8.9.07



Nº 67
Septiembre

de 2007





Una "Porteña" casi desconocida (techada) publicada por "La Nación" hace 100 años, el 29-8-1907

SUMARIO

SIGLO Y MEDIO DE FERROCARRILES
Mario Bellocchio

CALLEJEANDO HISTORIA
CORREA MORALES, CAFFERATA Y EL NACIMIENTO DE LA ESCULTURA NACIONAL
Diego Ruiz

LA EDAD DE LAS PREGUNTAS
Mónica López Ocón

EL FANTASMA DE ROBERTO ARLT
A Ricardo Arlt
Desde Rosario, Jorge Isaías

HOMBRE CON CICATRIZ EN LA CALVA
Carlos Penelas

“HISTORIAS CONTADAS DESDE BOEDO” EN EL PUGLIESE

LAS CAMPANAS DE LA CIUDAD
Leonardo Busquet

LA PLACA DE LA PIRÁMIDE
Mario Tesler

TRÁMITES POR LA PLAZA
Patricia Roselló

MURAL EN EL BETANZOS
Carlos Caffarena

MORIR POR PERÓN (HOMBRE QUE LEE)
Edgardo Lois

POEMA:
El credo del estaño
Jorge B. Rivera

EDITORIAL:
La manipulación (periodística)
Mario Bellocchio





Siglo y medio de ferrocarriles

De los pioneros comienzos de “La Porteña” a la ominosa actualidad pasando por el fatídico “ramal que para, ramal que cierra”, los ferrocarriles argentinos han recorrido una parábola que reconoce momentos de esplendor con un tendido de vías que superaba los 47.000 kilómetros, el más extenso de América Latina.

La tormenta de Santa Rosa amenaza pero no concreta. En las inmediaciones de Cerrito y Tucumán —la estación El Parque— se ha reunido una muchedumbre que supera las cincuenta mil personas. La expectativa tiene sus fundamentos: por primera vez un medio de transporte abandona la tracción a sangre para sumergirse de lleno en los aún novedosos vericuetos de la máquina de vapor. Los ensayos ya han probado —con ciertas reservas— la eficacia de la tecnología. Aún subsisten las dudas sobre la confiabilidad de la circulación sobre los rieles que algunos descarrilamientos —convenientemente ocultados— siembran entre los pioneros. Pero el paso está dado: la multitud observa con admiración, no exenta de temor, esa maravilla tecnológica bautizada “La Porteña” que ya cuenta con pergaminos ganados en la guerra de Crimea, donde echó sus primeras bocanadas de vapor. Han pasado sólo 28 años de la primitiva “Rocket” de Stephenson. Esta vez, en lides menos bélicas, se apresta a recorrer los escasos diez kilómetros que tiene el tendido entre la Estación Parque y el pueblo de Floresta. El silbato que anuncia la partida desata el contenido entusiasmo popular. El pequeño convoy que forman la locomotora y tres vagones parte hacia el trayecto donde el vecindario aguarda su paso con la ansiedad que provoca el acontecimiento. Es el mediodía del 30 de agosto de 1857, hace ya un siglo y medio.

Seis años después el emprendimiento privado se transformó en estatal cuando el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires tomó posesión del Ferro Carril del Oeste. Ya en esa época se había iniciado la construcción del Central Argentino para cubrir el trayecto de Rosario a Córdoba mientras se concretaba la operación para el tendido de vías entre Constitución y Chascomús.
Para 1880 la extensión de vías férreas superaba los 2500 kilómetros. Y aunque más del 65% de ellas pertenecieran al Estado no escapaban a la concepción económica de la “metrópoli” que guiaba —de la nariz— los objetivos “nacionales” del momento: (...) el ferrocarril nace urgido por los intereses económicos británicos; las diversas líneas confluían todas en un punto: el puerto, y en los buques su carga de granos y carne congelada llevada a su destino: Londres. De regreso venía el dinero que engrosaba cada vez más las arcas de los grandes hacendados, criadores e invernadores, clase hegemónica sólo con una visión: la inmediatez de la ganancia, sin pensar en valor agregado alguno para nuestras exportaciones, lo que fue hundiendo a la Nación a medida que iba agotándose el modelo agro-exportador y los centros de poder económico ya no necesitaron más nuestros granos y nuestra carne. (1)
En sólo una década —la de 1880— la red ferroviaria cuadruplicó su extensión. Aunque al cabo de ese período debió soportar la fiebre privatizadora del gobierno de Juárez Celman, que frenó el privilegio estatal a la comunicación de las zonas más apartadas y carentes, las inversiones llegaron a cifras récord depositadas en los emprendimientos del Ferro Carril Sud, el Buenos Aires y Rosario, el Oeste, el Central Córdoba, el Provincial de Santa Fe, el Central Argentino, el Pacífico y el Gran Oeste Argentino, en orden decreciente de importancia.
La recomposición de aquella inquietud social del ferrocarril estatal fue larga y penosa en concordancia con la carencia de rentabilidad de los ramales. Pese a ello la red, primordialmente diseñada en convergencia de abanico hacia los grandes puertos —Buenos Aires, Rosario, Bahía Blanca, en ese orden— cobró una dimensión inusitada. En las primeras décadas del siglo pasado 47.000 kilómetros de vías se desplegaban en el país constituyéndose en baluarte de la federalización, en lo que atañe a la intercomunicación humana y comercial, habida cuenta, entre diversos parámetros, de la precariedad de las comunicaciones por otros medios. En ese entonces sólo nueve redes ferroviarias en el mundo tenían mayor extensión que la nuestra que, a su vez, se constituía en la más grande de América Latina.
Un fenómeno de singulares características formó parte de la integración que constituyó el ferrocarril: producida ya la comunicación entre localidades asentadas pronto aparecieron las que fundaban su nacimiento y crecimiento conforme arribaba el tren. Una finalidad impensada en épocas en que Juan Bautista Alberdi sostenía el aforismo “gobernar es poblar”.
Pero no sólo —ante la magnitud cobrada— el fin poblacional y comunicacional tomó relieve. La actividad ferroviaria en sí generó miles de puestos de trabajo operativo, mecánico e industrial que no necesitó de la Gran Urbe para su desarrollo: “Materfer” en Córdoba o los talleres de Tafí Viejo en Tucumán son un claro ejemplo de este crecimiento.
Párrafo aparte para las agrupaciones gremiales que ampararon a los trabajadores del riel: La Fraternidad y la Unión Ferroviaria, que atravesarían el esplendor y el ocaso paralelamente a la vigencia y decadencia de los ferrocarriles.
[...] Con el proceso de descolonización de la segunda post guerra mundial, Gran Bretaña no sólo se desprendió de territorios sino también de empresas. Así, en 1946, se negoció con nuestro país la nacionalización de los ferrocarriles a cambio de una deuda que Gran Bretaña tenía con la Argentina; en 1947 se realizó el traspaso (2). Eran los comienzos del primer gobierno de Perón. Los ferrocarriles quedaban en su totalidad en manos del Estado. La falta de rentabilidad de la mayoría de sus ramales se entendía como una inversión de crecimiento en muchos otros sentidos más allá del saldo de las boleterías o el acumulado por las tarifas de transporte de cargas.
Aún eran tiempos de bonanza a pesar de la progresiva caída de la calidad del servicio, una pendiente con un comienzo leve, casi imperceptible, en los años sesenta, cuando la renovación del material rodante tuvo sus últimas compras rutilantes. A partir de allí, salvo espasmódicas y aisladas mejoras que crearon picos en la barranca estadística, se precipitó el deterioro.
[...] Con la instauración del neoconservadurismo del gobierno de Menem se cerró ese espacio de intercomunicación, muchas regiones quedaron aisladas y para muchos pueblos significó su partida de defunción. Los pocos ramales que quedaron fueron objeto de una privatización subsidiada y efectuada irregularmente. Recorrer hoy esos rieles es un viaje a la nostalgia al cual contribuye la existencia de museos y dependencias culturales en las antiguas estaciones (3).
A los movimientos gremiales que trataban de defender los bastiones que se pretendía cerrar se los amenazó —y la amenaza se llevó a cabo puntillosamente— con la recordada frase “ramal que para, ramal que cierra”, cuyas erres gustaba subrayar, a su usanza provincial, el siniestro personaje que la pronunciaba.
Fue el golpe de gracia. En ese entonces, no tan lejano, a muchos argentinos, los que lo eligieron en más de una oportunidad, les gustaba comprar de a pares en Miami y creían en la ficción del uno a uno. El Estado no servía como administrador y sus grandes empresas arrojaban convenientemente pérdidas y prestaban convenientes malos servicios. Todo muy conveniente para que fuera imprescindible enajenarlas. El regreso de Juárez Celman y la furia privatizadora.
Así entraron en la rifa todas las empresas del Estado incluidas YPF y la prestación de los servicios ferroviarios.
Se hace muy difícil revertir toda esta situación aunque se hayan recuperado el Correo y Aguas Argentinas de la calamidad que nos brindaron con sus servicios.
Transportes Metropolitanos ex San Martín debió retornar al Estado por imposible y el resto de las líneas reciben subsidios multimillonarios que jamás aplican a mejoras de las prestaciones.
Basta aventurarse a un viaje en los trenes de hoy para llorar el nostálgico recuerdo de sus años de esplendor.
Mario Bellocchio

1, 2 y 3: “Buenos Aires y el transporte”, Leonel Contreras-Nora Tkach. Publicación de la CPPHC del Min. de Cultura GCABA, Bs. As., 2007.



Callejeando historia
Correa Morales, Cafferata

y el nacimiento de la escultura nacional

Siguiendo la ruta de las artes plásticas que elegimos para los callejeos de este año, nuestros pasos nos han llevado, mes a mes, desde el temprano Bacle hasta Eduardo Schiaffino y la fundación del Museo de Bellas Artes. Y esa hoja de ruta no ha sido casual o caprichosa ni encubre una preferencia por la pintura, sino reflejo de que la escultura “nacional” sólo surge en las últimas décadas del siglo XIX. Nuestro primer monumento público, el dedicado a Manuel Belgrano que aún adorna la Plaza de Mayo, fue obra del francés Carrier Belleuse, como francés era Joseph Dubourdieu, autor de las figuras de la Pirámide a Mayo y del frontis de la Catedral, y casi todas nuestras estatuas hasta entrado el siglo XX fueron obra de alemanes como Eberlein, franceses como Daumas y Bourdelle, belgas como Lagae y D’Huicque, españoles como Torcuato Tasso y Querol e italianos, muchos italianos, como Calandra, Chiapasco, Costa o Maccagnini.
Es cierto que el caballo del mencionado monumento a Belgrano fue obra de un argentino, Manuel de Santa Coloma, pero una golondrina no hace verano y, como se ha dicho, habría que esperar las dos últimas décadas del siglo para el emplazamiento de las dos obras que marcan el nacimiento de la escultura argentina: el monumento a Guillermo Brown de Francisco Cafferata (el de Adrogué, no el de Parque Colón, obra del italiano Chiapasco) y el “Falucho” de Lucio Correa Morales. Éste último había nacido, en 1852, en la estancia paterna de Navarro y, como tantos jóvenes de la época, se inició en el comercio en Buenos Aires hasta que su primo, el naturalista Eduardo Holmberg, le enseñó los rudimentos del dibujo. En escultura fue autodidacta hasta que una beca oficial le permitió viajar a Florencia en 1874, donde estudió con Urbano Luchessi en la Real Academia de Bellas Artes. Allí se cruzó su vida con la de otros artistas que integrarían nuestras primeras promociones artísticas como José Bouchet, Angel Della Valle, Augusto Ballerini y Francisco Cafferata, quien, nacido en La Boca en 1861, había estudiado en nuestro país con Julio Laguens y arribado a Italia en 1877, con sólo dieciséis años.
Durante este período de estudios ambos produjeron sus primeras obras. Correa Morales el desnudo Ondina del Plata —un motivo de ninfa de las fuentes en boga, en aquella época, en la escultura italiana—, ubicada hoy en día en el Jardín Botánico y un retrato de Cafferata, quien, a su vez, produjo Giotto niño y El esclavo, que obtuvo medalla de oro en la Exposición Continental realizada en 1882 en nuestra ciudad y está emplazada en la Plaza Sicilia.
Correa Morales regresó a Buenos Aires en 1882 y acompañó a Holmberg y Florentino Ameghino en viajes científicos por el Chaco y Sierra de la Ventana, recogiendo documentación que luego aprovecharía para sus obras con tipos autóctonos. Valga aquí la digresión de que en esa época, si bien ya se había inventado y difundido la fotografía, era común que las expediciones científicas fueran acompañadas por un excelente dibujante como lo era, por ejemplo, la esposa de Juan Bautista Ambrosetti, María Helena Holmberg, hija de Eduardo. Y como todo quedaba en familia —como ya vemos— Correa Morales sucedió a su primo en la dirección del Jardín Zoológico, donde también instaló su taller.
Cafferata regresó tres años después, en 1885, pero traía consigo una obra encargada por Esteban Adrogué, el mencionado monumento a Guillermo Brown. Aunque fundido en Europa, era el primero hecho por un argentino, su inauguración fue un gran acontecimiento y, aunque la paga fue escasa, Adrogué lo compensó con varios terrenos del pueblo en formación. Cafferata insistiría en la estatuaria, realizando las de Belgrano (de la cual hay dos copias, en Salta y Tucumán) Rivadavia y Lavalle (no la de la plaza homónima, que es del italiano Pedro Costa), y un boceto del monumento a Falucho diferente del de su condiscípulo Correa Morales, pues representaba al soldado negro caído de rodillas y aferrándose a la bandera. Aquí terminó su obra, pues por motivos aún desconocidos se suicidó el 28 de noviembre de 1890, antes de cumplir los treinta años.
Más prolongadas fueron la vida y obra de Correa Morales pues en 1894 realizó dos alegorías, La Agricultura y La Arquitectura, emplazadas en los jardines de la Universidad de La Plata; estatuas como las de Fray Justo Santa María de Oro, Juan N. Madero, Carlos Tejedor, Bartolomé Mitre y obras hoy clásicas como Abel yacente, Cabeza de esclavo y los grupos La cautiva y Los señores de Onaisín, del cual diría Roberto J. Payró: “el escultor, en este grupo de bronce —un indio mirando altivamente hacia el horizonte y una india desnuda sentada a su lado— representó a los aborígenes con la nostalgia de los señoríos perdidos”.
Pero su obra paradigmática fue el Monumento a Falucho, el primero no sólo de artista nacional sino fundido en Buenos Aires en la casa Laner. Diferente en el concepto del boceto de Cafferata, aquí la actitud del negro es desafiante, enfrentando a los enemigos mientras aferra el asta de la bandera, fue inaugurado en 1897 en el ángulo de la Plaza San Martín próximo a Florida y luego trasladado a su emplazamiento actual. Por otro lado, Correa Morales ejerció largos años la docencia artística en la Facultad de Arquitectura, en la Escuela Normal Nº 1 y en la Asociación Estímulo de Bellas Artes, de la que tanto hemos hablado y donde fue maestro de la siguiente generación de escultores, Pablo Curatella Manes, Pedro Zonza Briano, Luis Falcini y Rogelio Yrurtia, con quien se casaría su hija Lía, pintora de extensa actuación.
Como siempre dice Callejeando, quién sabe qué trasnochada de un edil le deparó a Correa Morales su lugar en la nomenclatura urbana: una calle diagonal de Villa Soldati, paralela a las vías del ferrocarril Belgrano Sur, que se extiende cinco cuadras desde la avenida Varela hasta José Martí. Cafferata, por su parte, tuvo peor o mejor suerte según se lo mire; peor porque su nombre fue impuesto a una cuadra casi inexistente, una también diagonalcita en la subida al puente Avellaneda que corre desde Pinzón hasta Brandsen; mejor porque al menos está en su barrio natal, La Boca, que tanto daría que hablar en las siguientes décadas en el campo artístico y del cual fue el primer artista oriundo.
Diego Ruiz



La edad de las preguntas


Como Erik Satie “llegué muy joven a un mundo muy viejo” y siempre mantuve la inquietante sensación de que, igual que sucede con las películas, encontrarme con el universo empezado me impedía comprenderlo. Viajera carente de guía y de mapa, nunca dejé de sentirme una extranjera. Detrás de la apariencia de las cosas, entre bambalinas, estaba la cocina del mundo, el lugar en que la realidad se gestaba en clave sin que yo alcanzara a descifrar el código secreto. Ante la incomprensible gramática de la realidad, la perplejidad fue —es— mi respuesta permanente.
A los seis años descubrí la arbitrariedad de la escritura, angustiante anticipo de la arbitrariedad general del mundo. Una maestra que me aterraba me había enseñado que esa letra que se dibujaba como un bucle para escribir “lata”, “lodo” o “libro” se llamaba “ele”. Por eso sentí que la escritura, como la vida, era un misterio hermético cuando desaprobé el dictado del nombre “Elena”. Yo escribí “Lna”: Me ofendieron las dos “e” en rojo, una a cada lado de la letra-bucle, con que mi incompetencia para comprender el misterio de las palabras quedó estampada en el cuaderno. Formulé entonces mi primer desconcierto literario ante mi padre, como quien acude a un tribunal de apelaciones. ¿Qué barroquismo decadente llevaba a mi maestra a agregarle una “e” a cada lado a una letra que no las necesita, dado que se llama “ele”? Me decepcionó que mi padre acordara con ella y que tratara de explicarme pacientemente que yo estaba equivocada. Sólo me consoló el comentario referido a mi pregunta que luego le hizo a un amigo en la seguridad de que yo no lo escuchaba. No recuerdo exactamente su contenido, pero sí que era una afirmación celebratoria del espíritu filosófico de la infancia. Lo tomé como una señal de que preguntar era bueno, aunque las preguntas tuvieran respuestas tan arbitrarias. Quizá por eso persistí en formularlas aun cuando abandoné la niñez. O mejor dicho, cuando fui abandonada por ella y me quedé sola con esta perplejidad anacrónica para la que nunca encuentro la respuesta adecuada.
“¿Cómo nació ese personaje de su novela?”, “¿Qué sintió durante los años de cárcel?”, “¿Cómo fue su infancia?”, “¿Cuándo se enamoró por primera vez?” “¿Qué epitafio pondría sobre su tumba?” Hice de la pregunta un oficio. El periodismo es el camuflaje con el que disimulo mi intento desesperado por comprender la película empezada. A la edad en que la mayor parte de la gente parece tener respuestas para todo, yo sólo he obtenido una licencia para formular preguntas, para atrincherarme en el espíritu filosófico de la infancia, para persistir en mi extranjería cuando se supone que tantos años de vivir en el mundo ya deberían haberme transformado en ciudadana.
Sentada frente a los entrevistados indago sobre sus vidas con la esperanza de descubrir la clave. Admiradora de la hazaña de Champolion pienso que la existencia de un escritor, de un sepulturero, de un luthier, de un astrólogo, puede ser mi propia piedra de Roseta, la que me permita, por fin, descifrar el misterio del jeroglífico. Pero es inútil. La vida es más insondable que los misterios de Egipto.
Acabo de recibir “La biblioteca de noche”, el último libro de Alberto Manguel, a quien afortunadamente pude entrevistar dos veces en dos oportunidades en que viajó a la Argentina. Dice en el prólogo: “Aparte de los teólogos y los que cultivan la literatura fantástica, pocos pueden dudar de que los rasgos principales de nuestro universo son su carencia de significado y su falta de propósito discernible. Y sin embargo, con un optimismo desconcertante, continuamos reuniendo todo fragmento de información que podamos encontrar en rollos, libros y chips, en un estante tras otro de las bibliotecas (…) nuestros esfuerzos están lamentablemente destinados al fracaso.” A diferencia de lo que sucede con la lengua, la vida, según lo confirma Manguel, no tiene una gramática rectora, no hay detrás de lo evidente una compleja maquinaria de relojería. Quizá no haya entonces ningún secreto que descubrir y sólo quede someterse al azaroso devenir de los días sin intentar obtener respuestas. ¿Pero cómo resignarse a no buscarlas? Quizá sea cierto que “la vida es una herida absurda” y el absurdo, se sabe, no está sostenido por ninguna urdimbre de regularidades, es pura contingencia.
Sin embargo me cuesta aceptar que el mundo sea tan arbitrario. Me llaman de la editorial Alfaguara para preguntarme si quiero entrevistar a la escritora mexicana Elena Poniatowska. Para obviar un apellido tan difícil escribo en mi agenda bajo la fecha correspondiente: “Entrevista con Lna”.
Mónica López Ocón



El fantasma de Roberto Arlt
A Ricardo Arlt

Hasta hace poco sus mesas eran de madera basta, maltratadas por los puñetazos de las discusiones de los parroquianos, quemadas en las puntas por un cigarrillo que eludió el cenicero en su descuido y dejó la marca como un negro pezón hundido.
Ahora, lamentablemente, les pusieron a todas una cubierta de fórmica, pobres imitaciones de la madera, tristes afanes de la pulcritud.
El resto, gracias a Dios, sigue igual. Las sillas, el piso gastado, de baldosas que ya no se fabrican, la puerta que da a Callao y las tres ventanas que dan a Lavalle. Las paredes con grandes revestimientos de maderas gruesas, de verdad, nada de imitaciones o blandengues terciadas, o lo que es peor esas imitaciones de plástico, sus perchas viejísimas para colgar los sombreros que ya no se usan como es obvio. La barra con el estaño de entonces, la vieja y vaporosa máquina express, que parece una pequeña locomotora.
En las columnas, que también resisten, se nota su abrazo de buena madera hasta la altura de dos metros y unos carteles pegados con cinta adhesiva recuerdan al distraído: “Desde 1930. Bar Los Galgos”. Como dando a entender dos cosas: primero que la esquina ya pertenecía a otro bar (una especie de protobar) de memoria inmemorial y otra, que el orgulloso bar existe con ese nombre desde hace 69 años. El prestigio de Los Galgos, al menos para mí, tiene una importancia básica y fundamental, que sólo lo dan las cosas que el tiempo no ha percudido ni cambiado tanto como para no reconocerse a sí mismo.
El único mozo que lucha con sus años y sus callos plantares, es obvio remarcarlo, un gallego solícito. Con ese antiguo y ya perdido don de la discreción, que no recurre ni por broma a las estrategias del “marketing” actual, tan denigrante.
Cuando uno entra por cualquiera de las tres puertas —una que da a la esquina y una por cada una de las calles antes nombradas— hay carteles que informan: “Este lugar dispone de espacio para fumadores y no fumadores”. Nada más. No hay otra indicación, por lo cual cumple con la ordenanza municipal sin molestar a los clientes, que son casi todos fumadores empedernidos. Entonces uno se aposenta en cualquier mesa con sus tristes y cansados huesos sin que nadie pueda importunarlo. Sucede que estos hombres de Los Galgos saben un poco de la vida y no se andan con las ecologías de última generación y otras modas a que nos acostumbran los tontos y los vendedores de cocaína.
Si miro detrás de la barra repleta de botellas viejísimas se ven unas estanterías y encima de ellas, muy arriba, un par de galgos de cerámica: uno negro, todo negro, y otro blanco, todo blanco, emblema obvio del bar.
Veo que aquí el “progreso" no ha entrado. Ese bendito progreso que tanto me amilana a veces, con su salvaje autoritarismo, con su irrespeto por las diferencias, por las opiniones que no siguen al rebaño. Esto del progresismo si es llevado a lo "ideológico” no es más que cháchara de algunos vivos, como siempre. Charlando al respecto con una antigua amiga muy radicalizada políticamente y no queriendo si no disculparme por mi escepticismo le dije que lamentaba no ser “un revolucionario” como ella.
— No te preocupes —contestó— vos sos algo más importante. Sos un coherente.
Cosa que me agradó, para qué voy a negarlo, ya que esta antigua amiga me concedió una gracia que muchos amigos tal vez me nieguen y si faltara algo a esta felicidad, ella agregó:
— Los progresistas no sirven para nada. Son unos inútiles.
Lo cierto es que hoy estoy en Los Galgos —avenida Callao y Lavalle— ya lo dije y eso queda aquí en la Capital Federal de la república. Un lugar, un simple lugar de este movido universo.
Este bar me recuerda al Británico, que estaba en la esquina de Brasil y Defensa, pleno corazón de San Telmo, frente al mismísimo Parque Lezama, de larga prosapia literaria. Bares como Los Galgos, aún quedan, aunque no muchos, en Buenos Aires. En nuestra ciudad el gusto por lo feo se nos ha aposentado en el alma y uno debe aguantarse la decadencia de los viejos pilares como El Savoy, o El Cairo o la desaparición de tantos como el Sao Paulo, Los 4 japoneses, el Odeón, el Japón, etc., etc.
Yo, ahora, paro en el Miró —San Lorenzo y Corrientes— donde estuvo otrora la pizzería El Sibarita, y una infernal barahúnda de ómnibus le atraviesan a cualquiera los sesos. A este bar lo adecentaron demasiado, tanto que es casi una confitería de lujo para uno. Flores de plástico en las mesas, y el horror de varios televisores, una radio y un aparato para pasar cumbias en CD. Las paredes de colores chillones que ni siquiera las reproducciones del gran catalán colgadas allí salvan un poco, mitigando tanta agresión.
Uno a veces se cree que está en un hospital para locos y no en un bar donde se las han ingeniado para que en cualquier lugar que uno elija para sentarse, un televisor lo perseguirá con su ojo cuadriculado y único.
En cambio aquí, en Los Galgos, nada de eso ocurre, primero porque como dije antes, estos gallegos son unos perfectos caballeros, unos románticos, lo que debe ser un lugar para estarse bien, ellos se lo saben de memoria.
Para terminar: en Los Galgos minga de televisores y otras yerbas molestas. Sólo —¡Vive Dios!— unos adolescentes que hablan por un celular, pero se dan cuenta enseguida que allí los miramos un poco atravesadamente y que se les permite esa “posmodernidad” como un gesto de tolerancia que no conviene que sea usado in extremis, como un abuso. Por lo que, pronto ponen violín en bolsa (o celular en bolsillo) y rajan, como diría Roberto Arlt.
Ah, y a propósito, cuando estoy pagando para irme, me pregunto: el gran Roberto ¿habrá mascullado por una de estas mesas alguna de sus imperdibles “aguafuertes”?
Jorge Isaías (Desde Rosario, Santa Fe)



Hombre con cicatriz en la calva

Moncho me fue contando su vida en una cena. Era una mesa de ocho personas, él estaba a mi lado. Una paella nos brindaba la felicidad que otorgan el vino y el afecto. Cerca de cien personas comíamos esa noche en el salón. Un ambiente cargado de voces, de gaitas, de risas. Los niños corrían entre las mesas. Compartíamos platos de madera con pulpo, lo acompañábamos con pan. Había pequeños cuencos blancos donde bebíamos un vino muy similar al de la región, según Bernardo. En cada uno de los comensales un pequeño secreto guardado, un secreto que tenía relación con el exilio, con fusilamientos, con el hambre, con la vida que debieron reiniciar en estas tierras. Detrás de cada uno el esfuerzo, el sacrificio, la honra. Sin ir más lejos estaba el ejemplo de José. De niño nunca tuvo calzado. Descalzo a la feria, descalzo al bosque, descalzo cruzando el puente romano. En invierno apenas unas zocas rotas o un par de medias que se humedecían de inmediato. Por eso, cuando regresó a la aldea luego de treinta años, lo hizo con zapatos nuevos, de Guante, la mejor zapatería de Buenos Aires. Todos habían nacido en Betanzos, en Betanzos de los Caballeros. Ahora vivían aquí. Avellaneda, Sarandí, Remedios de Escalada, Lomas de Zamora… Los miraba en silencio y me sentía junto a mi familia, en la cocina de mis tíos, en el patio cargado de uvas de los primos.
Él me dijo que me sentara a su lado. Moncho me lleva dos décadas. Lo conocí poco tiempo después que edité mi primer poemario. Hace treinta y cinco años, en el semanario Galicia, se publicó un artículo de dos columnas sobre mi libro. Lo firmaba Arturo Cuadrado. Me abrió puertas, conocí gente vinculada desde siempre con instituciones gallegas, viejos republicanos, hombres honestos y de los otros. La mayoría, gente de bien. Empezamos picando unos quesos y conversando de la galleguidad. Recuerdo que hice mención de Yunque, de Alvaro Yunque. En una oportunidad estaba con el poeta Lucas Moreno esperando a Yunque en un café de Corrientes y Maipú, un sábado por la mañana. Hablaron de poesía, de literatura, de política. Yo sólo escuchaba, era apenas un muchacho de veinte años. Entonces Yunque cuenta que de joven, con un grupo de amigos de Boedo, decidieron formar un equipo de fútbol. No sabían cómo llamarlo. Después de largas deliberaciones lo bautizaron Dostoievsky Football Club. Y fueron más lejos: las casacas serían negras, necesitaban transmitir la desigualdad social de la época, de lo cual los escritores rusos daban ejemplo. Siempre me pareció maravillosa la anécdota, fantasmagórica.
Moncho se rió bastante. Le observé la cicatriz de la calvicie, recuerdo de un enfrentamiento policial en Buenos Aires. Bajo, vital, fornido, rubio, de ojos claros, sonriente. Un hombre noble, transparente. De joven bailaba en los centros gallegos hasta la madrugada y aún lo hace hoy con Lola, su eterna compañera de baile. Cumplió ochenta años y su esposa es una mujer inteligente y serena: Marta. Conozco a sus hijos, a su hermano. Conocí a su padre. Moncho, le dije, cada día que pasa te parecés más a él. Sus manos son ásperas, encallecidas, y al mismo tiempo sensibles. Habíamos terminado de comer nuestro segundo plato de paella cuando me preguntó si sabía que por culpa de la religión no tuvo padre ni madre. Me sonreí y quedé en silencio mirándolo. No te rías, no te rías. Te voy a traer los documentos. De esto tengo que escribir algo, le respondí. Había sido marinero, conoció océanos y vidas prodigiosas. Vivió con intensidad, con pasión. Ha pasado largamente la medianoche. Abrazo a Moncho y me despido.
Ayer me acercó la Certificación Literal de Inscripción de Nacimiento de Cambados, provincia de Pontevedra. En ese escrito —amarillento, ajado— leo con emoción: a las ocho horas del diecinueve de noviembre de mil novecientos veintiocho nace un varón “hijo de padres desconocidos”. Lo inscriben con el nombre de Ramón Fuentes Torres. En diciembre de ese año el niño es reconocido “como hijo natural” por su madre, Carmen Fuentes Torres, de diecinueve años, soltera, labradora, natural y vecina de Vilariño. El 28 de febrero de 1952, en Buenos Aires, será reconocido “como natural” por su padre, don Evaristo Portas Núñez. A partir de ese momento se llamará Ramón Portas Fuentes.
¿Cuántas historias similares tenemos cada uno de nosotros? No sé dónde comienza la literatura ni dónde la naturaleza. Unimos sentimiento y lucha contra la opresión y el dogmatismo. Los sonidos de los cencerros invaden la memoria genética, los abrazos, los recuerdos. Miro la calvicie de Moncho con su cicatriz, ahora ligeramente burlona. Transmitimos de generación en generación la ironía, una socarrona mirada, un andar que nos caracteriza. Todos somos hijos naturales.
Carlos Penelas



Historias contadas DESDE BOEDO en el Pugliese

El ciclo de Baires Popular “Buenos Aires esquina Boedo” que conduce Rosa María Silva el primer sábado de cada mes, contó esta vez con la proyección de un trabajo del director de este periódico, Mario Bellocchio, quien, recurriendo a su antiguo oficio de director de televisión, preparó un desfile de imágenes evocativas de la historia de Boedo apoyado en las facilidades que brindan los programas de computación para este tipo de exhibiciones. El amplio archivo fotográfico del periódico sirvió de base a la exhaustiva realización que recibió el aplauso unánime de la numerosa concurrencia. El conjunto de jóvenes guitarristas “Medina 4” brindó, en lo musical, el adecuado marco a la reunión.



Las campanas de la ciudad

Los porteños supimos registrar en el pasado sonidos que cautivaron a la ciudad. Referencias indispensables fueron las emblemáticas sirenas de los diarios anunciando triunfos deportivos, finales de contiendas bélicas u otras noticias de último momento. O las otras sirenas, las de los barcos, que se unían a las de los periódicos para recibir cada nuevo año. En ese marco, quien transitara por los alrededores de Plaza de Mayo, percibía, tres veces por día, a partir del 3 de octubre de 1931, las melodías surgidas de un conjunto de portentosas campanas que daban forma al carillón del palacio del Concejo Deliberante inaugurado en esa fecha por el intendente José Guerrico. El carillón fue agregado al edificio por iniciativa de su proyectista, el arquitecto Héctor Ayerza. La compra se materializó a través de la firma Heriot, que ya había adquirido el reloj de la torre. La empresa era representante en nuestro país de la compañía alemana Weule, que fabricaba relojes y carillones en la fundición Franz Schilling Sohne, de la ciudad de Apolda, industria ya desaparecida y cuyas instalaciones se convirtieron en museo. El carillón fue encargado con 30 campanas, la más grande con la nota LA, de 4.800 kg, y la más pequeña con la nota RE de 25 kg.; las campanas fueron fundidas con una aleación precisa: 78% de cobre y 22% de estaño. El precio total del conjunto fue de 173.000 pesos, pagados en tres cuotas. Durante años, el carillón del Concejo Deliberante fue el más grande de América Latina, pero no el primero. Los porteños pudieron reconocer los limitados sonidos del pequeño carillón de la iglesia de La Merced a partir de 1923 y de otros juegos de campanas en distintas iglesias, pero ninguno de ellos llegó a tener la impronta del inaugurado en 1931.
Originalmente, el carillón iba a ser instalado en la torre pero las dimensiones no encajaron en la estructura arquitectónica, pese a los esfuerzos del arquitecto Ayerza. No obstante, la imponente torre cuenta con un conjunto de cinco campanas menores, la Pinta, la Argentina, la Niña, la Santa María y la Porteña.
Las melodías populares del carillón hacían más transitable el centro porteño y anunciaban la fechas patrias con sones castrenses. El conjunto de campanas de la actual Legislatura porteña pesa algo más de 27 toneladas, y carillones similares, todos oriundos de Apolda, se instalaron, en distintas épocas, en las ciudades de Roma, Dresden, Katmandú y Boston. En los años 90, el mal estado del soporte de sus campanas y la persistente falta de mantenimiento técnico, hicieron que se dejara de ejecutar. Las cuestionadas reformas edilicias del palacio lo acorralaron en el olvido, a tal punto que la cabina de ejecución del imponente instrumento se había demolido y el pequeño teclado quedó arrumbado en un oscuro depósito. En 1997 fue restaurado con el aporte económico del gobierno alemán. Su nueva vida duró hasta el 2001. Fue el año del derrumbe, de la crisis ahogada por la sangre y el fin de un modelo escandaloso de país. El carillón nada tenía que musicar. Desde mayo de este año, las autoridades legislativas decidieron recuperarlo en el marco de la puesta en valor de todo el edificio, cuyos trabajos se encaran bajo la coordinación del arquitecto Hugo Sánchez.
El pasado sábado 11 de agosto los porteños recuperaron uno de sus sonidos tradicionales.
Con una transmisión televisiva vía satélite desde la ciudad de Apolda, que cada cuatro años realiza un festival internacional conocido como “Campanas del mundo”, los alemanes registraron el momento y la pareja de baile integrada por Fabricio Forti y Susanne Lorenz, desde la pérgola del cuarto piso, al pie de la estructura del carillón, bailó al compás de El Choclo.
El sol penetró, con sus tibios fulgores de invierno, la estructura de campanas dibujó una trama de sombras y luces extrañas sobre la estructura colmada de verde.
La interpretación estuvo a cargo del maestro Carlos María Morelli, quien ejecuta el instrumento desde 1967. En la calle, los distraídos de siempre, los que caminan raudamente hacia ninguna parte, y los atentos turistas fueron sorprendidos por esos nuevos-viejos sonidos de campanas, tan extraños como los dibujos en la pérgola. Los más jóvenes habrán pensado en un efecto publicitario para una nueva marca de teléfonos celulares. Otros habrán revivido viejos recuerdos. En fin. Hoy la ciudad no es aquella de los años 30. La explosión de cemento hace que la música del carillón se expanda a una distancia menor. No obstante vale la pena. A pocos metros de donde suele convulsionarse la vida y se deciden grandes y pequeños destinos, el carillón brinda nuevamente un bálsamo musical para calmarnos a todos y también a ciertas fieras.
Leonardo Busquet



La escalera inmóvil
Capítulo III

Un grupo de vecinos (foto) —a los que acompañó este cronista— se hizo presente en la delegación de la Policía Federal (División subterráneos) con sede en la estación Boedo de la línea E a efectos de recabar información sobre la intimación que le efectuó el juzgado actuante a la empresa Metrovías a través de los funcionarios policiales a cuya consulta acudimos. Nos atiende el cabo Cáceres quien nos relata que, cumpliendo con el instructivo del juzgado, se hizo saber a la empresa Metrovías —luego de tres citaciones no respondidas— que con fecha 16 de abril de 2007, de acuerdo al despacho del Juzgado en lo Correccional Nº 10, Secretaría Nº 76, se hizo entrega definitiva a la empresa aludida de la escalera de marras para su reparación y posterior habilitación operativa por parte de la Sección elevadores del GCABA. La empresa Metrovías manifiesta en esa oportunidad que la larga inactividad de la escalera genera nuevos arreglos a efectuarle y que están evaluando las reparaciones.
Los vecinos nos dirigimos entonces al secretario del Juzgado, Dr. Abel Bonorino, quien nos comunicó que Metrovías se ha notificado fehacientemente del dictamen por el que el medio aludido queda fuera de la paralización judicial. A su vez, hechas las evaluaciones correspondientes, estiman que tendrán que proceder al cambio de la escalera en forma total. Dado que el juzgado no tiene potestad intimatoria para plazos de concreción de la obra, los próximos pasos de los vecinos al respecto están dirigidos a la empresa Metrovías.
Próxima entrega: ¿Qué dice la empresa sobre la fecha de restitución de la escalera?



La placa de la pirámide


Buenos Aires tiene todo tipo de símbolos que nos hablan de cómo fueron y son sus hombres, de sus virtudes y defectos, lo que demuestra que nada es nuevo aunque cada vez aparezca con particularidades del momento.
La inmediata y a veces abrumadora información con la que se cuenta actualmente y lo poco que se conoce en detalle del pasado, oculto por el manto de polvo que va incrementándose sobre él, contribuye a sostener la creencia sobre que de esto o aquello no hay antecedente. Pero no es así.
Voy a traer un ejemplo vinculado a la ingratitud que suele manifestarse desde los poderes públicos de manera constante, a veces demasiado bien evidenciada pero, aun cuando así no ocurra, fácilmente hallable.
Como cualquier otro habitante, en mis idas y venidas, transité tantas veces alrededor de la conocida Pirámide de Mayo hasta que, en una oportunidad, me acerqué a ella llamado por saber la razón de la única placa ubicada en una de sus caras. Se trata de una lámina de bronce de 85 centímetros de largo por 57 de alto, donde se lee: Felipe Pereyra de Lucena - Manuel Artigas. Entonces me pregunté por qué y cuándo fue colocada.
Primero procuré consultar la bibliografía vinculada al tema. Así pude saber que tal homenaje fue dispuesto por la Junta Provisional Gubernativa, el 31 de julio de 1811, en un decreto relativo a la acción de Juraycorogua y para los dos primeros oficiales caídos en acción de guerra por la independencia durante ese año: Manuel Antonio Artigas el 25 de abril, al atacar la Plaza en el sitio de San José, y Felipe Pereyra de Lucena el 20 de junio, en Juraycoragua.
...que los nombres de los valerosos D. Felipe Pereyra de Lucena y D. Miguel Artigas, muerto anteriormente en la acción de San José en la Banda Oriental de este Río se inscriban en la columna del 25 de Mayo.
Aclarado el por qué, para saber cuándo se efectuó la tarea fue necesario recurrir a documentación, édita e inédita, aunque di en el blanco gracias a un catálogo de medallas.
Durante esta investigación vi como transcurrieron no ya los años sino las décadas sin que la placa fuera colocada, en tanto se acumulaban reclamos por el incumplimiento de un homenaje que amenazaba quedar en la intención.
Domingo Faustino Sarmiento, en una carta del 7 de noviembre de 1883 al Presidente del Consejo Deliberante de la ciudad de Buenos Aires, se refirió a este reconocimiento postergado expresando que se los negó una generación olvidadiza.
Por último, ochenta años después del decreto de la Junta Provisional Gubernativa, en 1891, una comisión de vecinos —sin duda por vergüenza ajena— asumió la tarea como de su responsabilidad y realizó una colecta pública, solicitando el aporte de 50 centavos por persona. Con lo reunido se efectuó el trabajo y así, finalmente, el 24 de mayo de 1891, la placa fue colocada.
Pero sobró dinero como para acuñar y repartir 2.000 medallas conmemorativas y un folleto con antecedentes de los dos primeros oficiales muertos en servicio, allá lejos, en 1811.
Mario Tesler



Mural en el Betanzos

El sábado 18 de agosto, en la sede de la Asociación Galega “Centro Betanzos”, sita en Venezuela 1534/36 de nuestra ciudad, fue inaugurado el “Mural de la Emigración”, obra del maestro plástico Juan Manuel Sánchez.
Una numerosa concurrencia dio marco al acto en el que el poeta, ensayista y escritor Carlos Penelas puntualizó la trayectoria de Sánchez, hijo de orensanos, cofundador con Ricardo Carpani, Mario Mollari, Carlos Sésamo, Julia Elena Diz, Espirillo Butte y Pascual Di Bianco, del Grupo Espartaco, uno de los más importantes exponentes de la pintura social en la historia del arte argentino, y se refirió a la singular y noble belleza de un mural que expone muy queribles personajes de típicos aldeanos gallegos.
Juan Manuel Sánchez agradeció a las autoridades del Centro la posibilidad de plasmar sus propios sentimientos a través de una obra que dedicaba a los miles de gallegos-argentinos que, como sus padres, dejaron su tierra en busca de nuevas oportunidades que les permitieran alcanzar condiciones de vida más humanas, sin olvidar las aldeas y pueblos que les vieran nacer y por las que aún sienten morriña, sin importar lejanías que hoy se miden en décadas. El grupo coral “Os Rumorosos” profundizó la emoción del momento, con la interpretación de coplas gallegas y un tango: Malena.
Carlos Caffarena



Trámites por la plaza

En la duodécima reunión de la Comisión “Todos por la Plaza de Boedo” producida el 22 de agosto pasado se trataron los siguientes temas: 1) informes de los delegados y vecinos sobre trámites y expedientes, 2) avances sobre el tema del nombre, 3) propuestas a las escuelas sobre el mismo tema, 4) elaboración de un folleto y aficheta dirigidos a escolares dando intervención al director del distrito VI, Sr. De Biase (primaria) y a la directora (jardines) Rosa María Silva, 5) informe de la Escuela de Psicología Social Pichón Riviere sobre encuesta barrial y, finalmente, 6) el proyecto plaza tratado genéricamente.
Punto 1): se deja constancia de que a la fecha no hay novedades adicionales a las de la reunión anterior y seguimos a la espera de la reunión con el Sr. Esteban Bellomo de Espacios Públicos.
Se verifica que el expediente esta en manos del procurador general desde el 13-08-2007.
Acordamos en insistir con los llamados telefónicos al GCBA y a la Procuraduría.
Puntos 2, 3 y 4): se elaboró un folleto (tríptico) y queda para la próxima reunión evaluar el material. Consultada la Comisión de Cultura de la Legislatura por los nombres propuestos por los vecinos nos hacen saber que el nombre no se puede duplicar. Es decir que si hay ya una escuela o plaza con los nombres propuestos por los vecinos, no pueden volver a ser utilizados. Se hará revisar nuestro listado por la Comisión de Cultura para descartar previamente los nombres duplicados y salir al barrio con aquellos posibles.
Punto 5): los vecinos de la Escuela de Psicología Social informaron los resultados de las encuestas. Se trascribe su informe: La Comisión de Vecinos "Todos por la Plaza de Boedo" organizó para el día 12 de Mayo de 2007 una actividad recreativa y cultural en el predio de la futura Plaza de Boedo (Sanchez de Loria y C. Calvo). Entre las diversas actividades realizadas, la Escuela de Psicología Social Dr. Enrique Pichón Riviere realizó una encuesta a los vecinos que se acercaron a participar del encuentro, con la intención de indagar sobre su opinión en relación a la Plaza y qué conocimientos había sobre la misma. A partir de la información relevada en esa oportunidad surgió la necesidad de ampliar los datos recabados y, a la vez, se percibió la posibilidad de utilizar el mecanismo de "encuesta" a los vecinos como forma de difusión de la lucha que se está llevando a cabo por la Plaza. El Centro de Estudiantes de Psicología Social convocó, entonces, a egresados y alumnos de la escuela a participar en la realización de las encuestas en el radio solicitado por la Comisión de Vecinos. Se realizó una reunión preparatoria de la salida al campo, de la cual participaron, aproximadamente, 20 personas. En ella se plantearon los objetivos: recabar información de la opinión de los vecinos y publicitar la tarea realizada por la Comisión “Todos por la Plaza de Boedo”. Se decidió que las entrevistas fueran anónimas y que se efectuaran en lugares públicos para facilitar la realización. Ya que muchos encuestadores eran de los primeros años de la carrera de Psicología Social, se determinó la salida en “parejas”. En la mayoría de los casos las encuestas fueron grabadas, lo que permitió contar con toda la información, no sólo cuantitativa, sino también cualitativa. Dada la cantidad de habitantes del barrio (aproximadamente 55.000) la cantidad necesaria para que se transforme en una muestra “Significativa”, es de 180-200 consultados. En las tres salidas concretadas hasta el momento se realizaron 108 entrevistas, de las cuales se han sistematizado 96. De ellas surgió la información que se presentará al finalizar el trabajo. De acuerdo a lo establecido en la reunión del día 22 de agosto, se continuará la tarea hasta llegar a la cantidad requerida. (CePS: Centro de Estudiantes de Psicología Social).
Punto 6): se preguntó a los vecinos que no habían participado en la reunión anterior sobre las coincidencias alcanzadas en el proyecto sobre “qué plaza queremos” e ideas en general. Se intercambió sobre lo acordado y reafirmamos lo actuado al respecto (Ver “Desde Boedo” de agosto, Nº 66).
Finalmente: la próxima reunión se hará el día 19 de septiembre a las 19 en el club GON, Pavón 3916. Invitamos a los vecinos que quieran participar.
Patricia Roselló



Morir por Perón (Hombre que lee)*


La novela llevó cinco años de lectura y escritura. En ella intenté reflejar mi condición de lector de la historia política reciente de la Argentina. El relato comienza cerca de los años 40 en Boedo y termina luego del Mundial del 78. Si bien tenía una idea básica sobre lo ocurrido en el país en esos años, no contaba con una seguidilla certera de hechos y mucho menos una cronología ajustada de los mismos. A medida que avanzaba con la parte de ficción, que se reparte en la vida de dos personajes, Felipe y El Griego, a lo largo de esos treinta y ocho años de historia, y en la vida de Inés Pagani, Mariano Larra y Roberto Teufelo en una Buenos Aires del 2000, comencé la lectura de muchos libros que trataban, desde distintas ópticas, el lapso histórico de mi interés. Fue a través de esas lecturas que comencé a trabajar en una especie de largo resumen, pleno de citas de documentos, partes de discursos, publicaciones, libros, que fueron dando forma a esa cronología que me faltaba. El resultado fue que terminé apasionado por saber algo más y por poder, ahora sí, tener una pista más clara sobre lo sucedido en el país. Tomé la decisión de no intentar ficcionar esos hechos, sino contarlos como lo haría una persona que leyó y que en consecuencia guarda datos en su memoria. Así encontré la forma, el lugar, para lo histórico en el libro, sólo trabajé la ficción de pequeñas situaciones que tenían que ver con el posible cotidiano de Felipe y El Griego. Seleccioné hechos, era imposible registrar todo, y esto agregado a mi obvia subjetividad; además sería pretensioso pensar que hoy se puede llegar a una totalidad cuando la historia ha sido vivida, pero no ha sido contada, escrita. La verdad, sí, quizás aparezca en alguno de los días por venir. Puse el acento en la relación entre Perón y la cúpula de la organización Montoneros, aunque hay además un recorrido por la insurgencia peronista, y un repaso de lo que significó el triunfo de la Revolución Cubana, entre otros muchos temas que hacían a esos años.
Por el lado de la Buenos Aires del 2000, todos los personajes giran alrededor de una librería de viejo, digo que Morir por Perón es una novela sobre libros y sobre la suerte de las bibliotecas que han perdido a su guía espiritual.
Digo también que es una novela que sólo retrata a un demonio, porque decididamente no acepto la teoría de los dos demonios con la que el sistema pretendió lavarse la cara.
No pretendo haber descubierto ninguna verdad, soy un hombre que lee y cuenta algo de lo que lee, algo de lo que imagina; soy una persona más que sabe de la felicidad mientras cuenta historias.

Fragmentos de Morir por Perón
Felipe nació unos diecisiete años antes de que la primera bomba cayera sobre la plaza.
Fue pibe cuando el ejército alemán de Hitler devoraba hombres y tierras por toda Europa. Es posible que se haya intrigado cuando, todavía muy chico y con todo el mundo muy metido en la guerra, vio pasar por una Independencia, con plazoleta en el medio, el colectivo que ya no llevaba ruedas de goma sino que corría sobre los rieles del tranvía. No sé si Felipe sabía de gomas, de guerra, de la falta de caucho para abastecer a las tropas aliadas. No creo, pero Felipe podría haberse sorprendido por el sonido o porque tantas personas no podían dejar de mirar hacia la novedad que atronaba las calles de Boedo.
El trueno del colectivo hecho tranvía por esas cuestiones misteriosas del destino y la guerra, casi con seguridad espantó a hipotéticos competidores de billarda. Se podría anotar, sin riesgo de atentar contra la memoria de la vida de Felipe y del barrio, que existió el día en que Felipe apenas escapó del golpe del bochín, hecho con el extremo de un palo de escoba, de la billarda, y que el peligro cercano detonó la queja airada de las vecinas del lugar. Peligros también ofrecían los campeonatos de balero, un bochazo bien puesto podía lograr hasta una doble operación de tabique nasal; pero más adelante el riesgo poco importó a Felipe y se destacó entre los arriesgados cultores del balero. Nunca fue afortunado con las bolitas, y lo fue mucho menos luego de que apareciera, para asombro del barrio, un pibe tucumano, bien morocho y de pelo bien negro y duro. Hasta ahí nada sabía Felipe de ciertas cuestiones políticas que contribuían a que él siempre perdiera sus bolitas y se las llevara el tucumano.
[...] Con el correr de los años sabrá de los grandes desfiles militares, de esos días en que la patria cumplía años. Porque Felipe, cuando todavía era pibe, no se preguntaba qué era la patria, pero sí se lo preguntará, y varias veces, en su futuro de habitante de esta patria argentina. Siempre escuchaba hablar de Domingo, el panadero. Fue su papá quien una vez le contó que Domingo, antes de ser panadero, trabajaba armando los grandes palcos para cuando la patria cumplía años y los soldados marchaban engalanados por la avenida Alvear.
Felipe también supo de pibe que a veces se producen revoluciones, y que cuando había revolución, mejor quedarse en casa. Escuchó nombres. Primero Castillo, luego, general Rawson, general Ramírez, general Farrell. Fue entonces que, entre tanto escuchar la palabra general pronunciada con mayúscula, entró a tallar un nombre, Perón, pero éste como coronel, o mejor, fueron dos nombres los tallados en pocos años: Perón y Evita. Así Felipe se encontró viviendo en la Argentina del peronismo, del justicialismo de la justicia social en donde los privilegiados eran los niños, y en donde el que nada tenía consiguió contención y reparo.
Recordará haber escuchado que en la calle, allá por el 43, la gente tenía miedo. El miedo, la idea del miedo quedará rondando por entre su memoria de pibe. Miedo allá por el 43, pero ahora Felipe disfrutaba de su condición de privilegiado. Siempre recordará la cara que tenía su mamá cuando paró el auto frente a la casa. Había escrito una carta a la Fundación Eva Perón, en ella pedía una pelota de cuero con tiento. El señor que bajó del auto preguntó por el pibe, entregó la pelota y una carta puntillosamente firmada por Perón. Felipe no tenía forma de saber que a Mónica, una nena de otro barrio, los juguetes se los hacía el padre, juguetes de madera, porque no se podía comprar de los otros. Fue el papá de Mónica el que dijo que el trabajador debe poder comprar todo aquello que necesita, si lo compra con el dinero que gana no tiene necesidad de que nadie se lo regale. El papá de Mónica no tenía trabajo, él no tenía la libreta peronista.
Felipe no tenía forma de saber que al mismo tiempo que él recibía su pelota de cuero con tiento, otro auto se llevaba al pintor que vivía en uno de los conventillos de la cuadra. Habían venido a buscar al pintor gracias a la palabra comprometida de un vecino del mismísimo pintor, luego, un vecino de los padres de Felipe y en definitiva, un vecino de Felipe, quien desde ese día jugará, hasta que se rompa, con la pelota obsequiada por quien cuida de los privilegiados. Felipe entonces no sabrá que fueron a buscar al pintor porque rompió, en la calle, sobre Independencia, la foto de Perón y Evita; no sabrá que un vecino lo denunció.
[...] Los exámenes se tomaban en un edificio, en uno de los departamentos del primer piso con vista a la calle, ubicado sobre la calle Paraná. Felipe estaba conforme con el curso. Siempre tuvo la sensación de que era algo serio. Alex Raymond era el dibujante de Rip Kirby y de Flash Gordon, era mucho mérito, y él, Felipe, era uno de los que habían tomado el curso de historieta por correspondencia de Alex Raymond. Quizás haya sido el curso de historieta el causante de que Felipe prestara tanta atención a las pintadas callejeras que se sucedían en Buenos Aires. Una curiosidad con su centro de interés en la factura y la ocurrencia. Fue El Griego quien primero le informó del origen de la sigla, que proponía una clara expresión de deseo, ¡Perón vuelve! La letra P contenida por los brazos abiertos de la V corta era deudora de la fórmula ¡Cristo vence!, representada por una cruz entre los brazos abiertos de la V corta. En la mirada atenta de Felipe, en su mirada de historieta que recién comenzaba, apareció la certeza de que los trazos de las pintadas de la historia no se detendrían en la amistosa apropiación peronista del símbolo cristiano. La certeza apareció cuando una mañana encontró en una pared del barrio la P de Perón, pero dentro de una V corta metamorfoseada; a la letra en cuestión le habían crecido patas que caían desde sus manos en alto hasta el renglón imaginario de la pared, así la V de vuelve, ya no era tal, sino M recién llegada que informaba un estático muera, sí, ya no vuelva, ahora muera. Cuestiones de la vida y sus invitaciones, se podría fantasear que dijo un Felipe un tanto chistoso.
La metamorfosis no quedó ahí; la pintada sufriría una modificación más. Los partidarios de Perón procedían a tachar la P deshonrada, y a agregar una R de Rojas a la derecha de la otrora V corta devenida en intimidante M. Felipe esperaba una nueva vuelta de tuerca sobre las paredes, pero nada sucedió. Tiempo después se recriminaría haber estado tan despreocupado como para sólo estar pendiente de los trazos de las pintadas, y no haberse detenido en sus significados.
[...] Felipe, ante todo, pertenecía al barrio, primero era de Boedo y de su grupo de amigos del barrio, y luego, como segunda pertenencia, estaba el colegio, en eterno segundo puesto. Era casi un imposible que alguien de la barra del colegio entrara o tan solo visitara a la sociedad constituida a base de exclusividad boedense; y en cambio, sí era posible que alguien del barrio, alguien destacado o en vías de destacarse entre los pensamientos del presentador, de aquel que lleva al amigo a otro lugar porque el pibe es de oro, de primera, de confianza, obtuviera un pase abierto para extranjeros bienintencionados. Para ser de la barra, para gozar de la pertenencia, había que entender que aquello que le pasara a uno de sus integrantes le pasaba a todos. Luego, El Griego era de la barra de Boedo por derecho adquirido a través de vivienda y callejeadas con hermanos, y era él el único que cruzaba el puente que llevaba hasta el segundo grupo de Felipe.
Yo vi los aviones desde el tanque de agua de mi casa y quería que lo mataran, porque mi papá quería que lo mataran y mi mamá también, pero después, al otro día, había mucha gente muerta, pobre gente, y entonces no me aguanté y lloré atrás de la parecita del tanque de agua, para que no vieran los viejos, así le dijo a Felipe en el momento justo. Después, con los años, se dará cuenta de que fue su alegría ignorante de purrete ante tanta muerte la causante de que él, El Griego, se parara, casi al instante, en la otra vereda, la opuesta a la de mamá y papá. El Griego adhirió al peronismo por curiosidad, por ser testigo de tanto grito entre la gente de la calle, de tanta resistencia, pero ante todo, por haberse sentido tan mal después de haber festejado el zumbido de los Glosters cuando estaba subido al tanque del agua de su casa.
Felipe y El Griego no serán los únicos pibes del barrio que comenzarían a preguntarse por qué pasaba lo que pasaba. La proscripción del peronismo, la prohibición de nombrar a Perón, o la mismísima lluvia de bombas y metralla sobre la Plaza de Mayo, bien valía unas preguntas; a muchos no les cerraba que los supuestamente buenos pudieran ser tan malos.
Edgardo Lois

(*) Noticia y fragmentos de la novela de Edgardo Lois, publicada por Editorial Díada, que estará en librerías (En Boedo “El gato escaldado”, Independencia 3548) desde los primeros días de septiembre.



POEMA:
El credo del estaño

Creo en los que copan la noche, ángeles extáticos
de la muerte en Buenos Aires;
en el dolor a la deriva, en el dolor
que no ancla, hermano del hombre;
en los que se arrancan los ojos para ver
en las tinieblas, la lengua para hablar,
el sexo para amar sin ser sentidos.
Creo en la agria desnudez de la palabra mendiga;
en la apolillada amistad de cuatro copas;
en los que aman y en los que odian
con la misma sed brutal de sentimiento.
Creo en esa yiranta que buscaba a Dios por Talcahuano;
en Francisco Fiorentino que se ahogó en el canto;
en los estaños donde recala la tristeza
bebiéndose el perfil de milonguita.
Creo en Corrientes entre Callao y el Obelisco;
en los que se fueron de pronto sin sentirlo;
en la mañana que sube desde el Bajo
remando a contrapelo como un tango de Enrique.
Creo todos los días puntualmente, en Buenos Aires.

Jorge B. Rivera



EDITORIAL:
La manipulación

Un año complicado este 2007. No sólo la inflación acecha. La gimnasia de oídos e interpretaciones cobra un papel inusual en un año durante el cual los procesos electorales son protagonistas de primera plana. Y nunca mejor aplicada la imagen porque cierto periodismo nos introduce despiadadamente en la desinformación más desenfadada cuanto más impúdicos sean los propósitos de los informadores —que van desde la ignorancia hasta el engaño doloso—. Los denunciantes son una moda con activos cultores. Una caterva de osados se lanza al San Fermín de un toro llamado primicia, un affaire notorio que les sirva de diploma de crédito para cuanta chantada difundan a continuación. No estoy hablando de culpables o inocentes, de ausencia de implicados o de cumplimiento o incumplimiento de los deberes de funcionario público. Me refiero claramente a la manipulación de la información que podría, eventualmente, llegar a ser fidedigna, colocándola en un plano protagónico que sólo la conveniencia de quien la emite puede justificar. Qué se resalta y qué se oculta al conocimiento público. Nada que no tenga relieve de escándalo tiene preferencia. El carácter positivo de cualquier información es un seguro certificado de descarte.
Los cultores del tonito canchero, a la cabeza del grupo. Siempre ganando adeptos —o incautos— con facilidad, gracias al modo socarrón y la verba con mucho entrenamiento para el micrófono. Lo anecdótico postergando lo profundo. La crítica insustancial, la argumentación banal, la trivialidad protagónica. Como si el sufrido pueblo argentino tuviera pocos escollos que sortear se agrega la carga de la desinformación disfrazada de primicia como un aporte a la confusión general. ¡Y para qué hablar de los noticieros de televisión! Repentinamente el reality show de pronta decadencia formal se ha instalado en las pantallas a través de los noticieros. Los policiales ocupan el 90% del espacio postergando la restante información o invadiéndola. Así un actor es importante si se lo involucra en un asesinato, un político si roba, un científico si estuvo vinculado al nazismo... El escándalo con placa roja.
En cuanto a los medios alternativos, cuya ausencia de compromiso conveniente exhibimos como un lauro, señalamos con Ryszard Kapuscinski —el notable periodista polaco de reciente desaparición—: “La manipulación es el enemigo del periodista”. Quizás una reflexión para quienes entregan su alma al multimedio que los reúne.
Mario Bellocchio



CULTURA GRATUITA

LA ORUGA
Queremos recuperar el espacio público como espacio de lucha, memoria y resistencia, caminando junto con todos los vecinos y vecinas. Biblioteca pública de La Oruga: todos los sábados de 16 a 19 hs en la plaza de México y Jujuy.
E-mail: laorugacolectivoautonomo@yahoo.com.ar
Página web: www.laorugaweb.com.ar
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TEATRO LEIDO
Ciclo de presentación de las últimas obras del grupo de dramaturgos que integran
Susana Torres Molina, Susana Gutierrez Posse, Susana Poujol, Víctor Winer, Héctor Lewy-Daniel, Jorge Huertas, entre otros, como teatro semimontado con actores como Rita Terranova, Carlos Belloso, entre otros.
Los 2os. lunes de cada mes en distintas bibliotecas públicas
Consultas: 4 811-0867 int.102 - ENTRADA LIBRE Y GRATUITA
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DE JULIO A DICIEMBRE
CICLO DE CINE GRATUITO EN “LA BALEAR”
EL PRIMER VIERNES DE CADA MES A LAS 19.30. En Colombres 841
Presentan: BAIRES POPULAR - CASA BALEAR DE BS. AS. - CGP COMUNAL 5
5 DE OCTUBRE: El abrazo partido (2003), Dir. Daniel Burman. Cortometraje: Días de vino. Industria vitivinícola en Mallorca.

2 DE NOVIEMBRE: El último payador (1950), guión y dirección de Homero Manzi. Homenaje en el centenario de su natalicio. Protagonizada por Hugo del Carril. Cortometraje: Un país en la mochila. Mallorca. Documental sobre la mayor de las Islas Baleares.

7 DE DICIEMBRE: Historias mínimas (2002), Dir. Carlos Sorín, 2002. Cortometraje: Un país en la mochila. Menorca.
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MINISTERIO DE CULTURA DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
Comisión para la Preservación del Patrimonio
Histórico Cultural de la Ciudad de Buenos Aires
CICLO DE CINE.
“CIUDADES, CULTURAS Y POLITICA EN LATINOAMERICA”.
Del 13 de julio al 28 de septiembre, todos los viernes a las 19.
Salón San Martín de la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Perú 160.

Viernes 14 de septiembre: ROSARIGASINOS (Argentina, 2001, color, 90’) Dirección: Rodrigo Grande

Viernes 21 de septiembre: CIUDAD DE DIOS (Cidade de Deus, Brasil, 2002, color, 130’) Director: Fernando Meirelles

Viernes 28 de septiembre: UN LUGAR EN EL MUNDO (Argentina / España / Uruguay, 1992, color, 120’) Director: Adolfo Aristarain
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Programa JUEGOTECAS BARRIALES.
Dir. Gral. de niñez y adolescencia, GCABA.
Proyecto: CLUB SOCIAL y DEPORTIVO JUGARTE. BOEDO: Boedo 1759.
Durante el año 2006, en la Juegoteca Boedo Sol Naciente, llevamos adelante un proyecto que denominamos “Jugarte”, el cual se desarrollaba en el espacio intermedio entre el juego y la expresión artística. Para ello trabajamos en base a cinco disciplinas (Música, Plástica, Literatura, Danza y Teatro)
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FERIA DEL COMERCIO JUSTO.
Parroquia Santa Cruz. Somos un grupo de productores/as que ofrecemos nuestros productos a un precio justo, creando conciencia para que cada vez seamos más los “Consumidores Responsables”. Las ferias que organizamos los segundos sábado de mes, fortalecen nuestro proyecto de “Comercialización Comunitaria”. 8 de septiembre de 16 a 20 hs. EEUU 3180. Para más información, vía mail
comerciojustosantacruz@yahoo.com.ar
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PROGRAMA CULTURAL EN BARES NOTABLES.
Los espectáculos se realizarán en el marco del programa de Revitalización de los Bares Notables perteneciente a la Comisión de Protección y Promoción de los Cafés, Bares, Billares y Confiterías Notables, que coordina la Subsecretaría de Patrimonio del Ministerio de Cultura de la Ciudad.

BELEN PEREZ MUÑIZ (Bossa Nova) Miércoles 12 de Septiembre 21 hs. BAR DE CAO
Av Independencia 2400 - Tel.: 4 943-3694

FADEIROS (Fados) Jueves 13 de septiembre. 21hs.
BAR SEDDON Defensa 699. Tel.: 4 342-3700

MAIA VARÉS (Tango). Jueves 13 de septiembre. 21:30 ha. BAR BRITANICO.
Brasil 399 - Tel.: .4 361-2107

AD LIB TRIO (Fusión). Viernes 14 de septiembre. 22:00 hs. BAR IBERIA.
Av de Mayo 1196 - Tel.: 4 381-6300

QUINTETO VICEVERSA,(Tango Instrumental). Sábado 8 de septiembre 19:30 hs. CONFITERIA DEL HOTEL CASTELAR. Av de Mayo 1148 / 52 - Tel.: .4383-5000 / 9

ENTRADA LIBRE - NO SE COBRA DERECHO A SHOW -
ENTRADA SUJETA A LA CAPACIDAD DEL LOCAL
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BARES NOTABLES:
Cuarto Concurso de Intérpretes de Música para la Programación 2008
Organizado por el Ministerio de Cultura porteño, convoca a artistas profesionales y con experiencia comprobable. Del 10 al 14 de septiembre ya estarán disponibles las bases. El objetivo es crear un espacio que permita a los artistas su difusión y conocimiento del público en general. Hay previstos 50 espectáculos.
Para más información: 4 323-9400 interno 2737 / 2785. programacionbaresnotables@buenosaires.gov.ar
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LECTURA DE POEMAS
REQUENI / SCHAEFER PEÑA / DERLIS
Buenos Aires Poesía, café literario, invita a su ciclo cuya propuesta es ser diferente en cuanto a la textura de la poesía a mostrar y compartir. El sábado 15 a las 17,30 hs en el “Café La Maga”, San Pedrito 107 esquina Ramón Falcón (altura Av. Rivadavia al 7300), leerán Antonio Requeni, Beatriz Schaefer Peña y Rubén Derlis –miembro de Baires Popular–.
Invita Grupo Pretextos.
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CICLO DE CINE
Voluntarios de Parque Centenario.
Epuyén 544 (alt. Díaz Vélez 4500). pcentenario@hotmail.com
http://voluntarios-parquecentenario.blogspot.com/
Entrada Gratuita. Ciclo de Cine - Septiembre: Ken Loach
Todos los Jueves 20 hs.:
Jueves 6: Riff - Raff; Jueves 13: Tierra y Libertad; Jueves 20: La Canción de Carla; Jueves 27: Pan y Rosas
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UNIVERSIDAD TECNOLOGICA NACIONAL
Secretaría de Cultura y Extensión Universitaria.

Medrano 951 piso 2º. Tel.: 4 867-7601
ORQUESTA SINFÓNICA DE LA PFA: Miércoles 5, 19 hs., Aula Magna
JAZZ EN LA UTN: Viernes 7, 20.30 hs. Aula Magna
BANDA SINF. DE LA CIUDAD DE BS AS: Vie 14, 19 hs. A. Magna
JOSÉ A. GALEANO. Invitados- Opus Cuatro y Magdelena León Jueves 6, 20 hs. Aula Magna
ORQ. DE TANGO DE LA C. DE BS AS : Mié 19, 19 hs. A. Magna
CORO Y CAMERATA FRBA: Viernes 28, 20.30 hs., Aula Magna
Informes:
cultura@sceu.frba.utn.edu.ar
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RECITAL YRIGOYENEANO
En la ACADEMIA PORTEÑA DEL LUNFARDO
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Estados Unidos 1379 - VIERNES 21 -19.30 hs
Organizan: INSTITUTO NACIONAL YRIGOYEANO y el maestro Mario Valdez.
Patrocina: INSTITUTO NACIONAL YRIGOYENEANO presidido por el Dr. Vìctor Martínez, ex Vicepresidente de la República.
Presentación: Dr. Alberto González Arzac
Voces/Cantantes: BEATRIZ VILLAR - LIVIA COMERCI
Piano y Dirección Musical: MARIO VALDEZ