Nº 74
Mayo de 2008
Mayo de 2008
*¡Al Colón...! Un centenario con penurias
Mario Bellocchio
*La plaza: parálisis del trámite
Patricia Roselló
Callejeando historia
*Vicente López y el Himno Nacional
Diego Ruiz
*Inventario de un ropero
Mónica López Ocón
*El monumento a Cornelio Saavedra
Miguel Ruffo
La mirada joven
*Pretendiendo el mal paso
Pablo Bellocchio
Marcos Ana
Carlos Penelas
Memorias y viñetas de la ferretería vieja
*De masilla, cochecitos y mundos virtuales
Josecito de la ferretería
*Padre Mugica
“Por el pueblo, desde el pueblo, para el pueblo.”
María Virginia Ameztoy
*En la Luna: del cielo a la tierra
Edgardo Lois
POEMA
*Florencio Sánchez en la estatua de Riganelli
Oscar Hermes Villordo
EDITORIAL
*La imaginación al poder
Mario Bellocchio
CULTURA GRATUITA
¡Al Colón...! Un centenario con penurias
Decir Teatro Colón en el mundo de la lírica, de las grandes salas dedicadas a la música y al ballet, es referirse a uno de los espacios más notables y dotados del orbe. Sin embargo, a pesar de las ponderaciones de los más prestigiosos entendidos y artistas de la materia que podrían llenar Biblias enteras con sus comentarios, el Teatro Colón, a sus cien años de vida, no puede sacudirse su sino original teñido de ominosas demoras y postergaciones.
Hubo un primer Colón, en la Plaza de la Victoria, inaugurado un 27 de abril de 1857. Treinta años más tarde, cuando ostentaba su pionero prestigio mundial, “la necesidad de instalar en el edificio la sede del Banco Nación pudo más que todos sus pergaminos y el reclamo de su concurrencia. El primer Teatro Colón comenzó a tener como única música el monocorde tintinear de las monedas”.(1)
A aquel despropósito de transformar en banco al primer Colón, el reclamo popular le extrajo, de inmediato, la promulgación de una ley(2) que llamó a licitación pública para construir el sustituto en el predio de la estación Parque del Ferro Carril Oeste, lugar donde se sitúa el actual teatro. Los trabajos para erigir la sala se iniciaron en 1889 con la entonces cándida —vista con el filtro de los años— expresión de deseos de inaugurarla para la celebración de los cuatro siglos del llamado “descubrimiento” de América, el 12 de octubre de 1892. La pretensión resultó vana y debieron pasar veinte años de aquel mandato legal para que se concretara la apertura el 25 de mayo de 1908, hoy al borde de conmemorar el centenario. En aquel entonces debieron superarse tres muertes de importantes conductores del proyecto que añadieron el matiz trágico por fuera de la escena teatral: los primeros arquitectos de la obra, Francisco Tamburini —que ya tenía en su haber la realización de la Casa de Gobierno— y Víctor Meano —que firmó los planos del Congreso Nacional— y un empresario a cargo, Angel Ferrari. Estos protagonistas de la obra ya eran recuerdo cuando tomó el comando de las últimas reformas y conclusión el prestigioso ingeniero belga Jules Dormal. Luego de una gira europea que le auspició Sarmiento para que se empapara sobre las técnicas de las más grandes salas de estas características, regresó para dar el toque final. Culminó así exitosamente algunas modificaciones estructurales e imprimió sello francés a la decoración marcando el cierre del temperamento ecléctico que permitió reunir en la sala las particularidades más convenientes —no exentas de armonía— de los estilos arquitectónicos imperantes en la época. “Sin tener aspecto de masas colosales, demasiado severas, que solamente convienen a edificios destinados al culto político-religioso, él se presentará con aspecto simple y variado, alegre y majestuoso a la vez. Nuestro edificio tendrá el privilegio de indicar a primera vista su propio destino” —comentaba con propiedad, en su momento, el arquitecto Meano.
Culminadas —por fin— las obras, se inauguró el 25 de mayo de 1908 con la ópera Aída de Verdi, tal como había sucedido 51 años antes con el Colón de la Plaza de la Victoria. El nuevo teatro tiene dimensiones colosales: abarca 5000 m2 a los que se agregan 3000 más ubicados bajo la plazoleta que da a Viamonte, como dependencias, en forma subterránea. La sala propiamente dicha puede albergar unos 2500 espectadores sentados sumados a los 500 a los que les es posible presenciar los espectáculos de pie. El óvalo de plateas está rodeado por los palcos que se escalonan en 7 niveles hasta el Paraíso. Raúl Soldi, en la década del 60, fue el encargado de sustituir a las deterioradas obras de Marcel Jambón en la cúpula ubicada a 28 metros del piso de plateas, rodeando a la imponente araña de siete metros de diámetro y 700 luces que puede ser descendida para su mantenimiento y limpieza. El escenario, que cuenta con un disco giratorio de 20 metros de diámetro, se despliega sobre un cuadrado de 35 metros de lado recibiendo los artificios de una tramoya que puede movilizarse hasta 48 metros de altura. En ese imponente ámbito dejaron su huella las figuras mundiales y nacionales del arte lírico y el ballet. Merecen citarse Enrico Caruso, Fedor Chaliapin, Titta Ruffo, Claudia Muzio, Lily Pons, Beniamino Gigli, Giacomo Lauri-Volpi, Tito Schipa, Maria Callas, Victoria de los Ángeles, Renata Tebaldi, Ana Moffo, Richard Tucker, Régine Crespin, Montserrat Caballé, Teresa Berganza, Alfredo Kraus, José Carreras, Kiri Te Kanawa, Cecilia Bartoli, Plácido Domingo, Luciano Pavarotti, José Cura y Darío Volonté, entre otros. Primeras figuras de la danza como Anna Pavlova, Vaslav Nijinsky, Rudolf Nureyev, Alicia Alonso, Maia Plissetskaya, Tamara Toumanova, Margot Fonteyn, Mijail Barishnikov, Vladimir Vassiliev, Ekaterina Maximova, y los argentinos María Ruanova, Olga Ferri, Michel Borovsky, José Neglia, Norma Fontenla, Wasil Tupin, Esmeralda Agoglia, Jorge Donn, Julio Bocca, Maximiliano Guerra y Paloma Herrera, constituyen los nombres más destacados de una extensa lista.
Por debajo y delante del escenario el foso de la orquesta tiene capacidad para 120 músicos y está dotado de una cámara de resonancia que contribuye —como cientos de detalles de construcción a los que no son ajenos hasta los materiales usados en la ornamentación— al logro de la maravillosa acústica internacionalmente conocida como una de las más perfectas que se hayan logrado en este tipo de salas. Al podio de este ámbito subieron los más notables de todos los tiempos. Otto Klemperer, Herbert von Karajan, Arturo Toscanini, Leonard Bernstein, Mistislav Rostropovich, Karl Böhm, Zubin Mehta, Kurt Masur, Claudio Abbado, Daniel Barenboim, Gabriel Garrido, Miguel Ángel Veltri y Simón Blech, entre otros. Richard Strauss, Arthur Honegger, Ottorino Respighi, Igor Stravinsky, Paul Hindemith, Camille Saint-Saëns, Manuel de Falla, Aaron Copland, Krzysztof Penderecki, Héctor Panizza y Juan José Castro también dejaron su genial impronta musical.
Y a pesar de las escandalizadas elites conservadoras, importantes figuras del arte popular desfilaron también por el prestigioso escenario. Encabezan el extenso listado: Astor Piazzolla, Osvaldo Pugliese, Aníbal Troilo y Mercedes Sosa.
Entre otros ámbitos del Colón merecen destacarse el gran hall de entrada, los vitrales de la cúpula y la escalinata que conduce al foyer de plateas. Y dos salones que contienen el resumen estético de la construcción: el Salón de los Bustos y el Salón Dorado.
Hasta 1925 el Colón fue escenario de producciones de concesionarios desarrolladas en tres de los doce meses del año. La creación en esa fecha de los cuerpos estables —orquesta, coro y ballet— permitió la prolongación de la temporada a seis meses. En 1931, con su municipalización, se pone fin al sistema de concesiones; el teatro asume la integralidad del espectáculo. Y siete años más tarde la aparición de los talleres de maquinaria, escenografía, utilería, sastrería, zapatería, tapicería, mecánica escénica, escultura, fotografía, maquillaje y peluquería completan la independencia creativa de las representaciones. La modernidad fue agregando luminotecnia, efectos especiales electromecánicos y video a la larga lista de facilidades.
Las enormes instalaciones se complementan con una escuela como el
Institulo Superior de Arte del Teatro Colón y las salas de ensayo que incluyen un escenario de iguales dimensiones que el de los espectáculos que se ponen a consideración del público.
Años atrás el Gobierno de la Ciudad se propuso remozar el teatro con vistas a la celebración de su centenario. Apareció un llamado “Master Plan” que pretendió sin éxito la coordinación estructural y económica de la enorme cantidad de tareas que se planteó. Los desacuerdos surgieron de inmediato entre los conservacionistas y los renovadores. Fue el primer llamado de atención sobre las dilaciones que se avecinaban, para colmo de males, acrecentadas durante el reemplazo constitucional del último mandato de gobierno de la ciudad, con problemas de financiación que el ejecutivo no supo —o no pudo— dominar. En la actualidad las obras se encuentran en estado catártico tratando de sacudirse las rémoras cosechadas y no revertidas a las que se agregan no pocas culpas intestinas donde los tironeos elitistas y la soberbia sin concesiones deberían deponer controversias o congeniarlas para que el estigma burocrático del Colón ceda posiciones a la auténtica celebración.
El actual jefe de Gobierno señaló, mientras tanto, la voluntad de “dar continuidad a los trabajos con una programación definitiva” a fin de situar la reapertura del coliseo para el 2010 en ocasión de celebrarse el bicentenario patrio. Anunció además que está “enviando a la Legislatura un proyecto de Ley de Autarquía, que contempla todas las necesidades que el teatro requiere para instalarse nuevamente en el lugar que merece, es decir entre los mejores teatros de lírica del mundo”.
A los partidarios de nivelar hacia abajo, a los de la eterna protesta verbalizada con la “gasa que falta en los hospitales” vaya la invitación a la renovada lucha por las carencias. Mientras tanto, el patrimonio tangible de un país —del que el Colón es un destacado miembro— no debe ser dilapidado. Constituye el cimiento de nuestra identidad. Y sin identidad no hay lucha posible. Ni gasa.
Mario Bellocchio
(1) De “El primer Colón”, nota publicada por DESDE BOEDO en abril de 2007 con motivo del sesquicentenario de su inauguración.
(2) Ley Nº 2381, del 20 de octubre de 1888.
FUENTE DE DATOS HISTORICOS:
http://www.teatrocolon.org.ar
©2007 Teatro Colón. GCABA.
La plaza: parálisis del trámite
No hay respuestas para las dilaciones
Lo que hasta hace un mes podía considerarse que sólo llevaba los retrasos burocráticos de retomar el trámite del gobierno anterior, se ha transformado en una virtual paralización de las actuaciones. El convenio de avenimiento —a cuya copia tuvimos acceso— sigue sin la firma de las partes a la espera de informes que, ignoramos por qué causa, se demoran en ser provistos. El expediente, que lleva el Nº 23.258-07, se halla, desde el día 7 de abril, en la Dirección General de Oficina de Gestión Pública y Presupuesto. Ante tal situación, la Comisión “Todos por la Plaza de Boedo” se hizo presente en Avenida de mayo 525 solicitando una entrevista con el jefe de Gobierno de la ciudad a fin de recabar de la más alta autoridad una explicación sobre la prolongación desmedida del trámite expropiatorio. A la fecha no se ha recibido respuesta a tal solicitud que será reiterada.
De igual manera la Comisión, ante la situación imperante, resolvió adelantar su próxima reunión (miércoles 14 de mayo a las 19.30 en el Club GON, Pavón 3916) con el objeto de poner al tanto al vecindario de las conocidas demoras y planificar las futuras acciones a llevar a cabo.
Patricia Roselló
Callejeando historia
Vicente López y el Himno Nacional
Comentábamos en nuestros anteriores callejeos una anécdota que, más allá de su verdad o exactitud, reflejaba o representaba el cambio generacional que dio lugar a los poetas de la Revolución. Decía la misma que Manuel José de Lavardén escribía una composición sobre la defensa de Buenos Aires de 1807 cuando se enteró de que un oficialito de 21 años componía otra similar, con el nombre de Triunfo Argentino. Citó al joven a su casa para conocer el trabajo y tras escucharlo, considerando inferior el propio, lo hizo pedazos felicitando al novel poeta. El joven no era otro que Vicente López y Planes, que con Esteban de Luca y Juan Cruz Varela encarnaría la literatura de Mayo y, a diferencia de ellos, viviría muchos años y tandría una dilatadísima actuación política, sólo comparable a la de Juan José Paso..., otro que siempre caía parado.
Fuera de bromas nuestro personaje había nacido en Buenos Aires en 1784, hijo del asturiano Domingo y la porteña Catalina Planes, y cursó las primeras letras en el convento de San Francisco y el “secundario” en el Real Colegio de San Carlos (hoy el Nacional Buenos Aires), donde tuvo como profesor, entre otros, a Valentín Gómez. Como la mayoría de los jóvenes porteños de su tiempo se dedicó primeramente al comercio y en 1806, ante la invasión inglesa, se enroló con los Patricios, regimiento en el que llegará a capitán y jefe de una batería durante la Defensa de 1807. Como era de familia acaudalada pudo luego ir a la Universidad de Chuquisaca (los de menores recursos iban a la de Córdoba y sólo uno de esa generación, Manuel Belgrano, fue a la de Salamanca) donde se graduó de doctor en jurisprudencia y, como Monteagudo, participó de la insurrección de 1809 —partida de nacimiento de la revolución americana—, y pudo escapar a tiempo de la represión.
De regreso en Buenos Aires intervino en el Cabildo Abierto del 22 de mayo votando con su padre por la moción de Saavedra y volvió a enrolarse, esta vez en el Ejército Auxiliar del Perú como secretario de Hipólito Vieytes, a la sazón auditor de Guerra, y regresa después del desastre de Huaqui para ocupar su primer cargo público, secretario de Hacienda del Primer Triunvirato. Además de soldado y abogado ya por entonces era hombre de partido, pues pertenecía a la Sociedad Patriótica —el ala “jacobina” de la Revolución, integrada por los antiguos morenistas— y a la Logia Lautaro que, en 1812, se ocupó de derrocar a ese Triunvirato al que precisamente pertenecía. Convocada la Asamblea Constituyente del año XIII es nombrado secretario del cuerpo y en la sesión del 11 de mayo su “Canción Patria” es aprobada como “única marcha nacional”.
A diferencia de las conocidas versiones en el sentido de que el Himno fue encargado por dicha Asamblea, el historiador Mariano Bosch, primer investigador del teatro nacional, sostiene que todo empezó con una representación en el Coliseo Provisional de una obra del actor Ambrosio Morante, El 25 de Mayo, llevada a la escena la noche del 24 de mayo de 1812 a la que López no sólo concurrió sino que, como miembro del Cabildo, votó un premio para el autor-actor. Allí habría nacido la inspiración y cuando el Triunvirato instruyó al Cabildo que “procurara encontrar poeta y músico que compusiera una Marcha Patriótica”, López presentó su propios versos que ya tenía compuestos y musicalizados por Parera. Con el apoyo de su amigo y también cabildante Manuel García, los presentaron formalmente el 1º de noviembre de 1812 —en el Consulado con una orquesta de 15 músicos y un coro de niños— y la “marchita” se popularizó luego en los salones, especialmente en el de Mariquita Sánchez hasta que, como dijimos, fue finalmente oficializada por la Asamblea Constituyente. La versión de Bosch está respaldada, entre otros documentos, en que el Cabildo pagó a los músicos, a los niños y cien pesos a Blas Parera por su trabajo, y está actualmente aceptada por la mayoría de los historiadores.
Así pues la primera ejecución del Himno no fue, como se ha dicho tanto, en casa de Mariquita Sánchez (malgrado el famoso y bonito cuadro de Subercaseaux en el que aparecen todos los que deben aparecer), aunque persisten otras anécdotas o leyendas como la que afirma que Cayetano Rodríguez había compuesto otra marcha patriótica y, al escuchar la de López, la rompió en pedazos como hiciera Lavardén años antes. O el cuento está mezclado, o repetido, o simplemente en esa época les gustaban ese tipo de gestos teatrales, aunque el papel era bastante caro y difícil de conseguir... También existe una tradición en el Norte según la cual algunas de las estrofas las había escrito ya en 1812, en Salta, bajo la llamada “tipa de la Independencia” a orillas del río Las Piedras. Lo cierto es que Vicente López escribió otras composiciones como A la victoria de Suipacha, A la victoria de Maypo, Oda patriótica federal, Oda a la armonía de los cielos y Oda a las delicias del labrador, pero ninguna alcanzó la repercusión y trascendencia de su Marcha Patriótica.
Como antes dijimos, tuvo una larga actuación pública en los distintos gobiernos del Directorio, fue diputado a varios Congresos, intervino en la fundación de la Universidad de Buenos Aires y, a la caída de Rivadavia, fue designado presidente provisional, cargo desde el que nombró comandante general de las Milicias de la campaña a un estanciero llamado Juan Manuel de Rosas. Colaboró después con Dorrego y, durante los gobiernos del Restaurador, ocupó cargos en el Senado, en la Cámara de Justicia, fue presidente de la Suprema Corte y también ministro de Relaciones Exteriores entre otras muchas dignidades. Federal neto, tuvo sin embargo algunos problemitas con don Juan Manuel debido a su hijo, el futuro historiador Vicente Fidel López, miembro de una “Asociación de Mayo” que se reunía en la biblioteca de Marcos Sastre y a la que el viejo López, llevado seguramente por el amor filial, no tuvo mejor idea que apoyar. Sin embargo, sobrevivió al problema y cuando Urquiza entró en Buenos Aires en 1852 lo nombró gobernador provisional de la Provincia, cargo desde el cual acogió a la mayor parte de los emigrados, como Valentín Alsina, Somellera, José Mármol y a su hijo Vicente Fidel al cual nombró, valga como disculpa que a instancias del propio Urquiza, ministro de Instrucción Pública. Como gobernador concurrió a la reunión de San Nicolás de los Arroyos, pacto que dará origen a la Constitución Nacional, pero por haber votado a favor del mismo sin acuerdo de la Legislatura porteña fue forzado a renunciar. Urquiza derrocó entonces al reemplazante, general Pinto, y López volvió al cargo hasta el 23 de julio, cuando renunció definitivamente y se embarcó a Montevideo, de donde regresaría a Buenos Aires para fallecer el 10 de octubre de 1856.
Vicente López y Planes, a diferencia de tantos otros, tuvo suerte en la nomenclatura y una calle lo recuerda en el barrio de Recoleta, naciendo en la Plaza homónima como continuación de Paraná, y terminando en Luis Agote tras pasar por el cementerio, entre Las Heras y Guido.
Diego Ruiz
Inventario de un ropero
Apiladas en el primer estante del ropero —estoy segura—, las toallas se contaban los secretos de nuestros cuerpos. En su piel rugosa y áspera por los lavados excesivos y el sol ardiente de la terraza, atesoraban suavidades íntimas sobre las que cuchicheaban en el silencio de confesionario que inundaba el armario. Al amanecer o al anochecer mi madre las sacaba a ciegas, reconociéndolas por el tacto en la oscuridad como si tuvieran el cuerpo escrito en Braille.
En uno de los cajones más pequeños había un objeto ritual de la costura: mi madre era camisera. Se trataba de un cono de madera con una larga aguja de acero que usaba para formar la punta de los cuellos con una destreza profesional que siempre me asombraba. Ella lo adoraba como a un tótem, como a un dios tutelar, pero temía que pudiera infligirnos algún castigo bíblico clavando en nuestro cuerpo su larga aguja de catedral gótica. Guardarlo en el cajón más alto, donde no pudiéramos alcanzarlo, era su forma de encerrar la angustia de la muerte en el ropero.
Bajo el cajón del dios tutelar estaba el cajón de los pañuelos. La cantidad desmesurada era la medida del fatalismo materno que nos auguraba resfríos, gripes, decepciones, desconsuelos y melancolías varias que llegarían con la inexorable puntualidad de la desgracia.
El botiquín era el corazón del ropero. Tenía una puertita con espejo biselado y una cerradura con una llave pequeña. Del otro lado del espejo estaban las drogas del consuelo: una pomada amarilla que esparcida sobre el pecho nos abría flores de menta y eucalipto bajo nuestras propias narices asombradas, un jarabe con gusto a ciruela y aspirinas de frutilla que nos enmascaraban con dulzores de repostería las amarguras del mundo, gotitas mágicas para el dolor de vientre y caramelos de colores para el dolor de garganta. Mi madre nos administraba aquellos consuelos por la noche, cuando refugiadas en nuestros pijamas de franela permitíamos por fin que los adultos nos apagaran la luz del mundo para irnos a la cama.
En los cajones grandes mi madre guardaba telas de colores que esperaban en su limbo de hilachas que la tijera y la máquina de coser les dieran vida; cajitas con botones que le sacaba a la ropa vieja como si le arrancara las condecoraciones de las batallas ganadas; moldes de vestidos o camisas dibujados sobre un papel amarillento de mapa antiguo en el que podían verse flechas, trazados discontinuos que indicaban la línea de costura y algunos otros accidentes geográficos como pinzas, escotes y fruncidos. Nuestros cuerpos infantiles se guiaron por aquella cartografía extraña para orientarse en el desconcierto del crecimiento, en el abrupto fin de la infancia, en la adolescencia que enloqueció todas las brújulas. Aquellos trazados discontinuos, bocetos de puntadas, nos ataban con hilos invisibles a nuestra identidad. Allí, en la oscuridad del ropero donde los fantasmas de nuestros cuerpos del presente colgaban de las perchas y nuestros cuerpos futuros se insinuaban bajo la forma de un mapa, las tres nenas de la casa comenzamos a ser quienes seríamos, quienes somos. Allí comenzó a forjarse nuestra identidad que más tarde sería una suerte de condena inapelable.
Gracias a la habilidad de mi madre, nuestros vestidos tardaban mucho en ser viejos. Cuando les alargaba el dobladillo, quedaba una marca que trataba de borrar con la plancha. En aquellas marcas un geólogo podría haber leído nuestra transformación con la misma facilidad que le sería posible leer la evolución de la Tierra en su propia corteza. Allí, en los cuerpos fantasmales que albergaba el ropero estaban escritas nuestras modestas eras personales, nuestros cuerpos antiguos, los bocetos sucesivos de nosotras mismas. ¿Quién no guarda un boceto de su cuerpo en el ropero? Las madres suelen conservar en cajas las primeras prendas, los primeros escarpines, los primeros zapatos, testimonios todos de la fiesta inaugural de nuestra existencia. Y más tarde o más temprano siempre le tocará a alguien el ritual que escande el duelo de vaciar los roperos de la casa y diseminar nuestros cuerpos fantasmales como si esparcieran nuestras propias cenizas.
Por el ropero de dos cuerpos de mi casa materna han pasado todos mis cuerpos sucesivos y los cuerpos sucesivos de mis hermanas. Debe ser por eso que ahora que su permanencia en mi vida está amenazada por la venta inminente de la casa, sueño con puertitas con espejos y el inventario completo de los objetos guardados en aquel armario ha vuelto a instalarse en mi memoria como si hubiera vuelto a abrir no sólo la puerta misma del ropero, sino la puerta de mi propia infancia. Me levanté una mañana con la decisión de traerlo a mi casa, de trasplantar un brote de niñez al presente para ver si “prende”. Es que uno anda buscándose siempre en algún ropero oscuro. Uno anda buscándose en los bocetos en los que nada era definitivo y todo podía cambiarse de lugar. Uno es más el que ha sido que el que es, aunque como yo ya se haya llegado a la edad de descifrar los mensajes de las toallas ásperas, escritas en Braille, del primer estante del ropero.
Mónica López Ocón
El monumento a Cornelio Saavedra
En más de una oportunidad en estas páginas hemos hablado del Centenario (1910) como un momento sumamente importante en lo que hace al desarrollo de la escultura pública. En esta ocasión volvemos sobre el período para referirnos al monumento a Cornelio Saavedra, obra del escultor Jules Lagae, que se encuentra emplazado en Córdoba y Callao. Como es bien sabido, Cornelio Saavedra fue el presidente de la Primera Junta gubernativa de 1810. Lo que tal vez sea menos conocido es que, como consecuencia del desarrollo de las luchas políticas facciosas en Buenos Aires, Saavedra fue políticamente desterrado. Esta condena resultó de las sospechas en cuanto a su participación en la asonada del 5 y 6 de abril de 1811, cuando los alcaldes de campaña movilizaron a la población de las orillas de la ciudad, con el objeto de respaldar al presidente de la entonces Junta Grande y desplazar a los miembros morenistas del órgano de gobierno. Cuando esta Junta se disolvió, dejando paso al Primer Triunvirato, Saavedra que por entonces se encontraba en las provincias del noroeste, fue condenado al destierro. Es que el tumulto popular del 5 y 6 de abril nunca fue aceptado por la elite de Buenos Aires. Habrían de pasar algunos años, hasta que el director supremo Juan Martín de Pueyrredón levantara la condena que pesaba sobre Saavedra y este pudiera regresar de su destierro en Chile. Cuando el 22 de mayo de 1910 se inauguró su monumento, en su discurso el general Juan Ignacio Garmendia no pudo dejar de referirse a esos acontecimientos diciendo: “De los cargos que se le han imputado apasionadamente a Saavedra, no existe ningún documento que los compruebe y este prócer fue condenado sin ser oído, negándosele lo que se le permite al más vulgar criminal; aunque no existe ninguna prueba que lo hiciera cómplice del primer conato revolucionario del año 1811, sufrió resignado y fuerte el ostracismo, conciencia tranquila del mandatario que no ha delinquido, todo lo contrario, con la satisfacción sublime de haber sido, esplendente, el primer factor de la inmortal Revolución de Mayo. Ante el tribunal de la historia las mordeduras de los reptiles no le dañan, y más adelante veremos que su inocencia es proclamada por los únicos jueces que podían juzgarlo; sobre todo al considerar este suceso debemos creer en la palabra honrada de última hora, cuando estando próximo a comparecer ante el supremo juez, certifica su inocencia con su triste acento agónico, verdad solemne, cuyo eco aún vibra en el antro de su tumba de prócer” (1). En cuanto al significado del monumento, dijo el intendente Güiraldes, en el mismo acto inaugural: “El pueblo de Buenos Aires paga su tributo de honor a los héroes de Mayo, consagra la inmortalidad de sus efigies con el sereno juicio de la historia y ratifica en este centenario glorioso la sentencia de varias generaciones, que siempre consideraron deuda de gratitud erigir estatuas a los fundadores de la república (...) “Ved ahí, señores, el monumento levantado a don Cornelio Saavedra, figura austera de nuestros anales, personalidad destacada en primer plano en las gloriosas jornadas del año 10; y que acaso transparente en la majestad de su apostura, el elevado concepto de sus miras, el fervoroso entusiasmo de su patriotismo, la innegable sinceridad de su conducta pública”. (2)
Como podemos apreciar en estos discursos, la conmemoración centenaria de los hombres de Mayo venía a diluir los enfrentamientos que en el proceso histórico real se desarrollaron entre ellos. La historia era el terreno de las luchas sociales y políticas, mientras que el programa iconográfico para el espacio público era el ámbito de la conciliación de los hombres de Mayo; ahora héroes fundadores de una nueva nación; que integraban algo así como el Olimpo de la nueva república. Se trataba de homenajear a todos los miembros de la Primera Junta por igual, todos merecían una escultura, un homenaje, un recuerdo donde se borraban sus diferencias y solo quedaba la Revolución de Mayo como gesta iniciadora de una nueva nación.
Miguel Ruffo
NOTAS: (1 y 2) “La Nación”, 22 de mayo de 1910.
La mirada joven
Pretendiendo el mal paso
Me encontraba en la adolescencia temprana, esa adolescencia que algún cínico desvergonzado afirmó que era una edad maravillosa.
Me dominaba esa sensación púber de verme frágil e inexperto. Torpe.
Cuando la ciudad se sumergía en el letargo, en ese momento cuando Buenos Aires apaga los motores, nosotros nos perdíamos por Guardia Vieja y la caminábamos hasta que se encontrara con Bulnes. Y ahí mismo, entrábamos a “El imaginario”. El café entonces cerraba sus puertas. Es que el lugar se colmaba sólo con sus ojos y el humo del cigarrillo. Yo permanecía junto a ella releyendo cada gesto, obsesionado en encontrarle algún semblante de duda, de incomodidad en sus relatos. Ella sentada, radiante, sobre un sillón gomaespumoso, hablaba y yo me entregaba a su encanto de “dejarse ser”.
Se soltaba el pelo y sonreía cómplice. Y en su sonrisa, la doble trampa del “algotuyomegustaperonoalcanza” me aflojaba la boca que se contraía en muecas desvariadas para no desanudarse en un gesto que gritara te quiero.
Sus manos tomaban mis manos y sus dedos jugueteaban con mi aliento. Y en mi cabeza galopaban contradicciones, tratando de refrenarme el impulso inequívoco de lanzarme hacia su beso que no estaba.
Aguantaba esos días y las charlas de café sumergiéndome en el pútrido fango de la amistad del cual, sabemos, no se sale.
Por las noches eran las citas. Siempre por las noches. Y en sus largas charlas de “casiperono” a veces me hacía creer a mí mismo que sólo eso me bastaba. Pero cuando bordeaba la madrugada y ella se iba en un taxi presuroso, los dedos temblorosos de tanto alienar el deseo, me recordaban cuanto quería acicalarla entre mis uñas, mutilarla a mordiscos, deshacerla entre mis huesos.
Y ella hermosa..., radiante, al tanto —me decía yo— de todo esto, seguramente espectadora del partido de tenis entre mi impulso y mi cerebro, hablaba, hablaba música, sonidos..., y jugueteaba con sus dedos por las líneas de mi tímpano.
Un día, ya harto de esa marea incontrolable en cada encuentro, de esos medios besos que pedían auxilio, elegí desaparecer; elegí desterrarme y desterrarla del espiral que eran nuestros días. No quería gritarle, no podía gemirle, ya no podía ni escucharla.
Años después, me encontré encontrándola, aquí, ahora, en mi adolescencia tardía.
"Cómo me gustabas" —dijo ella.
"Cómo me gustabas" —dije yo.
Y el tiempo, pretérito, dijo lo que faltaba.
Pablo Bellocchio
Marcos Ana
Cierra las puertas, echa la aldaba, carcelero.
Ata duro a ese hombre; no le atarás el alma.
Miguel Hernández
Mario Bellocchio
*La plaza: parálisis del trámite
Patricia Roselló
Callejeando historia
*Vicente López y el Himno Nacional
Diego Ruiz
*Inventario de un ropero
Mónica López Ocón
*El monumento a Cornelio Saavedra
Miguel Ruffo
La mirada joven
*Pretendiendo el mal paso
Pablo Bellocchio
Marcos Ana
Carlos Penelas
Memorias y viñetas de la ferretería vieja
*De masilla, cochecitos y mundos virtuales
Josecito de la ferretería
*Padre Mugica
“Por el pueblo, desde el pueblo, para el pueblo.”
María Virginia Ameztoy
*En la Luna: del cielo a la tierra
Edgardo Lois
POEMA
*Florencio Sánchez en la estatua de Riganelli
Oscar Hermes Villordo
EDITORIAL
*La imaginación al poder
Mario Bellocchio
CULTURA GRATUITA
¡Al Colón...! Un centenario con penurias
Decir Teatro Colón en el mundo de la lírica, de las grandes salas dedicadas a la música y al ballet, es referirse a uno de los espacios más notables y dotados del orbe. Sin embargo, a pesar de las ponderaciones de los más prestigiosos entendidos y artistas de la materia que podrían llenar Biblias enteras con sus comentarios, el Teatro Colón, a sus cien años de vida, no puede sacudirse su sino original teñido de ominosas demoras y postergaciones.
Hubo un primer Colón, en la Plaza de la Victoria, inaugurado un 27 de abril de 1857. Treinta años más tarde, cuando ostentaba su pionero prestigio mundial, “la necesidad de instalar en el edificio la sede del Banco Nación pudo más que todos sus pergaminos y el reclamo de su concurrencia. El primer Teatro Colón comenzó a tener como única música el monocorde tintinear de las monedas”.(1)
A aquel despropósito de transformar en banco al primer Colón, el reclamo popular le extrajo, de inmediato, la promulgación de una ley(2) que llamó a licitación pública para construir el sustituto en el predio de la estación Parque del Ferro Carril Oeste, lugar donde se sitúa el actual teatro. Los trabajos para erigir la sala se iniciaron en 1889 con la entonces cándida —vista con el filtro de los años— expresión de deseos de inaugurarla para la celebración de los cuatro siglos del llamado “descubrimiento” de América, el 12 de octubre de 1892. La pretensión resultó vana y debieron pasar veinte años de aquel mandato legal para que se concretara la apertura el 25 de mayo de 1908, hoy al borde de conmemorar el centenario. En aquel entonces debieron superarse tres muertes de importantes conductores del proyecto que añadieron el matiz trágico por fuera de la escena teatral: los primeros arquitectos de la obra, Francisco Tamburini —que ya tenía en su haber la realización de la Casa de Gobierno— y Víctor Meano —que firmó los planos del Congreso Nacional— y un empresario a cargo, Angel Ferrari. Estos protagonistas de la obra ya eran recuerdo cuando tomó el comando de las últimas reformas y conclusión el prestigioso ingeniero belga Jules Dormal. Luego de una gira europea que le auspició Sarmiento para que se empapara sobre las técnicas de las más grandes salas de estas características, regresó para dar el toque final. Culminó así exitosamente algunas modificaciones estructurales e imprimió sello francés a la decoración marcando el cierre del temperamento ecléctico que permitió reunir en la sala las particularidades más convenientes —no exentas de armonía— de los estilos arquitectónicos imperantes en la época. “Sin tener aspecto de masas colosales, demasiado severas, que solamente convienen a edificios destinados al culto político-religioso, él se presentará con aspecto simple y variado, alegre y majestuoso a la vez. Nuestro edificio tendrá el privilegio de indicar a primera vista su propio destino” —comentaba con propiedad, en su momento, el arquitecto Meano.
Culminadas —por fin— las obras, se inauguró el 25 de mayo de 1908 con la ópera Aída de Verdi, tal como había sucedido 51 años antes con el Colón de la Plaza de la Victoria. El nuevo teatro tiene dimensiones colosales: abarca 5000 m2 a los que se agregan 3000 más ubicados bajo la plazoleta que da a Viamonte, como dependencias, en forma subterránea. La sala propiamente dicha puede albergar unos 2500 espectadores sentados sumados a los 500 a los que les es posible presenciar los espectáculos de pie. El óvalo de plateas está rodeado por los palcos que se escalonan en 7 niveles hasta el Paraíso. Raúl Soldi, en la década del 60, fue el encargado de sustituir a las deterioradas obras de Marcel Jambón en la cúpula ubicada a 28 metros del piso de plateas, rodeando a la imponente araña de siete metros de diámetro y 700 luces que puede ser descendida para su mantenimiento y limpieza. El escenario, que cuenta con un disco giratorio de 20 metros de diámetro, se despliega sobre un cuadrado de 35 metros de lado recibiendo los artificios de una tramoya que puede movilizarse hasta 48 metros de altura. En ese imponente ámbito dejaron su huella las figuras mundiales y nacionales del arte lírico y el ballet. Merecen citarse Enrico Caruso, Fedor Chaliapin, Titta Ruffo, Claudia Muzio, Lily Pons, Beniamino Gigli, Giacomo Lauri-Volpi, Tito Schipa, Maria Callas, Victoria de los Ángeles, Renata Tebaldi, Ana Moffo, Richard Tucker, Régine Crespin, Montserrat Caballé, Teresa Berganza, Alfredo Kraus, José Carreras, Kiri Te Kanawa, Cecilia Bartoli, Plácido Domingo, Luciano Pavarotti, José Cura y Darío Volonté, entre otros. Primeras figuras de la danza como Anna Pavlova, Vaslav Nijinsky, Rudolf Nureyev, Alicia Alonso, Maia Plissetskaya, Tamara Toumanova, Margot Fonteyn, Mijail Barishnikov, Vladimir Vassiliev, Ekaterina Maximova, y los argentinos María Ruanova, Olga Ferri, Michel Borovsky, José Neglia, Norma Fontenla, Wasil Tupin, Esmeralda Agoglia, Jorge Donn, Julio Bocca, Maximiliano Guerra y Paloma Herrera, constituyen los nombres más destacados de una extensa lista.
Por debajo y delante del escenario el foso de la orquesta tiene capacidad para 120 músicos y está dotado de una cámara de resonancia que contribuye —como cientos de detalles de construcción a los que no son ajenos hasta los materiales usados en la ornamentación— al logro de la maravillosa acústica internacionalmente conocida como una de las más perfectas que se hayan logrado en este tipo de salas. Al podio de este ámbito subieron los más notables de todos los tiempos. Otto Klemperer, Herbert von Karajan, Arturo Toscanini, Leonard Bernstein, Mistislav Rostropovich, Karl Böhm, Zubin Mehta, Kurt Masur, Claudio Abbado, Daniel Barenboim, Gabriel Garrido, Miguel Ángel Veltri y Simón Blech, entre otros. Richard Strauss, Arthur Honegger, Ottorino Respighi, Igor Stravinsky, Paul Hindemith, Camille Saint-Saëns, Manuel de Falla, Aaron Copland, Krzysztof Penderecki, Héctor Panizza y Juan José Castro también dejaron su genial impronta musical.
Y a pesar de las escandalizadas elites conservadoras, importantes figuras del arte popular desfilaron también por el prestigioso escenario. Encabezan el extenso listado: Astor Piazzolla, Osvaldo Pugliese, Aníbal Troilo y Mercedes Sosa.
Entre otros ámbitos del Colón merecen destacarse el gran hall de entrada, los vitrales de la cúpula y la escalinata que conduce al foyer de plateas. Y dos salones que contienen el resumen estético de la construcción: el Salón de los Bustos y el Salón Dorado.
Hasta 1925 el Colón fue escenario de producciones de concesionarios desarrolladas en tres de los doce meses del año. La creación en esa fecha de los cuerpos estables —orquesta, coro y ballet— permitió la prolongación de la temporada a seis meses. En 1931, con su municipalización, se pone fin al sistema de concesiones; el teatro asume la integralidad del espectáculo. Y siete años más tarde la aparición de los talleres de maquinaria, escenografía, utilería, sastrería, zapatería, tapicería, mecánica escénica, escultura, fotografía, maquillaje y peluquería completan la independencia creativa de las representaciones. La modernidad fue agregando luminotecnia, efectos especiales electromecánicos y video a la larga lista de facilidades.
Las enormes instalaciones se complementan con una escuela como el
Institulo Superior de Arte del Teatro Colón y las salas de ensayo que incluyen un escenario de iguales dimensiones que el de los espectáculos que se ponen a consideración del público.
Años atrás el Gobierno de la Ciudad se propuso remozar el teatro con vistas a la celebración de su centenario. Apareció un llamado “Master Plan” que pretendió sin éxito la coordinación estructural y económica de la enorme cantidad de tareas que se planteó. Los desacuerdos surgieron de inmediato entre los conservacionistas y los renovadores. Fue el primer llamado de atención sobre las dilaciones que se avecinaban, para colmo de males, acrecentadas durante el reemplazo constitucional del último mandato de gobierno de la ciudad, con problemas de financiación que el ejecutivo no supo —o no pudo— dominar. En la actualidad las obras se encuentran en estado catártico tratando de sacudirse las rémoras cosechadas y no revertidas a las que se agregan no pocas culpas intestinas donde los tironeos elitistas y la soberbia sin concesiones deberían deponer controversias o congeniarlas para que el estigma burocrático del Colón ceda posiciones a la auténtica celebración.
El actual jefe de Gobierno señaló, mientras tanto, la voluntad de “dar continuidad a los trabajos con una programación definitiva” a fin de situar la reapertura del coliseo para el 2010 en ocasión de celebrarse el bicentenario patrio. Anunció además que está “enviando a la Legislatura un proyecto de Ley de Autarquía, que contempla todas las necesidades que el teatro requiere para instalarse nuevamente en el lugar que merece, es decir entre los mejores teatros de lírica del mundo”.
A los partidarios de nivelar hacia abajo, a los de la eterna protesta verbalizada con la “gasa que falta en los hospitales” vaya la invitación a la renovada lucha por las carencias. Mientras tanto, el patrimonio tangible de un país —del que el Colón es un destacado miembro— no debe ser dilapidado. Constituye el cimiento de nuestra identidad. Y sin identidad no hay lucha posible. Ni gasa.
Mario Bellocchio
(1) De “El primer Colón”, nota publicada por DESDE BOEDO en abril de 2007 con motivo del sesquicentenario de su inauguración.
(2) Ley Nº 2381, del 20 de octubre de 1888.
FUENTE DE DATOS HISTORICOS:
http://www.teatrocolon.org.ar
©2007 Teatro Colón. GCABA.
La plaza: parálisis del trámite
No hay respuestas para las dilaciones
Lo que hasta hace un mes podía considerarse que sólo llevaba los retrasos burocráticos de retomar el trámite del gobierno anterior, se ha transformado en una virtual paralización de las actuaciones. El convenio de avenimiento —a cuya copia tuvimos acceso— sigue sin la firma de las partes a la espera de informes que, ignoramos por qué causa, se demoran en ser provistos. El expediente, que lleva el Nº 23.258-07, se halla, desde el día 7 de abril, en la Dirección General de Oficina de Gestión Pública y Presupuesto. Ante tal situación, la Comisión “Todos por la Plaza de Boedo” se hizo presente en Avenida de mayo 525 solicitando una entrevista con el jefe de Gobierno de la ciudad a fin de recabar de la más alta autoridad una explicación sobre la prolongación desmedida del trámite expropiatorio. A la fecha no se ha recibido respuesta a tal solicitud que será reiterada.
De igual manera la Comisión, ante la situación imperante, resolvió adelantar su próxima reunión (miércoles 14 de mayo a las 19.30 en el Club GON, Pavón 3916) con el objeto de poner al tanto al vecindario de las conocidas demoras y planificar las futuras acciones a llevar a cabo.
Patricia Roselló
Callejeando historia
Vicente López y el Himno Nacional
Comentábamos en nuestros anteriores callejeos una anécdota que, más allá de su verdad o exactitud, reflejaba o representaba el cambio generacional que dio lugar a los poetas de la Revolución. Decía la misma que Manuel José de Lavardén escribía una composición sobre la defensa de Buenos Aires de 1807 cuando se enteró de que un oficialito de 21 años componía otra similar, con el nombre de Triunfo Argentino. Citó al joven a su casa para conocer el trabajo y tras escucharlo, considerando inferior el propio, lo hizo pedazos felicitando al novel poeta. El joven no era otro que Vicente López y Planes, que con Esteban de Luca y Juan Cruz Varela encarnaría la literatura de Mayo y, a diferencia de ellos, viviría muchos años y tandría una dilatadísima actuación política, sólo comparable a la de Juan José Paso..., otro que siempre caía parado.
Fuera de bromas nuestro personaje había nacido en Buenos Aires en 1784, hijo del asturiano Domingo y la porteña Catalina Planes, y cursó las primeras letras en el convento de San Francisco y el “secundario” en el Real Colegio de San Carlos (hoy el Nacional Buenos Aires), donde tuvo como profesor, entre otros, a Valentín Gómez. Como la mayoría de los jóvenes porteños de su tiempo se dedicó primeramente al comercio y en 1806, ante la invasión inglesa, se enroló con los Patricios, regimiento en el que llegará a capitán y jefe de una batería durante la Defensa de 1807. Como era de familia acaudalada pudo luego ir a la Universidad de Chuquisaca (los de menores recursos iban a la de Córdoba y sólo uno de esa generación, Manuel Belgrano, fue a la de Salamanca) donde se graduó de doctor en jurisprudencia y, como Monteagudo, participó de la insurrección de 1809 —partida de nacimiento de la revolución americana—, y pudo escapar a tiempo de la represión.
De regreso en Buenos Aires intervino en el Cabildo Abierto del 22 de mayo votando con su padre por la moción de Saavedra y volvió a enrolarse, esta vez en el Ejército Auxiliar del Perú como secretario de Hipólito Vieytes, a la sazón auditor de Guerra, y regresa después del desastre de Huaqui para ocupar su primer cargo público, secretario de Hacienda del Primer Triunvirato. Además de soldado y abogado ya por entonces era hombre de partido, pues pertenecía a la Sociedad Patriótica —el ala “jacobina” de la Revolución, integrada por los antiguos morenistas— y a la Logia Lautaro que, en 1812, se ocupó de derrocar a ese Triunvirato al que precisamente pertenecía. Convocada la Asamblea Constituyente del año XIII es nombrado secretario del cuerpo y en la sesión del 11 de mayo su “Canción Patria” es aprobada como “única marcha nacional”.
A diferencia de las conocidas versiones en el sentido de que el Himno fue encargado por dicha Asamblea, el historiador Mariano Bosch, primer investigador del teatro nacional, sostiene que todo empezó con una representación en el Coliseo Provisional de una obra del actor Ambrosio Morante, El 25 de Mayo, llevada a la escena la noche del 24 de mayo de 1812 a la que López no sólo concurrió sino que, como miembro del Cabildo, votó un premio para el autor-actor. Allí habría nacido la inspiración y cuando el Triunvirato instruyó al Cabildo que “procurara encontrar poeta y músico que compusiera una Marcha Patriótica”, López presentó su propios versos que ya tenía compuestos y musicalizados por Parera. Con el apoyo de su amigo y también cabildante Manuel García, los presentaron formalmente el 1º de noviembre de 1812 —en el Consulado con una orquesta de 15 músicos y un coro de niños— y la “marchita” se popularizó luego en los salones, especialmente en el de Mariquita Sánchez hasta que, como dijimos, fue finalmente oficializada por la Asamblea Constituyente. La versión de Bosch está respaldada, entre otros documentos, en que el Cabildo pagó a los músicos, a los niños y cien pesos a Blas Parera por su trabajo, y está actualmente aceptada por la mayoría de los historiadores.
Así pues la primera ejecución del Himno no fue, como se ha dicho tanto, en casa de Mariquita Sánchez (malgrado el famoso y bonito cuadro de Subercaseaux en el que aparecen todos los que deben aparecer), aunque persisten otras anécdotas o leyendas como la que afirma que Cayetano Rodríguez había compuesto otra marcha patriótica y, al escuchar la de López, la rompió en pedazos como hiciera Lavardén años antes. O el cuento está mezclado, o repetido, o simplemente en esa época les gustaban ese tipo de gestos teatrales, aunque el papel era bastante caro y difícil de conseguir... También existe una tradición en el Norte según la cual algunas de las estrofas las había escrito ya en 1812, en Salta, bajo la llamada “tipa de la Independencia” a orillas del río Las Piedras. Lo cierto es que Vicente López escribió otras composiciones como A la victoria de Suipacha, A la victoria de Maypo, Oda patriótica federal, Oda a la armonía de los cielos y Oda a las delicias del labrador, pero ninguna alcanzó la repercusión y trascendencia de su Marcha Patriótica.
Como antes dijimos, tuvo una larga actuación pública en los distintos gobiernos del Directorio, fue diputado a varios Congresos, intervino en la fundación de la Universidad de Buenos Aires y, a la caída de Rivadavia, fue designado presidente provisional, cargo desde el que nombró comandante general de las Milicias de la campaña a un estanciero llamado Juan Manuel de Rosas. Colaboró después con Dorrego y, durante los gobiernos del Restaurador, ocupó cargos en el Senado, en la Cámara de Justicia, fue presidente de la Suprema Corte y también ministro de Relaciones Exteriores entre otras muchas dignidades. Federal neto, tuvo sin embargo algunos problemitas con don Juan Manuel debido a su hijo, el futuro historiador Vicente Fidel López, miembro de una “Asociación de Mayo” que se reunía en la biblioteca de Marcos Sastre y a la que el viejo López, llevado seguramente por el amor filial, no tuvo mejor idea que apoyar. Sin embargo, sobrevivió al problema y cuando Urquiza entró en Buenos Aires en 1852 lo nombró gobernador provisional de la Provincia, cargo desde el cual acogió a la mayor parte de los emigrados, como Valentín Alsina, Somellera, José Mármol y a su hijo Vicente Fidel al cual nombró, valga como disculpa que a instancias del propio Urquiza, ministro de Instrucción Pública. Como gobernador concurrió a la reunión de San Nicolás de los Arroyos, pacto que dará origen a la Constitución Nacional, pero por haber votado a favor del mismo sin acuerdo de la Legislatura porteña fue forzado a renunciar. Urquiza derrocó entonces al reemplazante, general Pinto, y López volvió al cargo hasta el 23 de julio, cuando renunció definitivamente y se embarcó a Montevideo, de donde regresaría a Buenos Aires para fallecer el 10 de octubre de 1856.
Vicente López y Planes, a diferencia de tantos otros, tuvo suerte en la nomenclatura y una calle lo recuerda en el barrio de Recoleta, naciendo en la Plaza homónima como continuación de Paraná, y terminando en Luis Agote tras pasar por el cementerio, entre Las Heras y Guido.
Diego Ruiz
Inventario de un ropero
Apiladas en el primer estante del ropero —estoy segura—, las toallas se contaban los secretos de nuestros cuerpos. En su piel rugosa y áspera por los lavados excesivos y el sol ardiente de la terraza, atesoraban suavidades íntimas sobre las que cuchicheaban en el silencio de confesionario que inundaba el armario. Al amanecer o al anochecer mi madre las sacaba a ciegas, reconociéndolas por el tacto en la oscuridad como si tuvieran el cuerpo escrito en Braille.
En uno de los cajones más pequeños había un objeto ritual de la costura: mi madre era camisera. Se trataba de un cono de madera con una larga aguja de acero que usaba para formar la punta de los cuellos con una destreza profesional que siempre me asombraba. Ella lo adoraba como a un tótem, como a un dios tutelar, pero temía que pudiera infligirnos algún castigo bíblico clavando en nuestro cuerpo su larga aguja de catedral gótica. Guardarlo en el cajón más alto, donde no pudiéramos alcanzarlo, era su forma de encerrar la angustia de la muerte en el ropero.
Bajo el cajón del dios tutelar estaba el cajón de los pañuelos. La cantidad desmesurada era la medida del fatalismo materno que nos auguraba resfríos, gripes, decepciones, desconsuelos y melancolías varias que llegarían con la inexorable puntualidad de la desgracia.
El botiquín era el corazón del ropero. Tenía una puertita con espejo biselado y una cerradura con una llave pequeña. Del otro lado del espejo estaban las drogas del consuelo: una pomada amarilla que esparcida sobre el pecho nos abría flores de menta y eucalipto bajo nuestras propias narices asombradas, un jarabe con gusto a ciruela y aspirinas de frutilla que nos enmascaraban con dulzores de repostería las amarguras del mundo, gotitas mágicas para el dolor de vientre y caramelos de colores para el dolor de garganta. Mi madre nos administraba aquellos consuelos por la noche, cuando refugiadas en nuestros pijamas de franela permitíamos por fin que los adultos nos apagaran la luz del mundo para irnos a la cama.
En los cajones grandes mi madre guardaba telas de colores que esperaban en su limbo de hilachas que la tijera y la máquina de coser les dieran vida; cajitas con botones que le sacaba a la ropa vieja como si le arrancara las condecoraciones de las batallas ganadas; moldes de vestidos o camisas dibujados sobre un papel amarillento de mapa antiguo en el que podían verse flechas, trazados discontinuos que indicaban la línea de costura y algunos otros accidentes geográficos como pinzas, escotes y fruncidos. Nuestros cuerpos infantiles se guiaron por aquella cartografía extraña para orientarse en el desconcierto del crecimiento, en el abrupto fin de la infancia, en la adolescencia que enloqueció todas las brújulas. Aquellos trazados discontinuos, bocetos de puntadas, nos ataban con hilos invisibles a nuestra identidad. Allí, en la oscuridad del ropero donde los fantasmas de nuestros cuerpos del presente colgaban de las perchas y nuestros cuerpos futuros se insinuaban bajo la forma de un mapa, las tres nenas de la casa comenzamos a ser quienes seríamos, quienes somos. Allí comenzó a forjarse nuestra identidad que más tarde sería una suerte de condena inapelable.
Gracias a la habilidad de mi madre, nuestros vestidos tardaban mucho en ser viejos. Cuando les alargaba el dobladillo, quedaba una marca que trataba de borrar con la plancha. En aquellas marcas un geólogo podría haber leído nuestra transformación con la misma facilidad que le sería posible leer la evolución de la Tierra en su propia corteza. Allí, en los cuerpos fantasmales que albergaba el ropero estaban escritas nuestras modestas eras personales, nuestros cuerpos antiguos, los bocetos sucesivos de nosotras mismas. ¿Quién no guarda un boceto de su cuerpo en el ropero? Las madres suelen conservar en cajas las primeras prendas, los primeros escarpines, los primeros zapatos, testimonios todos de la fiesta inaugural de nuestra existencia. Y más tarde o más temprano siempre le tocará a alguien el ritual que escande el duelo de vaciar los roperos de la casa y diseminar nuestros cuerpos fantasmales como si esparcieran nuestras propias cenizas.
Por el ropero de dos cuerpos de mi casa materna han pasado todos mis cuerpos sucesivos y los cuerpos sucesivos de mis hermanas. Debe ser por eso que ahora que su permanencia en mi vida está amenazada por la venta inminente de la casa, sueño con puertitas con espejos y el inventario completo de los objetos guardados en aquel armario ha vuelto a instalarse en mi memoria como si hubiera vuelto a abrir no sólo la puerta misma del ropero, sino la puerta de mi propia infancia. Me levanté una mañana con la decisión de traerlo a mi casa, de trasplantar un brote de niñez al presente para ver si “prende”. Es que uno anda buscándose siempre en algún ropero oscuro. Uno anda buscándose en los bocetos en los que nada era definitivo y todo podía cambiarse de lugar. Uno es más el que ha sido que el que es, aunque como yo ya se haya llegado a la edad de descifrar los mensajes de las toallas ásperas, escritas en Braille, del primer estante del ropero.
Mónica López Ocón
El monumento a Cornelio Saavedra
En más de una oportunidad en estas páginas hemos hablado del Centenario (1910) como un momento sumamente importante en lo que hace al desarrollo de la escultura pública. En esta ocasión volvemos sobre el período para referirnos al monumento a Cornelio Saavedra, obra del escultor Jules Lagae, que se encuentra emplazado en Córdoba y Callao. Como es bien sabido, Cornelio Saavedra fue el presidente de la Primera Junta gubernativa de 1810. Lo que tal vez sea menos conocido es que, como consecuencia del desarrollo de las luchas políticas facciosas en Buenos Aires, Saavedra fue políticamente desterrado. Esta condena resultó de las sospechas en cuanto a su participación en la asonada del 5 y 6 de abril de 1811, cuando los alcaldes de campaña movilizaron a la población de las orillas de la ciudad, con el objeto de respaldar al presidente de la entonces Junta Grande y desplazar a los miembros morenistas del órgano de gobierno. Cuando esta Junta se disolvió, dejando paso al Primer Triunvirato, Saavedra que por entonces se encontraba en las provincias del noroeste, fue condenado al destierro. Es que el tumulto popular del 5 y 6 de abril nunca fue aceptado por la elite de Buenos Aires. Habrían de pasar algunos años, hasta que el director supremo Juan Martín de Pueyrredón levantara la condena que pesaba sobre Saavedra y este pudiera regresar de su destierro en Chile. Cuando el 22 de mayo de 1910 se inauguró su monumento, en su discurso el general Juan Ignacio Garmendia no pudo dejar de referirse a esos acontecimientos diciendo: “De los cargos que se le han imputado apasionadamente a Saavedra, no existe ningún documento que los compruebe y este prócer fue condenado sin ser oído, negándosele lo que se le permite al más vulgar criminal; aunque no existe ninguna prueba que lo hiciera cómplice del primer conato revolucionario del año 1811, sufrió resignado y fuerte el ostracismo, conciencia tranquila del mandatario que no ha delinquido, todo lo contrario, con la satisfacción sublime de haber sido, esplendente, el primer factor de la inmortal Revolución de Mayo. Ante el tribunal de la historia las mordeduras de los reptiles no le dañan, y más adelante veremos que su inocencia es proclamada por los únicos jueces que podían juzgarlo; sobre todo al considerar este suceso debemos creer en la palabra honrada de última hora, cuando estando próximo a comparecer ante el supremo juez, certifica su inocencia con su triste acento agónico, verdad solemne, cuyo eco aún vibra en el antro de su tumba de prócer” (1). En cuanto al significado del monumento, dijo el intendente Güiraldes, en el mismo acto inaugural: “El pueblo de Buenos Aires paga su tributo de honor a los héroes de Mayo, consagra la inmortalidad de sus efigies con el sereno juicio de la historia y ratifica en este centenario glorioso la sentencia de varias generaciones, que siempre consideraron deuda de gratitud erigir estatuas a los fundadores de la república (...) “Ved ahí, señores, el monumento levantado a don Cornelio Saavedra, figura austera de nuestros anales, personalidad destacada en primer plano en las gloriosas jornadas del año 10; y que acaso transparente en la majestad de su apostura, el elevado concepto de sus miras, el fervoroso entusiasmo de su patriotismo, la innegable sinceridad de su conducta pública”. (2)
Como podemos apreciar en estos discursos, la conmemoración centenaria de los hombres de Mayo venía a diluir los enfrentamientos que en el proceso histórico real se desarrollaron entre ellos. La historia era el terreno de las luchas sociales y políticas, mientras que el programa iconográfico para el espacio público era el ámbito de la conciliación de los hombres de Mayo; ahora héroes fundadores de una nueva nación; que integraban algo así como el Olimpo de la nueva república. Se trataba de homenajear a todos los miembros de la Primera Junta por igual, todos merecían una escultura, un homenaje, un recuerdo donde se borraban sus diferencias y solo quedaba la Revolución de Mayo como gesta iniciadora de una nueva nación.
Miguel Ruffo
NOTAS: (1 y 2) “La Nación”, 22 de mayo de 1910.
La mirada joven
Pretendiendo el mal paso
Me encontraba en la adolescencia temprana, esa adolescencia que algún cínico desvergonzado afirmó que era una edad maravillosa.
Me dominaba esa sensación púber de verme frágil e inexperto. Torpe.
Cuando la ciudad se sumergía en el letargo, en ese momento cuando Buenos Aires apaga los motores, nosotros nos perdíamos por Guardia Vieja y la caminábamos hasta que se encontrara con Bulnes. Y ahí mismo, entrábamos a “El imaginario”. El café entonces cerraba sus puertas. Es que el lugar se colmaba sólo con sus ojos y el humo del cigarrillo. Yo permanecía junto a ella releyendo cada gesto, obsesionado en encontrarle algún semblante de duda, de incomodidad en sus relatos. Ella sentada, radiante, sobre un sillón gomaespumoso, hablaba y yo me entregaba a su encanto de “dejarse ser”.
Se soltaba el pelo y sonreía cómplice. Y en su sonrisa, la doble trampa del “algotuyomegustaperonoalcanza” me aflojaba la boca que se contraía en muecas desvariadas para no desanudarse en un gesto que gritara te quiero.
Sus manos tomaban mis manos y sus dedos jugueteaban con mi aliento. Y en mi cabeza galopaban contradicciones, tratando de refrenarme el impulso inequívoco de lanzarme hacia su beso que no estaba.
Aguantaba esos días y las charlas de café sumergiéndome en el pútrido fango de la amistad del cual, sabemos, no se sale.
Por las noches eran las citas. Siempre por las noches. Y en sus largas charlas de “casiperono” a veces me hacía creer a mí mismo que sólo eso me bastaba. Pero cuando bordeaba la madrugada y ella se iba en un taxi presuroso, los dedos temblorosos de tanto alienar el deseo, me recordaban cuanto quería acicalarla entre mis uñas, mutilarla a mordiscos, deshacerla entre mis huesos.
Y ella hermosa..., radiante, al tanto —me decía yo— de todo esto, seguramente espectadora del partido de tenis entre mi impulso y mi cerebro, hablaba, hablaba música, sonidos..., y jugueteaba con sus dedos por las líneas de mi tímpano.
Un día, ya harto de esa marea incontrolable en cada encuentro, de esos medios besos que pedían auxilio, elegí desaparecer; elegí desterrarme y desterrarla del espiral que eran nuestros días. No quería gritarle, no podía gemirle, ya no podía ni escucharla.
Años después, me encontré encontrándola, aquí, ahora, en mi adolescencia tardía.
"Cómo me gustabas" —dijo ella.
"Cómo me gustabas" —dije yo.
Y el tiempo, pretérito, dijo lo que faltaba.
Pablo Bellocchio
Marcos Ana
Cierra las puertas, echa la aldaba, carcelero.
Ata duro a ese hombre; no le atarás el alma.
Miguel Hernández
Si salgo un día a la vida / mi casa no tendrá llaves: / siempre abierta, como el mar, / el sol y el aire. Esta estrofa es el comienzo del poema Mi casa y mi corazón de Marcos Ana. El poema estuvo años enmarcado en la puerta de mi casa. Hasta 1974, fecha en que comenzó en este desolado país el terrorismo de Estado. Sabíamos de memoria sus versos. A los dieciséis años deseaba escribir: Mi vida, / os la puedo contar en dos palabras: / Un patio. / Y un trocito de cielo/ por donde a veces pasan / una nube perdida / y algún pájaro huyendo de sus alas.
Con los años conocí, admiré y vibré la amistad de Luis Alberto Quesada, compañero de prisión de Marcos Ana. Y leí sus poemas. Juntos recorrimos la gran poesía española del siglo XX, los actos de solidaridad y recuerdo por la República, las manifestaciones en favor de la libertad. Quesada, uno de los hombres más generosos y espléndidos que he conocido. Un poeta sencillo, vital, auténtico. Junto a él una vez más Marcos Ana, las tertulias, las evocaciones, las voces de Raúl González Tuñón o Luis Franco. Los libros, los años de prisión, el infortunio y el oprobio.
Ahora tengo sobre mi escritorio sus memorias: Decidme cómo es un árbol. Lo he terminado de leer con emoción, con dolor. Pasaron cuarenta años. Llegó Marcos Ana a Buenos Aires a presentarlo, a estar con algunos de los viejos republicanos que aun viven. A contar las cosas de su vida. Historizar, siempre, quiere decir politizar.
Decidme cómo es un árbol es un libro conmovedor. La vida de un hombre que sin resentimientos ni cálculos personales nos muestra su universo, su sueño, su pasión. Un símbolo descarnado de un preso político, de un condenado a muerte, de un poeta. Un hombre sometido a las estratagemas canónicas y fraudulentas del régimen de Franco. Un régimen de demoras, injusticias y miserias. Una siniestra realidad, una historia alucinante de terror. La sordidez oficial en torno a Marcos Ana, ese chivo emisario del fascismo, de la burocracia y las beatas. Pero al mismo tiempo la ternura, el sentir de “un romántico casi enfermizo”, el despertar una y mil veces a la reflexión. “Todo en mi vida es una enseñanza. Yo conocí, como tantos compañeros, la pérdida de la libertad, sufrí la tortura, viví al borde la muerte, cometieron conmigo las más humillantes vejaciones. Podía haberme convertido en una bestia llena de odio. Pero, al contrario, mi experiencia personal me llevó a la conclusión de que nunca sería capaz de ejercer la violencia contra nadie. Precisamente porque la he sufrido.” Estremecedor.
Un testimonio, donde además siente y comprueba los crímenes del stalinismo, vejaciones de un sistema que el soñó en su adolescencia y en los terribles veintitrés años de prisión franquista como impoluto. Entiende que un socialismo dictatorial es una aberración y un escándalo inadmisible. Comprende que la razón y la experiencia enseñó a una generación que cualquier doctrina apelando al paredón para realizar su programa, para traducir sus hechos en propósitos, más que una revolución, encarna el germen de la contrarrevolución. Y eso importa poco si los dictadores son de derecha o de izquierda. Lo sugiere, lo intuye. Entiende que la libertad a la que aspira, a la que ha dado lo mejor de sí mismo, es hija y madre de la libertad. Lo empieza a vislumbrar junto a Ilya Ehrenburg; lo comprueba el 20 de agosto de 1968 cuando las tropas del Pacto de Varsovia invaden Checoslovaquia. Ve las deformaciones profundas de la Unión Soviética, el significado del aparato del Estado, la burocracia del Partido, la mentira oficializada. La desnaturalización de un ideal, del acontecimiento mundial más trascendente del siglo XX.
Es conmovedora su relación con Isabel, su primer amor, la primera mujer con la que dormirá en su vida. Lo hace a los cuarenta y dos años, al salir de prisión. Es bellísima —disculpen el adjetivo— su sensación, su mundo, su enaltecida vivencia. Llega tarde a su juventud pero al decir de Picasso “hace falta tiempo, mucho tiempo para ser joven”.
Podemos leer sobre el final: “Sentir la libertad, pisar la hierba, mirar el azul del cielo o las estrellas, amar a una mujer, poner mi mano sobre la cabeza de un niño, estrechar a mi hijo entre mis brazos, todas esas sensaciones que para los demás son como bienes naturales, a mí me arrebataron de placer y sorpresa y me estremecía de felicidad al descubrirlas y poseerlas.”
Nos evoca un mundo mágico y solidario, un mundo donde la utopía era posible y donde el ser humano giraba en el altruismo, en la desobediencia, en la peregrinación de una bandera eterna. La solidaridad internacional, el apoyo de intelectuales, actores, pintores, cantantes, escritores —hombres de todas las tendencias, de distintos credos— que reivindican la libertad, la lucha contra el oprobio y el oscurantismo. La dignidad habla en sus páginas, en su calidez humana, en su dimensión y búsqueda. Sentimos ternura, ingenuidad, pureza. Sentimos que la vida es superior a las doctrinas. Sentimos decoro y humildad.
En un momento afirma: “…no soy un poeta cultivado, sólo un hombre que escribió versos, un poeta necesario, cuyos poemas se extendieron por el mundo y se tradujeron hasta el japonés, no por su valor literario sino porque mi voz era la voz de muchos, una voz encarcelada, un testimonio vivo que contribuyó a la defensa y la libertad de mis hermanos.” Parcialmente cierto. Su poesía tiene un tono único, emocional. Hondura ética, entonces. Algunos alcanzan, desde lo literario, una intensidad que pocos poetas llegan a poseer. Como la poesía de Nazim Hikmet, la de José Luis Gallego o la del mismo Luis Alberto Quesada. No solamente ejemplos de vida ante el horror y el remedo grotesco de la intolerancia. La poesía de Marcos Ana es un estado de ánimo espontáneo que lo obliga a registrar sus vivencias. Su tonalidad nos recuerda por momentos la mejor poesía tradicional española, la del romancero, y también la voz de Rafael Alberti pero con un temperamento apasionado que lo circunscribe a una atmósfera opresiva. Sus versos están cargados de sinceridad, de dolor, de esperanza. De transparencia, sin duda, de bondad pagana y libertaria.
Analizar sus recuerdos genera una realidad social y política de nuestro tiempo, esboza su prolongación hasta nuestro presente. En su palabra vibra una intención social que se expande aquí y allá; la pasión por la libertad, la lucha contra la injusticia. Sin plegarias ni defraudación. Sin desaliento, sin humillaciones. Y una melancólica sabiduría del vivir y del contemplar, virtudes que pueblan su voz con acentos profundos, humanos. Una vez más sentimos, al leer estas páginas, que la experiencia de ser es superior a las santificaciones ideológicas, que su palabra tiene la posibilidad de recoger la fuerza emanada de los astros, la memoria de una poética que renueva y se renueva.
Carlos Penelas
Memorias y viñetas de la ferretería vieja
De masilla, cochecitos y mundos virtuales
Todo tiempo pasado fue... te quiero, mucho, poquito, nada, te quiero... mejor, glorioso, pastoso, una mierda. Aclaro el abanico de posibilidades para que no crean que tienen enfrente un boedónico nostálgico tipo, un homus boedónicus como los que pueden observar con facilidad los sábados al mediodía en la esquina que no menciono pues intentamos frenar la avalancha de curiosos afluyendo desde latitudes y galaxias deshidratadas para contemplar que barrio, utopías, humedades y boludeos en ebullición aún existen.
Hechas las aclaraciones del caso volvamos a la masilla, así lo anunciaba el título y en esta ferretería no defraudamos al lector. Los habitués de estas viñetas ya deben saber a esta altura que se encontraba en Boedo 1561, entre Garay e Inclán, mano derecha caminando hacia el olvido. Ahí llegaban en ramillete : tres, cuatro, cinco, seis... pantalones cortos con ojitos que apenas alcanzaban el borde del mostrador. Elegían un momento propicio sin clientes, masilla espetaba el más osado mostrando un cochecito panza arriba, mi viejo los miraba desde una nube de recuerdos en carambola, dales un poco de masilla me ordenaba con una sonrisa apenas perceptible, a mí me alcanzaba para entender que iba de regalo para los pibes. Yo también era pibe, me sentía el campeón de la generosidad cuando empuñaba la espátula con mango abultado por estratos de tiempo y masilla endurecidos. Los pantalones cortos se aglutinaban en derredor de la lata mientras se acumulaba la masa aceitosa sobre el papel de diario que jugaba de envoltorio, ¡gracias, Don!, y salían corriendo triunfantes.
No voy a entrar en detalles, los veteranos ya los conocen y los jóvenes (hablo desde el año 2008) pueden imaginarlos. El rellenado con maestría de los cochecitos evitando obstruir el eje, una maderita transversal para que queden bien armados, esperar que sequen y ya estaban listos para carreras en el cordón de la vereda, autódromo por excelencia. No voy a entrar en detalles pues quiero llegar a los anunciados mundos virtuales, ya les dije que en esta ferretería no defraudamos al lector. Estoy leyendo el diario, el diario de hoy ya no me sirve para envolver masilla, un pibe llevó tres cuchillos a la escuela, se había inspirado en juegos virtuales, esta vez no hubo muertos.
Les dije que no soy reacio al progreso, que no creo que todo tiempo pasado fue mejor, glorioso, pastoso o una mierda; entro en Google por “violencia en escuelas juegos virtuales”, pueden probar, impresionante : “Counter Strike”, “World of Warcraft”, “Doom” y variados videogames donde niños y adolescentes asesinan virtual y gustosamente a todo aquel que se interponga en su camino. Algunos estudios científicos señalan que estos videojuegos favorecen la agresividad, que una confusión entre mundo real y virtual puede producirse en ciertos sujetos...
Yo no afirmo nada, ¿qué puede afirmar un ex ferretero?, pero pregunto: ¿no quieren un poco de masilla?
Josecito de la ferretería
Padre Mugica
“Por el pueblo, desde el pueblo, para el pueblo.”
El 11 de mayo se cumplen 34 años del asesinato del sacerdote
Pese a todo estaba satisfecho; los asistentes a la misa, incondicionales de su amigo el padre Vernazza, lo habían recibido con el afecto y la adhesión al compromiso social de siempre. Mientras se saca los ornamentos litúrgicos lucha contra esa idea que lo invadía obsesivamente durante los últimos días; si bien seguía sosteniendo que un cura debe dar todo, hasta su vida, por los pobres, quedaba mucho por hacer.
Recuerda frases escritas por él dos años atrás: “Señor, sueño con morir por ellos, ayúdame a vivir para ellos. Señor, quiero estar con ellos a la hora de la luz, ayúdame”. Ya se dispone a salir cuando se vuelve para saludar a Vernazza; luego abre la puerta y camina por Zelada. Uno tras otro siente los golpes en el pecho. Antes de perder el sentido se da cuenta: no son golpes, son tiros.
Carlos Francisco Sergio Mugica Echagüe había nacido en la ciudad de Buenos Aires el 7 de octubre de 1930, en el seno de una familia de clase alta.
En 1949 ingresa a la Facultad de Derecho de la UBA, donde cursaría dos años. En su primer trabajo para la revista del seminario, en 1957, trata el tema de los católicos y la política. Paralelamente integra grupos misioneros en diferentes provincias de la Argentina. Tras ocho años de estudios es ordenado sacerdote el 21 de diciembre de 1959. Acompañando en un viaje al Chaco a su antiguo párroco —monseñor Iriarte, ya obispo de Reconquista— es testigo del subdesarrollo y la pobreza de la zona. Entre los años 1960 y 1963 el cardenal Antonio Caggiano lo nombra vicario cooperador de la parroquia Nuestra Señora del Socorro y asesor de la Juventud Estudiantil Católica.
A comienzos de 1960 el cardenal Caggiano le propone ser uno de sus secretarios en la Curia, pero Mugica responde que durante un año desea trabajar junto al recién designado obispo de Reconquista con quien había realizado tareas de evangelización en los conventillos de la ciudad.
En 1967, mientras estudia en París Epistemología, Semiología, Doctrina social de la Iglesia, Comunicación social y Teología, se entera del nacimiento del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, al cual adhiere de inmediato. Luego colabora con el equipo Intervillas, fundado en 1968 por el padre Goñi.
Por ese entonces se había realizado —entre 1962 y 1965— el Concilio Vaticano II, el único Concilio de la Iglesia que no produjo ninguna condenación ni proclamó ningún nuevo dogma sino que abrió la Iglesia al mundo moderno en un proceso de democratización interna. A partir de este Concilio se genera un catolicismo más comprometido con las realidades sociales. En 1967 surge el Manifiesto de los Obispos del Tercer Mundo, rubricado por dieciocho obispos que afirman que el socialismo genera una sociedad más cercana al Evangelio que el capitalismo, al que rechazan. Un año después, el Manifiesto conduce a la creación del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, a partir del cual surge la teología de la liberación, una reflexión realizada a través de la práctica que se opone a la teología conformada a partir de la institución eclesial.
Mugica —firme adversario de las jerarquías clericales consustanciadas con el poder económico y el privilegio— adhiere firmemente al catolicismo surgido a partir del Concilio, catolicismo puesto al servicio de la construcción de un mundo mejor, lo que sólo se lograría por medio de una práctica realizada desde el pueblo y con el pueblo.
Tiempo después la parroquia San Martín de Tours decide abrir una capilla en la villa 31 de Retiro ofreciéndole a Mugica el cargo rector. Y en el barrio Comunicaciones se levanta la capilla Cristo Obrero, donde ejerce su máxima actividad pastoral y donde comienza su tarea de cura villero.
A partir del golpe de Estado de Onganía comienza a comprometerse públicamente y expresa su pensamiento acerca de la violencia institucional, lo que lo lleva a la cárcel y a que el arzobispo Aramburu le suspenda por un mes sus licencias ministeriales.
En 1974, durante el gobierno de Isabel Martínez de Perón, Mugica escribe el texto de la Misa para el Tercer Mundo, cuyo disco —grabado y editado por el sello RCA y que cuenta con la musicalización del Grupo Vocal Argentino— es destruido por orden del Ministerio del Interior. Para esta época comienzan a sucederse las amenazas de muerte. La revista “El Caudillo”, órgano de prensa de la derecha peronista dirigida por López Rega, lo acusa de “bolche”.
El sábado 11 de mayo de 1974, alrededor de las ocho de la noche, Mugica se dispone a subir a su auto, estacionado frente a la iglesia San Francisco Solano del barrio de Flores, donde había celebrado misa, cuando es tiroteado por Rodolfo Eduardo Almirón, jefe de la nefasta organización paramilitar Triple A, comandada en las sombras por López Rega. Su cuerpo recibe seis disparos de ametralladora... Jorge Vernazza, su amigo y compañero, le administra la extremaunción.
De pronto vuelve de su sopor, se sobresalta, abre los ojos y dice: “Ahora más que nunca tenemos que estar junto al pueblo”. Quiere seguir hablando pero ya no puede. A las nueve de la noche el doctor Avelino Vicente Dolico certifica que las causas del fallecimiento habían sido heridas de bala en tórax y abdomen y una hemorragia interna.
Sus compañeros de siempre, sus villeros, llevan el féretro en hombros desde la Villa de Retiro hasta el cementerio de La Recoleta, donde es inhumado. Casi toda la prensa difunde la noticia de la muerte del Santo Villero.
El 9 de octubre de 1999 los restos de Carlos Mugica son trasladados desde el cementerio de la Recoleta a la capilla Cristo Obrero del barrio Comunicaciones de la Villa de Retiro. Acompaña la ceremonia la murga Los Crotos de Constitución, hecho que conmueve a todo el barrio y que lleva a un grupo de jóvenes a crear la murga Los Guardianes de Mugica.
“Señor, perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos que parecen tener ocho años tengan trece.
Señor, perdóname por encender la luz olvidándome de que ellos no pueden hacerlo. Señor, yo puedo hacer huelga de hambre, ellos no, porque nadie hace huelga con su hambre.”
María Virginia Ameztoy
A partir de la década de 1970 las Fuerzas Armadas ponen la mira en los sectores progresistas de la Iglesia Católica, a los que consideran subversivos, ocupándose especialmente de las diócesis de Neuquén, La Rioja y Goya, cuyos obispos, Jaime de Nevares, Enrique Angelelli y Alberto Devoto, son considerados sospechosos.
Entre 1974 y 1983 fueron asesinados o desaparecidos otros quince sacerdotes. Ellos fueron: Carlos Dorniak, asesinado en Bahía Blanca el 21 de marzo de 1975. Nelio Rougier, detenido en Córdoba en septiembre de 1975, desaparecido. Miguel Angel Urusa Nicolau, detenido en Rosario el 10 de enero de 1976, desaparecido. Pedro Fourcade, detenido el 8 de marzo de 1976, desaparecido. Pedro Duffau, asesinado en Buenos Aires el 4 de julio de 1976. Alfredo Kelly, asesinado en Buenos Aires el 4 de julio de 1976. Alfredo Leaden, asesinado en Buenos Aires, 4 de julio de 1976. Gabriel Longueville, asesinado en Chamical, La Rioja, el 18 de julio de 1976. Carlos de Dios Murias, asesinado en Chamical, La Rioja, el 18 de noviembre de 1976. Héctor Federico Baccini, detenido en La Plata el 25 de noviembre de 1976, desaparecido. Pablo Gazzari, detenido en Buenos Aires el 8 de abril de 1977, desaparecido. Carlos Armando Bustos, detenido en Buenos Aires, el 8 de abril de 1977, desaparecido. Mauricio Silva lribarnegaray, detenido en Buenos Aires el 14 de junio de 1977, desaparecido. Jorge Adur, detenido el 7 de enero de 1980, desaparecido.
Es necesario agregar a esta lista a los obispos Enrique Angel Angelelli, de La Rioja, y Carlos Ponce de León, de San Nicolás de los Arroyos, quienes mueren en “accidentes” automovilísticos ocurridos, respectivamente, en agosto de 1976 y en julio de 1977.
En la Luna: del cielo a la tierra
Nunca pensé que la Luna quedara tan cerca. La veo a través del vidrio de la puertaventana y a través del enrejado del balcón. La Luna parece parte del decorado de una película serie B, tiene brillos y arrugas, cráteres con ventanas y alturas que recuerdan la sombra gris de los viejos tanques de agua. La película podría ser El estado de las cosas de Win Wenders, en ella se cuenta la filmación, una odisea, de un producto barato de temática espacial en locaciones de Portugal. De esa película todavía adivino los decorados, sin dudas era un paisaje lunar, los astronautas se movían torpes en el decorado hecho con fragmentos del más puro cartón pintado. Creo que era la Luna o quizá fuera un planeta desconocido, todo respiraba en una atmósfera de blanco y negro. De la misma manera veo dentro de mi Luna, que no está en Portugal sino en San Cristóbal, es decir, veo como si ella fuera de cartón pintado, pero en colores, si bien el brillo metálico se lleva el protagonismo.
Pasé un año y dos meses en el cielo de un piso dieciséis, y justo es decirlo, siempre sentí la atracción del más allá de abajo. Desde el piso dieciséis descubrí a la perra de dios. Mi interés comenzó cuando, incapaz de contenerme, miraba por la ventana del balcón cerrado cada vez que la perra, una collie, salía a ladrar al cielo. No le quedaba otra, escuchaba ruidos, voces, frenadas de autos y colectivos, goles en domingo, y las paredes de la terraza eran altas y el animal no podía mirar hacia la calle. Sólo podía ladrar hacia arriba, hacia algún curioso que justo se asomara desde su balcón quizá para interesarse por los ladridos que hasta ahí le habían pertenecido a dios, quien en el máximo de sus fuerzas hubiera al fin logrado probar su existencia. Ella ladrando hacia la altura, desde donde yo miraba.
Desde el dieciséis me interesé por la suerte, el destino, de una bolsita blanca de mercadito barato, corría en el viento, en la altura, pero para mí era el allá abajo; una bolsita nerviosa, cacheteada por los recuerdos de haber sido yogures, vino, pepinitos en vinagre y preservativos; podría ser: preservativos, me di cuenta por cómo se dejaba llevar: todavía había nervio por una espera; ella, una bolsita testigo de un encuentro furtivo; antes de que iniciara el vuelo, una mujer, en otro lugar de la ciudad, subía a un colectivo para ir a entregar sus ganas al usuario de los hipotéticos preservativos que alguna vez llevó la bolsita.
De la misma manera que vi la bolsa, vi dos pájaros, artillados como naves de combate, volar buscando alimento; pájaros como si fueran águilas, pero de por acá, de tercer mundo. Era extraño ver esos emplumados volando el cielo de los tantos Palermos de Palermo. Los miraba desde mi ventana como alguna vez vi desde la cima del Mogote Bayo en Merlo, San Luis, a dos aves parecidas siendo el silencio en el cielo de las sierras. Me digo que el barrio de Palermo debe de estar cambiando o que ya cambió, aunque no lo parezca debe de estar rebosante de roedores, por eso la presencia de estos pájaros de porte mediano que eligen arrojarse en picada, como si de stuka bombardero se tratara. Vi la espalda de cada plumífero, planeaban, eran pura suspensión, eran bellos. Los miraba desde el dieciséis, ellos volando tan alto, y sin embargo, allá abajo; ellos, como yo, ávidos del abajo último.
Desde la altura se puede entrar en el detalle de las sobras de las casas. A falta de armario trastero entre las paredes base, bueno es el cielo de la casa; ahí va a parar todo aquello que no justifica su lugar en el cotidiano, pero si bien son objetos tocados de cierta presunción de pobreza, no lo son al extremo porque no llegan a la basura, esos objetos son sobras porque ahora sobran, pero mañana tal vez no y entonces se guardan; son objetos que se mueven en el mismo registro que la existencia de la vida después de la muerte, entiéndase el paraíso, ahora no sirve para nada, pero si se lo guarda para después, quién sabe, mejor en el cielo o la terraza, quizá, al final de la historia, pueda haber significado una buena jugada: qué bien que vino esta maderita y qué buena es la vida eterna al lado de los buenos.
El dieciséis también me permitió descubrir la ropa colgada en las sogas que hay en casi todas las terrazas de la manzana. La ropa al viento, las sombras cambiantes sobre las baldosas rojas o los alisados de cemento. Las acciones rápidas cuando las nubes amenazan y cuando empiezan a caer las primeras gotas. Pequeñas lamparitas colgadas en soledad parecen marcar posiciones dentro del mar de la noche: una luz, una historia, una terraza y abajo: la tierra que llama.
Los mosquitos en el piso dieciséis, que aparecían muy de vez en cuando, fueron siempre molestos, pero estaban dotados de una cierta tenuidad, había en ellos una manifiesta insignificancia que en más de una ocasión me tentó a entregar mi sangre para colaborar un poco. Y una mayor insignificancia mostraban unas mosquitas, pequeñitas, flacas, flaquísimas, que flotaban en nubes frente a las ventanas del dieciséis, unas locas y fanáticas adoradoras del dios de la luz a las que una y otra vez les deseé la muerte.
Desde aquellas ganas de llegar hasta las terrazas y caminar por toda la manzana de techos hasta este presente lunar pasó una vida llena de mientras tanto.
En esta luna de cartón que veo a través del vidrio de la puertaventana y el enrejado del balcón vi un gato y eso me llevó al recuerdo. Los gatos llegan a la Luna, el escritor Howard Phillips Lovecraft (1890-1937), a modo de homenaje al gato que tuvo de pibe: Nigger-man, escribió en En busca de la ciudad del sol poniente: [...] Y sin duda se habría podido apreciar la misma dulzura en los maullidos de los gatos, de no haber estado casi todos ellos pesados y silenciosos a causa de su extraño festín. Algunos de ellos se escabulleron sigilosamente hacia esos reinos ocultos que sólo conocen los gatos y que, según los lugareños, se hallan en la cara oculta de la luna, adonde trepan desde los tejados de las casas más altas. Lo admito, no llego a ver el tejado o los tejados que nutrirán mi Luna.
Mi presencia en la Luna me lleva a recordar algo que le pasó a mi viejo, fue en uno de esos viajes que corrieron a cargo del señor ataque de presión alta. El primero de los ataques de presión lo llevó hasta los dieciocho años. El viaje fue sin escalas y a poco de llegar apareció la lucidez extrema. Nadie muerto, todos arriba, a la vida otra vez. Un tano, compañero de trabajo en una obra en construcción, volvía a comer pan y aceitunas. El tano volvía a repetir que él había pasado la guerra y que sabía mucho sobre el hambre como para dar gracias por el pan y las aceitunas. Mientras el tano volvía desde la tumba y el recuerdo, mi identidad desaparecía cada vez que yo le decía a mi viejo: Soy Edgardo, tu hijo; Y vos... ¿quién sos...?, me contestaba y ahora que lo pienso estaba como en la Luna; mi viejo volvió después de un día. En el segundo ataque hubo algunos cambios, era él, es decir, él con sus años; esta vez se despertó en medio del frío del invierno y supo que no sabía dónde estaba. Caminó hasta la ventana y la presencia de la Luna era nítida. Abrió la puerta y descendió a la superficie lunar. Una vez afuera, el paisaje desconocido se hizo a un lado y aparecieron imágenes en las que veía a los demás integrantes de la familia. El estaba ahí, a metros, y nadie parecía verlo, nadie lo registraba. Apenas unos metros lo separaban de mi vieja, de mi hermano, de mí y de la cama a la que volvió, supone, por obra del frío que hacía en la Luna.
Fue extraño dejar el cielo del piso dieciséis para llegar, al fin, otra vez, a la Tierra, pero más extraño fue encontrarme que ahora vivo con vista a la Luna, que al final de cuentas estaba en la mismísima Tierra de la imaginación. Será que al final del camino Fellini lo logró, diría el cinéfilo: los personajes de La voz de la Luna seducen a la Luna, una mujer, diciéndole palabras lindas y logran atraparla, si mal no recuerdo los secuestradores eran trabajadores de la empresa de luz, es decir, imposible llegar a la Luna sin ayuda de una escalera. Y escaleras tengo, ahora vivo en un edificio de tres pisos por escalera, en el segundo están mis dos ambientes, cocina amplia, tiene luz y aire. Desde su puertaventana, que da a un balconcito modesto, veo los techos bajos de las casas de la manzana: seis, ocho, diez, poco importa la cantidad, y cuando por primera vez miré a través del vidrio pensé en la Luna, pensé en que si yo alquilara el departamento ya tendría el motivo de la nota para el Desde Boedo de mayo.
Veo algunas chapas oxidadas, mucha membrana brillante y arrugada al sol, sombras como tanques de agua que son eso: viejos tanques de agua, hay cráteres como ventanas, veo bajar un perro por una escalera y hay dos árboles a puro verde que, como se sabe, prenden muy bien en la Luna, la mía.
Salí de Palermo, no volví a mi barrio, pero anclé otra vez en San Cristóbal, cerca, muy cerca de mi Boedo fundacional.
Edgardo Lois
POEMA
Florencio Sánchez en la estatua de Riganelli
Vienes con una mano sobre el pecho,
con una mano fina que descansa
bajo una luz de resplandor deshecho,
hacia la esquina que tu pie no alcanza.
Te vigilan, oh imagen fatigada,
árboles de contorno destruido,
entre la niebla de la madrugada.
Lejos pasa un tranvía con su ruido.
El agua corre y brilla entre las vías.
En tus hombros, las gotas de rocío,
se deslizan, dibujan sus estrías.
Estás solo. Ya no hay hambre, ni hay frío.
El viento mueve el foco de la esquina.
El foco que se enciende, que se apaga,
Tiemblan las venas de tu mano fina.
Debajo de tu mano hay una llaga.
Oscar Hermes Villordo
EDITORIAL
La imaginación al poder
El relato de los sucesos históricos del 68 parece dar la razón a quienes sostienen la visión efímera del “Mayo francés” cuando, sólo un par de meses después, el imán de todos los reproches, Charles De Gaulle, ganaba las elecciones por el 60% de los sufragios. Sin embargo, como un déjà vu de la historia francesa, el curso del tiempo daría nuevo relieve a aquel aparente fracaso revolucionario. Había nacido una nueva visión de las libertades individuales a pesar de que las reivindicaciones “ultra” no hubieran accedido a tal suerte. Nuevas izquierdas europeas crecían en su crítica al capitalismo soslayando toda dependencia de Moscú. Jean-Paul Sartre interpretaba a las luchas estudiantiles desde “Libération”. Los “extremos” desarrollaban guerrillas urbanas como las “Brigadas Rojas”. En la representación partidaria o gremial nacían los delegados que verbalizaban decisiones asamblearias, desechando a quienes asumían posturas individuales de conducción. Como en la ya entonces lejana Reforma Universitaria argentina de 1918, cobraba fuerza el poder estudiantil. Aquella pacatería gaullista tendría que digerir el nuevo desparpajo y las libertades de la vida sexual que, de todos modos, sufriría un cruel revés, años más tarde, con la irrupción del SIDA.
La huella fundamental de aquel mes de la historia de Francia fue la que señaló el camino a tomar a las luchas reivindicatorias y, sobre todo, a qué senderos evitar para esquivar probados fracasos. El camino hacia la utopía ya podía reconocer un claro cartel indicador. La escalada de las conquistas llevaría al trueque de objetivos. Daniel Cohn-Bendit, el abanderado de las primeras protestas, exiliado en Alemania a raíz de sus radicalizadas posturas, seguiría en la lucha que aún sostiene a través de su militancia ecologista.
El quartier latin todavía conserva algúnos grafitti de los que vestían los muros de París en el 68: *Prohibido prohibir. *La imaginación al poder. *Esto no es más que el principio, continuemos el combate. *El aburrimiento es contrarrevolucionario. *No queremos un mundo donde la garantía de no morir de hambre supone el riesgo de morir de aburrimiento. *Los que hacen las revoluciones a medias no hacen más que cavar sus propias tumbas. *No vamos a reivindicar nada, no vamos a pedir nada. Tomaremos, ocuparemos. *Desde 1936 he luchado por subidas de sueldo. Antes de mí, mi padre luchó por subidas de sueldo. Ahora tengo una tele, un frigorífico y un Volkswagen. Y, sin embargo, he vivido siempre la vida de un imbécil. No negociéis con los patrones. Abolidlos. *El patrón te necesita, tú no necesitas al patrón. *Trabajador: tienes 25 años, pero tu sindicato es del siglo pasado. *Haz el favor de dejar al Partido Comunista tan limpio al salir de él como te gustaría encontrarlo entrando a él. *Soy un marxista de la tendencia de Groucho. *Están comprando tu felicidad. Róbala. *La barricada cierra la calle, pero abre la vía. *De ahora en adelante, sólo habrá dos clases de hombres: los borregos y los revolucionarios. En caso de matrimonio, esto producirá “borregolucionarios”. *El caos soy yo. *En una sociedad que ha abolido toda aventura, la única aventura que resta es abolir la sociedad. *La humanidad no será feliz hasta el día en que el último burócrata sea ahorcado con las tripas del último capitalista. *Olvídense de todo lo que han aprendido. Comiencen a soñar.
La vigencia o caducidad de cada una de estas premisas es, casi, una elección personal. Sin embargo, un ícono utópico queda vibrando en el recuerdo:
Soyez réalistes, demandez l’impossible.
Mario Bellocchio
CULTURA GRATUITA
Recuerda frases escritas por él dos años atrás: “Señor, sueño con morir por ellos, ayúdame a vivir para ellos. Señor, quiero estar con ellos a la hora de la luz, ayúdame”. Ya se dispone a salir cuando se vuelve para saludar a Vernazza; luego abre la puerta y camina por Zelada. Uno tras otro siente los golpes en el pecho. Antes de perder el sentido se da cuenta: no son golpes, son tiros.
Carlos Francisco Sergio Mugica Echagüe había nacido en la ciudad de Buenos Aires el 7 de octubre de 1930, en el seno de una familia de clase alta.
En 1949 ingresa a la Facultad de Derecho de la UBA, donde cursaría dos años. En su primer trabajo para la revista del seminario, en 1957, trata el tema de los católicos y la política. Paralelamente integra grupos misioneros en diferentes provincias de la Argentina. Tras ocho años de estudios es ordenado sacerdote el 21 de diciembre de 1959. Acompañando en un viaje al Chaco a su antiguo párroco —monseñor Iriarte, ya obispo de Reconquista— es testigo del subdesarrollo y la pobreza de la zona. Entre los años 1960 y 1963 el cardenal Antonio Caggiano lo nombra vicario cooperador de la parroquia Nuestra Señora del Socorro y asesor de la Juventud Estudiantil Católica.
A comienzos de 1960 el cardenal Caggiano le propone ser uno de sus secretarios en la Curia, pero Mugica responde que durante un año desea trabajar junto al recién designado obispo de Reconquista con quien había realizado tareas de evangelización en los conventillos de la ciudad.
En 1967, mientras estudia en París Epistemología, Semiología, Doctrina social de la Iglesia, Comunicación social y Teología, se entera del nacimiento del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, al cual adhiere de inmediato. Luego colabora con el equipo Intervillas, fundado en 1968 por el padre Goñi.
Por ese entonces se había realizado —entre 1962 y 1965— el Concilio Vaticano II, el único Concilio de la Iglesia que no produjo ninguna condenación ni proclamó ningún nuevo dogma sino que abrió la Iglesia al mundo moderno en un proceso de democratización interna. A partir de este Concilio se genera un catolicismo más comprometido con las realidades sociales. En 1967 surge el Manifiesto de los Obispos del Tercer Mundo, rubricado por dieciocho obispos que afirman que el socialismo genera una sociedad más cercana al Evangelio que el capitalismo, al que rechazan. Un año después, el Manifiesto conduce a la creación del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, a partir del cual surge la teología de la liberación, una reflexión realizada a través de la práctica que se opone a la teología conformada a partir de la institución eclesial.
Mugica —firme adversario de las jerarquías clericales consustanciadas con el poder económico y el privilegio— adhiere firmemente al catolicismo surgido a partir del Concilio, catolicismo puesto al servicio de la construcción de un mundo mejor, lo que sólo se lograría por medio de una práctica realizada desde el pueblo y con el pueblo.
Tiempo después la parroquia San Martín de Tours decide abrir una capilla en la villa 31 de Retiro ofreciéndole a Mugica el cargo rector. Y en el barrio Comunicaciones se levanta la capilla Cristo Obrero, donde ejerce su máxima actividad pastoral y donde comienza su tarea de cura villero.
A partir del golpe de Estado de Onganía comienza a comprometerse públicamente y expresa su pensamiento acerca de la violencia institucional, lo que lo lleva a la cárcel y a que el arzobispo Aramburu le suspenda por un mes sus licencias ministeriales.
En 1974, durante el gobierno de Isabel Martínez de Perón, Mugica escribe el texto de la Misa para el Tercer Mundo, cuyo disco —grabado y editado por el sello RCA y que cuenta con la musicalización del Grupo Vocal Argentino— es destruido por orden del Ministerio del Interior. Para esta época comienzan a sucederse las amenazas de muerte. La revista “El Caudillo”, órgano de prensa de la derecha peronista dirigida por López Rega, lo acusa de “bolche”.
El sábado 11 de mayo de 1974, alrededor de las ocho de la noche, Mugica se dispone a subir a su auto, estacionado frente a la iglesia San Francisco Solano del barrio de Flores, donde había celebrado misa, cuando es tiroteado por Rodolfo Eduardo Almirón, jefe de la nefasta organización paramilitar Triple A, comandada en las sombras por López Rega. Su cuerpo recibe seis disparos de ametralladora... Jorge Vernazza, su amigo y compañero, le administra la extremaunción.
De pronto vuelve de su sopor, se sobresalta, abre los ojos y dice: “Ahora más que nunca tenemos que estar junto al pueblo”. Quiere seguir hablando pero ya no puede. A las nueve de la noche el doctor Avelino Vicente Dolico certifica que las causas del fallecimiento habían sido heridas de bala en tórax y abdomen y una hemorragia interna.
Sus compañeros de siempre, sus villeros, llevan el féretro en hombros desde la Villa de Retiro hasta el cementerio de La Recoleta, donde es inhumado. Casi toda la prensa difunde la noticia de la muerte del Santo Villero.
El 9 de octubre de 1999 los restos de Carlos Mugica son trasladados desde el cementerio de la Recoleta a la capilla Cristo Obrero del barrio Comunicaciones de la Villa de Retiro. Acompaña la ceremonia la murga Los Crotos de Constitución, hecho que conmueve a todo el barrio y que lleva a un grupo de jóvenes a crear la murga Los Guardianes de Mugica.
“Señor, perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos que parecen tener ocho años tengan trece.
Señor, perdóname por encender la luz olvidándome de que ellos no pueden hacerlo. Señor, yo puedo hacer huelga de hambre, ellos no, porque nadie hace huelga con su hambre.”
María Virginia Ameztoy
A partir de la década de 1970 las Fuerzas Armadas ponen la mira en los sectores progresistas de la Iglesia Católica, a los que consideran subversivos, ocupándose especialmente de las diócesis de Neuquén, La Rioja y Goya, cuyos obispos, Jaime de Nevares, Enrique Angelelli y Alberto Devoto, son considerados sospechosos.
Entre 1974 y 1983 fueron asesinados o desaparecidos otros quince sacerdotes. Ellos fueron: Carlos Dorniak, asesinado en Bahía Blanca el 21 de marzo de 1975. Nelio Rougier, detenido en Córdoba en septiembre de 1975, desaparecido. Miguel Angel Urusa Nicolau, detenido en Rosario el 10 de enero de 1976, desaparecido. Pedro Fourcade, detenido el 8 de marzo de 1976, desaparecido. Pedro Duffau, asesinado en Buenos Aires el 4 de julio de 1976. Alfredo Kelly, asesinado en Buenos Aires el 4 de julio de 1976. Alfredo Leaden, asesinado en Buenos Aires, 4 de julio de 1976. Gabriel Longueville, asesinado en Chamical, La Rioja, el 18 de julio de 1976. Carlos de Dios Murias, asesinado en Chamical, La Rioja, el 18 de noviembre de 1976. Héctor Federico Baccini, detenido en La Plata el 25 de noviembre de 1976, desaparecido. Pablo Gazzari, detenido en Buenos Aires el 8 de abril de 1977, desaparecido. Carlos Armando Bustos, detenido en Buenos Aires, el 8 de abril de 1977, desaparecido. Mauricio Silva lribarnegaray, detenido en Buenos Aires el 14 de junio de 1977, desaparecido. Jorge Adur, detenido el 7 de enero de 1980, desaparecido.
Es necesario agregar a esta lista a los obispos Enrique Angel Angelelli, de La Rioja, y Carlos Ponce de León, de San Nicolás de los Arroyos, quienes mueren en “accidentes” automovilísticos ocurridos, respectivamente, en agosto de 1976 y en julio de 1977.
En la Luna: del cielo a la tierra
Nunca pensé que la Luna quedara tan cerca. La veo a través del vidrio de la puertaventana y a través del enrejado del balcón. La Luna parece parte del decorado de una película serie B, tiene brillos y arrugas, cráteres con ventanas y alturas que recuerdan la sombra gris de los viejos tanques de agua. La película podría ser El estado de las cosas de Win Wenders, en ella se cuenta la filmación, una odisea, de un producto barato de temática espacial en locaciones de Portugal. De esa película todavía adivino los decorados, sin dudas era un paisaje lunar, los astronautas se movían torpes en el decorado hecho con fragmentos del más puro cartón pintado. Creo que era la Luna o quizá fuera un planeta desconocido, todo respiraba en una atmósfera de blanco y negro. De la misma manera veo dentro de mi Luna, que no está en Portugal sino en San Cristóbal, es decir, veo como si ella fuera de cartón pintado, pero en colores, si bien el brillo metálico se lleva el protagonismo.
Pasé un año y dos meses en el cielo de un piso dieciséis, y justo es decirlo, siempre sentí la atracción del más allá de abajo. Desde el piso dieciséis descubrí a la perra de dios. Mi interés comenzó cuando, incapaz de contenerme, miraba por la ventana del balcón cerrado cada vez que la perra, una collie, salía a ladrar al cielo. No le quedaba otra, escuchaba ruidos, voces, frenadas de autos y colectivos, goles en domingo, y las paredes de la terraza eran altas y el animal no podía mirar hacia la calle. Sólo podía ladrar hacia arriba, hacia algún curioso que justo se asomara desde su balcón quizá para interesarse por los ladridos que hasta ahí le habían pertenecido a dios, quien en el máximo de sus fuerzas hubiera al fin logrado probar su existencia. Ella ladrando hacia la altura, desde donde yo miraba.
Desde el dieciséis me interesé por la suerte, el destino, de una bolsita blanca de mercadito barato, corría en el viento, en la altura, pero para mí era el allá abajo; una bolsita nerviosa, cacheteada por los recuerdos de haber sido yogures, vino, pepinitos en vinagre y preservativos; podría ser: preservativos, me di cuenta por cómo se dejaba llevar: todavía había nervio por una espera; ella, una bolsita testigo de un encuentro furtivo; antes de que iniciara el vuelo, una mujer, en otro lugar de la ciudad, subía a un colectivo para ir a entregar sus ganas al usuario de los hipotéticos preservativos que alguna vez llevó la bolsita.
De la misma manera que vi la bolsa, vi dos pájaros, artillados como naves de combate, volar buscando alimento; pájaros como si fueran águilas, pero de por acá, de tercer mundo. Era extraño ver esos emplumados volando el cielo de los tantos Palermos de Palermo. Los miraba desde mi ventana como alguna vez vi desde la cima del Mogote Bayo en Merlo, San Luis, a dos aves parecidas siendo el silencio en el cielo de las sierras. Me digo que el barrio de Palermo debe de estar cambiando o que ya cambió, aunque no lo parezca debe de estar rebosante de roedores, por eso la presencia de estos pájaros de porte mediano que eligen arrojarse en picada, como si de stuka bombardero se tratara. Vi la espalda de cada plumífero, planeaban, eran pura suspensión, eran bellos. Los miraba desde el dieciséis, ellos volando tan alto, y sin embargo, allá abajo; ellos, como yo, ávidos del abajo último.
Desde la altura se puede entrar en el detalle de las sobras de las casas. A falta de armario trastero entre las paredes base, bueno es el cielo de la casa; ahí va a parar todo aquello que no justifica su lugar en el cotidiano, pero si bien son objetos tocados de cierta presunción de pobreza, no lo son al extremo porque no llegan a la basura, esos objetos son sobras porque ahora sobran, pero mañana tal vez no y entonces se guardan; son objetos que se mueven en el mismo registro que la existencia de la vida después de la muerte, entiéndase el paraíso, ahora no sirve para nada, pero si se lo guarda para después, quién sabe, mejor en el cielo o la terraza, quizá, al final de la historia, pueda haber significado una buena jugada: qué bien que vino esta maderita y qué buena es la vida eterna al lado de los buenos.
El dieciséis también me permitió descubrir la ropa colgada en las sogas que hay en casi todas las terrazas de la manzana. La ropa al viento, las sombras cambiantes sobre las baldosas rojas o los alisados de cemento. Las acciones rápidas cuando las nubes amenazan y cuando empiezan a caer las primeras gotas. Pequeñas lamparitas colgadas en soledad parecen marcar posiciones dentro del mar de la noche: una luz, una historia, una terraza y abajo: la tierra que llama.
Los mosquitos en el piso dieciséis, que aparecían muy de vez en cuando, fueron siempre molestos, pero estaban dotados de una cierta tenuidad, había en ellos una manifiesta insignificancia que en más de una ocasión me tentó a entregar mi sangre para colaborar un poco. Y una mayor insignificancia mostraban unas mosquitas, pequeñitas, flacas, flaquísimas, que flotaban en nubes frente a las ventanas del dieciséis, unas locas y fanáticas adoradoras del dios de la luz a las que una y otra vez les deseé la muerte.
Desde aquellas ganas de llegar hasta las terrazas y caminar por toda la manzana de techos hasta este presente lunar pasó una vida llena de mientras tanto.
En esta luna de cartón que veo a través del vidrio de la puertaventana y el enrejado del balcón vi un gato y eso me llevó al recuerdo. Los gatos llegan a la Luna, el escritor Howard Phillips Lovecraft (1890-1937), a modo de homenaje al gato que tuvo de pibe: Nigger-man, escribió en En busca de la ciudad del sol poniente: [...] Y sin duda se habría podido apreciar la misma dulzura en los maullidos de los gatos, de no haber estado casi todos ellos pesados y silenciosos a causa de su extraño festín. Algunos de ellos se escabulleron sigilosamente hacia esos reinos ocultos que sólo conocen los gatos y que, según los lugareños, se hallan en la cara oculta de la luna, adonde trepan desde los tejados de las casas más altas. Lo admito, no llego a ver el tejado o los tejados que nutrirán mi Luna.
Mi presencia en la Luna me lleva a recordar algo que le pasó a mi viejo, fue en uno de esos viajes que corrieron a cargo del señor ataque de presión alta. El primero de los ataques de presión lo llevó hasta los dieciocho años. El viaje fue sin escalas y a poco de llegar apareció la lucidez extrema. Nadie muerto, todos arriba, a la vida otra vez. Un tano, compañero de trabajo en una obra en construcción, volvía a comer pan y aceitunas. El tano volvía a repetir que él había pasado la guerra y que sabía mucho sobre el hambre como para dar gracias por el pan y las aceitunas. Mientras el tano volvía desde la tumba y el recuerdo, mi identidad desaparecía cada vez que yo le decía a mi viejo: Soy Edgardo, tu hijo; Y vos... ¿quién sos...?, me contestaba y ahora que lo pienso estaba como en la Luna; mi viejo volvió después de un día. En el segundo ataque hubo algunos cambios, era él, es decir, él con sus años; esta vez se despertó en medio del frío del invierno y supo que no sabía dónde estaba. Caminó hasta la ventana y la presencia de la Luna era nítida. Abrió la puerta y descendió a la superficie lunar. Una vez afuera, el paisaje desconocido se hizo a un lado y aparecieron imágenes en las que veía a los demás integrantes de la familia. El estaba ahí, a metros, y nadie parecía verlo, nadie lo registraba. Apenas unos metros lo separaban de mi vieja, de mi hermano, de mí y de la cama a la que volvió, supone, por obra del frío que hacía en la Luna.
Fue extraño dejar el cielo del piso dieciséis para llegar, al fin, otra vez, a la Tierra, pero más extraño fue encontrarme que ahora vivo con vista a la Luna, que al final de cuentas estaba en la mismísima Tierra de la imaginación. Será que al final del camino Fellini lo logró, diría el cinéfilo: los personajes de La voz de la Luna seducen a la Luna, una mujer, diciéndole palabras lindas y logran atraparla, si mal no recuerdo los secuestradores eran trabajadores de la empresa de luz, es decir, imposible llegar a la Luna sin ayuda de una escalera. Y escaleras tengo, ahora vivo en un edificio de tres pisos por escalera, en el segundo están mis dos ambientes, cocina amplia, tiene luz y aire. Desde su puertaventana, que da a un balconcito modesto, veo los techos bajos de las casas de la manzana: seis, ocho, diez, poco importa la cantidad, y cuando por primera vez miré a través del vidrio pensé en la Luna, pensé en que si yo alquilara el departamento ya tendría el motivo de la nota para el Desde Boedo de mayo.
Veo algunas chapas oxidadas, mucha membrana brillante y arrugada al sol, sombras como tanques de agua que son eso: viejos tanques de agua, hay cráteres como ventanas, veo bajar un perro por una escalera y hay dos árboles a puro verde que, como se sabe, prenden muy bien en la Luna, la mía.
Salí de Palermo, no volví a mi barrio, pero anclé otra vez en San Cristóbal, cerca, muy cerca de mi Boedo fundacional.
Edgardo Lois
POEMA
Florencio Sánchez en la estatua de Riganelli
Vienes con una mano sobre el pecho,
con una mano fina que descansa
bajo una luz de resplandor deshecho,
hacia la esquina que tu pie no alcanza.
Te vigilan, oh imagen fatigada,
árboles de contorno destruido,
entre la niebla de la madrugada.
Lejos pasa un tranvía con su ruido.
El agua corre y brilla entre las vías.
En tus hombros, las gotas de rocío,
se deslizan, dibujan sus estrías.
Estás solo. Ya no hay hambre, ni hay frío.
El viento mueve el foco de la esquina.
El foco que se enciende, que se apaga,
Tiemblan las venas de tu mano fina.
Debajo de tu mano hay una llaga.
Oscar Hermes Villordo
EDITORIAL
La imaginación al poder
El relato de los sucesos históricos del 68 parece dar la razón a quienes sostienen la visión efímera del “Mayo francés” cuando, sólo un par de meses después, el imán de todos los reproches, Charles De Gaulle, ganaba las elecciones por el 60% de los sufragios. Sin embargo, como un déjà vu de la historia francesa, el curso del tiempo daría nuevo relieve a aquel aparente fracaso revolucionario. Había nacido una nueva visión de las libertades individuales a pesar de que las reivindicaciones “ultra” no hubieran accedido a tal suerte. Nuevas izquierdas europeas crecían en su crítica al capitalismo soslayando toda dependencia de Moscú. Jean-Paul Sartre interpretaba a las luchas estudiantiles desde “Libération”. Los “extremos” desarrollaban guerrillas urbanas como las “Brigadas Rojas”. En la representación partidaria o gremial nacían los delegados que verbalizaban decisiones asamblearias, desechando a quienes asumían posturas individuales de conducción. Como en la ya entonces lejana Reforma Universitaria argentina de 1918, cobraba fuerza el poder estudiantil. Aquella pacatería gaullista tendría que digerir el nuevo desparpajo y las libertades de la vida sexual que, de todos modos, sufriría un cruel revés, años más tarde, con la irrupción del SIDA.
La huella fundamental de aquel mes de la historia de Francia fue la que señaló el camino a tomar a las luchas reivindicatorias y, sobre todo, a qué senderos evitar para esquivar probados fracasos. El camino hacia la utopía ya podía reconocer un claro cartel indicador. La escalada de las conquistas llevaría al trueque de objetivos. Daniel Cohn-Bendit, el abanderado de las primeras protestas, exiliado en Alemania a raíz de sus radicalizadas posturas, seguiría en la lucha que aún sostiene a través de su militancia ecologista.
El quartier latin todavía conserva algúnos grafitti de los que vestían los muros de París en el 68: *Prohibido prohibir. *La imaginación al poder. *Esto no es más que el principio, continuemos el combate. *El aburrimiento es contrarrevolucionario. *No queremos un mundo donde la garantía de no morir de hambre supone el riesgo de morir de aburrimiento. *Los que hacen las revoluciones a medias no hacen más que cavar sus propias tumbas. *No vamos a reivindicar nada, no vamos a pedir nada. Tomaremos, ocuparemos. *Desde 1936 he luchado por subidas de sueldo. Antes de mí, mi padre luchó por subidas de sueldo. Ahora tengo una tele, un frigorífico y un Volkswagen. Y, sin embargo, he vivido siempre la vida de un imbécil. No negociéis con los patrones. Abolidlos. *El patrón te necesita, tú no necesitas al patrón. *Trabajador: tienes 25 años, pero tu sindicato es del siglo pasado. *Haz el favor de dejar al Partido Comunista tan limpio al salir de él como te gustaría encontrarlo entrando a él. *Soy un marxista de la tendencia de Groucho. *Están comprando tu felicidad. Róbala. *La barricada cierra la calle, pero abre la vía. *De ahora en adelante, sólo habrá dos clases de hombres: los borregos y los revolucionarios. En caso de matrimonio, esto producirá “borregolucionarios”. *El caos soy yo. *En una sociedad que ha abolido toda aventura, la única aventura que resta es abolir la sociedad. *La humanidad no será feliz hasta el día en que el último burócrata sea ahorcado con las tripas del último capitalista. *Olvídense de todo lo que han aprendido. Comiencen a soñar.
La vigencia o caducidad de cada una de estas premisas es, casi, una elección personal. Sin embargo, un ícono utópico queda vibrando en el recuerdo:
Soyez réalistes, demandez l’impossible.
Mario Bellocchio
CULTURA GRATUITA
C.I.M.U. Club Itinerante de Música Urbana
AUSPICIA GCABA - Min. de Cultura - CGP P. Chacabuco
NO SE COBRA ENTRADA NI DERECHO DE ESPECTACULO
CLUB LOUNGE (Reconquista 974 Informes: 4 515-1020)
JUEVES 19:30 Hs:
15/05 Lucas Pierro (piano) Ignacio Martín (bajo) Esteban Blanca (batería) /JAZZ. 22/05 Blue Room / JAZZ.
29/05 Nicolás Trono (guit.) Exequiel Bernard (guit.) Guido Edul (guit.) / TANGO
KEBAYTINA (Bolívar 497 Informes 4 331-4624)
MIERCOLES 21:30 Hs.
14/05: 1, 2, 3 Jazz : Javier Kremasky (guit.) Rodolfo Gardonio (saxo) Gustavo Troilo (bajo) Martín Dacosta (bat.) / JAZZ. 21/05 Fabiola Costa (voz) Pablo Navarrete (piano) / JAZZ ELECTRONICO.
28/05 Blue Room / JAZZ
JUEVES 21:30 Hs:
JUEVES 21:30 Hs:
15/05 Horacio Acosta(piano) Diego Freue (bajo) Gabriel Loto (batería) / JAZZ.
22/05/ Kike Mendoza Quinteto / JAZZ
29/05/ Pablo Raposo (piano) Romina Fuchs (voz) Santiago De Francisco (saxo) Sebastián Valsecci (guit.) / JAZZ
29/05/ Pablo Raposo (piano) Romina Fuchs (voz) Santiago De Francisco (saxo) Sebastián Valsecci (guit.) / JAZZ
VIERNES 21:30 Hs:
16/05/ 1, 2, 3 Jazz : Javier Kremasky (guit.) Rodolfo Gardonio (saxo) Gustavo Troilo (bajo) Martín Dacosta (bat.) / JAZZ.
23/05/ Claudia María (voz) Mariano Insaurgarat (guitarra) Germán Insaurgarat (flauta) / BOSSA NOVA & SAMBA.
30/05 Tamara Stegmayer (voz) Marcelo Hernández (guit.) Gabriel Barreiro (bajo)/ JAZZ
SABADO 21:30 Hs.
17/05/ Omar Garayalde (guit.) Jonathan Gatica (saxo) José Pérez Vargas (bajo) Damián Allegretti (bat.) / JAZZ
24/05/ Marcos Serra (guit.) Marcelo Pereiro (bajo) Gabriel Knoll (piano) Juanjo Bravo (bat.) /JAZZ.
24/05/ Marcos Serra (guit.) Marcelo Pereiro (bajo) Gabriel Knoll (piano) Juanjo Bravo (bat.) /JAZZ.
31/05 Adrián Birlis Trío / LATIN JAZZ
DOMINGO 21:00 Hs
DOMINGO 21:00 Hs
18/05 Sotavento Big Band JAZZ
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Espacio Cultural Julián Centeya San Juan 3255 - Tel. 4 931-9667
espaciojuliancenteya@yahoo.com.ar
El Espacio forma parte del Circuito de Espacios Culturales dependiente de la Dir. de Promoción Cultural, Min. de Cultura, GCABA. Martes a viernes de 10 a 21hs.
Sábado 10 21hs:
Teatro itinerante “Todos los judíos fuera de Europa” de Leonel Giacometto con Salo Pasik- Regina Lam - Alejo Ortiz -Dirección: Alejandro Ulloa.
Domingo 11 15hs: Teatro infantil “Cuento con globos”
Miércoles 14 19hs: Cine “Operación Masacre” (J. Cedrón, 1973)
Jueves 15 19hs: Cine: “Salut Les Cubains” (Agnes Varda, 1963) “Black Panthers” (Agnés Varda, 1968).
Viernes 16 y Sábado 17 - A partir de las 15hs -
Música, exposiciones, clínicas y mesas de debate - Expresiones del Carnaval Rioplatense II - Encuentro de murgas
Domingo 18 15hs - Teatro infantil - "Robin Hood" - 19.30: Música - "Ciclo de Blues en el Julián Centeya"
Miércoles 21 19hs: Cine “Estado de sitio”(Costa-Gavras, 1972)
Jueves 22 - 19hs. Cine: Cortos de Santiago Álvarez
Viernes 23 - 19hs. "Con las alas del alma desplegadas al viento".
Del 23 de Mayo al 5 de Junio - pinturas, dibujos y grabados de los docentes premiados en los salones de la Unión de Trabajadores de la Educación.
Sábado 24 y 31- 21hs. Música Tangos negros, milongas y candombes - "Germán Pontoriero y POLENTAITUM"
Miércoles 28 - 19hs. Cine: “La clase obrera va al paraíso” (Elio Petri, 1971) Jueves 29 - 19hs. “El grito” (Leonardo López Areche, 1968)
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BUENOS AIRES ESQUINA BOEDO
BAIRES POPULAR presentó
BAIRES POPULAR presentó
“El origen de los nombres de los barrios de la ciudad de Buenos Aires”,
charla a cargo del historiador Arnaldo Ignacio Miranda presidente de la Junta Central de Estudios Históricos. El intermedio musical estuvo a cargo del cantor Alfredo Pittis con el acompañamiento en guitarra de Carlos Filippo con la conducción de Rosa María Silva. Fue el pasado sábado 3 de mayo en el café “Esquina Osvaldo Pugliese”.
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ACTIVIDADES CULTURALES
Centro Aliarse. Conciencias líderes creativas (Dean Funes 1075)
Viernes a las 20.30: CINE-DEBATE *ADN y geometría sagrada *Mensajes del agua-Masaru Emoto *Instantes de vida-Masaru Emoto *El secreto-misticismo y física cuántica *Evolución índigo. Confirmar asistencia al 4 931-9293 o (15) 5661 3363
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Programa Cultural en Bares Notables
LOS BARRIOS PORTEÑOS ABREN SUS PUERTAS
DON JUAN. Camarones 2702. Tel.: 4 586-0679
NORA LUCA Música Klezmer Viernes 2 de mayo 21:00 hs
LA BIELA Quintana 600 Tel.: 4 580 0449 -
GEORGINA HASSAN Música Étnica Viernes 9 y 16 de mayo 19:00 hs
PETIT COLON Libertad 505 Tel.: 4 382-7306 -
VICTORIA CEDRUN Música Popular Argentina Viernes 9 y 16 de mayo 21hs
DIRECCION GENERAL DE PATRIMONIO e INSTITUTO HISTORICO Av. de Mayo 575, 5º 503 - C.A.B.A. - Tel. 4 323-9400 int. 2756
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TEATRO ITINERANTE hasta el 1º de junio de 2008
El Ministerio de Cultura del Gobierno porteño presenta la temporada 2008 de TEATRO ITINERANTE. Tres elencos rotarán por 8 sedes ofreciendo un total de 22 espectáculos teatrales de excelente calidad y con entrada gratuita.
*4 Jinetes Apocalípticos de José Pablo Feinmann - Unipersonal con Mauricio Dayub. Domingos. 18/5 a las 20 en (1), 11/5 a las 19 en (6) y 1º/6 a las 20 en (7)
*Hasta que la vida nos separe de Martín Diez - Comedia costumbrista con Arturo Bonín y Susana Cart. Sábados. 17/5 a las 21 en (1), 24/5 a las 21 en (4), 10/5 a las 19 en (5) y 31/5 a las 21 en (6)
*Todos los judíos fuera de Europa de Leonel Giacometto - Con Salo Pasik, Regina Lamm y Alejo Ortiz. Sábados. 17/5 a las 20 en (2), 24/5 a las 21 en (3), 31/5 a las 19 en (5) y 10/5 a las 21 en (7)
(1) Centro Cultural Resurgimiento: Artigas 2262
(2) Centro Cultural Marcó del Pont: Artigas 202
(3) Espacio Cultural Carlos Gardel: Olleros 3640
(4) Centro Cultural Adán Buenosayres: Asamblea al 1200 (bajo la autopista) dentro del Parque Chacabuco
(5) Complejo Cultural Chacra de los Remedios: Av. Directorio y Av. Lacarra
(6) Centro Cultural del Sur: Av. Caseros 1750
(7) Espacio Cultural Juliá Centeya: San Juan 3255
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CICLO MUSICAL 2008 Universidad Tecnológica Nacional.
AULA MAGNA - Medrano 951 Tel.: 4 867-7601 www.sceu.frba.utn.edu.ar / cultura@sceu.frba.utn.edu.ar
*Orq. Sinfónica de la Policía Federal Argentina 4/6 a las 19
*Jazz UTN 6/6 a las 20.30
*Buenos Aires Cross Over Orquesta 14/5 y 11/6 a las 19
*Banda Sinfónica de la Ciudad de Buenos Aires 21/5 a las 19
*Coro y Camerata UTN 23/5 a las 20.30
*Orquestas Invitadas 28/5 a las 19
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LOS BARRIOS PORTEÑOS ABREN SUS PUERTAS
Dir. Gral. de Patrimonio e Instituto Histórico
PROGRAMACION MAYO 2008
JUEVES 29 DE MAYO.
12 hs. PARQUE DE LA MEMORIA Encuentro: Pza. de acceso al parque. Av. Costanera N, Rafael Obligado adyacente a C. Universitaria. Por lluvia la actividad se suspende. Coord.: Luz Rodríguez y Silvia Sasarini
14 hs. MUSEO HISTÓRICO NACIONAL DEL CABILDO Y DE LA REVOLUCIÓN DE MAYO. Encuentro: Bolivar 85 Coordina: Marta Alsina y Pablo Vinci.
15 hs. MANZANA DE LAS LUCES, Encuentro: Perú 272. Coordina: Grupo de guías y Lidia Yadarola.
18 hs. CAFÉ LOS 36 BILLARES DIALOGO CON COCO ROMERO. Encuentro: Av. de Mayo 1265/71 Coordina: Horacio Spinetto y Lidia Yadarola.
VIERNES 30 DE MAYO.
9 hs TIRO FEDERAL ARGENTINO Encuentro: Av. del Libertador 6935 - Núñez. Coordina: Roberto Latorre y Pablo Vinci.
12:30 hs. RECORRIDO BARRIAL POR NÚÑEZ. Encuentro: Parroquia Santiago Apóstol - Tte. Gral. Richieri 3189 Núñez. Coordinan: Chacha Matti, Lidia Yadarola, Elena Perri y Horacio Spinetto. 15 hs. TALLER DEL ESCULTOR EDGARDO MADANES. Encuentro: Paroissien 2122 P.B. - Núñez. Coordina: Edgardo Madanes, y Silvia Sasarini.
VISITAS GUIADAS - Inscripción personal o telefónica del 20 al 27 de mayo Cupos limitados. Av. de Mayo 575, 5º 503 - Tel.:4 323-9400 int. 2756 de 9:30 a 15:00 hs. Las actividades al aire libre se cancelan en caso de lluvia.
VISITAS PERMANENTES
AGRONOMÍA: Último sábado de cada mes a las 10 Tinogasta y Av. San Martín Coordina: Mabel Roelants. Consultas 4521-7284
PARQUE CHAS: Último sábado de cada mes a las 11 hs. Av. de los Incas y Av. Triunvirato. Coordina Magdalena Eggers. Consultas 4522-9321
CABALLITO: Último domingo de cada mes a las 16:00 hs. Parque Rivadavia junto al monumento a S. Bolívar. Coord.: Marina Bussio y Héctor Núñez Castro. Consultas 4988-9908
SAN NICOLÁS: Unione e Benevolenza. Último miércoles de cada mes. Juan D. Perón 1362 .Coordina: María Paiella. Consultas 4 383-8890
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PARQUE CHAS: Último sábado de cada mes a las 11 hs. Av. de los Incas y Av. Triunvirato. Coordina Magdalena Eggers. Consultas 4522-9321
CABALLITO: Último domingo de cada mes a las 16:00 hs. Parque Rivadavia junto al monumento a S. Bolívar. Coord.: Marina Bussio y Héctor Núñez Castro. Consultas 4988-9908
SAN NICOLÁS: Unione e Benevolenza. Último miércoles de cada mes. Juan D. Perón 1362 .Coordina: María Paiella. Consultas 4 383-8890
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Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini
Av. Corrientes 1543 http://www.centrocultural.coop/
Sábado 10. CONFERENCIA de Claire Heggen (Teatro del Movimiento, Francia) Sala Solidaridad ?12:00.
Jueves 15. CHARLA-DEBATE. Medios de comunicación y democracia. Su rol durante el conflicto con el sector agrario. Sala Meyer Dubrovsky 19:00
Lunes 19. PRESENTACIÓN DEL LIBRO. Y dáselo al fuego de Sonnia de Monte. Sala Jacobo Laks 19:00
Martes 20. PRESENTACIÓN DE AVANCE DE INVESTIGACIÓN. Complicidades y silencios en la última dictadura 1976-1983. Sala Meyer Dubrovsky - 19:00.
Miércoles 21. PRES. DEL LIBRO “Entre dichos”. Osvaldo Bayer: 30 años de polémicas. Sala Solidaridad 19:00
Lunes 26. CHARLA-DEBATE. La crisis del guardapolvo blanco. La situación de los profesionales de la salud en la Argentina. Sala Jacobo Laks - 19:30
Lunes 26. PRES. DE AVANCE DE INVESTIGACIÓN. El Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos: un proyecto de sistema financiero alternativo (1958/1966). Sala Meyer Dubrovsky, 19:00
Martes 27. CHARLA-DEBATE. Capitalismo agrario y lucha política en la Argentina. Sala Osvaldo Pugliese 19:00
Martes 27. PRESENTACIÓN DE INVESTIGACIÓN Mujer y Trabajo. Sala Jacobo Laks, 19:00
Martes 27. PRESENTACIÓN DEL LIBRO. La locura (o la alternativa política del idiota), de Eduardo Pérez Peña. Sala Raúl González Tuñón 19:30
Martes 27. Encuentro de Coreógrafos 2008. Sala Meyer Dubrovsky. 15:00 a 17:00
Jueves 29. CHARLA DEBATE Políticas Culturales: ¿Fin del Arte y Fin de la Política? Sala Meyer Dubrovsky 19:00.