14.4.06
Nº 50 de marzo de 2006
Desaparecidos: la presencia de lo invisible
Los muertos que vos matáis...
Se cumplen tres décadas del momento en que se instaló el llamado Proceso de Reorganización Nacional que declaró “enemigos a los subversivos, los amigos de los subversivos y los indiferentes”. Un adjetivo –hasta ese momento monopolizado por la fantasmagoría del misterio– se sustantivó: “desaparecido” pasó a ser el símbolo de la represión, un doloroso hachazo sobre las laceradas carnes de la tortura y la volatilidad de los cuerpos evaporados en los campos clandestinos de detención. Pero la desaparición fue sólo el mecanismo. La “máquina” se movilizaba por otros intereses.
30.000 desaparecidos en 7 años, millones de argentinos condenados a la economía del castigo y el silencio. Discursos como Subversión apátrida, Guerra antisubversiva, Los argentinos somos derechos y humanos, entre tantos otros, se erigieron para refundar viejos contenidos fascistas bajo nuevas categorizaciones.
La represión sistemática y sistematizada se implementó en términos de ocultamiento del castigo: la desaparición, muerte sin cuerpos expuestos. Perversión del discurso negando los hechos represivos y a la vez aludiendo a la factibilidad de su ocurrencia. Y un mundial de fútbol sirviendo de propicia cortina de humo para el ocultamiento de hechos que sucedían –entre otros cientos de lugares– a metros de donde se gritaban los goles.
El feroz genocidio llevado a cabo por la junta militar tuvo fundamentalmente un objetivo etnocida, de aniquilación de toda forma de pensamiento, acción y producción simbólicocultural, política e ideológica que se opusiera a la sustentada por las Fuerzas Armadas, sectores de la Iglesia y la burguesía financiera aliados al grupo golpista del 24 de marzo de 1976.
Acciones militares, paramilitares y policiales fueron estrategias implementadas con propósito de exterminio, desestructurando la movilización y desintegrando lazos de identidad para producir rupturas en el entramado social y la intersubjetividad solidaria.
La gran burguesía financiera, en especial la asociada con el capital trasnacional, fue la clase fundamental aliada a la junta militar golpista, sector que históricamente tuvo un incremento económico progresivo tras cada golpe militar.
Pero la dictadura de 1976 exacerbó los métodos de coacción a través del terrorismo de Estado para implantar el modelo económico de exacción y transferencia de ingresos siguiendo las pautas del sistema económicofinanciero central. Para cumplir con ese mandato de reorganización de las economías dependientes dictado por el capital internacional –debido a los cambios acaecidos en el proceso de acumulación– era necesario ejercer una dominación hegemónica tendiente a la fragmentación social. Y el método utilizado fue la desaparición de personas. A partir de allí comienza la presencia de los treinta mil y el tormento de los que quedaron, maltrechos, prohibidos, exiliados, ocultos, de alguna forma también desaparecidos, negados como sujetos sociales y políticos. Y como constructores de la historia.
Desde el inicio del golpe surgieron los intelectuales orgánicos del régimen, algunos, meros oportunistas, otros, nostálgicos del retorno de “la hora de la espada”, aún hoy siguen labrando el surco de su propia iniquidad defendiendo las mismas causas en otros contextos.
En abril de 1977 catorce mujeres despojadas de sus hijos por la dictadura comenzaron a reunirse en la Plaza de Mayo, caminando todos los jueves rondando la Pirámide. Catorce mujeres que impulsaron el mayor movimiento civil de resistencia, a pleno día y frente a la Casa de Gobierno intrusada por los usurpadores del poder. Fueron las Madres quienes señalaron a los asesinos luchando hasta lograr su enjuiciamiento y resguardando la memoria para rescatar de las tinieblas los crímenes de la tiranía, para tenerlos presentes e impedir que vuelvan a suceder.
A treinta años se actualiza el dolor de la pérdida. Sin embargo, el espacio de los ausentes nunca está vacío, lo ocupa su presencia. La presencia de lo invisible.
María Virginia Ameztoy
Callejeando historia
Amadeo Jacques
Este mes de marzo comienzan las clases y Callejeando suele aprovechar la oportunidad para recordar a alguno de los educadores que, entre tanto político y militar, ha merecido homenaje en alguna calle porteña. Hablamos alguna vez de Sarmiento; de Agrelo, el primer profesor de Economía –disciplina que Carlyle, con razón, llamó ciencia maldita–; de Almafuerte –esa especie de santo laico–, y en esta oportunidad queremos evocar la vida de quien, en gran medida, organizó nuestra enseñanza media: Amadeo Jacques. Nacido en París en 1813, el joven Amadeo Florentino –tal su nombre completo– tuvo una excelente educación en el Liceo de Borbón y la Escuela Normal, mientras paralelamente se dedicaba a las “ciencias experimentales”, o sea la física y la química que, en esa época, eran consideradas el modelo para todo conocimiento. Ejerció tempranamente la docencia y, con sólo 24 años, se doctoró en Letras en la Sorbona con sendas tesis sobre Aristóteles y Platón pero, no contento aún, se licenció en Ciencias Físicas y al poco tiempo era miembro de la Academia de Ciencias Morales y Políticas donde, en enero de 1839, leyó una Memoria sobre el sentido común como principio y como método filosófico.
Jacques no se conformó con ser profesor en la Escuela Normal Superior y en el Liceo Luis el Grande, editó obras filosóficas de Clarke, Fenelón y Leibnitz –el gran rival de Newton–, colaboró en el Diccionario de Ciencias Filosóficas de Franck y en asociación con dos colegas, Jules Simon y Emile Saisset, comenzó a publicar el Manual de Fiosofía para uso de los Colegios. Y allí empezaron los problemas, pues las ideas de avanzada que exponían no cayeron bien en la Francia reaccionaria de Luis Felipe, y el ministro de Educación prohibió tanto el Manual como la defensa que sus autores hacían desde las páginas de la hoy mítica “Revue de Deux Mondes”. Jacques y sus amigos no se achicaron, fundaron en 1847 una nueva revista que llamaron La libertad de pensar que finalmente, en 1850, fue clausurada por Luis Napoleón –Napoleón el chico, como diría Marx en El 18 de Brumario de Luis Bonaparte– que en 1848 había instaurado una dictadura, al tiempo que Jacques era destituido de todas sus cátedras y partía para el exilio.
Valga en este punto la reflexión sobre una paradoja: el Río de la Plata ha sido, históricamente, tierra de exilio en dos sentidos. Tierra generosa en la recepción de emigrados políticos desde la década de 1820 y de los desheredados de Europa desde 1860 y, al mismo tiempo, patria expulsora de sus hijos desde los albores mismos de la Revolución de Mayo. Recibíamos desterrados con los brazos abiertos y expulsábamos, alegremente, a cuanto compatriota discrepase con el régimen de turno, y eso en el mejor de los casos pues con frecuencia los hemos mandado al patíbulo. Al margen de todos aquellos que dejaron su trabajo y sus huesos en esta tierra, son centenares los nombres importantes –importantes por su aporte– de la inmigración a nuestro suelo: de Bacle a Stephan Erzia o el mismo Gyula Kosice entre los artistas, de Octavio Mossoti a Burmeister entre los científicos, de Pedro de Angelis a Alberto Gerchunoff o César Tiempo entre los escritores, de Alejo Peyret a Emilio Bieckert entre los hombres de empresa..., y la lista excedería estas líneas. Y en el caso opuesto, desde Saavedra o Manuel Moreno –pasando por Rivadavia, Dorrego, San Martín, Echeverría, Sarmiento, Alberdi, el Chacho y Felipe Varela, Alfredo Palacios, Amadeo Sabatini, Perón, etc.– hasta los miles de exiliados que causó la dictadura genocida de la década de 1970.
En fin, lo cierto es que Jacques recaló en Montevideo con sus aparatos de física y una recomendación de Humboldt comenzando un peregrinaje que lo llevaría por Paraná, Buenos Aires, Rosario, Córdoba, Santiago del Estero, el Chaco y Tucumán como profesor, plantador de caña de azúcar, agrimensor –mensuró, entre otras, las tierras de Añatuya donde medio siglo después nacería Homero Manzi– y hasta panadero. Estando en Santiago del Estero recibió la flecha que, según Antonio Machado, a todos nos tiene Cupido asignada y se casó con Benjamina Augier por lo cual desechó la idea de emigrar, nuevamente, a Estados Unidos. Pero Jacques tenía, parece, un carácter bastante fuerte y terminó por pelearse con su padrino de casamiento, Manuel Taboada, por lo que se fue a Tucumán donde otra vez desempeñó una veintena de oficios, entre ellos el de daguerrotipista (la fotografía de aquellos tiempos). En el Jardín de la República cambió su suerte, pues el gobernador Marcos Paz lo nombró director del Colegio San Miguel, donde implantó sus modernas ideas pedagógicas y formó discípulos que luego darían que hablar en la “generación del 80”. Otra vez por problemas políticos, debió renunciar en 1860, pero Marcos Paz ya era vicepresidente de Mitre y lo llamó a Buenos Aires, donde fue nombrado virtual vicerrector del recién creado Colegio Nacional (hoy Nacional Buenos Aires). Jacques elaboró entonces el programa de estudios favoreciendo las materias científicas, sin descuidar las “clásicas” que hasta entonces eran la única currícula y, a la muerte de Eusebio Agüero, fue designado rector del establecimiento. No contento con esto, planeó la enseñanza en todos los niveles, aconsejando la clase elemental como transición entre la primaria y la secundaria para preparar al alumno “a aprender todo” y con Juan María Gutiérrez, Juan Thompson, Benjamín Gorostiaga y Alberto Larroque redactó un Plan de Instrucción Pública –sobre la base de sus anteriores trabajos La Instrucción Pública en las Provincias Unidas del Río de la Plata e Ideal de Instrucción Pública, publicados en 1862 en El Liberal– que apareció después de su muerte, tanto como la Memoria de 1865 que es, para el biógrafo Cutolo y educadores como Aníbal Ponce o Juan Mantovani, su testamento pedagógico.
Según los testimonios de la época, Jacques era muy querido por sus alumnos, si bien tenía muy mal carácter y era propenso al coscorrón, al punto de que a su muerte, ocurrida el 13 de octubre de 1865 por un derrame cerebral, llevaron su féretro a pulso y le erigieron un monumento. En el sepelio habló, entre otros, el entonces ministro de Instrucción Pública, Nicolás Avellaneda, a quien debemos la ley 1420 de educación común que más de una autoridad educativa debería releer. Lamentablemente, si bien Federico Tobal y otros contemporáneos dejaron su testimonio directo sobre Jacques, el más conocido es Juvenilia de Miguel Cané y decimos lamentablemente porque Cané, tan angelical en esas páginas, fue el autor de una ley que institucionalizó la xenofobia y el odio de clases, la famosa ley de residencia de los extranjeros, cerrando el círculo de tierra hospitalariatierra expulsora que más arriba comentábamos. Pero por suerte no estamos hablando de Cané –algún día lo haremos pues tiene una callejuela en... Palermo Chico, como corresponde– sino de Amadeo Jacques, un francés librepensador que modernizó la enseñanza argentina y, este sí con justicia, es recordado con una calle en el barrio de Liniers que corre de Madero hasta la General Paz, entre Bynon y Reservistas Argentinos.
Diego Ruiz
El salto
El gato ha trepado a un árbol de la apacible calle Castro, desafiando la verticalidad del tronco y se ha parado allí, donde tres ramas nacen en abanico. Se dirige decidido hasta la que sabe le aproximará más al balcón al que quiere llegar. Asciende con cauteloso equilibrio hasta donde encuentra el límite a la resistencia de su peso. Se concentra, tenso. Su cabeza parece contener una máquina que está calculando la firmeza del apoyo, la fuerza que demandará su impulso, la rapidez que necesitarán sus patas y zarpas para aferrarse al casi imperceptible borde de una moldura. Su vista es un penetrante láser que le transmite datos precisos. En ese momento todo el gato es un salto, algo tan intangible como un salto. En su concentración, el animal se ha desconfigurado y convertido en pura energía; en una poderosa y segura voluntad que ha de alcanzar el objetivo. Habrá un espacio inmedible en que el gato desaparecerá de mi vista, produciéndose una mágica ausencia, como en un acto de ilusionismo, elucubrada por la alquimia de su cerebro que ha procesado una serie de datos puntuales de la realidad, asociándolos a antecedentes genéticos, experiencias ancestrales repetidas desde lo más remoto de los tiempos. En ese instante con él –y desde un lugar de Boedo– se lanzarán al espacio los innumerables felinos que en el mundo han sido y en el trayecto que media entre un punto de apoyo y otro de sustento, se habrá consumado uno de los acontecimientos más abstractos que podamos concebir: un salto.
Salvador Linares
Testigo de papel
La carta de Walsh
Al día siguiente de enviar esta carta a la Junta de Comandantes, Rodolfo Walsh fue ametrallado en la vía pública y se hicieron desaparecer sus restos. A partir de ese momento este valiente mensaje se constituyó en el paradigma de la resistencia al Proceso. El periodista acababa de cumplir 50 años el 9 de enero. En su recuerdo y homenaje trascribimos algunos fragmentos de aquel escrito memorable.
La censura de prensa, la persecución a intelectuales, el allanamiento de mi casa en el Tigre, el asesinato de amigos queridos y la pérdida de una hija que murió combatiéndolos, son algunos de los hechos que me obligan a esta forma de expresión clandestina después de haber opinado libremente como escritor y periodista durante casi treinta años. El primer aniversario de esta Junta Militar ha motivado un balance de la acción de gobierno en documentos y discursos oficiales, donde lo que ustedes llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades.
El 24 de marzo de 1976 derrocaron ustedes a un gobierno del que formaban parte, a cuyo desprestigio contribuyeron como ejecutores de su política represiva, y cuyo término estaba señalado por elecciones convocadas para nueve meses más tarde. En esa perspectiva lo que ustedes liquidaron no fue el mandato transitorio de Isabel Martínez sino la posibilidad de un proceso democrático donde el pueblo remediara males que ustedes continuaron y agravaron.
Ilegítimo en su origen, el gobierno que ustedes ejercen pudo legitimarse en los hechos recuperando el programa en que coincidieron en las elecciones de 1973 el ochenta por ciento de los argentinos y que sigue en pie como expresión objetiva de la voluntad del pueblo, único significado posible de ese “ser nacional” que ustedes invocan tan a menudo. Invirtiendo ese camino han restaurado ustedes la corriente de ideas e intereses de minorías derrotadas que traban el desarrollo de las fuerzas productivas, explotan al pueblo y disgregan la Nación. Una política semejante sólo puede imponerse transitoriamente prohibiendo los partidos, interviniendo los sindicatos, amordazando la prensa e implantando el terror más profundo que ha conocido la sociedad argentina.
2. Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror.
Colmadas las cárceles ordinarias, crearon ustedes en las principales guarniciones del país virtuales campos de concentración donde no entra ningún juez, abogado, periodista, observador internacional. El secreto militar de los procedimientos, invocado como necesidad de la investigación, convierte a la mayoría de las detenciones en secuestros que permiten la tortura sin límite y el fusilamiento sin juicio.
Más de siete mil recursos de hábeas corpus han sido contestados negativamente este último año. En otros miles de casos de desaparición el recurso ni siquiera se ha presentado porque se conoce de antemano su inutilidad o porque no se encuentra abogado que ose presentarlo después que los cincuenta o sesenta que lo hacían fueron a su turno secuestrados.
De este modo han despojado ustedes a la tortura de su límite en el tiempo. Como el detenido no existe, no hay posibilidad de presentarlo al juez en diez días según manda un ley que fue respetada aún en las cumbres represivas de anteriores dictaduras.
La falta de límite en el tiempo ha sido complementada con la falta de límite en los métodos, retrocediendo a épocas en que se operó directamente sobre las articulaciones y las vísceras de las víctimas, ahora con auxiliares quirúrgicos y farmacológicos de que no dispusieron los antiguos verdugos. El potro, el torno, el despellejamiento en vida, la sierra de los inquisidores medievales reaparecen en los testimonios junto con la picana y el “submarino”, el soplete de las actualizaciones contemporáneas.
[...] En esos enunciados se agota la ficción de bandas de derecha, presuntas herederas de las 3 A de López Rega, capaces dc atravesar la mayor guarnición del país en camiones militares, de alfombrar de muertos el Río de la Plata o de arrojar prisioneros al mar desde los transportes de la Primera Brigada Aérea, sin que se enteren el general Videla, el almirante Massera o el brigadier Agosti. Las 3 A son hoy las 3 Armas, y la Junta que ustedes presiden no es el fiel de la balanza entre “violencias de distintos signos” ni el árbitro justo entre “dos terrorismos”, sino la fuente misma del terror que ha perdido el rumbo y sólo puede balbucear el discurso de la muerte.
[...] A la luz de estos episodios cobra su significado final la definición de la guerra pronunciada por uno de sus jefes: “La lucha que libramos no reconoce límites morales ni naturales, se realiza más allá del bien y del mal”. (Se trata del teniente coronel Hugo Ildebrando Pascarelli .)
5. Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada. En un año han reducido ustedes el salario real de los trabajadores al 40%, disminuido su participación en el ingreso nacional al 30%, elevado de 6 a 18 horas la jornada de labor que necesita un obrero para pagar la canasta familiar, resucitando así formas de trabajo forzado que no persisten ni en los últimos reductos coloniales. Congelando salarios a culatazos mientras los precios suben en las puntas de las bayonetas, aboliendo toda forma de reclamación colectiva, prohibiendo asambleas y comisioncs internas, alargando horarios, elevando la desocupación al récord del 9% prometiendo aumentarla con 300.000 nuevos despidos, han retrotraído las relaciones de producción a los comienzos de la era industrial, y cuando los trabajadores han querido protestar los han calificados de subversivos, secuestrando cuerpos enteros de delegados que en algunos casos aparecieron muertos, y en otros no aparecieron.
[...] 6. Dictada por el Fondo Monetario Internacional según una receta que se aplica indistintamente al Zaire o a Chile, a Uruguay o Indonesia, la política económica de esa Junta sólo reconoce como beneficiarios a la vieja oligarquía ganadera, la nueva oligarquía especuladora y un grupo selecto de monopolios internacionales encabezados por la ITT, la Esso, las automotrices, la U.S.Steel, la Siemens, al que están ligados personalmente el ministro Martínez de Hoz y todos los miembros de su gabinete.
Un aumento del 722% en los precios de la producción animal en 1976 define la magnitud de la restauración oligárquica emprendida por Martínez de Hoz en consonancia con el credo de la Sociedad Rural expuesto por su presidente Celedonio Pereda: “Llena de asombro que ciertos grupos pequeños pero activos sigan insistiendo en que los alimentos deben ser baratos”. El espectáculo de una Bolsa de Comercio donde en una semana ha sido posible para algunos ganar sin trabajar el cien y el doscientos por ciento, donde hay empresas que de la noche a la mañana duplicaron su capital sin producir más que antes, la rueda loca de la especulación en dólares, letras, valores ajustables, la usura simple que ya calcula el interés por hora, son hechos bien curiosos bajo un gobierno que venía a acabar con el “festín de los corruptos”. Desnacionalizando bancos se ponen el ahorro y el crédito nacional en manos de la banca extranjera, indemnizando a la ITT y a la Siemens se premia a empresas que estafaron al Estado, devolviendo las bocas de expendio se aumentan las ganancias de la Shell y la Esso, rebajando los aranceles aduaneros se crean empleos en Hong Kong o Singapur y desocupación en la Argentina. Frente al conjunto de esos hechos cabe preguntarse quiénes son los apátridas de los comunicados oficiales, dónde están los mercenarios al servicio de intereses foráneos, cuál es la ideología que amenaza al ser nacional.
Si una propaganda abrumadora, reflejo deforme de hechos malvados no pretendiera que esa Junta procura la paz, que el general Videla defiende los derechos humanos o que el almirante Massera ama la vida, aún cabría pedir a los señores Comandantes en Jefe de las 3 Armas que meditaran sobre el abismo al que conducen al país tras la ilusión de ganar una guerra que, aún si mataran al último guerrillero, no haría más que empezar bajo nuevas formas, porque las causas que hace más de veinte años mueven la resistencia del pueblo argentino no estarán dcsaparecidas sino agravadas por el recuerdo del estrago causado y la revelación de las atrocidades cometidas.
Estas son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles.
Rodolfo Walsh. C.I. 2.845.022
Buenos Aires, 24 de marzo de 1977.
Retazos
La resurrección es un milagro de costureras. Mi madre lo realizaba a diario sin arrebatos místicos ni pretensiones dogmáticas. Sus vestidos agonizantes volvían a la vida en las blusas de nuestra infancia, en la ropa de las muñecas, en los trajes de los títeres del retablo de mi padre.
Como toda persona que conoce cabalmente la nobleza de su oficio, ella tenía, sin saberlo, una visión poética del suyo. Admiraba la buena moldería como quien admira las manzanas de un cuadro de Cézanne y encontraba en los drapeados bien hechos una barroca perfección gongorina.
Aquellas prendas tenían un encanto imposible de igualar por las que se confeccionaban con telas de primera mano o las que se compraban hechas: eran absolutamente únicas y, además, atesoraban una historia. Mis vestidos y los de mis hermanas, tenían, como los seres humanos, un árbol genealógico: eran hijos de una vieja falda de mi abuela y de una puntilla que alguna vez había adornado una toalla de granité, de las que se usaban en sus tiempos para la visita del médico. Otras descendían de manera directa de un noble vestido de novia y de una falda plebeya. Algunas heredaban el carácter risueño de los recuerdos felices. Otras, la tristeza de alguna circunstancia infeliz: pantalones de un abandono, blusa de un desencuentro amoroso, traje de un golpe inesperado del destino, desdichas, en fin, que tiñeron para siempre de ocre las prendas de quien las llevaba en el momento en que el mundo se le derribaba de pronto como si estuviera hecho de arena.
Recuerdo una falda que me cosió mi madre con retazos de un vestido de su juventud. Tenía un fondo de color terroso y pájaros fantásticos que parecían pintados con colores aguados. Me hacía feliz ponerme aquella ropa artística, como si la creatividad materna se encarnara en mi propio cuerpo y mi propio ser se convirtiera en una obra de arte firmada al pie con su nombre. Sentía un tímido orgullo por esa chaqueta de príncipe de Gales, cuyos cuadros monocromos trazaban sobre mi cuerpo un mapa, y por el vestido azul, de talle princesa, con pintitas blancas, cuya tela mi madre aseguraba que era de un valor artesanal incalculable. Ella tenía la capacidad de darles a los trapos viejos una dimensión mítica, a atribuirles orígenes nobles y lejanos.
Quizá por eso me acostumbré a ver en los retazos no despojos sin vida sino, por el contrario, semillas capaces de generar flores exóticas de perfumes raros. Quizá, también por eso, me gustan los botones viejos que han perdido su soporte y andan por el mundo como náufragos a la espera de un hilo y una aguja que los devuelvan a sus casas. Y tal vez por la misma razón, me producen un sentimiento melancólico de felicidad perdida las corbatas en desuso que conservan en su languidez de seda la tibieza de los soles de otros tiempos y que cuelgan como ropa abandonada en la soga de tender del patio de un pueblo fantasma, del piolín sujeto con dos chinches en el interior de la puerta de algún ropero viejo.
Eran las costuras de mi madre las que les daban un sentido a los retazos sueltos. Estos encontraban, por fin, un lugar en una trama para concretar una historia que llevaba por título “Vestido de fiesta”, “Blusa mañanera”, “La falda de las tardecitas”, “Prendas domingueras”.
También nosotros estamos hechos de retazos, de géneros dispares heredados del pasado. También nosotros estamos atravesados por puntillas melancólicas y por rojas alegrías a lunares. “Mónica”, “Lucía”, “Carlos”…, son los nombres que unifican nuestra naturaleza dispar, nuestra esencia remendada, son los títulos que integran los fragmentos dispersos de nuestras vidas en tramas que nosotros mismos creamos. “A mí me parece –dice un personaje de Vila-Matas– que la vida no tiene trama; se la ponemos nosotros, que inventamos la literatura.”
Quizá sea porque el mundo no tiene sentido y me urgía inventarle alguno que elegí el oficio de coser palabras. Las palabras, como los retazos de mi madre, son inexorablemente viejas, usadas. La filología da cuenta de los remiendos que han sufrido a través de la historia hasta llegar a nosotros que las lucimos como recién estrenadas.
Yo las trato como lo aprendí de mi madre: las miro de trasluz, las pongo sobre la mesa, las corto con una tijera, las combino por colores y texturas, las dobladillo, las pespunteo, las pongo al bies… Escribir es, por excelencia, un trabajo de costurera pobre: lograr sentidos nuevos con palabras gastadas.
Mónica López Ocón
Al pie de la letra
No importa dónde, desde la cola del colectivo hasta la del cine, desde el mostrador de la repartición pública hasta el escritorio de la oficina, desde el estadio deportivo hasta la sala del Teatro Colón, en algún momento oiremos pronunciar a alguien muy suelto de cuerpo y sin el menor pudor extrañas palabrejas tales como eichisbicí (HSBC), iespién (ESPN), emgiém (MGM), dividí (DVD), cidí (CD), elyi (LG) –apenas media docena de abalorios de un nutrido collar made in yanquilandia– que no pocos de nuestros coterráneos pretenden lucir como adorno de cuidada pronunciación, cuando no es más que la coyunda imperial bien ceñida en su testuz neocolonizada.
En castellano, o si lo prefiere también “en argentino”, las siglas siempre se pronunciaron con el nombre propio que cada letra del alfabeto tiene desde su propio origen; así entonces deberían pronunciarse los ejemplos señalados como: hache-ese-be-ce, e-ese-pe-ene, eme-ge-eme, de-ve-de, ce-de, ele-ge, o de lo contrario llamar a cada uno por el nombre a que esas iniciales hacen referencia; en cualquiera de ambos casos siempre será más correcto que la corrupción idiomática que los imperiales imponen valiéndose de sus lacayos locales propaganda mediática mediante y los sometidos aceptan sin el menor cuestionamiento, en el mejor de los casos, ya que no son pocos los que acogen estas normativas con irresponsable contento creyendo que están hablando en buen romance.
Tiene tal magnitud este sometimiento léxico –inconscientes en unos, aceptado sin razonamiento previo en otros, bienvenido en los proyanquis recalcitrantes– que en cierta oportunidad escuché a una locutora de una emisora radial porteña de primera línea, comentar una noticia de un suceso acaecido en Flórida (tal cual, con tilde en la letra o). Y no fue error, pues no hubo rectificación alguna, ni en esa ni en otra oportunidad en que reiteró el mismo disparate. Evidentemente esta profesional del aire ignora que ese territorio fue descubierto por Hernando de Soto, conquistador español, gobernador de Cuba en 1538, y que por lo tanto su nombre proviene del mismo origen, y que si los estadounidenses pronuncian acentuando la letra o convirtiéndola levemente en esdrújula, es por la dificultad que tienen en pronunciarla como llana. ¡Si hasta el procesador de texto –el gringo Word– corregirá esta palabra automáticamente si intentáramos ponerle acento! Y a propósito de esto, no sé cómo todavía no se le ha ocurrido a ningún pichón neocolonial llamar eliem a los cigarrillo LM, o yibí al güisqui JB y así con otras cosas del mismo origen que nombramos por sus iniciales, en castellano –como es lo correcto– y no con los nombres que estas letras tienen en inglés.
Claro que peores cosas que éstas suceden con la yanquización a destajo, en la que se ufanan los idiotas útiles vernáculos –en un amplio espectro que va desde dirigentes encumbrados hasta anónimos conciudadanos– adoradores de las barras y las estrellas; pero no se trata de esto ahora, sino de abordar otra faceta del mismo problema al que algunos no consideran de tanta prioridad como para salir a tomar el toro por las astas. Creo que no es así; me parece un razonamiento, cuanto menos, pobre si no falaz, mediante el cual se pretende enterrar la verdad de que la ignorancia hace escuela con harta facilidad.
El idioma es una parte vital de nuestra identidad, y no precisamente de segunda o tercera línea, sino que su importancia se ubica entre las primeras. No hay que olvidar que también somos lo que hablamos; las palabras con que nos expresemos estarán reflejando nuestra manera de sentir. Las palabras hacen al hombre, una lengua hace a un país.
Las nuevas generaciones renuevan su lenguaje por necesidad de creación con aportes a veces felices y otros no tanto; vocablos de uso cotidiano bien estructurados por lo imaginativos y por la agudeza de sentido, creados por el pueblo (trucho, por ejempo) habrán de perdurar seguramente por largo tiempo y pasarán al diccionario –aunque esto no sea verdaderamente importante, pues que sea aceptada por la Real Academia Española da lo mismo, por lo que dicha aceptación tiene aún de dominio cultural–; sin embargo, otros no correrán la misma suerte: men, por ejemplo, tendrá corta vida ya que es un anglicismo, y la palabra hombre existe en nuestro idioma.
La tarea es ardua y será de nunca acabar mientras sigan reptando los personeros de los intereses antinacionales, empeñados en bastardear nuestro idioma con vocablos ajenos, o en lograr que hablemos sin traducir, incorrectamente por cierto, pero en inglés; ya que siempre será una manera –bien que anómala– de imponer la lengua del poder dominante; o que nombremos con palabras de ese idioma aquello para lo cual siempre las hubo en castellano.
En la Argentina, donde no escasea una nutrida fauna siempre a la expectativa de imitar cualquier cosa proveniente de los Estados Unidos, en cierto momento llegamos al colmo de esta absurda mimesis, ya que tuvimos un presidente –inequívoco sirviente del Imperio– que al parecer no satisfecho con ser padre de un hijo, pretendía serlo de un junior.
Rubén Derlis
Ed è subito sera
La poesía no se puede traducir. Este bellísimo verso que puse como título a esta crónica pertenece al gran poeta italiano Salvatore Quasimodo. En castellano diríamos “y enseguida atardece”. Y no es lo mismo, ni en sonido ni en intensidad. El poema es breve: “Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra, / traspasado por un rayo de sol: / y enseguida atardece.” O mejor. “Ognuno sta solo sul cuor della terra / trafitto da un raggio di sole: / ed è subito sera”. Quasimodo, Premio Nobel de Literatura, proporciona una imagen dura y crítica de la realidad. Un poeta inmenso por su precisión e intensidad, por su coraje al habitar los días de su época.
Quienes me conocen saben de mi amor por esa Galicia mítica. No por los gallegos en particular, que se las traen. Galicia, el hombre de a pie, el exilio, la diáspora, son cosas que las nuevas generaciones –de izquierdas o de derechas– no terminan de entender. En realidad no les importa, las desconocen. Y los que supuestamente las conocen son dinosaurios. O peor, “porteños agallegados”. Allí, como en todos lados, a los funcionarios les fascina ver una película de pieles rojas. La preocupación para ellos es tener todo en orden: la raya de los pantalones, el alfiler en la corbata y una buena afeitada. Luego, viejos imbéciles, terminan en un ataúd con una sustancial cuenta en el banco pero duros como un bacalao. Y al recorrido del cortejo. Alguien, funcionario o académico, pronunciará un insípido discurso expresando el afecto general. Con modales jesuitas se saludarán con efusión. Solemnes y opacos. “Porque cantan se creen que son cantores” suele decirme Máximo Paz.
Para los griegos saber es recordar. De ese mundo vienen la saudade, la necesidad de un recuerdo, la escatología, la conservación y la pérdida. La otra tierra que amo es Italia, sus diversas y sucesivas graduaciones, la luz del espíritu, su fuerza latente. Admiro ciudades y pueblos de todo el mundo pero amo a Galicia y a Italia. El amor y el deseo mueren pero la saudade persiste. No es duelo ni tristeza, queda claro.
Esta mañana estuve tomando un café con David Viñas. Por lo general, en enero y febrero tenemos más tiempo para conversar, para intimar, para hacer la lectura de los diarios subrayando y englobando títulos, palabras, citas. Vamos destrozando noticias con flechas e interrogantes. Las leemos desde otro ángulo, reflexionando, viendo fotografías, abrazos, sonrisas. Una orilla atlántica del cuerpo, una verdad escondida, perseverada. No hablamos nunca de la transitoriedad, de la caducidad, de la muerte. Como idas y vueltas todo se cierra en círculos.
Cuando nos despedimos fui a caminar por calles silenciosas y alejadas del centro. En verano es posible, además conozco los rincones de la ciudad. Calles arboladas y serenas. Entonces vinieron a la memoria mis amigos, mis compañeros del alma. Y esos tiempos terribles del exilio interior. Regresaron los rostros de Roberto Santoro, de Haroldo Conti, de Humberto Costantini. Y Leonardo, Guillermo, Ana María, Cristina, Dardo, Enrique, Julio y rostros cuyos nombres no puedo recordar. Cuánto dolor, me digo en silencio, cuánta nostalgia. Y el regreso del otro exilio, intactos en ternura y vigor: Ricardo Carpani, Osvaldo Bayer, Héctor Ciocchini, Carlos Alberto Brocato, Juan Manuel Sánchez, el propio Viñas. Y esos años de secreto milagro donde compartíamos lo más profundo con Luis Franco, Lucas Moreno, José Conde, Agustín Tavitián, José Gulías, Luis Alberto Quesada, Onofre Lovero, Ponciano Cárdenas, Antonio Pujía , los documentales de Jorge Prelorán...
Líber Forti con su caminar clandestino, encuentros en las madrugadas con actores, periodistas, Juan Lechín, imprentas. Cartas anónimas, miradas insurrectas. Y los anarcos con una entereza de espíritu única, una ética más allá de lo humano. Cuánto me ayudaron, cuánto me protegieron. Y los libros de literatura social quemados, enterrados, dispersos. Nos sostenían como siempre la poesía, la ingenuidad que conmueve, las páginas de los clásicos, su lectura cautivadora.
A veces son espectros que me visitan en sueños, siempre una nueva parábola. Y así el mundo va teniendo un carácter más privado, más íntimo. El tiempo desconcierta y adultera todo. A medida que pasa agrava y aumenta los golpes: es el camino del bienestar y del poder. De eso conocen las izquierdas y las derechas, del poder. Y los señoritos, y los caballeros normandos. Y supuestos benefactores. Hay seres que me siguen dando asco. Cretinos, decía mi padre.
En mi memoria hay más nombres, tal vez sea injusto no mencionarlos, pero la lista sería interminable. Hubo muchos seres generosos, desprendidos, arriesgaron con desmesura el amor y la pasión. Alberto Olmedo, viejo socialista, cerrajero, era uno de esos hombres. El maestro Renato Ansuini, músico, compositor, amante de la ópera, un gigante itálico desbordante de vida y simpatía, era otro. La temporalidad es retrospectiva y no prospectiva. Sigo caminando y me inserto en el pasado, en el tiempo vivido ya concretado en representaciones evocativas. Voy constituyendo la conciencia entre dos realidades: la que es dada por la percepción de hoy y la de la evocación retrospectiva. Es una posición ensimismada y contemplativa. Es el tiempo emotivo, la presencia de una ausencia ya vivida. En el ensimismarme divago con los seres queridos, trafitto da un raggio di sole.
Carlos Penelas
Escuchar la humedad del misterio
Respiro de otra manera en esta mañana. Distinto el aire en los pulmones, aunque las coordenadas del mundo real, su fachada hecha convención, brotan a cada instante. Quizás esto no me ocurra con tanta insistencia caminando por Boedo, y el dato va más allá del respeto que me merecen los prodigiosos fantasmas del barrio, vera materia sobre la que tantos han arriesgado teoría y prueba, pero sí la diferencia se da en La Caramba, donde cada vez y con renovada confianza en su llegada o presencia, espero la manifestación de otro mundo, del otro mundo. El mundo del misterio, la realidad de su sombra; su fantasma que a mano alzada dibuja el sol para avisar que es, que respira, que ese otro mundo llamado sombra u oscuridad, quizá misterio, porque poco o nada sabemos de lo que no se encasilla ni se mide, se funda en tierras de silencio donde sus caminos se construyen desde nuestra propia construcción y recuerdos. El mundo mágico y misterioso, el de los muertos y sus palabras, ese mundo es el que se hace un lugar, y sin pedir permiso, entre estas sierras, en esta casa. El mundo cotidiano se quiebra sobre la presencia de la montaña y entonces otras historias hacen algunos de los momentos de la otra historia.
En el mundo real de las corridas por nuestra Buenos Aires es difícil, por ejemplo, llegar hasta la historia de una criatura extraña como de la que tuve noticia mientras vivía unos días entre las Sierras de los Comechingones. Alguno me dirá que manifestación semejante es posible de ser hallada en más de uno de nuestros barrios, pero la apreciación real no alcanza a empañar el halo del misterio que ahora despliega las alas.
Anoto extraña, ella la criatura, por intentar una palabra, una primera palabra sobre el misterio que se hace lugar en esta parte de la hoja. Hasta esta casa llegó primero la presencia y luego el rumor; entre los árboles del cielo y la otra vegetación tan cercana a la tierra y las piedras del lugar lleva su existencia el rey de los pájaros. Este nuevo rey de las sierras se ocupa de manera muy especial de sus súbditos. Este rey tiene sangre de ave de rapiña; no muy grande el porte del rey; no se conocen las razones por las que se abalanza, en picada imagino, sobre el plebeyo emplumado y lo atrapa. Imagino las garras sobre las plumas, la carne y el miedo. Imagino los picotazos del rey, uno y cada vez, sobre la cabeza del elegido. Imagino una cabeza en pequeños trozos, como de pulpa de fruta sin serlo, porque así, de esta manera, extraña, misteriosa, macabra, como si de alma en pena vengativa se tratara, el rey, levanta el vuelo llevando una cabeza, nada más que una cabeza, en las entrañas mientras ha dejado caer el cuerpo de su víctima para placer de la tierra, el pasto, las hormigas y las alimañas caminantes de los vericuetos nublados de estas sierras.
Es con este tipo de historias llegando a la memoria que espero, siempre, algo más en los alrededores de la casa o en la casa misma. Sé que el rey de los pájaros, además, atrae a la víctima con su canto, tan hipnótico como el de las sirenas. Y no hay cera para los oídos del súbdito escuchante, y entonces hacia él sale disparado el rey. Como todo rey, en la noche oscura del hipnótico canto, se apodera primero, porque él es el poder, de la consciencia para luego quedarse con la sustancia. Ahora, cuando miro al cielo de la noche estrellada, o cuando miro hacia la sombra de la montaña en la noche, pienso en el cuerpo del pájaro sin cabeza, que durante ese día o quizá durante esta misma noche en que por los alrededores de la casa camino, cayó o tal vez está cayendo sobre el verde del paisaje. Sin cabeza lo ha dejado la vida y luego la muerte. No supo por qué iba a donde iba, no supo por qué moría; por un descuido, podría afirmarse, por el descuido mismo de la vida en los días, y entonces la pregunta de siempre, ¿qué hacer cuando el rey anida y después se abalanza?
No sé si los muertos que caminan entre estas sierras sabrán de la existencia del rey. Qué hacer con un rey desde la muerte, qué hacer con él desde la vida.
Miro atento en los rincones del paisaje de las sierras, por si los muertos, por si mis muertos que siempre vienen conmigo; y miro también por si el rey; mucho no me molestaría andar matando reyes en la noche.
Cada libro de la biblioteca, del estudio, donde escribo en el primer piso de La Caramba, lleva su fantasma, historia, recuerdo o secreto. Los libros saben y guardan palabras dichas y no tanto; en ellos puede haber palabras dueñas de inciertas sugerencias, pertenecientes al texto obsequiado y con mayor precisión en algunas dedicatorias, varias son las personas que pueden escribir el mismo libro; hay dedicatorias que dicen más con los huecos del silencio que en cada una de las palabras presentes, porque nunca deben ser dichas todas las palabras y entonces las tumbas fueron y serán como armarios. Los libros y los fantasmas, en un libro, en Historias de fantasmas de Henry James; en el ejemplar veo una receta de cocina, anotada en una tarjetita de cartón, letra apretada, pregunto, nadie recuerda al dueño de la letra; desde cuándo espera este fantasma culinario para ser vislumbrado, para al fin ser descubierto; cuánto hace que la receta sueña con recobrar las ganas de cocina que llevaba cuando fue anotada como fantasma, como uno más en el libro de James; un fantasma más es la mano que la escribiera y es un fantasma más en esta casa de las sierras.
La tierra también tiene fantasmas. La perrita, de nombre Mora, así mora su presencia en La Caramba (ella es una disputa todavía no resuelta entre el blanco y el negro, y es ella misma quien inclina el resultado hacia el negro en su afanosa relación con la tierra), de apenas dos meses, descubrió la tierra en los alrededores de la casa. En la tierra hunde las uñas hacia la humedad del misterio. Apasionada Mora escarba queriendo terminar con la cáscara para adentrarse en el aroma de la humedad del misterio, la tierra. La miro hacer, miro su novedad de juego; removida la tierra, Mora se acuesta sobre cada uno de los fantasmas de la madre. Mora es la alegría con el hocico negro, con la tierra salpicando sobre la tierra, con el yuyo solitario que le queda trabado entre los dientes jóvenes, torpes, festejantes, porque el misterio también nace, mora, en el silencio del yuyo. Mora hace surcos con las uñas y aspira profundo el otro mundo y su humedad, aspira el misterio y la frescura que lo hace maravilloso, calmo, amigo para el otro diálogo.
Escucho desde el primer piso. La música, la típica musiquita de cajita de música, viene desde las cercanías del comedor, y desde la pancita de un peluche de colores claros que, cuerda mediante, transforma su presencia peluchina en sospechada cajita de música. Los acordes son para que Azul, de dos meses y monedas, mire fijo hacia donde está su rana verde acompañada de colores y cascabeles y haga silencio. Porque Azul habla, parece tener amigos en La Caramba. Los ojos de Azul van hasta el techo o llegan hasta muy cerca de él; porque es en las alturas del techo, en las alturas de madera lustrada, donde los amigos de Azul permanecen la mayor parte del tiempo. Azul mira y habla en extraño idioma, que es exactamente en la lengua en que hay que hablar con las gentes que no se ven, pero que están; hay que ser pibe, muy pibe, para poder hablar; cuando se crece, y sólo a veces, cuando todos los pájaros, por un segundo, entre todos estos árboles, se callan, es posible escuchar. Los mayores hemos perdido el don del habla, por eso cuando escuchamos lo que no se ve es el instante en que podemos volver a ciertos lugares de la memoria y rescatar imágenes, como recortar y pegar imágenes en movimiento que llegan desde palabras nacidas y vueltas a nacer, algo así, porque he visto a quien no está caminar entre los árboles del parque.
He visto ahora en la mañana, por eso respiro de otra manera, distinto. He visto en los alrededores de la casa en donde todavía el mundo real y sus pobres convenciones intenta ganar y entona su canto engañoso para robar, para triturar, la otra frecuencia de la cabeza, la sustancia clave de los días. He visto algo de la realidad, sí, seguro, pero siento que algo definitivamente incomprobable como lo anotado hasta aquí es prueba de la maravillosa realidad de la sintonía entre la vida y la muerte.
El rey de los pájaros vuela por ahí, en el día o la noche del Algarrobo Abuelo, en los arroyos, en Piedra Blanca, sobre Puerto Almendro, sobre el vastísimo Valle del Conlara, y sobre mi querida casa de las sierras.
Los fantasmas de algunas dedicatorias de los libros componen silencios que no deben ser tenidos por culpas, ellos deben estar exentos de todo castigo porque así la mejor de las suertes para el fruto que los hombres imperfectos respiramos, la vida.
Ahí siguen y seguirán, cerca del techo y la luz del día a través de las ventanas altas del cielo enmaderado, los amigos invisibles de Azul, siempre de charla en otro idioma, y también de recuerdos cuando a la distancia vuelvan hasta la mirada profunda de esa nena, Como si los ojos cantaran, de seguro mañana podría llegar a escuchar, si yo entendiera.
Y es mi amigo Gabriel, en esta mañana, quien camina por el parque que rodea la casa, tiene puesto un viejo pulóver amarillo, lleva las manos a la espalda, camina pensativo, porque busca, porque sigue buscando palabras para su nueva novela.
Lo veo, hace un momento, todos los pájaros de todos los árboles cercanos y no tanto, hicieron silencio. No hablamos, pero lo veo, en cada regreso lo veo; es lógico, porque ya tengo mis años.
Edgardo Lois
PENSAME
Cuando estés deshabitada.
Pensame.
Hallarás del mismo tango
florecido de fiesta en mis ojos.
Dispuesto a bailarte
lentamente,
en el patio de tu piel.
Con tus cabellos envueltos
como una parra.
De moscatel y sueños.
Alfredo Carlino
Queremos decirles que...
La aparición del número 50 de Desde Boedo coincide con la evocación de los treinta años del Proceso. El terrorismo de Estado fue la solución final que los iluminados encabezados por Videla llevaron a cabo en treinta mil sacrificios.
Cuatro años atrás –2002– Marcelo Héctor Oliveri publicaba “José Gobello, sus escritos, sus ideas, sus amores”, de Ediciones Corregidor. Oliveri dedica seis páginas –120 a 126– a su diálogo con Gobello sobre el general Videla. Resulta interesante observar algunos párrafos:
“¿Cómo conoció al general Videla?
[…] Una tarde, poco después de que Videla se alejara del gobierno, Perina me invitó a acompañarlo al departamento de la avenida Figueroa Alcorta donde, por entonces, vivía quien, en su condición de comandante en jefe del Ejército, designado para ese cargo por la presidenteza Isabel Perón, había sido el número uno de la Junta Militar. […] Casi al final se habló de Precisiones, la revistita verde que yo dirigía […] Quiero decirle, general, que Precisiones está a sus órdenes. […]
¿Lo visitó muchas veces en Magdalena?
Mi amigo Perina me invitó un día a que lo visitáramos juntos. […] Sí, me acuerdo de que al rato llegó Martínez de Hoz, que me dijo: Me alegra verlo en este lugar […]
¿Usted, escribió un libro sobre Videla?
Lo visité algunas otras veces y en una de mis visitas le dije que me habría gustado escribir un libro sobre su personalidad […] De aquel libro, escrito menos por afecto a Videla que por amor a la libertad y a la justicia, sólo conservo algunas carillas sueltas donde luce en interlíneas frecuentes la letra pareja y prolija del general. Cuando mi trabajo estaba concluido y el general visualizaba, como quien dice, la carátula del volumen, le dije: Señor, creo que debemos publicar este libro sin consultar a nadie, porque nos van a marear y despistar las objeciones y las críticas. Yo solamente le voy a dar los originales a Rodríguez Varela, que es su abogado, y a Martínez de Hoz, que es mi amigo.
[…] El libro ¿nunca se publicó?
[…] Resumió (Videla): No lo tome a mal, pero el libro no lo vamos a publicar. Me debo a mis defensores y voy a hacer lo que ellos sugieran. Más adelante, ya veremos. Lo miré entre absorto y desconcertado y le respondí: General, quiero que sepa que yo nunca voy a hacer conscientemente nada que pueda disgustar a usted. El libro no se publicó, […]
No volví a ver al general, aunque cambiábamos cartas y yo seguía con interés las alternativas de su cautiverio. Cuando la Suprema Corte confirmó el fallo de la comisión especial ad hoc, comencé a usar corbata negra y lo hice hasta que se produjo el indulto, […]
Tiempo después me invitaron a dar una charla en el COFAR (Centro de Oficiales de las Fuerzas Armadas). Conté a los asistentes: eran 20 y dos de ellos vestían uniforme militar. A1 fondo de la sala, descubrí, desde mi mesa de conferenciante, al general Videla. Saludé su presencia con palabras que hoy no quiero ver publicadas porque no tengo ganas de verme procesado por apología del delito. Prefiero transmitirlas de boca a oreja con la esperanza de que alguien las repita cuando se recupere en la Argentina la libertad de opinión. Ya de vuelta, le dije al taxista que me llevaba a la Junta de Estudios Históricos del Barrio de Boedo, donde tenía una reunión: Chofer, por favor, donde vea un farol, pare.[...]
¿Allí finaliza su relación?
Como no soy persona amiga de hacer visitas y tiro más bien a lobo estepario, muy pocas veces vi luego al general Videla. Cuando fue apresado por el juez Marquevich, que lo remitió a la vieja cárcel de Caseros, no lo visité. Luego lo llevaron a su domicilio y me excusé por teléfono: Perdóneme, general, que no lo haya visitado en la cárcel. [...] Me contestó: No se preocupe; perdóneme la pedantería, pero yo sé que aunque no nos veamos siempre estoy en su pensamiento. Y es verdad.
Si tuviera usted que resumir su juicio sobre Videla, ¿cómo lo haría?
Se me hace muy difícil hablar del general Videla porque cada palabra que dijera podría llevarme a la cárcel.”
Una joven generación perdida, sepulturas vacías para siempre, el uso sistemático de la tortura, Auschwitzs vernáculos radicados en instituciones de la Armada o sobrevolando el Río de la Plata, heridas que no cierran, hijos que se enteran a los veintipico de que sus padres no lo son, impunidades... El largo camino del regreso del horror, como se ve, aún hoy, carece de pavimento.
Mario Bellocchio