10.11.06



Nº 58
Noviembre de 2006


Sumario:
*Centenario: día cero. Comienzan las celebraciones del centenario del natalicio de Homero Manzi. Por Mario Bellocchio
*Hace 5 años. A cinco años de la aparición de DESDE BOEDO
*La plaza. Ultimas instancias. Se cierra el proceso por la plaza para Boedo en la audiencia pública del lunes 13 en la Legislatura.
*Cine al aire libre en Boedo y San Ignacio.
* Callejeando historia: Homero Manzi, una geografía, por Diego Ruiz.
*Casuarinas, la unión vecinal ante un despropósito, por Horacio Cafferata.
* En sepia (Una manera de anotar en días nublados). Instantáneas, pequeños fragmentos de vida a veces inobservados. Anticipo del libro de Calixto Ribas.
*Para una nostalgia futura. ¿Recuerda? ¿anticipa? Mónica López Ocón.
*Seguridad, zonas, intimidades, por Carlos Penelas.
*En la periferia del barrio el Oratorio María Mazzarello cumple 75 años. Una descendiente de los antiguos pobladores cuenta la historia: Noemí Oneto.
*Manzi-Cedrón: entre puentes y chirolas de adentro. Edgardo Lois testigo de un encuentro artístico: Homero Manzi - Tata Cedrón. Las obras inéditas del Gran Homero, su hijo Acho, el Tata y el parto feliz.
*Poema: Como todo el mundo de Jorgelina Jusid


El 1º de noviembre se cumplieron 99 años del natalicio de Homero Manzi

Centenario: día cero

“Tras un verde ventanal, junto al mismo algarrobal, conocí la luz del día”, diría el propio Homero –ya en sus últimos años– describiendo la Añatuya natal, perdida en el monte santiagueño. 1907 señala la partida de un trazado que dejó profunda huella en Boedo.

Se inicia el año del centenario y con él comienza un rosario de actividades conmemorativas en homenaje a Homero. Los barrios de tango tendrán luna y misterio sin adioses –los poetas viven en sus versos–, con la inevitable nostalgia de los ausentes y las ausencias... Sin lágrimas, con el regocijo y el regodeo de disfrutar la herencia eterna, ingastable, armoniosa, de la incomparable pintura manziana. Su espatulado preciso. Pocas palabras bastan: paredón y después... cielo perdido... Una escueta frase: arena que la vida se llevó... Un punto cardinal: Sur... Y el Sur le rinde culto, simplemente porque él le rindió culto al Sur, como nadie.
Yo no sé si se sentó en el Canadian a trazarnos la historia barrial. Honestamente no sé ni me importa dónde lo hizo. Pero ese mundo de inmenso techo, todo el cielo, quedó atrapado para siempre cuando su lapicera derramó en vivoreo de azul... San Juan y Boedo antigua*.
Antigua, sí, una avenida que todavía no era barrio. Boedo era algo así como un paso pesado que diera Puente Alsina para llegar al centro, como también el tránsito obligado de las gentes del centro cuando querían acercar el alma hasta el Riachuelo..., confesaría el propio Manzi hablando de la mención.
Cuando metió al corazón de Boedo en la primera frase de su obra cumbre –San Juan y Boedo antigua–, se metió a Boedo en el corazón. Y se dio el lujo, además, de tejer paradojas: un quemero de alma, entrañablemente unido al alma cuerva.
Los sueños muertos del barrio que ha cambiado reviven, se reencarnan en su poesía. Las cosas que han pasado lo incluyen en su inventario del que emerge como una puntilla de bordado luminoso.
Tres años antes de su partida –¡qué prematura, a los cuarenta y cuatro!– nos dejó la herencia dedicada. En aquella primera versión, corregida para adecuarla a la música de Troilo, decía: Sur.../ Un pincel de emoción/ al pintar tu telón de arrabal/ me hace ver el portón/ y el buzón y el farol/ y me duele otra vez/el ayer que se fue de tu ayer/ por afán de volar,/ para al fin retornar sin querer.
San Juan y Boedo antigua, cielo perdido, sólo extraviado como gozoso presente, vigente como recuerdo. Está allí. Y Manzi en él. Rescatando el tiempo del tiempo aquel. Y su nombre flotando en el adiós .
Mario Bellocchio

* “Boedo antigua”, así se menciona en “Sur, barrio de tango”, Homero Manzi, Selección de Acho Manzi, Corregidor, 2000.


Cine al aire libre en Boedo y San Ignacio

Baires Popular, Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken y CGP Comunal 5 iniciaron con éxito la presentación de “Cine en la Cortada”.
El ciclo de proyecciones cinematográficas al aire libre comenzó, con singular suceso, los viernes de octubre a las ocho de la noche. Durante esas jornadas se proyectaron filmes que vincularon al cine con el fútbol. A los largometrajes se añadieron algunas circunstancias fuera de programación que jerarquizaron el espectáculo como fue la presencia ante la proyección de “El centroforward murió al amanecer” de la Sra. Didí Carli, protagonista, junto a Luis Medina Castro, de la citada película. Párrafo aparte para la multitudinaria recepción que se dio a la previa de “El crack”, donde la proyección de un cortometraje sobre el “Viejo gasómetro” reunió gran cantidad de asistentes.
El mes de noviembre, dedicado a las primeras producciones de nuestros directores contemporáneos nos promete películas recientes producto de los talentosos jóvenes realizadores.
OPERAS PRIMA
(Viernes de noviembre a las 20)
Viernes 3: Un día de suerte (2002). Protagonizada por Valentina Bassi, Lola Berthet e importante elenco. Dir.: Sandra Gugliotta. Viernes 10: Sólo por hoy (2000). Mariano Martínez y elenco. Dir.: Ariel Rotter Viernes 17: El descanso (2001). Juan Ignacio Machado y elenco. Dir.: R. Moreno, U. Rosell y A. Tambornino. Viernes 24: Herencia (2001). Rita Cortese, Martín Adjemián y elenco. Dir.: Paula Hernández.
LA ENTRADA ES LIBRE Y GRATUITA


La plaza en sus últimas instancias

El próximo lunes 13, en la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la plaza para Boedo recorrerá los últimos pasos que el mecanismo de doble lectura le impone: la audiencia pública permitirá que quienes tengan algo que decir sobre el tema puedan expresarlo en la sala. Ya sobre el cierre de esta edición recibimos la información de que un grupo –supuestamente comprador del predio– perteneciente a una iglesia evangélica va a exponer sobre sus derechos. Las instituciones y vecinos que sostienen una larga lucha en defensa de lo conquistado con tanto esfuerzo han tomado en cuenta el nuevo e imprevisto desafío.
Los presuntos compradores de buena fe –si es que son compradores, si es que pueden probar buena fe– serán indemnizados con el importe de la expropiación y tendrán la oportunidad de continuar su negocio místico en el lugar que ¿necesite? su misticismo. En Boedo pretendemos cobrar en verde –no en “verdes”– la deuda que la ciudad tiene con sus vecinos: un espacio para todos, sin que haya que presentar carnet de culto, secta o institución alguna.
M. B.


Callejeando historia
Homero Manzi, una geografía

Hace un par de números este cronista callejero abandonaba el tono impersonal, declarando que era la única y última vez, para referirse a Cátulo Castillo. Y aclaraba que no podía hacerlo de otro modo porque Cátulo estaba en los recuerdos de su infancia, tanto como hombre como en la calle que hoy lo recuerda. En el caso de Homero –porque a pesar de existir otros, como el griego de la Odisea, como Expósito o tantos otros, cuando un porteño dice simplemente “Homero” lo está nombrando a Manzi– el cronista no puede invocar vivencias personales porque aunque éste también fue amigo de su padre (los amigos del viejo fueron en realidad mentores, casi una generación mayores como Jauretche, Hernández Arregui o los nombrados), no llegó a conocerlo. Pero tampoco quiere caer en la nota biográfica o en algún hecho fundamental de su vida, como lo hizo con Abraham Luppi, con Danel o Betinoti..., bastante y superior han ya escrito Luis Alén Lascano, José Barcia, Julián Centeya, Aníbal Ford, Horacio Salas, Alberto Di Nardo y el propio Acho Manzi.
En realidad el cronista estaría tentado de estudiar a Manzi como a un país –de ahí el extraño título– según propone hacerlo Adán Buenosayres con el pesado Rivera, pero no se le escapa la vena paródica de Leopoldo Marechal y no sería esa su intención, sino resaltar la enorme latitud de Homero como poeta popular que no quiso “ser hombre de letras” sino “hacer letras para los hombres”. Así pues el cronista callejero, que sabe sus limitaciones, sólo pretende cartografiar el itinerario vital de Manzi, seguir sus pasos desde la natal Añatuya, en Santiago del Estero, donde sus padres habían ido a probar fortuna con una explotación agrícola, en la estancia La 13, tras vender su fábrica de zapatos de la calle México. Dijo Janusz Kórzac que “la patria es el territorio de la infancia”, y Homero siempre tendría presente al pueblito de sus primeros años –donde se habían afincado su tío Carmelo y su hermano mayor, Luis, quien llegó a ser intendente– al que regresaría vuelta a vuelta y le daría un amigo, Hugo Mac Dougall, y una esposa, Casilda Iñíguez. Una de esas visitas, a fines de 1937, la hizo como enviado de la revista popular ilustrada Ahora a raíz de la terrible sequía que vivía la provincia y sus notas causaron tal conmoción que ocasionaron un entredicho con el mismísimo Alfredo Palacios y que el diario El Mundo enviara a su periodista estrella, Roberto Arlt.
Pero nos estamos anticipando en el tiempo, porque estábamos hablando del niño Homero que a los cuatro años cumplidos viene a Buenos Aires, a la casa comprada por los padres en Garay 3251, en el deslinde de San Cristóbal y Parque Patricios, ese territorio aún poblado de comités y canchas de taba o de pelota donde transcurrirá su infancia y primera juventud. Allí hará el primario en los colegios Olegario V. Andrade, de 24 de Noviembre 1636, y José María Gutiérrez, de Rioja 1846, y allí vivirá la primera pérdida, la muerte de su hermano Roberto de sarampión. Como intuye Horacio Salas, “tal vez esa muerte relajó la disciplina doméstica: comenzaron las travesuras, las llegadas tarde, las escapadas, las rabonas y, para alguno, las expulsiones escolares”. La solución, drástica y al estilo de la época, fue enviar a Homero y otro hermano como pupilos al colegio secundario de Abraham Luppi que dirigía Colombo Leoni, en Centenera y Tabaré. ¿El destino?... Aquella Pompeya de curtiembres entre pantanos y baldíos, surcada por el terraplén construido tras la gran inundación de 1913, con el viejo Puente Alsina y La Blanqueada como recuerdo de un pasado semirrural, no sería ya la misma: había hallado al poeta que la convertiría en mito fundacional porteño. Y Homero encontraría entre los cercos de cina-cina sus primeros amores como Celina, la hija del escultor Agustín Riganelli y otras muchachas que quedarán resumidas en “Juana, la rubia que tanto amé”. Y allí también ganará otra marca de identidad, pues así como San Lorenzo nació en el colegio del padre Lorenzo, en los picados que jugaban los alumnos de Luppi en Cachi y Traful había nacido en mayo de 1907 un club llamado Verde Esperanza, que a poco pasaría a ser Huracán y al que Homero adhirió toda su vida.
Pero más allá de Pompeya, un amplio círculo con epicentro en la casa paterna será quien decida su destino: dos vecinos que serán compañeros de vida, Cátulo Castillo y Sebastián Piana, y un viejo como padre intelectual, José González Castillo, con los cuales descubrirá el mundo de Boedo, con su Universidad y la peña Pacha Camac, la librería de Munner y la vieja pulpería de la esquina con México, el cuervo café Dante y el quemero El Japonés. Y por Parque Patricios el mítico café de Benigno, bandoneón y billares; el mercado de Liniers e Inclán, con la sombría presencia de Eufemio Pizarro; el café La Puñalada de Chiclana y Rondeau. Y, fundamentalmente, el viejo almacén de San Juan y Loria que reunía a Homero con Cátulo, Piana, Jauretche, Francisco Sabelli –el loco Papa– y supieron frecuentar los payadores Betinoti, Curlando e Higinio Cazón tanto como Vicente Greco o Enrique Saborido. En este territorio escribió sus primeros versos para la murga Los presidiarios, su primer vals, ¿Por qué no me besas?, y el tango El ciego del violín, primero de los éxitos que lo llevarían al Centro.
Pero antes Homero debería mudarse, contra su voluntad, a otro barrio. La tradición radical familiar lo había llevado muy temprano a la militancia en el comité de la 8ª, en Oruro y 24 de Noviembre, al Centro de Estudiantes de Derecho y al café de Las Heras y Pueyrredón que también hoy, ¡ay!, ha desaparecido. Allí lo sorprende el golpe del 6 de septiembre de 1930 y el interventor en la Facultad, Rodríguez Egaña, lo suspende por un año junto a otros sesenta y cuatro estudiantes que habían protagonizado la toma de 1929, entre ellos Arturo Jauretche. Pero Homero no era hombre de irse a su casa y comenzó a publicar clandestinamente Tribuna Universitaria junto a Eduardo Howard, los hermanos May Zubiría y José Constantino Barro. El decano Nazar Anchorena fue notificado, por una delación, del domicilio de la imprenta y el 11 de febrero de 1931 todos fueron detenidos por la Policía. Primero al Departamento y luego a la cárcel de Las Heras –allí el 1º de febrero habían sido fusilados Di Giovanni y Paulino Scarfó– donde pasaron dos meses de rigurosa incomunicación y se declararon en huelga de hambre. Fueron liberados sin explicaciones y, para peor, Manzi había perdido sus cátedras de castellano y literatura en los colegios Mariano Moreno y Sarmiento pero no se arredró, fundó una revista turística y –signo de su temple y confianza en el porvenir– se casó en diciembre con su novia Casilda, con la que más tarde se mudaría a Tarija 3421.
Y el Centro que nombrábamos... Todo este ejemplar de Desde Boedo no alcanzaría para nombrar aquellos lugares vinculados a Manzi; bástennos dos: el sótano de Corrientes 1778 donde el 29 de junio de 1935, a cinco días de la muerte de Gardel, un grupo que solía reunirse en el bar El Foro funda FORJA –con nombres como Jauretche, Manzi, Scalabrini Ortiz, Gabriel del Mazo, Luis Dellepiane, Jorge del Río y tantos otros–, cuyo primer acto se realizó el siguiente 2 de julio en el teatro Boedo. Y el otro, el café El Ateneo de Carlos Pellegrini y Cangallo donde en 1942 fue cofundador de Artistas Argentinos Asociados para encabezar la “época de oro” del cine nacional.
Su último domicilio, a partir de 1937, fue en Oro 3034, en pleno Palermo y a la vera del Hipódromo, otra de sus pasiones. Pero esto es un accidente pues, si bien fue hombre de toda la ciudad, Manzi quedó fijado en el imaginario popular como arquetipo de los viejos barrios del Sur al punto de que los ediles, al tratar de homenajearlo, eligieron una pequeña cortada de dos cuadras en Pompeya que corre desde Corrales hasta Esquiú entre Juan José Valle y Centenera. Pero, y esa fue nuestra intención, Manzi fue y es más que eso. Como bien le dijo Jauretche a Aníbal Ford: “(...) era una mezcla curiosa de porteño de barrio e intelectual del centro, con un arrastre provinciano, santiagueño y campero, curiosa mezcla que coordinaba muy bien dando un tipo de hombre argentino integrado”.
Diego Ruiz


Casuarinas

El arroyo Maldonado era uno de los límites naturales de la ciudad, antes de que se incorporaran los entonces pueblos de Belgrano y Flores. Debe su nombre a la leyenda de “la Maldonado”, una mujer que vino con don Pedro de Mendoza en el año 1536, y que fuera librada a su suerte en la llanura en las márgenes del arroyo, cuenta el historiador barrial Diego A. Del Pino.
En tiempos en que el Maldonado era una traza abierta y peligrosa, hace más de un siglo, unos retoños de casuarinas fueron plantados en tierras que, comentan los memoriosos, pertenecieron a una quinta de Rosas que compró la Iglesia, y que posteriormente al construirse el colegio Cabrini, fueron donados al barrio para que se construya una plaza.
La plaza hoy existe, se llama Roque Sáenz Peña y está ubicada en Juan B. Justo y Boyacá. Las añosas casuarinas forman su patrimonio. En Villa Mitre los vecinos tienen acostumbrado el oído al ulular de las casuarinas ante la primera brisa. Las largas agujas de sus hojas son el armonio que los ha acompañado desde siempre con su música y su sombra.
El cartel de obra de remodelación de la plaza no despertó alarma. Justo es decir que el Gobierno de la Ciudad ha trabajado mucho y bien en la mejora de los espacios verdes. De manera que el cartel no despertó, en sí, sospechas del despropósito. Pero un mal día reciente, las casuarinas y otros añosos árboles del lugar amanecieron con trazas de cal indicativas de su tala. Se corrió la voz y el vecindario en pleno se unió en defensa de lo suyo. Las instituciones y medios barriales prestaron su apoyo. Y todos se hicieron oír.
En Boedo ni siquiera hay plaza. Y la larga lucha por conseguir ese espacio vital afronta sus últimos tramos en la Legislatura, donde los vecinos serán nuevamente protagonistas como lo hacen desde 1971 para lograr una plaza en el predio Vail.
Parecen los espacios verdes un buen tema de movilización popular, de participación vecinal. Un buen terreno donde ensayar para las comunas.
Horacio Cafferata


En sepia


Adelanto del libro “En sepia (Una manera de anotar en días nublados)” del recordado escritor de Boedo Calixto Ribas.

Religión
Dos hombres piden monedas en las cercanías de una esquina.
Uno sentado sobre una piedra, el otro de pie; ambos habitando el lado de la calle de la puerta de la iglesia.
Un hombre viene caminando hacia la salida.
Se acerca a los que piden. Ellos saludan, lo conocen.
El que está parado le pregunta si va para Boedo.
No, para Catamarca, contesta.
Porque yo iba..., pero la frase enmudece justo en los puntos suspensivos.
El hombre que salía de la iglesia hizo callar al que estaba parado en la vereda. El tono de la voz fue de humorada, Pero caminá, che, si te hace bien.
El hombre sube a una camioneta estacionada casi a media cuadra de la esquina. El cuidacoches no está. Cuando la camioneta llega a la esquina, su conductor saluda a los hombres de la puerta con un movimiento de su mano derecha. Aprovecha el movimiento iniciado con la mano y se persigna, porque estaba frente a una iglesia.

Federico Alvarez, incansable observador de las huellas que prueban la existencia de dios, se para todas las tardes en la puerta de la Iglesia Santa Cruz, en Estados Unidos y Urquiza. Anota en su cuaderno mientras hace que espera el colectivo 23. Era jueves 27 de julio de 2006 cuando en su libreta consignó el caso de una mujer que, al ser atrapado su auto por el semáforo de la esquina, inició la ceremonia de la persignación. La mujer dibujó los trazos de una cruz, parte sobre su cuerpo, parte en el aire. Entre los dedos de la mano llevaba un cigarrillo encendido. Aprovechó el beso del final para conectarlo con una nueva pitada, una de las profundas.

Silencio
Un rumor de resortes sobre el metal del elástico, murmullo de cama vieja en medio de la noche.
Desde las sacudidas del amor, la cama, el metal, llega hasta la pared y entonces los amantes se expanden por el edificio.
En el silencio, que generalmente transita entre las dos y las cuatro de la mañana de la avenida, las palabras dichas o mordidas en los últimos momentos del encuentro, ganan su cópula a los pareceres del metal, la cama.
Ella gime, quiere más.
El dice, pero sólo palabras entrecortadas.
Se sabe, la palabra extiende su presente tanto como la voz del metal cuando los besos a la pared.
Luego del silencio, el último suspiro de la cama, aparecido después de que el agua haga su corrida por el baño.
En el hall del edificio, donde ni las miradas se bifurcan, la pareja pasa en silencio, como asumiendo una culpa.
El dice Hola desde su altura encanecida. Ella apenas sonríe, siempre parece otra.

Julio Argañaraz no puede evitarlo. Cada noche de amor de su vecino llega hasta su almohada. Las embestidas de la carne, piensa, mientras enciende el velador y los escucha. Hace tres años que los escucha, todo empezó apenas se mudó al edificio, en abril de 2003. La cama, la pared, el silencio; por eso Julio, cuidadoso, retira la cama de la pared y su beso es eterno.

Mirar
El hombre mira, contempla, la totalidad del ventanal del café/librería que da sobre la avenida.
Muchas mujeres caminan a esa hora de la mañana. Las hay de belleza y atracción natural; habitan las feas en la vereda, ellas en la más absoluta libertad; y pasan las producidas, las esforzadas trabajadoras de la apariencia. Ellas, las de trabado andar. Ellas, las siempre atentas al quiebre de la cintura y la mirada. Vida eterna al esfuerzo para que sean vistas; como el aire, de la misma manera necesitan de la mirada del otro para existir o tener la mínima, fugaz, oportunidad para el simulacro.
Un hombre cierra, mientras camina, el celular, como si fuera una vieja polvera de mujer. Es feliz, el sonido de cierre lo hace feliz; también es feliz porque sabe que sus movimientos fueron los adecuados. En plena sugerencia de avance, su figura parece salida de una propaganda de televisión.
Hombres águila camino a las alturas. Parejas jóvenes viviendo la eternidad de los amores que inevitablemente se irán acumulando, como los días transitados frente a los ventanales de los cafés imaginarios de esta ciudad.

Julio Arévalo mira a través del cristal de la mañana del 8 de septiembre de 2006. Cuando recuerda sus amores y desamores, no puede evitar el subtitulado de las imágenes. Julio Arévalo siempre subtitula. Si el tema es el amor, debajo de su memoria se lee “Historias amontonadas”. El mismo pasó por la avenida, frente al ventanal, hace apenas un momento, no tiene manera de saber qué anotará su observador.

Fósforo
Para llevar a feliz término los días de una caja de fósforos Gran Fragata de cuatrocientos individuos, será necesario ir raspando la caja, en sus caras laterales a gastar, de manera aplicada y a conciencia.
El fósforo es como el poroto, sólo que germina más rápido. De ahí la necesidad de la contemplación extática.
Raspar enloquecido conduce a la ausencia.
Raspar con extremado cuidado a la negación de la llama necesaria.
El golpe de raspado deberá ser de recorrida mínima, un toque certero, dentro de lo posible, para que los flancos de la fragata aguanten toda una vida, la suya, la del raspador.

Humberto Pedro Llamazar usa fósforos Gran Fragata de 400 desde el invierno de 1992. En la cocina de su casa tiene siempre a mano una bolsita plástica guardando la yerba mate usada por la mañana. En cuanto Humberto sopla el fósforo de seguridad y madera, lo hunde de cabeza en la yerba fresca y húmeda para ver y escuchar. La vida, afirma, se debate entre tensión y calma, y si además hay un poco de verde, mejor.
Calixto Ribas


Para una nostalgia futura

Como los perfumes, la nostalgia y el prestigio literario se destilan lentamente. Por eso, los nostálgicos del género epistolar aborrecen el mail, aparentemente un medio que tiene la frialdad de la eficiencia tecnológica y que es el favorito de las hordas de jóvenes sospechosos que desconocen el placer de fabricar recuerdos poniendo a envejecer lentamente en una caja un manojo de cartas atadas con una cinta descolorida, como quien deshidrata flores entre las hojas de un herbario. El carácter poético de objetos y rituales es una virtud que sólo le otorga el pasado. Convertidas en parte de la vida que se ha dejado atrás, las cartas mostrarán en alguna tarde de nostalgia su ancianidad venerable. Identificadas con la mano que las escribió, tendrán pecas de color ocre sobre su piel de papel, y la tinta, desleída, sugerirá que también ella se irá borrando lentamente hasta no ser más que una huella, una estela, un rastro que detectarán únicamente los ojos memoriosos.
Solo se les rinde veneración literaria a los objetos que son rastros de cosas perdidas. Y lo perdido siempre se ha perdido en el pasado. La nostalgia poética es, por lo tanto, un sentimiento retrospectivo.
Sin embargo, es sólo un acto de pereza mental el no poder sentir hoy una nostalgia del futuro. Finalmente, las computadoras son cajas parecidas a aquellas donde se guardan las cartas, cajas, como la de Pandora, en las que es posible encontrarlo todo, desde un mensaje a nuestro nombre hasta la imagen de un hombre desesperado que huye de alguna guerra lejana. Hace ya mucho tiempo, cuando se inventó el fonógrafo, la música del mundo comenzó a venir en caja. Ningún misterio más insondable que la posibilidad de atrapar la voz de alguien y guardarla en un cofrecito. Hoy, sin embargo, que el mundo entero se guarda en cajas luminosas, nos parece que este acto mágico carece de grandeza. Ni siquiera nos parece poético el hecho de poseer una clave secreta, una contraseña, para que ante nuestros ojos aparezca, parpadeante, el mensaje que nos está destinado. En pleno día, las pantallas tienen el misterio nocturno de las ventanas iluminadas, de esos rectángulos infranqueables que sugieren la existencia de tantas vidas de las que estamos definitivamente excluidos, de tantas dichas y desdichas que nunca llegaremos a conocer. Detrás de la ventana de la pantalla, en cambio, existe todo un mundo que reclama ser mirado, que nos exige que ejerzamos un voyeurismo sin culpas espiando por todas las cerraduras.
Quizá porque se sabe que lo nuevo carece de prestigio poético es que la computación ha adoptado algunos vocablos viejos. “Monitor” se le llamaba en el pasado al niño estudioso que ayudaba al maestro en el aula. El verbo “navegar” designa el desplazamiento por ese río caudaloso e invisible por el que baja la jangada de la información, por donde se pierden los inexpertos que se dejan engañar por el canto de las sirenas, por el que los navegantes solitarios buscan compañía. Y el verbo “navegar”, a su vez, esta ligado a palabras tan viejas como literarias: brújula, astrolabio, sextante, bitácora.
Estoy segura de que alguna vez contemplaremos las computadoras como hoy contemplamos las máquinas de coser Singer y que tendremos hacia sus creadores ese sentimiento condescendiente que nos hace perdonarles la ingenuidad de haber creado un objeto tan artístico para darle un fin tan utilitario. Sé muy bien que algún coleccionista fanático se dedicará a recorrer anticuarios para conseguir computadoras de un determinado año y que los curiosos hurgarán en sus entrañas muertas a las que encontrarán repletas de objetos cursis: flores secas, poemas inconclusos, dedicatorias de amor, frases hechas. Las palabras de nuestros mails se habrán evaporado como los perfumes, pero dejarán un aura amarillenta casi imperceptible en los circuitos que los especialistas sabrán reconocer como una antigüedad preciada.
Y nuestra necesidad de nostalgia estará satisfecha: toda esa quincallería informática será el testimonio de lo que hemos perdido. ¿Pero es preciso esperar tanto? Ahora mismo, mientras insistimos en negarle prestigio literario y capacidad evocativa a los mails que escribimos, estamos perdiendo algo que habremos de añorar en el futuro.
Mónica López Ocón


Seguridad, zonas, intimidades

Hay palabras que son síntesis supremas. Bajo el signo de ciertas palabras el espíritu encuentra un ser sintético o sus contrarios. Michel Foucault hablaba, por ejemplo, del biopoder. Para él era “el conjunto de mecanismos por medio de los cuales aquello que en la especie humana constituye sus rasgos biológicos fundamentales podrá ser parte de una política, una estrategia política, una estrategia de poder”. Para ir desentrañando esto Foucault comienza a explorar, a investigar los espacios ligados a los dispositivos de seguridad, a los acontecimientos aleatorios. En particular estudia la ciudad. A partir de allí el tema de la gobernabilidad, el Estado, el análisis de las prisiones, los hospicios, las escuelas. De esta mirada crítica pasará a la subjetividad, a la adhesión al sometimiento.
Vivimos una descarnada realidad en todo el mundo. El predominio de las corrientes autoritarias, aún dentro de las llamadas democracias, tiene variados matices. Es interesante recordar que ciertas fortalezas, comprobadas por la historia, se derrumban sin gloria. Ocurre con la apariencia de grandes movimientos, de organizaciones políticas u obreras, de innumerables imperios. Lo cual no deja de ser inquietante pues al poco tiempo con otros matices, con otras disciplinas, con otros significados nacen regímenes que vuelven a hablar del pueblo, de la libertad, del bienestar, del futuro. Y nos merecen el mismo juicio y el mismo rechazo.
Hay nuevos lemas, consignas, estatutos y planificaciones. Doctrinas auténticas. Muchas de ellas hablan del pensamiento foráneo como si la idea de patria, por dar un ejemplo, no fuera también foráneo. Allí entonces se hablará de socialismo, de liberación. O de monarquía, república, socialdemocracia. Por último, la violencia asegura la victoria de los más inescrupulosos, de los más audaces. Y se violan pactos, principios y programas.
El poder monopolista acude siempre a sentencias, privilegios e intereses que en esencia estaban en otros sistemas. No hay matices intermedios, se polemiza desde los extremos, se precipitan los acontecimientos, se le da validez a la insurgencia callejera, a la rebelión permanente, a los cambios a plazos fijos. Siempre triunfa en estas situaciones –aparentemente no existe otra alternativa– lo retrógrado y lo despótico. El terrorismo de Estado se conforma desde la deformación cotidiana. Toda opinión es una apostasía y el pensamiento se aprisiona en viejos o nuevos moldes rígidos, inmutables. Sabemos, además, que simplificar un problema no es resolverlo. El mundo cambia en nuestro entorno. Vivimos una época de viajes espaciales, de un tecnicismo sin límite, de grandes avances científicos. Pero el globo terráqueo se desangra por el hambre, la injusticia social, las guerras, el odio racial, la irracionalidad. Encubrimientos, fachadas, convocan mitos, prismas ideológicos, estragos. La invisible censura o el virtual monopolio hacen el resto.
“Sobre un planeta que compone su epitafio, tengamos la suficiente dignidad para comportarnos como cadáveres amables”, señaló con su habitual dosis de corrosión Emile Cioran.
Ahora, todo es ahora, como escribió Regis Debray en Vida y muerte de la imagen. Hay una codificación de un lenguaje visual o escrito en la inmediatez del video, en el mosaico de las pantallas, en las realidades percibidas y vividas. Nosotros somos los que recomponemos una imagen que nos dan como si fuéramos subnormales. El mundo, trivializado y descompartimentado, declina hacia una simbología universal. El templo de las imágenes es la ciudad, pero también la muerte, el hogar, el lecho. Una fiesta cínica nos rodea desde lo virtual, desde lo religioso, desde lo profético. La desacralización del hambre, del dolor, de la violencia, del amor, bascula en la sacralización del espectáculo. El arte, si alguna vez se creyó en ello, ya no es más fraternal. Se ha transformado en un medio de la globalización, de la industria. Cuando todo está a la vista, cuando todo es aceleración y depende de la publicidad, nada vale. La videoesfera es una realidad.
En una tira televisiva como Montecristo, los desaparecidos se transforman en personajes de ficción, la novela se confunde con un programa periodístico. Alejandro Dumas es un millonario que busca justicia. Ninguno de los cientos de miles que a diario ven la serie fue a la marcha de repudio por la desaparición de Jorge Julio López. El mundo, peligrosamente, se nutre de indiferencia, hipocresía, falta de conciencia. Quienes denunciamos y reclamamos la aparición con vida de López desnudamos una historia, una soledad que está desaparecida en el mundo de la ficción. Nos deslizamos, nos desflecamos. Como sentenció Lichtenberg, “un libro es un espejo: nunca un asno puede esperar verse reflejado en él como un apóstol”.
Recomiendo, caro lector, las visiones definitivas que el poeta W. H. Auden nos formula en La mano del teñidor. Una voz, desde lo poético y lo humano, hacia la reflexión y al pensamiento. Lo escribió en 1948.
Carlos Penelas


Boedo no es solo la avenida

Oratorio María Mazzarello a 75 años de su creación

A mediados del siglo XIX muchos inmigrantes llegados de Europa eligieron esta zona del barrio de Boedo –en aquel entonces pertenecientes al partido de San José de Flores– para afincarse, formando quintas que proveían de verduras a la ciudad. Entre ellos, alrededor de 1850, arribó el joven Francisco Constancio Oneto. En 1869 compró una fracción de terreno a Saturnino González la que, con futuras adquisiciones, abarcó desde la calle Pavón, camino de Gowland –luego avenida La Plata– hasta lo que serían hoy las calles José Mármol y Las Casas, predio que, aún hoy, los vecinos mayores recuerdan como “La Quinta Oneto”. Francisco contrajo matrimonio en 1855 y tuvo cuatro hijos; el tercero de ellos una mujer –que recibió el nombre de María Constancia–, quien alrededor de 1888 consagró su vida a Dios como religiosa de la Congregación Salesiana de María Auxiliadora. A la muerte de sus padres fue recibiendo en herencia parte de los terrenos que habían formado la Quinta. A causa de sus votos de pobreza cedió los bienes a la orden, que destinó la parte norte de la avenida Garay, entre Muñiz y avenida La Plata, a la construcción de un oratorio al que se llamó María Mazzarello. Se inauguró el 15 de noviembre de 1931 con la bendición del padre inspector de Buenos Aires Jorge Serie SDB, estableciendo como encargada de la casa a Isabel Córdoba secundada por la hermana Catalina Brócoli. Un grupo de exalumnas del colegio de Almagro fue construyendo, de a poco, el patio de tierra y ladrillos al que incorporaron dos hamacas y la inolvidable “ola” –un ingenioso artilugio de madera con movimiento oscilante similar a la onda marina– que tanto gustaba a los chicos.
La capilla tenía un Cristo crucificado colgado en la pared detrás del altar y, frente a la balaustrada, una puerta que se cerraba cuando la capilla se convertía en sala de teatro. Delante del escenario había tres gradas de madera –que aún existen– donde se ubicaban los chicos del coro. Se enseñaba catequesis, labores, música, entre otras disciplinas. En 1940 la hermana Córdoba fue sustituida por la hermana Antonia Piagentini, quien desde ese momento, hasta el día de su muerte, fue el alma mater del oratorio.
En esa época en que aún no tenían dormitorios debían ir y venir de Almagro todos los días. La hermana Antonia más de una vez durmió en una cama al pie del escenario, para cuidar lo poco o mucho que iba consiguiendo para su querido oratorio. Solía decirnos: “No tengan miedo, tengo la custodia de la guardia celestial”. Bondadosa, carismática, emprendedora, entusiasta, ponía el alma en todo lo que se proponía..., y lo conseguía. Así obtuvo la ayuda de mucha gente. Las familias del barrio le prestaron su ayuda para lograr la construcción del edificio que soñaba. Sería ingrato no recordar en este homenaje a la escuela, a los Paladino, los Mezzadri, los Montesano, los Spatafore, los Prando, los Rodríguez, los Oneto, los De Bonis, los Corvo... y tantos otros, siempre presentes en todas las actividades, como las recordadas quermeses en el terreno donde hoy está ubicado el gimnasio y el patio cubierto.
Dos personas de su mayor confianza: Paladino y Quiquito, como le decía a mi padre, la acompañaban a bodegas, bazares y fábricas donde podía conseguir mercadería para sus quermeses. En esa época toda donación para beneficencia se descontaba de los impuestos y ella, que lo sabía, con dulzura y tenacidad conseguía lo que necesitaba. Así se fueron financiando las primeras obras a las que también hicieron su importante aporte personas de mayor solvencia.
No dejó de lado a sus pobres. Visitaba zonas humildes del barrio para conocer sus necesidades llevándoles ropa, comida y catequesis que los ayudaban a aliviar su precariedad.
Poco a poco fue creciendo la obra, y en 1963, se convirtió en la Casa María Mazzarello con un Jardín de Infantes. Al año siguiente la comunidad religiosa se trasladó al nuevo edificio que ya tenía dormitorios, comedor, cocina y demás dependencias.
Por pedido de los padres, en 1965, se incorporaron los primeros peldaños de la educación primaria agregando un curso por año. Así, en 1971, egresaron las primeras alumnas.
Cambiaron las épocas y la generación de fondos también, las cuotas de los alumnos no eran suficientes. En 1974 se consiguió el 100% de aporte estatal para el personal directivo y docente. Declarada “Escuela Gratuita”, la contribución libre de los padres determinada al comienzo del año escolar ayudaba a mantener la institución.
Más recientemente se incorporaron cooperadores salesianos formados con mayores y jóvenes de ambos sexos que trabajan y sostienen al oratorio. La Unión de Padres tiene su comisión directiva y coordinadores de grado que participan en la organización de eventos espirituales y festivos. También se ha formado un Centro constituido por exalumnas del Oratorio hecho a puro esfuerzo ya que es más difícil atraer dado que las alumnas de séptimo grado se distribuyen en los colegios secundarios más cercanos.
El presente no borra el cariñoso recuerdo de este relato que pretende ser un pequeño homenaje a las hermanas María Constancia Oneto –quien sobre sus propias tierras alzó lo que hasta el día de hoy es el Colegio María Auxiliadora de Garay– y Antonia Piagentini. El agradecimiento de las oratorianas, que recibieron de ellas tantas enseñanzas y cariño a través de años de dedicación y amor a ese Oratorio Salesiano.
Noemí Oneto


Manzi-Cedrón: entre puentes y chirolas de adentro

La memoria respira un tanto entre nieblas cuando no puedo saber quién se hizo puente, una mañana de sábado de hace tres años, y unió mi mesa y la de Juan “Tata” Cedrón en el Margot. No recuerdo si fue el poeta Rubén Derlis o el memorioso Otto Carlos Miller.
Pero más allá de quién fuera el responsable, el puente nació puente real, cercano. Como hecho de mágicos y presentidos momentos por venir, creo que nos caímos bien y la construcción la empezamos por las puertas (sí, los puentes también las tienen), que quedaron abiertas para el paso sincero de la palabra y la música.
Hasta ese momento, guardaba entre mis discos la voz de Tata en Troittoirs de Buenos Aires de Edgardo Cantón y Julio Cortázar. Cada vez que vuelvo a ese disco, me acuerdo de ella; Mercedes y mi regalo de cumpleaños. Y parece que será siempre así; en un cumpleaños iluminado en el interior de un puñado de años (cómoda afirmación cuando imposible es medir la cantidad de años que pueden sobrevivir en cada puñado de selectiva conciencia), la recuerdo a ella, de pelo largo color castaño, que me acerca al Cedrón que después sería amigo y compañero de café en Boedo.
Sucedió en una de esas mesas. El Tata se sentó a mi izquierda y sacó un papel. Rápidamente explicó qué era lo que tenía en mano, y no, no se aguantaba de feliz, de contento dentro de aquello que en seguida había notado en su manera de ser: su tierno apasionamiento cuando la poesía lo toca y le hace la señal; cuando la poesía llega es tiempo de torbellino. Imagino manos transpiradas, sueños sobresaltados, ausencias y extravíos varios en los simples caminos de lo cotidiano, algo así, algo parecido a los tiempos de final de novela. En el papel leí el título de un poema: Palabras sin importancia.
Cedrón había vuelto a Buenos Aires para quedarse, atrás quedaban los años de París, más de treinta, nacidos cuando, después de la Masacre de Trelew, salió a cantar el poema Glorias de Juan Gelman, ¿y dónde no la hay esa sangre caída de los 16 fusilados de Trelew? Fue invitado para que se fuera del país en esos momentos en que las invitaciones había que aceptarlas, y partió como tantos.
Entonces volvió para quedarse y una de las primeras manos que ofrecieron ayuda en la reentrada a la atmósfera de su ciudad, fue la de Acho Manzi, el hijo de Homero, con quien Tata mantenía amistad y colaboración a la distancia, prueba de ello es, por ejemplo, Para que vos y yo.
Caminaban por la calle Colombres, llegaban a la esquina de México, a una cuadra de Boedo, a una cuadra de Atahualpa, la fábrica de pastas de Elba y Federico, sí, que también tienen lo suyo dentro de esta crónica. En un momento Tata le dice, Te das cuenta, Acho... por estas calles caminaron Cátulo y tu viejo. Fue en ese preciso momento que Acho hizo aparecer un papel. El papel habrá tenido su historia previa; yo lo vi en una mesa del Margot.
Tata me cantó Palabras sin importancia entre ruidos de pocillos y cucharitas, ahí nomás, en directo, Escuchame, al pasar, como yo escucho, / la lluvia que murmura en la ventana, / pensando en algo que olvidé hace mucho, / entre las cosas de la vida vana. Homero Manzi no registró fecha de la letra o el dato se perdió en el camino de la vida. Nunca tuvo música hasta que en 2004 Tata puso lo suyo.
Acho Manzi luego acercó Elegía, que comienza Vine a rezar tu nombre para decirte adiós. / Vine a llorar sin llanto y a murmurar sin voz. / Calle que perfumabas, calle donde no estás, / donde te amé y me amabas, donde no me amarás. Acho vuelve a aparecer cuando dice, Acá están los inéditos, hacé lo que quieras.
Y el Tata, felizmente, hizo lo que quiso en un departamento de París en diciembre de 2004.
Fue en una sobremesa en su casa, que Tata acercó la guitarra. Ahí escuché letra y música de Palabras sin importancia, Elegía, Mala estrella, En un corralón de Barracas (éste es de Manzi-Cátulo Castillo), Tiempo y hueya. Temas que hoy forman parte del último disco de Cedrón, acaba de aparecer: Frisón Frisón.
El disco guarda otras joyitas como Responso de Troilo, La bicicleta celeste de Tata y Juventud, basado en la historia de Joseph Conrad del mismo título y que escribiera Antonia García Castro, su compañera. Pero desde que escucho el disco no puedo evitar quedarme atrapado en Un cuento, el único tema que pertenece a Acho Manzi; ahí quedo cuando Tata canta Gastando / Unas chirolas de adentro, / Protesto / Porque no puedo entender. / Y pienso / Que habré soñado despierto. / Te siento / Como la primera vez.
Ocurre así, cuando me pregunto, una y otra vez, por esto de gastar unas chirolas de adentro.
Pienso en la clara diferencia entre las chirolas de afuera y las de adentro. Para tener chirolas de adentro hay que saber juntarlas, recibirlas, cuidarlas, y ante todo, merecerlas. De mil maneras diferentes podríamos llegar a gozar de chiroleo interno, y es, además, la única manera de tener para disponer, lo dicho, de las inconfundibles chirolas de adentro.
Las chirolas de adentro, por otro lado, se llevan muy bien con la solidaridad y el trueque. Con chirolas de adentro se pueden construir puentes de puertas abiertas. Creo que hubo chirolas de adentro, de ida y de vuelta, en las mesas de café en el Margot cuando el puente. Chiroleo interno y variado en la mesa y el vaso de vino con soda y con hielo, en las sobremesas de guitarra y charla.
Las chirolas de adentro son chiquitas y bondadosas, viven a puro compromiso y compañerismo; son esas que sirven para los días felices y para los días de plafón bajo; son esas que no son elementos de mercado, que no cotizan en la bolsa de los hombres de la bolsa.
Creo que Acho Manzi echó mano a su morral de chirolas de adentro cuando le ofreció a Tata el tesoro del que era portador. Chirolas de adentro que también tenía para ofrecer el mismísimo Homero Manzi, o las de Tata que sabe cómo recibir la ofrenda, es decir, desde dónde llegar con su guitarra. Desde la música llega a la poesía como hay que entrarle al mundo poeta, con respeto por la palabra y por la identidad que esa palabra encierra, trae, transporta, transmite. La voz de Homero Manzi no era poca cosa para unir con puente fantástico las dos mesas de café, en una Homero y en la otra Tata, ¿qué hacía falta?, sí, ya se sabe y se adivina: chirolas de adentro. Es que otra de las facultades distintivas de esta maravillosa manera de mercar es que no reconoce límite alguno entre los que se fueron y los que están; no hay límite cuando el puente posible es la memoria.
A disposición de las personas que caminan en esta ciudad se encuentra el chiroleo que importa. Una prueba de ello podría ser la manera de ser, de estar, de Elba y Federico, acá nomás, sobre Boedo, a metros de México, a una cuadra de donde Acho le dio a Tata Palabras sin importancia, en su fábrica de pastas. Ellos saben de gastar las chirolas de adentro y de recibirlas. Porque a no equivocarse, que tan importante son las chirolas que genera Federico con su arte, como las chiroleadas de Acho y Tata.
Todo es y puede ser memoria, y es la memoria la que necesita de la buena voluntad de las personas. En cada gesto la posibilidad de la buena vida, la solidaria, la que respeta al semejante. Esa vida tan alejada, por ejemplo, de la de ese señor de propaganda globalizada que viaja sereno en su automóvil. En las calles todos corren, se chocan, se desesperan al parecer sin razón o por pura estupidez. No entienden dónde está el secreto de la vida. El hombre maneja calmo. Su familia lo aguarda en medio de la locura de la calle. Él llega, su familia sube a la nave y todos quedan a salvo. La moraleja de la propaganda motorizada reza así: No correr. Avanzar.
Las chirolas de afuera poco tienen que ver con la existencia de las adentro, vienen de distintas vertientes, y será deber de cada uno decidir qué vida es la que elige.
Antonia García Castro anota en el texto que aparece en el librito que acompaña a Frisón Frisón, Son detalles. Cositas. Porque muchas veces la Historia nos duele, es bueno detenerse en su tramado más fino donde anidan las obstinadas esperanzas. De ellas se nutren también la palabra, la canción, el abrazo, las manos estrechadas.
Ella habla de “Cositas”, detalles, porque narra las circunstancias pequeñas que giraron alrededor de la concreción del disco, y ahí otra de las señales que importan, las pequeñas historias que hacen la Historia. Es esa Historia con mayúscula que se escribe y se canta, por ejemplo, con Homero y Acho Manzi, Juan Tata Cedrón y su cuarteto, Elba y Federico. Y no deben faltar algunas chirolas de adentro, digo, para “hacer” los días.
Sí, quizá sea gente que corre por esas cuestiones de la identidad, y ¿por qué no?
Mientras me pregunto, un auto circula por avenida Boedo, con vidrios polarizados y en silencio; avanza lustroso en su noche eterna; y en la fábrica de pastas Atahualpa, Federico anota, Lo que permite salir de la pobreza es la educación. De todas las pobrezas, me digo; Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres, anota, otra vez, Federico.
Edgardo Lois


COMO TODO EL MUNDO

Como todo el mundo tengo una esquina para esperar a alguien
y muchas calles para perderme sola.
Como todo el mundo tengo siete días para vivir una semana
y todos los días rompo o fabrico veinticuatro horas.
Como todo el mundo a veces me pongo las ganas de enterrarme,
de escapar no sé dónde,
de estar lejos de todo.
Y vuelvo y me agarro como todo el mundo a todo lo que tengo,
a todo lo que veo,
a todo lo que amo,
a todo,
a todo,
sin olvidarme nada.

Jorgelina Jusid



Queremos decirles...
Llegamos al lustro y vamos por la década...

En vísperas de días caóticos, en noviembre de 2001, salía a la calle el primer número de nuestro periódico –por entonces “Vida y Arte en Boedo”– que ya lleva 58 ediciones mensuales, dos especiales y una revista conmemorativa con historias barriales ilustradas
Pasaron sólo cinco años. Cuando nos metimos en la aventura, ni Germinal Marín ni yo sabíamos –aunque lo presentíamos– en qué se desbarrancaría el país en los próximos meses. A pesar –o a favor– de esa presunción, quisimos valorizar las raíces para fortificar los frutos. Cinco años de aquel inicio, tratando de seguir la huella fecunda de quienes nos precedieron; creciendo, intentando que los nuevos pasos revaloricen viejos logros.
Gracias por ayudarnos en el trayecto.
Mario Bellocchio