8.9.06




Nº 56 - septiembre de 2006

*Ante la afectación del predio a “Urbanización Parque” se viene para Boedo una... Plaza a plazo fijo

*4 de septiembre. Día del Inmigrante. Mario Bellocchio

*Callejeando historia: Mariano Moreno, la Biblioteca Pública y la educación. Diego Ruiz

*Hamlet Lima Quintana. Alguien que sigue siendo “necesario”. Juan Alberto Núñez

*A 55 años de la promulgación de la Ley 13.010. De la exclusión al sufragio. María Virginia Ameztoy

*El extraño caso de las valijas. Carlos Penelas

*Leopoldo “Teuco” Castilla, poeta. “Como si la casa entera fuera hecha de palabras”. Entrevista de Edgardo Lois

*La nieve. Marta Kapustin

*Fantasma de luna (poema). Raimundo Rosales

*Queremos decirles que...” (Editorial). La seguridad... Mario Bellocchio



Ante la afectación del predio a “Urbanización Parque”

Plaza a plazo fijo

Puede considerarse que estamos ante la inminencia de concretar el sueño de la plaza propia. Aún falta la audiencia pública para poder otear los canteros en el horizonte Vail.

Ya hace más de 35 años que se produjo el primer esfuerzo, registrado en actas, para destinar a espacio verde de uso público el predio de la vieja Estación Vail. En el expediente 64.087/970 quedó asentado que: “La Dirección del Plan Regulador y la Dirección de Arquitectura y Urbanismo (de la entonces Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires) desaconsejan la implementación de una industria en el predio y propician la expropiación de la manzana para destinarla a espacio verde para uso público. 18-6-1971”.
En esos 35 años los tozudos pobladores de Boedo no cejaron en su intento de la conquista del verde vital. Desde las primeras comisiones vecinales que fueron entregando la posta a instituciones y grupos sociales que mantuvieron vivo el anhelo, hasta las 2350 firmas conseguidas por un importante número de instituciones y agrupaciones del Boedo actual, la lucha fue pertinaz. Reconoce esfuerzos de todo calibre; algunos administrativos, otros impulsores, difusores, generadores de vínculos... Hasta el de aquellos que por carencia de otras potencialidades sólo atinaron al aliento sincero y estamparon su firma junto a su deseo de concreción del petitorio. Todos aportaron su esfuerzo para que el anhelo llegara al recinto de la Legislatura con un importantísimo aval. Debemos estar orgullosos de haber sido convincentes sobre la necesidad de un espacio verde para un barrio casi totalmente carente de él. Y a tal punto fue bien fundamentado que de los 53 diputados presentes sólo dos se opusieron a la declaración “de utilidad pública y sujeto a expropiación del predio conocido como Estación Vail”, comprendido por Carlos Calvo, Sánchez de Loria, Estados Unidos y el límite de la franja de propiedad privada ubicado sobre Virrey Liniers.
El texto votado es el siguiente:

LEY
Art.1º- Declárase de utilidad pública y sujeto a expropiación, de conformidad con la Ley 238, al predio conocido como “Estación Vail” en el barrio de Boedo, cuya denominación catastral es la siguiente: Circunscripción 8, Sección 30, Manzana 28, Parcela 1.
Art. 2º- Desaféctese el predio delimitado en el Art.1º del Distrito de Zonificación R2bl.
Art. 3º- Aféctese a Distrito de Zonificación UP (Urbanización Parque) al predio delimitado en el Art. 1º, para ser destinado a espacio verde de uso público, y usos complementarios compatibles con la zonificación UP.
Art. 4º- A los efectos del cumplimiento de la presente ley el Poder Ejecutivo procederá a realizar en el Presupuesto General de Gastos y Cálculo de Recursos para el Ejercicio 2007 una reserva de partida en la jurisdicción 99 Obligaciones a cargo del Tesoro –Bienes Preexistentes– hasta la suma de siete millones novecientos mil pesos ($ 7.900.000).
Art. 5º- Publíquese y cúmplase con los artículos 89 y 90 de la Constitución de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Para la sanción definitiva se requiere doble lectura (audiencia pública), según lo dispuesto por los artículos 89 y 90 de la Constitución de la Ciudad.
El paso inicial, considerado el más dificultoso –dada la concordancia de voluntades puestas de manifiesto en la votación–, se ha dado. De lograrse la aprobación definitiva, luego de la audiencia pública, el predio se afectará al Distrito de Zonificación UP (Urbanización Parque) para ser destinado a espacio verde de uso público y usos complementarios compatibles con la zonificación UP. El artículo cuarto prevé, inclusive, la reserva presupuestaria correspondiente. Aunque todavía falta el broche final, y después de tantos esfuerzos, no es hora de aflojar en los apoyos que sean necesarios.
Cuando la concreción final llegue, como sin duda llegará, desde este espacio propiciaremos una respetuosa reserva recordatoria del histórico lugar en el futuro predio verde. Bastaría con sacar a relucir parte del entramado viario sepultado bajo asfalto, por ejemplo. Y, seguramente, una placa que honre estos 35 años de lucha solidaria. No estaría mal que dijera “Espacio público conseguido por el esfuerzo del pueblo del barrio de Boedo”.


4 de septiembre

Día del Inmigrante

Cuando el nonno armó sus valijas de cartón, allá en el lejano Bobbio, unos pocos kilómetros lo separaban de Genova y la tercera clase del piroscafo. Después la travesía, las ansias, las concreciones, los desencantos... Siempre el esfuerzo, el denodado esfuerzo... El desarraigo y el arraigo. Allá por el Centenario ya fue posible traer a la novia que había quedado esperando las mieles de l’America. Entonces sí, con la llegada de los hijos, las raíces calaron profundo, para siempre. Quedarían hasta el último suspiro: la imposibilidad de pronunciar la “jota” y el acento afrancesado del dialecto bobbies. Pero con la nonna fueron orgullosamente “arquentinos”, por amorosa adopción voluntaria.
Es la fracción de historia personal que encaja con precisión de generalidad en los cánones del 90% de nuestro pueblo. “Los argentinos descienden... de los barcos”, bromea un viejo dicho, tal la proporción de descendientes de inmigrantes preferentemente italianos y españoles, pero de ningún modo en forma exclusiva.
Ya a partir de nuestra propia Constitución –1853– se establece que “El Gobierno Federal fomentará la inmigración europea; y no podrá restringir, limitar ni gravar con impuesto alguno la entrada en el territorio argentino de los extranjeros que traigan por objeto labrar la tierra, mejorar las industrias e introducir y enseñar las ciencias y las artes”.
Los 18 años que trascurren entre los gobiernos de Mitre, Sarmiento y Avellaneda –1862 a 1880– reciben el impulso de los tres mandatarios a las primeras experiencias de corrientes inmigratorias. Aquella pionera Colonia Esperanza de Aarón Castellanos en la Santa Fe de 1865, los asentamientos de Entre Ríos, los galeses en Puerto Madryn... “Gobernar es poblar”, sostenía Sarmiento, aunque, en lo concreto, prefería a los inmigrantes anglosajones que a su juicio “tenían mayor habilidad mecánica, hábitos de ahorro, capacidad de trabajo y respeto por la autoridad”, desechando a los judíos, españoles e italianos, entre otros candidatos posibles.
La despoblada extensión de nuestras tierras, en gran proporción vírgenes de todo cultivo y excepcionales para desarrollarlo, fue el principal acicate local de fines del siglo XIX. Las primeras experiencias se transformaron en oleadas que, sólo en la década de 1880, superaron holgadamente las 800.000 personas, ahora sí manifiestamente españoles e italianos en abrumadora mayoría.
Hasta comienzos del siglo XX, desde nuestros orígenes independientes, habían llegado al país más de dos millones de españoles, la mitad de los cuales adoptó esta tierra para siempre.
Los italianos, mientras tanto, no quedaban rezagados en esa estadística: tomando los 50 años que van de 1880 a 1930 se contabilizó la llegada de más de 2.300.000, con un pico que rozaba el medio millón allá por el Centenario.
Es tarea imposible para esta escueta crónica enumerar los atractivos del nuevo terruño y las causas expulsoras que precipitaron a nuestros abuelos a abandonar el suyo. Las hambrunas, las persecusiones religiosas y políticas del siglo XIX, tuvieron clara continuidad en sendas contiendas mundiales, en la Guerra Civil Española y en las persecusiones del nazismo y el fascismo.
La descendencia de las grandes masas iniciales ya había dado sus propios hijos. La posguerra recuperaba aceleradamente los campos arrasados y las ciudades derruidas de la vieja Europa, cuando el gobierno justicialista decretó el “Día del Inmigrante” como homenaje a aquellas viejas generaciones laboriosos que se asentaron en nuestra tierra. El 4 de septiembre, a partir de 1949, excedería al pasado preponderantemente hispano-itálico para trascender en los paraguayos, los bolivianos, los chinos..., que encuentran a nuestro lado raíces para su futuro.
Paradójicamente, muchos de nosotros, frutos de aquellas semillas de “vientos de agua”, debemos transitar la ruta inversa alzando la vista en la búsqueda de hipotéticos mejores futuros, o soportar ese camino de nuestros hijos y nietos con la resignación de su ventura.
Yo quedo aquí, moqueando con Eladia: ¡Soy...! la raíz, del país que amasó con su arcilla. / ¡Soy...! Sangre y piel, del “tano” aquel que me dio su semilla.../ Adiós, “Nonino”... qué largo sin vos, será el camino. / Dolor, tristeza, la mesa y el pan... / Y mi adiós... ¡Ay...! Mi adiós, a tu amor, tu tabaco y tu vino...
Mario Bellocchio




Callejeando historia

Mariano Moreno,
la Biblioteca Pública y la educación

En el mes de septiembre, cuya clásica efemérides es el Día del Maestro –que conmemora la muerte de Sarmiento en 1888–, coinciden otras que, aunque a primera vista no lo parezca, guardan una íntima relación por referirse a hombres o hechos vinculados a la historia de la educación argentina. Así, un día 2 de 1805 nacía Esteban Echeverría, que tanto en su Dogma socialista de 1839 como en Mayo y la enseñanza popular en el Plata de 1844 expuso su pensamiento –influido por el cristianismo místico de Lammenais, la inspiración republicano-democrática de Mazzini y el socialismo romántico de Saint Simon–, en el cual el problema argentino era esencialmente educativo: había que formar al pueblo para la democracia, que no es una forma de gobierno sino “el régimen de la libertad, fundado sobre la igualdad de clases”.
Y tres décadas antes, el 7 de septiembre de 1810, un hombre de la generación anterior a Echeverría, creaba una institución central en su idea de la acción educacional: la Biblioteca Pública de Buenos Aires. Mariano Moreno, que no a otro nos referimos, había nacido el 27 de septiembre de 1778 –el mismo año que San Martín–, hijo del santanderino Manuel Moreno Argumosa, proveniente de un modesto hogar de labradores, y la porteña Ana María Valle. Hizo sus primeras letras en la escuela pública y pasó luego al Colegio San Carlos, fundado en 1783 por el virrey Vértiz, donde se ganó la protección de fray Cayetano Rodríguez, quien le franqueó la biblioteca de los franciscanos, y del clérigo Felipe Tomás de Iriarte, quien lo recomendó para cursar en la Universidad de Charcas. Valga en este punto una digresión: si bien casi toda la generación de la Revolución de Mayo estudió en San Carlos, los que siguieron estudios superiores se repartieron entre Córdoba –cuya Universidad había fundado el obispo Trejo como Colegio Máximo ya en 1613– y la antes nombrada, instalada en la ciudad altoperuana, que llevó cuatro nombres a lo largo de su historia: Chuquisaca, Charcas, La Plata y actualmente Sucre, siendo la capital constitucional de Bolivia. El mayor o menor capital familiar decidía el rumbo –a mayor lejanía mayores gastos– al punto que sólo un integrante de esa generación fue a la prestigiosa Salamanca, Manuel Belgrano, cuyo padre había amasado una inmensa fortuna con el comercio y, por qué no decirlo ya que en la época era normal y decente, el tráfico negrero.
Lo cierto es que Moreno se alojó en la casa del canónigo Matías Terrazas, poseedor de una gran biblioteca, y en 1801 era bachiller en leyes, al siguiente año licenciado y en 1804 doctor en cánones, o sea abogado. Adscripto por un tiempo al estudio de Gascón –futuro participante del Congreso de Tucumán– volvió a Buenos Aires en 1805 y aunque no tuvo actuación en las Invasiones Inglesas participó en la asonada organizada por Alzaga, el 1º de enero de 1809, contra el virrey Liniers. Allí empieza su actuación pública, como consejero legal de Cisneros, escribiendo la famosa Representación de los Hacendados y, aunque no tuvo destacada actuación en el Cabildo Abierto del 22 de mayo, convirtiéndose en uno de los secretarios de la Primera Junta el 25. No detallaremos su vasta actividad en ella, suficientemente conocida, sino los tres pilares considerados fundamentales por Moreno para la educación, que no debía circunscribirse a lo meramente escolar, sino también a la difusión del libro y al periodismo; decía que “si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que debe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas y después de vacilar un tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos, sin destruir la tiranía”. Pensamiento que encontramos en otros hombres formados en la Ilustración como Artigas, que quería que el pueblo “sea valiente pero ilustrado”, o en el propio San Martín, que en el decreto de fundación de la Biblioteca de Lima –para la cual dona la suya– califica a la “ilustración” como “azote de tiranos”. Así pues, además de la Biblioteca, de la cual fue nombrado Protector, Moreno funda la Gazeta de Buenos Ayres y publica una reimpresión del Contrato social para enseñar a los ciudadanos “el verdadero origen de sus obligaciones (...) (y) las que correlativamente contraían los depositarios del gobierno”. La Junta –que había tomado algunas medidas educativas como encomendar a los regidores del Cabildo inspeccionar las escuelas y formular las reformas necesarias– dispuso que el libro se usara como texto en todas las escuelas a partir de los cursos de 1811 para que los niños participaran “del gran beneficio que trajo a la tierra este libro inmortal”, pero ahí el Cabildo mostró la hilacha, pues no objetó si aquellos estarían en condiciones de entender a Rousseau, sino que lo consideró “inútil, superfluo y perjudicial”.
Lo cierto y sabido es que Moreno, que en su jacobinismo algunas cosas tenía muy claras, y terminó peleado con Saavedra y media Junta a raíz del célebre “decreto de supresión de honores” y de la incorporación de los diputados del Interior, fue designado en misión diplomática a Europa y falleció en alta mar dejando desamparados a su mujer –Guadalupe Cuenca– y a su pequeño hijo, que Guadalupe escribiría conmovedoras cartas que nunca llegaron a manos de Moreno y que las autoridades nunca le reconocerían una pensión, salvándolos de la indigencia Manuel Moreno, amante hermano que publicaría en Londres, en 1812, la Vida y memorias del Dr. Mariano Moreno.
De sus obras, la Gazeta perduró hasta el 12 de septiembre de 1821 bajo la redacción de José Pazos Silva, Manuel Alberti, Gregorio Funes, Agrelo, Monteagudo y otros, mientras la Biblioteca perdura hasta nuestros días. Y aquí surge otra interesante coincidencia, pues no sabemos si accidentalmente o adrede, el 27 de septiembre de 1901 la institución se muda de la Manzana de las Luces, donde había estado ubicada desde sus orígenes, a un edificio de la calle México originalmente destinado a la Lotería Nacional –y allí están, decorando los pomos de la gran escalera, los bolilleros para probarlo– por gestión de su entonces director, Paul Groussac, que no dejó tranquilos a Roca y a sus ministros hasta conseguirlo.
A diferencia de otros casos que en su oportunidad hemos comentado, estos hechos y hombres dejaron su marca en la nomenclatura urbana, y desde 1857 la antigua calle de San Francisco, que por algún tiempo se llamó Biblioteca por hallarse en ella la institución, pasó a denominarse Moreno, corriendo de este a oeste por los barrios de Monserrat, Balvanera y Almagro, entre Belgrano y Alsina –luego Yrigoyen–, desde Ingeniero Huergo hasta Colombres. Esteban Echeverría, por su parte, corre desde Figueroa Alcorta hasta Constituyentes entre Sucre y Juramento en el barrio de Belgrano; Paul Groussac, en Versailles, corre desde Lope de Vega hasta Irigoyen entre Santo Tomé y Marcos Sastre; Rousseau está situada en La Paternal, llamándose original y confianzudamente Juan Jacobo, y corre desde la avenida San Martín hasta Terrero entre Arregui y Lascano, y Gazeta de Buenos Ayres es una cortada de Villa Santa Rita que nace en Helguera y termina en Cuenca, entre Alvarez Jonte y El Delta.
Diego Ruiz



Hamlet Lima Quintana
Alguien que sigue siendo “necesario”

Era un empecinado amigo del pueblo, “un tipo como vos”, le gustaba decir, nacido el 15 de septiembre de 1923 –de los que llenan hasta el hartazgo el hoy TBA, y ayer Ferrocarril Sarmiento–, un tipo comprometido como he conocido pocos. “Trabajo, me alimento”– confesaba–, un vecino del oeste, uno que se crió entre calles de tierra y el guitarrerío mañanero de los gorriones, porque así era de simple todo, hasta que el vino agrio del oscurantismo local desbordó su copa y un pucho desdeñoso y mal nacido le fue arrojado a su paso por la ignorancia, el prejuicio y el recelo; sabido es que el destello de la verdad siempre asusta a los que suben y hacen de todo por mantenerse arriba, aunque los de abajo la sigan yugando como perros. Un hijo dilecto era, de una ciudad que lo admiraba, porque sería injusto decir, en pocas palabras, que en Morón no había a quienes deslumbraran las suyas. “Yo soy un tipo como vos”, repetía, y en su voz grave de ternura infinita, era como proclamar que, siendo lo que era, no formaba parte de los otros, de esos que se cruzaban de vereda para evitar su saludo y el “que dirán”; y no éramos, por cierto, tan pocos los que sí, “trabajo, me alimento, sudo un poco”, pero quizás, es preciso reconocerlo aunque nos avergüence, nosotros, sus amigos o esos librepensadores, o que decían serlo, no hicimos todo lo que era preciso e indispensable hacer por él, para defender como nuestra, esa claridad de ala que cabalgaba por las calles del oeste, yendo y viniendo, con su lenguaje poético; ese diáfano fulgor de su palabra proclamando “me dibujo pensamiento en los ojos”, que semejaba pararnos en la calle para decirnos, “yo soy un tipo como vos. La hora, se me hace tarde”. Este andén –era cierto– nos está quedando chico. Todo es un enorme reloj, y lo era, hermano; todos corríamos para no perder el tren de las siete menos cuarto que, a veces, se suspendía; laburábamos, nos alimentábamos y nos hacíamos las mismas preguntas que vos te hacías. “Pero, ¿cómo hará Luisa para inventar tanta ternura todos los días?” y eras, en el vagón, apretado, “enlatados”, cuando pensabas en ella, y quizá todos en nuestras Luisas. Uno más de todos nosotros, “yo soy un tipo como vos” –reiterabas– como quien dice “buenos días, compañeros”, con el diario estrujado bajo el brazo, y los ojos se te poblaban de dibujos, de Javieres, de Raúles, de Armandos, de aquel Morón de pantalones cortos y lluvias lentas, “de gente que con sólo decir una palabra enciende la ilusión y los rosales”. Y eso lo fue sembrando en nosotros tu palabra, con esa luz “que tiene el pájaro al que se le entiende todo lo que canta”, y tenía y continúa teniendo tu palabra.
Esa inmensa y hamletiana humanidad de tu palabra, la que, aún así, después de haberte ido, por purísima ansiedad de camino, de gira con la parca, sigue siendo nuestra, nos pertenece por derecho de canto, porque ella es amistad y es lucha. Y es tuya y es de todos los que sueñan con que esto cambie de una buena vez, aunque esa esgrima de papeles solidarios condenen al juglar hidalgo a una marginalidad, a la que el poder apela, frente a aquellos que les descubren su puerco juego y dicen lo que otros no se atreven a decir; marginalidad, que es como pretender conminarlos, si no al silencio, a caminar orillando el arte. Pero cuando se viene con esa pasión, tan Hamlet, tan Lima, tan Quintana, y con esa férrea fidelidad a sus orígenes, que es como decir desde el pueblo “yo soy un tipo como vos, trabajo, me alimento”, y cuando la sangre de uno “está en la sangre de un pueblo castigado, mi voz ha de estar en las voces de los iluminados”; y cuando el asunto viene de ese modo, no hay forma, señor, de poner al poeta en una caja, de esconderle los zapatos, porque ha de entrar en pata adonde esté su gente, y se sentará a su mesa, porque es esa gente la que vive y atesora su poesía. “Yo soy un tipo como vos, me gusta la mujer, cuento los hijos” y valoro su ternura, como vos apreciás la tuya, aunque tengas que hacerte, siempre, la misma pregunta, “pero, ¿como hará Luisa para inventar tanta ternura todos los días?”. Porque es cierto, y ellas lo saben, debido a que también en ella prendió la semilla de tu poesía, y tienen plenamente claro que, aquí, es cosa de tontos pelear solo, y entonces la ternura es como una forma de acorazarte de las alimañas que suelen parir esos huevos que dejan las serpientes, para que zigzagueen miserablemente tras los pasos de los tipos como vos, “trabajo un poco más, ando sin plata”, de los que son como cada uno de nosotros, los que no se resignan a que el mañana esté en manos que no sean las nuestras, los que atiborramos cotidianamente los rápidos, o los que van parando en todas hasta Moreno del TBA, esos “espacios llenos de cuerpos, ese aire lleno de caras”, pero, tal vez, con algo que no es lo tuyo. “Yo soy un tipo como vos –decías– y en vos eso era cierto, por haber nacido con un corazón pleno de pureza y alegría, un hidalgo caballero de la vida y la palabra, y olfatean, hoy, donde cada uno cuida su quintita, huronean hacia lo alto, te “pisan la cabeza; quiero querer, me duele el corazón cuando lo pienso”. Esas eran tus palabras, y es una suerte, hermano, que ante tanta desvida, engaño y chantocracia, aún haya gente como vos, “me venden un buzón, por ahí anda la cosa”, y como algunas ves dijiste “hay gente que con sólo dar la mano, rompe la soledad, pone la mesa”, pero están también los otros, los pusilánimes de barba tipo candado, aquellos que con decretos se empeñan en detener al viento, cerrarle las ventanas a la aventura del espíritu, los polichinelas del sistema, con su nariz como tomate y sus grandes zapatones, los que se obstinan en ahuyentar los colibríes de la esperanza, y orinar sobre esas diminutas ilusiones, que los de arriba nos venden por TV con la ilusión de hacernos creer que vivimos en el mejor de los mundos posibles, y con sus orines mentales marchitan, día a día, los rosales. Pero la semilla, es sabido, no muere, y eso, compadre, como ese otro pájaro del canto popular al que llamaban Armando, con el que debés de estar charla que te charla, contando las picardías comunes, junto al “Cuchi”, y a don Osvaldo, y al bueno de Paco Urondo, el recuerdo de Lubrano y tantos otros, lo han sabido desde siempre. Y es cierto que, de rato en rato, de boliches como el Margot y una manga de locos a los que no pueden impedirles el seguir galopando sus propios sueños, surgen algunos libros como los de ustedes, sueños, rebeldías, palabras que se alzan cabreras como los indios de Cuzzani, “La Yumba” rezongando fiero o alguna obra de Berni que nos salen al encuentro con sólo abrir la puerta, porque siempre hay algunos que “con sólo sonreír entre los ojos nos invitan a viajar por otras zonas”, y a despecho de los operadores de bolsa y la cámara de comercio, hombres como ustedes, como el mismo buhonero Javier, “nos hacen recorrer toda la magia”.
Porque es cierto, hermano, “hay gente que con sólo abrir la boca/ llega hasta todos los límites del alma,// alimenta una flor, inventa sueños,/ hace cantar el vino en las tinajas,/ y se queda después como si nada".

Hay tipos increíbles, gigantescos de tan modestos. Padres de muchos padres. Hijos de la misma tierra. Ejemplo de conducta. Gente que va por los caminos de la vida arrojando las semillas de las quimeras, de los sueños posibles, y también de los otros, porque de los posibles se hace cargo cualquiera. Pese a lo cual siempre estarán aquellos, los que se niegan a cruzar la calle y se quedan en la otra vereda. Son los que enmudecen el vino, y los pone rejodidos ese jolgorio jornalero que alza su vuelo desde los boliches, como si esa alegría fuese un milagro que sólo se disfruta con tarjeta, porque tras la carcajada, la desfachatez de la risotada campechana, hay algo que les suena “como irse de novio con la vida”, quizá de puro ser simple de tan simples. Y eso sólo lo saben los que viven empedernidamente enamorados de la vida y viviendo para el otro, desterrando a muerte esa muerte que a los otros les han puesto entre las manos, en lo más ponzoñoso de sus uñas, en esa mirada aviesa, ignorando lo que vos sabías y nosotros hemos aprendido, “que a la vuelta de cualquier esquina, hay gente que es así, tan necesaria”, como vos nos seguís siendo.
Juan Alberto Núñez



A 55 años de la promulgación de la Ley 13.010
De la exclusión al sufragio

El 23 de septiembre de 1947 el Congreso Nacional promulga la ley de sufragio femenino obligatorio, que además otorga a las mujeres argentinas el derecho de ser elegidas para cargos ejecutivos y legislativos nacionales, municipales y distritales. En el marco de esta ley votan por primera vez las mujeres de todo el país el 11 de noviembre de 1951.


Como toda conquista, la ley se inscribe en la historia de las luchas previas a su promulgación, no sólo en las de las mujeres sino en las de todos los sectores excluidos por los grupos hegemónicos dominantes. Porque no existe poder sin luchas y enfrentamientos y cualquier modificación en las relaciones de poder está signada por la resistencia.
Así, la Ley Sáenz Peña de 1912 no era estrictamente de voto “universal”, ya que no sólo marginaba a las mujeres sino también a los extranjeros, y, dada la composición social con mayoría de inmigrantes, resultaba exclusora para gran parte de los habitantes de nuestro país.
Yendo más atrás en el tiempo, para los constituyentes de 1853 la “soberanía popular” era una mera declaración de principios, ya que los artículos 14 y 16 de la Constitución proclamaban la igualdad jurídica pero ningún artículo refería a la igualdad política.
En el mundo occidental la historia de las luchas por el sufragio femenino se remonta a la Revolución Francesa. Una de sus primeras representantes es Olimpia Gourges (1748-1793). Entre otras pioneras europeas y americanas podemos citar a Flora Tristán (1803-1844), Susan Brownell Anthony (1820-1906), Concepción Arenal (1820-1893), Clara Campoamor (1888-1972)…
En nuestro país la lucha por la reivindicación de los derechos de las mujeres al sufragio comienza a fines del siglo diecinueve; por lo tanto antecede a la Ley Sáenz Peña. A partir de 1902 las mujeres socialistas llevaron adelante campañas por dicha reivindicación. Alicia Moreau de Justo, Elvira Dellepiane de Rawson, Julieta Lanteri, son sólo algunos de los nombres enrolados en esa lucha a principios del siglo veinte. Sus continuos reclamos al Congreso fueron archivados hasta que, en 1928, el diputado socialista Mario Bravo presenta un proyecto de ley de voto femenino, abortado por el golpe militar de 1930. En 1932 Alfredo Palacios presenta otro. También fue archivado.
Por otra parte, en 1930 una asociación católica, el Comité Argentino Pro voto de la Mujer, declarándose “independiente” de temas políticos, propone un voto femenino calificado. La Unión Argentina de Mujeres constituía el sector sufragista liberal. Estas y otras formaciones representaban a sectores económico-sociales medio-altos y su lucha es pasible de ser inscripta a partir de una concepción elitista.
Pero, como suele decirse, la Argentina nunca terminó en la General Paz. En 1927 se sanciona en la provincia de San Juan la nueva Constitución provincial que extendía el voto universal a las mujeres argentinas nativas y naturalizadas, quienes además de votar tenían derecho a ser elegidas y desempeñar cargos públicos. En las elecciones votó el 97% del padrón femenino, contra el 90% del masculino. Dos mujeres resultaron electas: Emilia Collado, como intendente de Calingasta y Ema Acosta –la primera legisladora argentina y latinoamericana– como diputada.
En 1928 el presidente Hipólito Yrigoyen interviene la provincia de San Juan y es nombrado funcionario interventor Modestino Pizarro, hombre del ala más conservadora del radicalismo, quien consideraba que la libertad de las mujeres “las guiaba hacia el camino del vicio convirtiéndose en un atentado permanente contra la moral y la salud pública” (en: Pizarro, Modestino, La verdad de la intervención en San Juan). Conclusión: se elimina el voto femenino y se destruyen los padrones.
El origen de la Ley 13.010 se remonta a octubre de 1944, cuando el entonces coronel Perón, al frente de la Secretaría de Trabajo y Previsión, crea la Dirección de Trabajo y Asistencia de la Mujer; desde allí se conforma en 1945 la Comisión Pro sufragio Femenino.
En ese entonces la Unión Argentina de Mujeres, presidida por la escritora feminista Victoria Ocampo, se opuso a que la ley saliera por decreto y no por el Congreso de un gobierno constitucional. Al ganar Perón las elecciones de febrero de 1946 se retoma el tema del voto femenino y Evita comienza una campaña radial convocando a las mujeres a tomar conciencia de su discriminación política y a luchar por sus derechos. El 23 de septiembre de 1947 el Congreso promulga la ley de sufragio femenino.
El proyecto peronista tenía por objetivo una masiva unificación social, para la cual la integración de las mujeres se convirtió en una de sus herramientas fundamentales; de aquí que las divergencias y tensiones entre diferentes sectores políticos generaran diversas posturas frente a la promulgación de la ley, no poniendo en tela de juicio el progreso que significaba la universalización del voto sino como manifestación de las luchas de poder en el campo político.
La actividad política, la lucha por las utopías, es un fenómeno sólo ejercido por nosotros, los sapiens-sapiens. Pero frente a lo que significa el progreso para los sectores excluidos es por lo menos difícil comprender las disidencias.
María Elena Walsh escribió en uno de sus poemas: “el que dice que todo tiempo pasado fue mejor,/ nunca fue mujer/ ni trabajador”.
El anhelo por un presente superior, sin exclusiones, nutrido por el pasado y hacia el futuro, es siempre lo mejor.
María Virginia Ameztoy



El extraño caso de las valijas

Los bárbaros ya no están en los confines de la tierra: están aquí, constituidos como bárbaros precisamente por su participación forzada en el mismo consumo jerarquizado.” Estas palabras las escribió Guy Debord, autor de La sociedad del espectáculo, tal vez uno de los libros más lúcidos que se puedan leer sobre nuestro tiempo.
Según una orden reciente de la Policía de Seguridad Aeroportuaria, está prohibido llevar en la cabina del avión cualquier producto líquido o gel (bebidas, champú, desodorante, bronceador, crema, pasta dental, perfumes, encendedores, etc.) Estas delicias de la vida las fuimos aprendiendo a partir del 11 de Septiembre. Una historia entre la ficción y la realidad donde se retiran equipajes, se despachan valijas, se compra en el duty free, se cambia en las tiendas libres de impuestos y se ofrecen promociones de todo tipo. Recuerdo las valijas de Roberto, mi hermano mayor: yo tenía unos seis años y veía que ellas ostentaban etiquetas pegadas de distintas partes del mundo o incluso del país. Uno advertía de inmediato el universo de ciertos individuos con sus maletas de cuero adornadas con emblemas de Londres, Madrid o Roma. Mi hermano solía comentar: “La mayoría de los seres humanos son como esas valijas, si se les pregunta cómo anda el mundo no podrán contestar. Es todo exterior”.
Cuando mi hijo mayor tenía ocho años y el menor tres, fuimos con Rocío de vacaciones a Miramar. Durante varias temporadas habíamos veraneado en sus playas, en esa ciudad tan hermosa llena de tranquilidad, bicicletas y panqueques de dulce de leche. La razón, entre otras, era que una querida familia administraba edificios y nos solía prestar un refugio frente al mar. Años de placer y felicidad. Hijos creciendo entre amigos, risas y tejos playeros. Mi situación económica nunca fue muy buena y por aquellos años, con dos criaturas, se hacía difícil vivir en una sociedad de consumo. Ese año decidimos ir pero llevando los comestibles comprados en el almacén del barrio. Nuestro querido amigo Miguel nos conseguía durante todo febrero un departamento frente al mar, sin cobrarnos un centavo. Adquirimos latas y latas. Paquetes de fideos, de arroz, de azúcar, en fin la provisión para una familia tipo. En las valijas: toallas, sábanas, suéteres, camperas, mallas y remeras, medicamentes, libros, juguetes… Las latas de aceite, frascos de mermelada, botellas –la canasta básica, digamos–, en unas cajas pegadas con cintas de embalar y atadas con hilo sisal. ¡La comida de febrero! Al fin partimos y llegamos a la estación Terminal de Retiro en dos taxis por las valijas y las cajas de alimentos. Pues bien, al arribar a Miramar estaba todo menos… las cajas de comida. Quisimos morirnos. Comenzó nuestro peregrinaje a la estación de ómnibus. Ante los reclamos nos informaban que las cajas viajaron hasta Bahía Blanca, luego a Tandil, que regresaban a Buenos Aires y desde allí a Mar del Plata. En fin, pasamos días de ansiedad y zozobra ante la sospecha del “tesoro” perdido. Al tercer día resucitamos. Llenas de tierra como si hubiesen viajado en diligencia, llegadas de Chusquisaca, un despojo de cartones desfondados (sin que faltase ni la sal ni el polvo jabonoso), pudimos encontrarnos con nuestro sustento, con las olas y las sombrillas.
Hace un mes los padres de Ana, la novia de mi hijo menor, viajaron a Europa para ver a otra hija becada en Alemania. El padre, además, debía exponer sus grabados en una galería de Madrid. A lo que agregaron unos días de placer. Pues bien, al llegar a Barajas se sorprenden al advertir que el equipaje había desaparecido. Autoridades les notifican del error: las maletas fueron a Túnez, luego a Londres, luego a Júpiter. Se compraron una muda de Korea, cepillos de dientes japoneses y un peine chino. La ropa era lavada por la noche con la esperanza de que estuviera seca por la mañana. Iban a todas partes uniformados. Las valijas seguían viajando por el mundo. Y ellos empezaron a acostumbrarse a no tener nada que trasladar. De pronto imaginaron la libertad, como en el cuento de Tolstoi. En la misma situación se encontraban mil quinientos pasajeros. Dos días antes de regresar, las valijas estaban en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. ¿Tal vez un llamado latinoamericano realizado por Evo Morales? Tres horas después de pisar suelo argentino, arribaba a Ezeiza su equipaje. Intacto. Se quedaron unos minutos contemplándolas con estupor, recordaron el tiempo que demandó hacerlas, el que llevaría desarmarlas. Y en el fondo, el alivio inconfesable que significó no cargarlas en ascensores, buses, trenes, cintas, aviones, barcos. Sin saber por qué las abrazaron y las volvieron a amar.
“Una sociedad cada vez más enferma pero cada vez más poderosa ha recreado en todas partes el mundo concretamente como entorno y decorado de su enfermedad, como planeta enfermo”, señaló hace cuarenta años Guy Debord. Al abuelo de Rocío, maletero o mozo de cordel en la estación de trenes de Constitución, jamás le pasó cosa igual
Carlos Penelas



Leopoldo “Teuco” Castilla, poeta
“Como si la casa entera fuera hecha de palabras”


Leopoldo Castilla nació en Salta en 1947. Publicó los siguientes libros: El espejo de fuego (1968); La lámpara de la lluvia (1971); Generación terrestre (1974); Versión de la materia (1982); Campo de prueba (1985); Teorema natural (1991); Baniano (1995); Nunca (2001); Libro de Egipto (2002); Línea de fuga (2004); Bambú (2004). En el 2001 fue publicada una antología del autor por el Fondo Nacional de las Artes.

El listado de libros del Teuco (Llamame Teuco, me dijo) que se detallan más arriba es sólo para reflejar algo, un apenas de pista, un señalamiento de la obra de un hombre. Porque el Teuco es todavía más trabajo y camino. Sus libros fueron editados por editoriales argentinas y españolas, porque a España fue a vivir su exilio cuando en el país éramos derechos y humanos. Como narrador publicó: Odilón (1975) y La luz naranja (1984). Y siempre hay más en su historial, pero hasta aquí llegan los nombres. El mismo, y muchísimo antes, habría terminado con la enumeración.
La suerte quiso que un poeta argentino como Marcos Silber, en una de nuestras charlas alrededor de la escritura, es decir, él habla y yo escucho para aprender, me obsequió un libro del Teuco con especial énfasis en la altura poética del susodicho Libro de Egipto. Y ya nada fue lo mismo, Egipto, y los muertos eternos y el cementerio habitado de El Cairo en la letra de este salteño que nunca habrá de abandonarme, Castilla es otro de los que conmigo se queda. Fruto de este fenómeno extraño, que un escritor argentino recomiende a otro escritor argentino que todavía respira (sí, digo extraño, porque no ocurre tanto como debiera, y sólo un puñado de seres humanos escritores respetan hoy el compromiso ético del oficio), los libros de Castilla comenzaron a hacerse en mi biblioteca.
Después el Teuco se hizo al teléfono y en las mesas de café y ginebra. El poeta va siempre como eterno y alegre agradecido; y de calidad humana se trata cuando uno de esos escritores que logran la especial sintonía de la escritura y la vida, quiere y puede, por ejemplo, ofrendar el tiempo necesario para leer el libro de un desconocido que trabaja para formarse, que trata de llegar a la voz propia, la única distinción posible dentro de la escritura. Y el Teuco tiene tiempo porque lleva encima, bien mezclada en su figura de gigantón, la sencilla generosidad de la buena gente. Esto también es sólo algo de lo que es Leopoldo Castilla.
Su último libro es El amanecido (2005). Todavía lo veo sentado a la mesa, el día de la presentación, leyendo unos pocos poemas, para cuidar a la gente y no cansarla. Castilla lee dentro de un registro de whisky, así el verso se hace todavía más humano y raspa, como raspa el hielo las entrañas del vaso. A continuación algunas consideraciones del poeta.

El amanecido reúne poemas nacidos en esos momentos en los que uno puede descubrirse como “amanecido”, en la sospecha exacta entre el fin de la noche y el principio del día. ¿Tiene Castilla un método, un lugar, un estado, que lo invite especialmente a la escritura?
Nunca se sabrá cuál es el camino de energía que une al hombre con esa dimensión extraña, pero física, que es la poesía. Es como esos vientos que barren grandes espacios y juntan los residuos en un solo rincón. Una especie de donación de enormes latitudes, reales y metafísicas, que, de golpe, son recibidas por un poeta atónito. El azar y la búsqueda manejan esa baraja. Yo personalmente he escrito lo que pude donde sea y como sea, más agradecido a la dádiva de ese golpe fortuito de la emoción o la revelación que a las condiciones objetivas. Eso sí, no hay vez que vaya a llover que no se me vuele el cablerío. Será la carga de ozono en el aire, o, simplemente, la visita de la lluvia que como vos sabés es un hecho bastante sobrenatural.

Leopoldo “Teuco” Castilla como viajero. De dónde el impulso, cómo y por qué a lugares como Egipto, Katmandú, Vietnam. Vicente Muleiro, en la presentación de El amanecido dijo que el Teuco de todos lados se trae un libro. Por ejemplo, ¿ver el cementerio habitado en las afueras de El Cairo se hizo marca en Castilla y luego fue parte, inevitable, de su libro de Egipto?
El viajar me viene de la infancia. Más que el viaje, la aventura. Si supieras las veces que por irresponsable casi pierdo el cuero, los versos y el camino de una sola vez. Pero es hermoso. Uno, porque ¿quién no se da cuenta de que sólo tiene esta oportunidad para ver el planeta donde ha aparecido? Tanta maravilla, más de la que creas que podés imaginar muy sentadito en el umbral, y dos, a la poesía también hay que ir a buscarla, no sólo aguardar que te venga. Aún así, un hombre en el camino no es más, ni menos, que un hombre quieto en su lugar. Cada uno se pierde una parte o un don del otro. Hay también en el viaje el hecho de conocer con el cuerpo. Entonces comprendés cuánta estupidez sustenta a los racistas, que son tales porque fundamentalmente son ignorantes, venimos de una misma madre africana y no conozco a nadie que haya hecho un doctorado para nacer blanco, amarillo o negro. Cuánta liviandad a los prejuicios sobre los otros pueblos, que siempre son conmovedores y maravillosos. Yo quisiera poder terminar de devolverle a ese planeta, con mis poemas, su memoria en la mía. Tanta hermosura que estamos destruyendo.

Cuál es el origen del Teuco Castilla poeta, hasta dónde o a partir de cuándo, al menos así lo supongo, Castilla padre enseñó una posible manera de vivir. Además el padre vuelve, es presencia notable en El amanecido, [...] mi padre ardiendo, / maravillado, / herido / entre cantores difuntos.
He nacido en la casa de un poeta. El diálogo sobre la poesía era constante y vivo allí. Vaya a saber uno si uno es un poeta. Si sé que le he intentado a fondo y sin concesiones. Tampoco ser hijo de un poeta garantiza nada. Se es si la poesía quiere, si no no hay caso. Así seas hijo de Shakespeare. De mi padre aprendí todo. De él y de mis amigos y mis lecturas y mi vida. A veces recuerdo un niño exasperado por visiones terribles y alucinado hasta la temeridad por las grandes tormentas de Salta y, como te dije, con un montón de caminos imaginarios en la cabeza. Tal vez eso, junto a la atmósfera de amor, y respeto, mucho respeto por la poesía que se vivía allí, hayan hecho que no cese en esta tarea de andar tras las palabras. A veces me gusta pensar en cuántas palabras salieron de esa casa, entre los libros de mi padre, de mi hermano, el Guaira, y los míos. Como si la casa entera fuera hecha de palabras.

Es sabido que no es aconsejable mirar la vida sin la presencia de la muerte, al menos si hay intención de vivir a conciencia abierta, y da la sensación de que Castilla tiene especial atracción por entrarle a la vida por el lado de su compañerita inseparable; Teuco, ¿qué hay con la muerte?
Tengo unas coplas a la muerte que terminan diciendo: La muerte anda enamorada / desde el día en que la vi, / anda pintada por verme / y preguntando por mí. // Me vino a buscar la muerte / y nos topamos tomando / y la dejé dormidita / vaya a saber hasta cuando. Desde changuito veía a la muerte bajar todas las noches la escalera que llevaba a la terraza de mi casa. Desde entonces la esquivo como puedo. Y espero que ni se acuerde de mí por muchísimos siglos. La muerte a veces se me hace como ese punto neutro o negro que hay dentro de un prisma. Una quemadura que exhala dos dimensiones distintas. He escrito mucho sobre ella. Tal vez para conjurarla. Lo que más temo de la muerte es el aburrimiento. De esas coplas que escribí a los veinticinco años me acuerdo de otras dos: La muerte son dos caminos / que se hacen frente a un espejo / de un lado se es polvo joven / y del otro polen viejo. Y esta otra: La muerte es una ventana / que se cierra y que se abre, / de un lado es: “no estuve nunca” / del otro lado: “quién sabe”.

¿Qué es para el Teuco la lectura y la escritura?
Con respecto a las lecturas, creo que hay que recuperar sobre todo a los jóvenes poetas, el maravilloso legado de la poesía argentina que nos precedió y el de la lengua. Acabar con la balcanización, que al final nos disminuye en conjunto, de la poesía de Buenos Aires y del interior. La poesía no es de nosotros, sino nosotros de la poesía, como decía refiriéndose a la canción Vitillo Abalos. El olvido de la poesía de la lengua va en desmedro de una fuerza numinal de este oficio, escribir dentro y utilizando la sinfonía del idioma que, como en el caso de los poetas ingleses a los que tanto quieren emular algunos, han logrado, respetándola, una mayor eficacia e inscripción de su pensamiento poético. De todos modos, cada poeta es un mundo. Y creo yo, que no estoy autorizado a levantar ningún paradigma, que es sobre ese mundo sobre el que se tiene que escribir, el más auténtico, entonces se podrá añadir algo propio a la poesía. Pero mejor es que la gente haga lo que quiera con su libertad. No hay “deber ser”. Estas sólo son reflexiones que lo único que hacen es pasar de siglo en siglo, de poeta en poeta. De servir, sirven. También, en otro estadio, la poesía se hace desoyendo.
Entrevista de Edgardo Lois


La nieve


La nieve entibia. Cuentos de infancia asoman y tardes de té con pasteles sabor abuela se engullen.
Para una niña latinoamericana, el escenario de las historias fantásticas tiene una nieve que desconoce. Nieve de plástico en los árboles de Navidad de pleno verano, nieve en los televisores de baja calidad, y nieve se llama a los helados en el Caribe. Pero nieve del cielo, esa, solo acá. Las nieves que recibí en esos días del invierno cercano, efímeras y bailantes, traían la melancolía de cuando aún me llegaban historias de la familia.
La nieve que caminé tenía la consistencia de quien inaugura un camino que es corto pero por ahora necesario. En aquel momento decidí que no era éste el lugar para toda mi vida. La pregunta es si existe algo como toda mi vida; y segundo, qué otro lugar sería capaz de dar ganas de vivir.
Releo a Benjamin, historias de su huida. Aferrado a un manuscrito, buscó refugio y no se lo dieron. Prefirió morir que dar un paso atrás, rumbo a la locura y a la ignominia. En un oscuro, misérrimo hotelucho, dejó un manuscrito perdido. El portero –imagino– lo tiró: no eran más que papeles de un obtuso (pensó) que no quiso enfrentar a lo que otros dictaran.
En eso, en sustraerse a la maquinaria, Walter Benjamin mostró que seguía siendo un hombre de agallas. También él, quizás, extrañaba la nieve de la infancia.
Marta Kapustin (Bad Homburg, 2006)





Fantasma de luna

Como un secreto oculto entre poetas,
hembras de ley y soñadores varios,
cuentan que va rodando por Saavedra
el último fantasma enamorado.

Se dice que anda en cada luna llena
buscando socios y confabulando.

Lo vieron una tarde allá en Platense
colgado del Alumni, atrás del arco;
también anduvo con levita y lengue
vestido de murguero en el Medrano,

arroyo compadrón y prisionero,
pariente en el dolor, del Maldonado.

Fantasma de la luna, cielo errante
curtiendo la amistad en camiseta
carita de arrabal,
la vida en un mural,
promesa de un amor hecho silueta.


Hay una luna igual, pero distinta
hay otra luna, piel de barrilete;
Saavedra de murgón,
placita y corazón,
hay otros barrios, pero están en éste.

Se oye un rumor del Juventud al Cumbre,
del río a las ventanas y a los patios,
canta un gorrión desde noviembre a octubre,
marea un bandoneón en el escabio.

Dicen que llueve amor de serenatas
cuando el Polaco canta para el barrio.

Parece que en las noches cuando hay luna
se juntan los fantasmas en el parque
a conspirar historias con arroyos,
y sueños modelados en la tarde.

Yo sé que el tiempo está del lado de ellos
y un día brillarán en estas calles.

Fantasma de la luna, cielo errante
curtiendo la amistad en camiseta
carita de arrabal,
la vida en un mural,
promesa de un amor hecho silueta.


Hay una luna igual, pero distinta
hay otra luna, piel de barrilete;
Saavedra de murgón,
placita y corazón,
hay otros barrios, pero están en éste.

Raimundo Rosales




Queremos decirles que... (Editorial)

Quiero seguridad. Para mí, para mi familia, para mis amigos, para la humanidad. Quiero tener garantías amparadas por el Estado –que para eso está– y debe brindármelas. No es posible que pongamos en riesgo nuestras vidas por un par de zapatillas, una campera o diez mangos. Quiero poder regresar tarde del trabajo en un colectivo donde no aparezca un par de falopeados que le corten los tendones al chofer o violen a la pasajera del fondo. La vez pasada me encaró un pibito con una navaja, tenía los ojos vidriosos por el “pako” (¿así se llama?) Y..., la villa está cerca (¿en donde no habrá cerca una villa?) Quiero que se termine esta historieta de la marginalidad: en pleno Centro está lleno de pulguientos que abren las bolsas de la basura y ¡morfan! ¿Cómo puede ser que coman esas porquerías? Esto antes no pasaba.
Creo recordar a alguien que dijo “pobres habrá siempre”, pero eran otros pobres, no se habían caído por debajo de la línea de indigencia... todavía.
Aquello venía de la seguridad en forma de doctrina, porque había muchachos que pensaban feo y era menester aniquilar a la subversión apátrida. No vaya a ser que los que tenían la vaca atada perdieran la plusvalía. La seguridad aconsejaba liquidar esta generación de degenerados intelectuales que no eran ni derechos ni humanos. Y se hizo, en nombre de la seguridad de la Argentina potencia en la que daba lo mismo fabricar acero que caramelos.
Aniquilada la oposición política, los cocineros del menú de la muerte se encargaron de instalar la economía de la brecha social, esa que les depositó la comida en las bolsas de basura a los que presuntamente ya les iba a llegar el derrame cuando la primavera monetaria floreciera en dólares.
Y el derrame llegó en forma de Tsunami que arrasó a lo Hood Robin: arrebató a los pobres para proveer a los poderosos. Y ahí están, sumergidos, sin futuro, sin presente, colgados de un último peldaño de la escalera, jugados a todo o nada, navegando en los vahos del “pako”, matando por veinte guitas, muriendo por diez...
¡Quiero seguridad, ingeniero! Para mí, para mi familia, para mis amigos, para la humanidad. Quiero tener garantías amparadas por el Estado –que para eso está– y debe brindármelas. Comprendo su dolor de padre, que le ha dado el lacerante doctorado de víctima de la violencia. De paso le recuerdo que el de experto en seguridad se cursa en otro claustro que no admitre represores desocupados, defensores del Proceso, ni apologistas de la mano dura. Quiero seguridad por fuera de los modernos ghettos llamados countries, quiero que preocupe tanto Solano o Villa Caraza como Pilar. Quiero la seguridad de que antes de bajar la edad inculpatoria a los menores se destierren las fosas comunes de los actuales establecimientos. Quiero la seguridad de que la mayor presencia policial no sea la de la Policía de dedo fácil y coima presta.
En pocas palabras, ingeniero Blumberg, todos los argentinos necesitamos seguridades como la de revertir las circunstancias que Ud., industrial exitoso de los años menemistas, podrá reconocer como los del afianzamiento de las raíces de nuestra inseguridad.
Mario Bellocchio