su entidad está mucho más cerca de lo que define como tal Diego Abad de Santillán en su Diccionario de argentinismos: “Dícese de la calle de trayectoria breve, resultante de parcelamientos irregulares antiguos”. Y en su entrada pasaje, la misma obra no registra entre las varias acepciones que define, ninguna relativa a este tema. Demás está decir mi plena coincidencia.
Ya próximo a su término mi breve recorrido, antes de llegar a Potosí aparece la cortada Inca —cortada, sí—. Su chapa no ha sido removida (todavía); la callecita se nombra a sí misma desde el azul original, ahora un tanto desleído, con que nació a la vida de las calles porteñas en noviembre de 1893, después de haberse llamado Segunda Cangallo. Aclaro que su nombre en verdad no me es grato, por más recordación indigenista que ella sea, ya que los incas, aun envueltos en el manto mítico de la prosopopeya que los entorna, fueron los imperialistas andinos que sometieron a otros pueblos aborígenes para cimentar su poderío. La falacia de socialista, que algunos les atribuyen, se debe a la obra más idealista que científica del arqueólogo francés Louis Baudin, que divaga teorías acerca de este tema en El imperio socialista de los incas.
De todos modos —y pese a lo anotado—, se la nombró en el siglo XIX, y acaso así deba perdurar. No olvidemos que muchas avenidas y calles perdieron sus nombres originales cuando algún político cercano al gobernante de turno y por ende conmilitón, le susurró a la oreja el apellido de otro espécimen de igual bandería política al que se podría homenajear; y adelante. En este caso el peligro sería mayor, ya que hablamos de una cortada, inferior en jerarquía catastral a lo que se supone es una calle, por lo que un cambio de nombre pasaría más inadvertido. Pero como dice mi amigo, tan proclive él a escenificaciones de la viva y caliente realidad, es mejor que vayamos poniendo punto final aquí, ya que no es cuestión de andar avivando giles.
Rubén Derlis



La plaza
En la reunión Nº 14 de la Comisión Todos por la Plaza de Boedo se trataron los siguientes temas:
Punto 1.- Se notifican las últimas acciones concretadas desde la última reunión. Ante la posibilidad de intrusión del predio se resolvió presentar una carta a la Jefatura de Gobierno y a la Secretaria de Seguridad que en sus párrafos más salientes señala: “Los vecinos de barrio de Boedo y, particularmente, los agrupados en la Comisión ‘Todos por la plaza de Boedo’ solicitamos, a través de la presente, urgente custodia del Predio [...], solicitamos la activación responsable de una guardia externa e interna del lugar para garantizar el correcto paso al GCABA del predio que se encuentra en trámite expropiatorio.”
También por este tema la Diputada Liliana Parada presentaría en la Legislatura un pedido de custodia que, a mas tardar, seria votado dentro de la semana en curso (primera quincena de octubre)
Se deja constancia que seguimos a la espera de la reunión con el Sr. Esteban Bellomo (Uso del Espacio Público), para dar cumplimiento a la ley de la ciudad en lo que respecta a la participación vecinal sobre la construcción del espacio publico. Adicionalmente, dadas las demoras en este tema, se contempla la posibilidad de adoptar otras vías para participar en la construcción de nuestro espacio.
Se redacta un borrador de una carta solicitando a las autoridades la participación de los vecinos en el diseño de la plaza con relato de nuestro trabajo previo como Comisión Vecinal y adicionando los muestreos barriales.
Comprobamos que el Expediente Nro. 23.258/07 se encuentra desde el 4 de septiembre del corriente año en la Dirección General de Bienes del GCABA, dicha dirección es la encargada de elaborar el convenio de expropiación para que sea firmado entre los actuales propietarios y el GCABA. Se nos notifica telefónicamente que en el transcurso del mes próximo (noviembre) se terminaran los trámites, quedando todo a la firma del Jefe de Gobierno.
Punto 2: aprobado el tríptico de difusión, los vecinos del Club Nueva Generación lo fotoduplicaron y se procedió a la distribución entre las instituciones.
Punto 3: proyecto Plaza, seguir pensando y afinando el tema de la construcción del espacio colectivo.
Punto 4: distribución de plantas y afichetas por la primavera. Se prepararon 100 plantitas el viernes 5 de octubre y fueron distribuidas con una tarjeta para los comercios más significativos del Barrio. La recepción de los comerciantes fue muy buena.
Punto 5: encuestas al Barrio. Miriam Rosso de la Escuela de Psicología Social, notifica que han continuado con las entrevistas. Hoy retiran los trípticos para las 50 entrevistas restantes.
Punto adicional: “Malnati, el ciudadano”. Llega a la comisión la propuesta de ser entrevistados. Se acuerda pautar con la producción el carácter de la nota.
Próxima reunión: será el día 31 de octubre a las 19hs en este mismo lugar, club GON, Pavón 3916, invitamos a los vecinos a participar en la reunión.
Patricia Roselló



La escalera mecánica
En los primeros días del mes en curso se ha presentado una nota, avalada por más de 800 firmas vecinales, al Dr. Eduardo Kutner, presidente de Subterráneos de Bs. As. En la misma se relata sucintamente el seguimiento vecinal al tema “escalera mecánica de la estación Boedo del subte E” cuyos detalles ha reflejado este periódico con amplitud. Trascribimos los párrafos más salientes de la nota:
[...] En su contestación a la Justicia, [...], Metrovías confirma haber aceptado la escalera en tiempo y forma y expresa la imposibilidad de su arreglo, debiendo realizarse, como solución definitiva, un cambio de la misma por otra nueva, sin indicar en ningún momento el tiempo que tardará en llevar a cabo ese cambio.
Los vecinos hemos buscado infructuosamente obtener una entrevista con la Empresa para conocer la fecha de solución al problema (N. de la R.: a este periódico también se le ha negado contestación al respecto). Ante su negativa y desconociendo por nuestra parte quien es el organismo municipal o nacional con autoridad para imponerle un plazo perentorio a Metrovías, nos dirigimos a Ud. a fin de solicitarle, implemente las acciones que puedan estar a su alcance para este logro.


Copias de esta nota fueron presentadas en mesa de entradas a los organismos que se detallan al pie. Sorprendentemente, uno de esos organismos, el Ente Unico Regulador de los Servicios Públicos de la Ciudad de Bs. As., desconoce que la Justicia dio por concluida su intervención —con la consecuente paralización— en la escalera mecánica de la estación Boedo del subte E y devolvió su manejo a la empresa Metrovías para la restitución al servicio público con su puesta en marcha. En efecto, cuando el grupo de vecinos presentó la nota de referencia en la sede del Ente, en la planta baja de Bartolomé Mitre 760, fue atendido por la señorita Alejandra, quien manifestó, sin alegar ignorancia, que el problema estaba en manos de la Justicia por un accidente..., etc., etc. Etapa ampliamente superada (abril del corriente año) en el proceso kafkiano de la escalera mecánica.
Es decir que quien se supone que debe vigilar el cumplimiento de las condiciones que dicta la concesión de un servicio público está menos informado que un grupo de voluntariosos vecinos que utilizan su tiempo para el seguimiento de las prestaciones incumplidas que debieran ser controlados por organismos del Estado —por lo que se ve— totalmente ineficientes al respecto.

Cc/. Ing. Miguel Ditamo, gerente de Control Patrimonial y Concesión de Subterráneos de Buenos Aires; Sr. Carlos Campolongo, presidente del Ente Unico Regulador de los Servicios Públicos de la Ciudad de Buenos Aires; Sra. Mónica Possidente, directora general de Coordinación Institucional y Comunitaria del Ministerio de Planeamiento y Obras Públicas del GCABA; Sres. Gerencia de Calidad y Prestación de Servicios de la Comisión Nacional de Regulación del Transporte; Lic. Eduardo Mondino, Defensor del Pueblo de la Nación y Sra. Alicia Pierini, Defensora del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires.
M. B.



Libro libre
Cobra forma la iniciativa de un grupo de vecinos de la Red de Cultura: con el objeto de lograr la libre circulación de libros —con la sola premisa de que tienen que ser devueltos a la comunidad cuando se ha finalizado su lectura— y en homenaje al compañero Athos Mariani, recientemente fallecido, el sábado 20 del corriente se pondrán en circulación los primeros ejemplares de esta original propuesta.
Los libros —producto de donaciones de los integrantes de la Red de Cultura de Boedo y otras conseguidas por su intermedio— serán abandonados en lugares cuya circulación pública garantice la adopción momentánea (bares y algunos lugares elegidos de la vía pública).
Cada ejemplar contará en su contratapa con un breve relato de los propósitos de este lanzamiento y las instrucciones para su recirculación una vez consumado el hecho de su lectura.
La Red de Cultura de Boedo invita a los demás vecinos a la adopción momentánea de los ejemplares.



Constitución
En la nave gigante, ahí exactamente me detuve a esperar, en la rumorosa nave de Constitución. La nave parece estar dentro de la estación, pero tal vez ella misma sea nave y entonces se asuma como totalidad mientras cubre el nido de los trenes que sabemos, desde hace un tiempo, se quema cada tantos días. Una nave dentro de Constitución o Constitución como nave, poco importa, estoy en Constitución, en la nave, en la noche.
Bolso al piso y a esperar contra la baranda. Vista al aire alto de la estación nave. Busco en el cielo y, como de costumbre, como en los cielos de otras naves, no encuentro a nadie.
Personas, gente, semejantes, ellos, en grupos o en filas. Filas encajonadas por las barandas de las escaleras que permiten el ascenso desde el simulacro subterráneo, desde el allá en el fondo de nuestra tierra Buenos Aires. Superadas las escaleras, las filas se abren, se dispersan como si de Big Bang en patio de escuela se tratara, un patio sin mástil y siempre tan inmenso en la memoria. Desde el gran patio de escuela sito en la nave, desde ahí la estación aguanta la parada bajo el cielo en el que busco y no encuentro a nadie. Las filas de las personas, bombeadas por el oleaje de los subtes y los colectivos sobre la plaza, se dispersan para volverse a encontrar frente a los cajones por donde se accede a los andenes del ferrocarril. El Big Bang se comprime, un posible final para universos cansados, decadentes, tristes.
No todas las personas se mueven en grupos o filas o se dispersan y luego se juntan, algunas esperan en soledad, en la contención de una baldosa. Podría anotar en trazo simple que esperan el timbre que marca el final de los recreos en el patio de la escuela, y recreo podría ser a la hora de ver tanto rostro cansado, pero no, no es el recreo; ellos esperan, aguardan la señal para continuar con la vida y el tiempo. Es muy posible que esperen otro cansancio, que acompañe el silencio en los vagones; aguardan bajo el cielo esperando algo distinto, como tantos y como en tantos lugares de la ciudad, pero se ve distinto, se lo percibe de otra manera bajo el cielo deshabitado de la nave Constitución.
Espero apoyado contra la baranda, y como en todo esperar, a veces, la ensoñación aparece y entonces se espera con la sortija de la calesita en la mano. Si todo pudiera cambiar, si se pudiera fundar una historia, la historia otra que pueda refundar la expresión de la cara y de las ganas. En cada espera es necesario soñar con la refundación de la vida porque tanto es lo que falta vivir. En Constitución, contra la baranda, pienso en que no está bien dejar los viajes en tren para mañana, será porque nada más espero contra la baranda, porque quisiera llevar el título de adelantado refundador de mi río interno: Volver a mi río caminando entre mis patrias internas, como clara y simple expresión (¿exageradamente positiva?, tal vez) de deseo. Pienso en los que todavía están vivos, y no es prueba de vida afirmar: Yo no tengo tumba; la prueba está en hacerse cargo todos los días.
Muchas personas que caminan por la nave acarrean paquetes de distintas dimensiones. La culpa asalta mi baranda, ellos a sus paquetes, yo a mi bolso. No alcanzo a imaginar contenidos; formas extrañas, misterios envueltos en papel de diario, enfundados en bolsas plásticas sin marca. La objetiva aparición de mitológicos equecos circulando secretos en la estación, antes de los trenes, y después de las escaleras y la plaza, agrega a la noche un ingrediente fantástico para disfrute y culpa de quien juega a las lecturas y las escrituras, uno de esos tipos capaces de ver centauros a la hora de los cartoneros en la calles.
Desde mi baranda miro el universo cercano, reparo en detalles mientras aguardo por la vida, una vida que nunca imaginé relacionada con el tren del sur; sí supe, desde el principio, que mi vida estaba relacionada al tren, pero en el oeste, por la casita paterna frente a las vías del ferrocarril Urquiza, en la cercanías de Martín Coronado. Y como todo observador que tiene tiempo y gusta de aplicarse a los momentos álgidos que puede lograr la mirada, dejé las presencias destacadas bajo el cielo de Constitución para cuando el ambiente tuviera cuerpo y sus coordenadas ya estuvieran trazadas sobre el papel.
La policía inunda la nave, pero no son los únicos, la estación también está siendo habitada por cantidad de cartoneros con sus carritos completos con la compra de la noche. Falta una hora para la medianoche cuando en el cielo de Constitución no hay ni estrellas.
Los policías se agrupan en el patio o caminan en yunta. Paso seguro, ellos convencidos del papel que juegan sobre el paño verde de los días, ellos armados, enchalecados, llenos de utensilios colgantes, acariciados con protectores que se cierran con cueros y hebillas; ellos triunfantes mientras caminan como lo hacen los superhéroes urbanos de las películas norteamericanas (Hollywood llegó más lejos que la escuela primaria). Que nunca te falte una automática al cinto porque sólo así podrás ser alguien, sí, ése, el que nació para llevar un fierro a la cintura y caminar por cualquier lugar como si recién hubiese vuelto de voltear amarillos en Vietnam. Me quedé más tranquilo cuando calculé la cantidad de metros que felizmente me separaba del nido de los buenos.
Dos pibes, de no más de diez años, se desprenden del grupo de cartoneros. Llevan un termo, van a buscar agua para el mate. Hablan, se ríen como pibes, porque son pibes, que vienen de caminar la ciudad y que juegan a matar el tiempo mientras esperan que salga el tren que se lleva a la gente como ellos, porque otro es el tren y otra la suerte.
Nunca supe calcular cantidades, ¿cuánta gente habría alrededor de los carritos?, no sé, pero ahí estaban: esperando. Parados, reunidos, juntos los carritos, ellos esperando como tantos. Están siendo observados, a la pasada, por los norteamericanos, porque los soldaditos azules no están para pegarles a los cartoneros, hoy están para pegarle, si es que alguien se atreve, a quien quiera hacer realidad la amenaza de disturbio y rotura de los trenes del Roca. El buen norteamericano siempre debe estar atento a todo, y un pobre es un pobre en cualquier lugar de la globalización exitosa del globólogo.
Los carritos están llenos y estacionados frente a una de las puertas que llevan al andén establecido como distinto para esa hora de la noche. Gente charlando, mirando hacia todos lados, apoyados en los carritos, sentados en el piso, tomando mate, otra vez: esperando. Entre ellos se mueve un personaje que no tiene carrito ni aspecto de haber caminado las calles, vestido con musculosa limpia y bien ajustada a sus músculos, pantalón claro ajustado, también con andar de norteamericano de las películas, pero no de superhéroe, sino con ese andar que practica aquel que se sabe distinto, porque es él quien da las órdenes y deviene como centro del miedo. Reloj grande sobre la muñeca, devuelve el saludo sólo a algunos elegidos mientras tantos son los que lo ofrendan, por el miedo o por la conveniencia dentro del negocio o de la religión que el simple mortal necesita adoptar en este, su momento sobre la vida. La orden fue dada y el grupo, los carritos, la ronda del híper, se mueve hacia el andén. En el piso quedan botellas vacías, de pie y en soledad, así el destino de las botellas sobre este patio inmenso, bajo el cielo desértico de Constitución.
Llegó la hora de caminar hacia mi tren, mi espera había terminado, la señal para la posible refundación de mi vida había hecho su entrada en la estación. Caminé por el andén y observé el tren detenido. Parecía un gusano de cien ruedas muerto, parecía velorio, la luz escasa y un toque de niebla hacían lo posible para liberar los contornos del muelle. Noté que en los primeros vagones la noche era más intensa adentro que afuera; media hora antes de la medianoche y en sus interiores el tren ya exhibía cantidad de fantasmas, como se sabe, por siempre asociados a las comodidades de la oscuridad. No sé quién hace la cuenta y procede, pero lo cierto es que los pasajeros de la clase turista deben buscar su asiento en la oscuridad, no hay intención ni para un foco de 40 mugrientos watts. Sí había una luz mortecina en los coches pullman. Había algunos policías sobre el andén, un empleado del ferrocarril cortaba boletos y permitía el acceso al vagón. Este señor parecía salido de una vieja película de terror, una de esas en donde se sabía que el mal viajaba en el tren. El vagón parecía haber quedado detenido en el tiempo, todo venía desde el pasado, los tapizados, los colores, la pintura, y las ventanillas especialmente acondicionadas para que nadie pueda ver el paisaje. El tiempo había hecho lo suyo, acomodó impactos y rajaduras sobre el vidrio grueso e inmóvil, y la mugre parecía haberse ganado por las rajaduras y habitado el vidrio, mugre viva como si fuera enfermedad, para impedir la mirada. De esta manera viajé, por primera vez en mi vida, hasta la ciudad de Mar del Plata.
Antes de caminar hacia el tren y de dejar atrás la baranda, miré por última vez hacia el cielo de la nave donde no hay nadie, y entonces me dije, como si yo, la baranda o mi lugar estuviéramos hechos del mismo material que el cielo: Están todos en esta tierra.
Edgardo Lois




Premios Cultura Nación
A partir del 26 de abril del corriente año la Secretaría de Cultura de la Nación instituyó los premios Cultura Nación con la finalidad de distinguir anualmente a las personalidades e instituciones que se hubieran destacado por su aporte a la cultura.
Esta primera entrega se realizó el martes 2 del corriente en el teatro Alvear, donde recibieron su distinción ante una nutrida concurrencia Luis Benedit, Juan Cedrón, Juan Carlos Distéfano, Miguel Angel Estrella, Eduardo Falú, León Ferrari, Gerardo Gandini, María Juana Heras Velasco, Gyula Kosice, Raúl Lozza, Luis Felipe Noé, Suma Paz, Rogelio Polesello, Leopoldo Presas, Horacio Salgán, Pía Sebastiani, Mercedes Sosa, Ljerko Spiller, Atilio Stampone y Clorindo Testa.
El “Tata” Cedrón recibió, emocionado, la estatuilla cuyo diseño donó Antonio Seguí.
Mérito del amigo que logra esta distinción, prestigiada, aún más, por las virtudes del destacado grupo de premiados. Felicitaciones.



POEMA
Jardín botánico

Cuando el portón se cierra
huyen los camalotes
de los pies verdes de Afrodita
y cae en la corteza del eucalipto
sobre nuestro celo juntador de especies,
didáctico,
sabrosamente inútil.

Los árboles entonces
dejan, con la soledad, su bonanza
y un temblor salvaje
restituye
a la magnificencia de sus países,
a su hermosura primitiva.

Señores de misterio,
príncipes
en recintos donde el hombre no cabe.

Juan García Gayo



EDITORIAL
Estamos del tomate
—¡La maté! ¡La planché! ¡No se me pudo ocurrir nada mejor!
—¿Qué hiciste?
—Un regalo de cumpleaños a mi mujer que la volvió loca...
—¿Una joya? ¿Ropa de marca?
—¡Nooo! ¡Mucho más impactante!: dos kilos de tomates.
El diálogo, ficticio, bien podría haber sido posible entre amigos, café mediante. Es que el redondo fruto colorado ha pasado a ser la estrella rutilante de la verdulería llevado por las adversidades climáticas y no pocas especulaciones de quienes siempre esperan agazapados la oportunidad de hacer su agosto (su septiembre y su octubre).
La verdulería, a esta altura del año –heladas y hasta nevada mediante–, ha cruzado el límite social alimentario: pasó de ser el amparo de las clases con menores recursos al lujo ostentoso de los más pudientes.
La pregunta constante a los vendedores del rubro, realizada con respecto a la lechuga en su momento de ¿gloria?, o al tomate en este machucado presente es: ¿por qué traen mercadería a ese precio? Y la invariable contestación es: porque me la piden los clientes.
Confieso que nunca presencié la compra en cantidad normal de esos encarecidos productos. A lo sumo un modesto “deme dos tomatitos”. De todos modos, los porteños particularmente, no nos hemos caracterizado nunca por conductas solidarias ante las subas estacionales o especulativas.
¿Recuerda no hace mucho cuando el kiwi cotizaba en la Bolsa? Pues bien, en este momento vale cuatro veces menos que nuestra pulposa estrella.
¿Tendrá algo que ver que por los precios siderales a que había llegado no lo compraba casi nadie?
¿Quién podría imaginar que los supermercadistas chinos –especialistas en el regateo mayorista– unificarían el criterio de no comprar tomates hasta la regularización de su precio por considerarlo abusivo?
Porque, sépase, hay un enorme colchón entre lo que se le paga al productor y la distribución. Y si no se vende, la verdura no se puede almacenar por mucho tiempo.
En Italia, hace poco más de un mes, el aumento del precio de la pasta generó una jornada entera de huelga de compradores. Y la pasta bajó.
Y estoy hablando de “tanos” y fideos, que si no son sinónimos poco falta.
Aquí nosotros parece que descubrimos al tomate como alimento imprescindible cuya ausencia de nuestra dieta resulta intolerable.
Mientras tanto, nuestra benemérita prensa masmediática, siempre proclive al escándalo –aunque sólo sea de verdulería–, sigue fogoneando el disconformismo sin dedicarle una sola línea a las alternativas o a las conductas ciudadanas de rebeldía que le bajen el copete a la especulación.
Mario Bellocchio



CULTURA GRATUITA

Programa Semana Manzi - 1907 - 2007 - a 100 años de su nacimiento
Organizado por la Red de Cultura Boedo (auspicia Secretaría de Cultura de la Nación)

Martes 30 - 19.30: - Club Gon, Pavón 3918
Lectura de poemas de Homero Manzi con micrófono abierto
Jueves 1° - 18.30: - Bar Esquina Homero Manzi, San Juan y Boedo - Charla sobre Homero por Norberto Galasso y personalidades en el marco del Programa Café Cultura Nación.
19.45: número músical a cargo de la Orquesta Típica El Afronte.
Jueves 1° - 21: Mutual Homero Manzi - Ciclo de Cine - Av. Belgrano 3540. Proyección del documental “Homero Manzi” sobre la vida del poeta y militante de la cultura popular, producido por la Sec. de Cultura de la Nación para el ciclo D.N.I.
Viernes 2 - 19.30: Baires Popular en la Balear / Ciclo de Cine. Colombres 841 . El último payador (1950), guión y dirección de Homero Manzi. Protagonizada por Hugo del Carril.
Sábado 3 a partir de las 10:30 y hasta las 16: Asamblea de Boedo y Red de Cultura en Boedo y San Ignacio con la presencia de Lidia Borda y Ariel Ardit Radio abierta / Clase de tango / Micrófono abierto para que cantes un Manzi / Actividades
Sábado 3 a las 17: Baires Popular en la Esquina Osvaldo Pugliese de Boedo y Carlos Calvo. Charla sobre Homero Manzi y espectáculo musical.

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LA ORUGA

Queremos recuperar el espacio público como espacio de lucha, memoria y resistencia, caminando junto con todos los vecinos y vecinas. Biblioteca pública de La Oruga: todos los sábados de 16 a 19 hs en la plaza de México y Jujuy.
E-mail: laorugacolectivoautonomo@yahoo.com.ar Página web: www.laorugaweb.com.ar

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DE JULIO A DICIEMBRE

CICLO DE CINE GRATUITO EN “LA BALEAR”
EL PRIMER VIERNES DE CADA MES A LAS 19.30.
En Colombres 841 -
Presentan: BAIRES POPULAR - CASA BALEAR DE BS. AS. - CGP COMUNAL 5

2 DE NOVIEMBRE: El último payador (1950), guión y dirección de Homero Manzi. Homenaje en el centenario de su natalicio. Protagonizada por Hugo del Carril. Cortometraje: Un país en la mochila. Mallorca. Documental sobre la mayor de las Islas Baleares.


7 DE DICIEMBRE: Historias mínimas (2002), Dir. Carlos Sorín, 2002. Cortometraje: Un país en la mochila. Menorca.

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FERIA DEL COMERCIO JUSTO.
Parroquia Santa Cruz. Somos un grupo de productores/as que ofrecemos nuestros productos a un precio justo, creando conciencia para que cada vez seamos más los “Consumidores Responsables”. Las ferias que organizamos los segundos sábado de mes, fortalecen nuestro proyecto de “Comercialización Comunitaria”. 13 de octubre de 16 a 20 hs. en EEUU 3180. Para más información, vía mail comerciojustosantacruz@yahoo.com.ar
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ESPACIO CULTURAL “JULIAN CENTEYA”
Av. San Juan 3255.
Todos los miércoles y jueves a las 19 hs. CINE -
Entrada libre y gratuita.

Continúan las proyecciones en pantalla gigante y con excelente calidad de imagen y sonido. En octubre ofrecemos una retrospectiva del cine de los años 80s.

Miércoles 17: Blow Out, El sonido de la muerte (Brian de Palma, 1981, 107m.). Con John Travolta, Nancy Allen y John Lithgow.
Jueves 18: Un rostro sin pasado (Walter Hill, 1989, 94m.). Con Mickey Rourke, Morgan Freeman, Forest Whitaker y L. Henriksen.
Miércoles 24: Gloria (John Cassavettes, 1980, 121m.).G.Rowlands.
Jueves 25: Mad Max 2 (George Miller, 1981, 94m.). Mel Gibson.
Miércoles 31: Gallipoli (Peter Weir, 1981, 110m.). Mel Gibson.
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JORNADA DE HISTORIA DE ALMAGRO
3 de noviembre de 2007
Auspiciada por el Min. de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires. La Junta de Estudios Históricos de Almagro organiza una Jornada de Historia del barrio que se desarrollará en la Fundación Gutenberg, Belgrano 4299, con el objetivo fundamental de fomentar la investigación y producción de la historia barrial.
Más informes: Tel: 4 982-5032 y/o almagro-jornada2007@hotmail.com
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C.I.M.U. Club Itinerante de Música Urbana
CARTELERA OCTUBRE de 2007.
AUSPICIA gobBsAs - Min. de Cultura - CGP P. Chacabuco
NO SE COBRA ENTRADA NI DERECHO DE ESPECTÁCULO


SAN TELMO - PRIMO HUMBERTO (Humberto I 473. 4 300-8621)
Viernes 21:30 Hs
12/10/07 Tavo Santo (voz) Javier Bagalá (guitarra) / JAZZ
19/10/07 Porotos con Rienda / JAZZ
26/10/07 Eduardo Hernández / BOSSA NOVA & SAMBA
Sábados 21:30 Hs
13/10/07 Claudia María (voz) Mariano Insaurgat (guitarra) / BOSSA NOVA & SAMBA
20/10/07 Tamara Stegmayer (voz) Marcelo Hernández (guit) / JAZZ
27/10/07 Mauro Vicino (guit) Emiliano González (guit) / JAZZ
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LA DIR. GRAL. DE PATRIMONIO, DE LA SUBS. DE PATRIMONIO CULTURAL,
MIN. DE CULTURA (GCABA) CONVOCA A PARTICIPAR DE SU EMPRENDIMIENTO
LOS BARRIOS PORTEÑOS ABREN SUS PUERTAS
PARA DESCUBRIR Y VALORAR EL PATRIMONIO DE LOS BARRIOS

JUEVES 25 DE OCTUBRE - COMUNA 10
10:00 hs. CAFÉ OLIMPO. CAFÉ NOTABLE DE LA C. DE BS AS Encuentro: Arregui 5794 (e Irigoyen). Coordina: Horacio Spinetto
12:00 hs. BAR BOLOGNA. CHARLA MUSICAL Encuentro: Segurola y Av. Alvarez Jonte. Coordina: Mario Valdéz
16:30 hs. CAFÉ ARAGON. CAFÉ NOTABLE DE LA C. DE BS AS Encuentro: Donizetti y Av. Rivadavia. Coordina: Horacio Spinetto
18:00 hs. CLASE ABIERTA Y EXPOSICIÓN. Tallas en madera de Blas Petrone. Encuentro: Escuela Cnel. Rosales, Mercedes 1405 - Floresta. Coordina: Blas Petrone

VIERNES 26 DE OCTUBRE - COMUNA 15
9:00 hs. BARRIO PARQUE LOS ANDES. Encuentro: Leiva 4209 - Chacarita. Coordina: Comisión de Cultura Barrio Parque Los Andes
10:00 hs. RECORRIDO PATRIMONIAL POR VILLA CRESPO Encuentro: Drago y Av. Corrientes (Monumento a O. Pugliese) Villa Crespo. Coordina: Hugo Tornese
10:30 hs. MUSEO ANCONETANI DEL ACORDEÓN. Encuentro: Guevara 478 - Chacarita. Coordina: Familia Anconetani
11:00 hs. CLUB EL TRÉBOL. DIÁLOGO CON PEDRO GAETA Encuentro: Gándara 2840. Coord: Pedro Gaeta y Horacio Spinetto
13:00 hs. CANTINA DON CHICHO. Encuentro: Plaza y Zárraga Villa Ortúzar. Coordina: Coti y Vicente Pace
16:30 hs. TALLER DE PLASTICA de EUGENIA BEKERIS. Encuentro: Tinogasta 2502 PB Dto. 2. Coord: Eugenia Bekeris y Mabel Roelants
Cupos Limitados. Inscripción previa desde el 16 al 23 de octubre. Personalmente en Av. de Mayo 575, 5º 503 de 9:00 a 15:00 hs. Tel. al 4 323-9400 int. 2756 de 9:00 a 15:00 hs.

VISITAS PERMANENTES. Sin inscripción previa
AGRONOMÍA: Último sábado de cada mes en Tinogasta y Av. San Martín. 10:00 hs. Coordina: Mabel Roelants
PARQUE CHAS: Último sábado de cada mes en Av. de los Incas y Av. Triunvirato. 11:00 hs. Coordina: Magdalena Eggers
CABALLITO: Último domingo de c/mes en Pque Rivadavia junto al monumento a Bolívar. 16hs. Coord: M. Bussio y H. Núñez Castro.
SAN NICOLÁS - UNIONE E BENEVOLENZA: Útimos miércoles de cada mes en J .D.Perón 1362. 17hs. Confirmar visita al 4 383-8890. Coordina: María E. Paiella.
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CINE DE BARRIO EN PANTALLA GIGANTE CINE GRATUITO -
Sábado 13/10 18.30 hs - BOEDO 830
Centro Cultural y Social EL SURCO

A elección en el momento
* UN OSO ROJO (con Julio Chavez)
* LA SEÑAL (de Ricardo Darín)
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CICLO DE CINE DOCUMENTAL Y POLITICO
ASOCIACION MUTUAL HOMERO MANZI -
Todos los jueves a las 20

18 de octubre: PULKI (Un instante en la patria de la felicidad) Dir. : Alejandro Fernández (2007) 85 min.
25 de octubre: CANDOMBE (Tambores de libertad) Dir.: C. P. Vilaró, H. Balut y S. Jacobi. (2000) 54 min.
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Universidad Tecnológica Nacional,
conciertos con ENTRADA LIBRE Y GRATUITA:

ORQ. DE TANGO de la Ciudad de Bs. As. El 17 de octubre a las 19 en el AULA MAGNA - Medrano 951 Director Musical: Alberto García Villafañe Cantante Invitada: CECILIA AIMEE

JAZZ CON EL HOT CLUB DE BOEDO El 19 de octubre a las 20 en el HALL CENTRAL del CAMPUS Mozart 2300 Waldo Fonseca: guitarra y dirección. Heldo Fonseca: clarinete. Martín López Goitía: guitarra. Julián Pierángeli: contrabajo

ENCUENTRO CORAL Y CAMERATA FRBA-UTN El 26 de octubre a las 20.30. AULA MAGNA - Medrano 951 Coro Metacanto - Coro del Club Náutico San Isidro - Coro y Camerata de la Facultad Regional Bs. As. UTN

Secretaría de Cultura y Extensión Universitaria. Area Cultura Rosa Ana Campo. Medrano 951-2º piso of. -206 Tel.: 4 867-7601. Email: cultura@sceu.frba.utn.edu.ar